El barco estaba lleno de polizontes. En tres botes, algunos fueron devueltos a tierra. Antes de que las rocas rojas de Heligoland fueran avistadas, se descubrieron a bordo cinco prostitutas, en los compartimientos de los contramaestres, y entre la tripulación se encontró otras tres mujeres jóvenes, que probaron ser las esposas de antiguos guardias de las despensas de a bordo. Todas ellas fueron trasladadas a barcos de pescadores que se dirigían a puerto. Pero muchas otras, encontradas posteriormente, quedaron a bordo.
Apenas se hubo dejado atrás los cabos de Cornwall, el Lucy Wörmann enfiló en el Atlántico, hacia el oeste, se establecieron a bordo, durante la noche, antros de juego y hasta un burdel, en los comedores y camarotes. Barracas de tatuaje, bandas de música, profesores de inglés y español y de jiu-jitsu surgían de pronto, tratando de hacer negocio; los espartaquistas, los anarquistas y los misioneros con teorías propias trataron de formar círculos de discusión. Grupos de los bajos fondos asaltaron y robaron a los viajeros pudientes. Un hombre viejo fue hallado con la garganta cortada. Otro hombre, de edad madura, se puso el traje de fiesta y, con una sonrisa, se arrojó al océano.
Los oficiales de a bordo, reforzados con algunos marineros leales de la escuela de preguerra, se atrincheraron en el puente y en la sala de máquinas. En cualquier rincón del barco reinaban unas pésimas condiciones. Surgió un club de piratas, que anunció su propósito de apoderarse del barco para realizar un paseo hacia los mares del Sur. Más allá de las Azores, la jefatura de todos cayó en manos de un tal Hermann Kruse.
Kruse, un antiguo miembro de la Liga Espartaquista, convocó a un mitin general a todos sus partidarios a bordo del Lucy Wörmann, haciéndose elegir cabeza de un nuevo sóviet de a bordo. Formó su cheka en el barco y, mediante un verdadero terror, sometió a todos los merodeadores independientes. Kruse, de unos veinticinco años, era rubio, de maneras torpes y temperamento tranquilo, pero tenía el don de la elocuencia. Logró establecer algún orden a bordo, en medio de tanta confusión, y entonces exigió el control sobre el vapor. El capitán armó a sus oficiales con revólveres, para la entrevista con el sóviet de Kruse. Como represalia, la fuerte pandilla de Kruse secuestró toda la provisión existente a bordo, iniciando el bloqueo de hambre contra el puente y la sala de máquinas. Durante mucho tiempo el barco marchó con baja presión y hubo momentos en que fue dejado a la buena de Dios, sin dirección alguna. Al avistarse la verde tierra de Jamaica, un petrolero, en el que supusieron que algo ocurría a bordo del Lucy Wörmann, hizo señales.
-¿Puedo ofrecerles alguna ayuda?
-Gracias, tengo una carga de lunáticos -contestó el capitán.
Jan VALTIN, La noche quedó atrás, Seix Barral, Barcelona, 2008.