Vimos entonces cómo conducían hasta la orilla del mar a Juan Serrano, herido y agarrotado. Rogó que no disparásemos más, porque le asesinarían. Le preguntamos qué les había sucedido a sus compañeros y al intérprete, y respondió que a todos los degollaron, excepto al esclavo, que se pasó a los isleños. Nos conjuró a que le rescatásemos por mercancías; pero Juan Carvajo, su compadre, con algunos más, rehusaron intentar siquiera su rescate, y no consintieron que las chalupas se aproximaran a la isla, porque el mando de la escuadra les correspondía por la muerte de los dos gobernadores.
Juan Serrano siguió implorando la compasión de su compadre, diciendo que en cuanto nos hiciésemos a la vela le asesinarían; y viendo, al fin, que sus lamentaciones eran inútiles, lanzó terribles imprecaciones, rogando a Dios que el día del juicio final hiciera dar cuenta de su alma a Juan Carvajo, su compadre.
Antonio PIGAFETTA, Primer viaje entorno del globo, Espasa, Madrid, 2004.