En aquella conferencia tuvo lugar una escena penosa, que hoy parece casi fantástica, y que el único tetigo viviente de la misma, el teniente general retirado Wolfgang Thomale, describe así: "Se volvieron a reunir por primera vez desde que Kluge obtuvo de Hitler la dimisión de Guderian en el invierno 1941".
El mariscal buscaba una reconciliación, y tendió la mano a Guderian, pero éste ignoró el gesto. Kluge enrojeció y se volvió al entonces coronel Thomale, jefe de Estado Mayor de Guderian: "Comunique usted al capitán general Guderian que le ruego me siga a la estancia contigua".
Una vez en ella, irritado, preguntó a Guderian: "¿Qué motivos tiene para haber adoptado una postura tan ofensiva?" Guderian se enojó también, e intentando calmarse, respondió: "Herr mariscal, no creo que sean tan difíciles de adivinar. Hace dos años que usted informó al Führer de cosas falsas acerca de mí. Me apartó de mis tropas y ha arruinado mi salud. No creo que después de esto espere que le tenga simpatía".
Kluge giró sobre sus talones y salió de la pieza sin saludar.
Unos días después, el primer ayudante de Hitler, general Schmundt, hizo entrega a Guderian de una nota de Kluge, en que le exigía un duelo a pistola. El mariscal pretendió darle mayor fuerza a su petición haciendo intervenir al ayudante del Führer, con lo que éste también se enteraría del asunto. Hitler era enemigo de los duelos; consintió en que la nota llegase a manos de Guderian, pero no autorizó el duelo. Por orden suya, Schmundt reconvino a los duelistas.
Y de este modo se evitó que pasara a la historia un asunto de honor entre dos altos jefes militares, ambos excelentes comandantes de tropa, aun cuando de carácter dispar.
Paul CARELL, Tierra calcinada, Inédita Editores, Barcelona, 2007.