En nuestra ausencia, un hombre se ha instalado en la casa donde habíamos depositado nuestro equipaje. Lleva los pies atados con cadenas y anda a pasos muy cortos, y con la sonrisa en los labios, como si se tratara de la cosa más natural, nos explica que por un asesinato lo condenaron a recibir doscientos latigazos y a llevar durante toda su vida una cadena sujeta a los tobillos. Ante la perspectiva de pasar la noche junto a un criminal, sentimos un sobresalto. ¿Acaso nos consideran a su mismo nivel? Pero resulta que nos preocupamos sin motivo: en el Tíbet, un penado goza de la misma consideración que la demás gente y no se le excluye en absoluto del trato con el prójimo, sino que toma parte en las fiestas y reuniones; como está dispensado de trabajar, solo vive de limosnas y, a juzgar por la gordura de nuestro invitado, estas deben de ser muy espléndidas.
Heinrich HARRER, Siete años en el Tíbet, Editorial Juventud, Barcelona, 1953.