Lattarullo había conseguido mantenerse gracias a un legado equivalente en principio a una libra mensual, pero que con la devaluación ha quedado reducido a unos cinco chelines; y para arreglarse con ello había ideado un sistema científico de autocontrol. Se quedaba casi todo el día en la cama y, cuando se levantaba y salía, recorría distancias cortas en un itinerario programado, parándose a descansar de vez en cuando en una iglesia. Tomaba sólo una comida al atardecer, que consistía normalmente en un trocito de pan untado con tomate y aceite de oliva. A veces visitaba a otro profesional que se hallaba en circunstancias parecidas a las suyas e intercambiaban habladurías, tomaban una taza de sucedáneo de café, hecho con bellotas tostadas, y hambreaban juntos durante una hora o así. Daba la impresión de que sabía todo lo que ocurría en Nápoles. Le acompañé caminando hasta su piso y descubrí que vivía en dos habitaciones que tenían por todo mobiliario tres sillas, una cama y una mesa desvencijada, sobre la que había una planta mustia. Hacía años que le habían cortado la luz y el agua, según me dijo.
Norman LEWIS, Nápoles 1944, Ediciones Folio, Barcelona, 2004.