Subí a mi despacho, y encontré en él, esperándome, al señor cadí «residente», al que el criado había servido el café. Apenas me vio, me dijo:
—Se acabó. La anarquía reina en el país.
Quise abrir la boca para pedirle una explicación; pero no me dejó tiempo y siguió:
—Pasó a la historia el respeto a las sentencias.
—Pues ¿qué sucede?
—Sucede, señor mío, que yo dicté una sentencia civil contra un alcalde de los afectos al gobierno y que ha desaparecido el alguacil que la iba a hacer ejecutiva. ¿Sabes cómo pasó?
—No.
—Con conocimiento del alcalde le dieron un golpe, pero de los buenos, y estuvo detenido veinticuatro horas en la cabina del teléfono.
—Y ¿la delegación ha instruido un sumario?
—¡Ca! Lo grave no está ahí. Ni hay sumario ni comunicación. Se rieron del compareciente y le dijeron que retirara su demanda, y se la quitaron.
—Pues si se la quitaron, ya se acabó.
—¿Cómo que se acabó? Yo no puedo callarme en un asunto como éste. Esto se llama delito. La policía delinque…
—Me parece que tu señoría está haciendo oposiciones a pasar calor en el Sur.
—¿Es que van a trasladar a un cadí al Sur porque quiere impedir a la delegación que se burle…?
—Lo han hecho muchas veces. A un cadí lo trasladaron a lo más remoto del Alto Egipto porque en un pleito de demanda reconvencional puso en libertad a unos individuos que se manifestaban como enemigos del gobierno, y eso que el cadí estaba del todo desligado de los partidos y de la política. Tú, en cambio, bien lo sabes, has tenido con el delegado gubernativo un disgusto familiar, y es seguro que en este momento el delegado ya habrá enviado informes confidenciales sobre ti, acusándote de ser enemigo del gobierno y fautor de rebeliones e intrigas, y diciendo que persigues a los que apoyan al ministerio, que eres un peligro para su política actual, con otras cosas del mismo jaez bien sabido.
Tawfiq AL-HAKIM, Diario de un fiscal rural, Ediciones del Viento, La Coruña, 2003.