Era un hombre desilusionado y descontento; y tenía una expresión a menudo o generalmente taciturna. No creo que fuera ni la mitad de huraño de lo que aparentaba. Un día me dijo que había inventado un proyecto para acabar eficazmente con cualquier incendio, pero añadió: "No voy a publicarlo, maldita sea: que ardan todas sus casas". Las personas a las que iba dirigida su maldición eran los habitantes de Londres.
Charles DARWIN, Autobiografía, Alianza, Madrid, 1993.