Las divisiones de Harpe tenían depositadas grandes esperanzas en el formidable triunfo que llevaban en la mano: noventa carros de combate superpesados del tipo Tiger Ferdinand, adscritos a las secciones cazatanques 653 y 654, al mando del teniente coronel Von Jungenfeldt, que servían de ariete a las divisiones de granaderos.
El Ferdinand era un potente coloso de 72 toneladas, dotado de un cañón de 8,8 mejorado, con una longitud de 6,40 metros. El blindaje era de hasta 20 centímetros. Dos motores Maybach generaban corriente para dos poderosos motores, cada uno para un juego de orugas. No obstante el peso, el carro se desplazaba a una velocidad máxima de 32 kilómetros por hora. ¡Una verdadera maravilla! Esta fortaleza móvil de acero había sido fabricada en la localidad austríaca de Sankt Valentin, en los talleres Nibelungo.
El pacífico nombre de Ferdinand asignado a tal mastodonte provenía de su constructor, Ferdinand Porsche. Hitler prometió efectos decisivos con el empleo en el frente de esta verdadera casamata artillada móvil. Una ofensiva con la intervención de estos carros debía resultar insostenible.
Pero el Ferdinand tenía su talón de Aquiles: el tren de rodaje era relativamente débil y las cadenas, vulnerables. Y así sucedió que muchos de estos gigantes acorazados quedaban inmovilizados en el campo de batalla por averías en las cadenas. Además, el Ferdinand no servía para luchar a corta distancia con la infantería enemiga, puesto que, aparte del enorme cañón, no disponía a bordo ni de una sola ametralladora con la que hostigar a los destacamentos anticarro del enemigo.
Guderian ya había advertido sobre el insuficiente armamento y la complicada naturaleza de los Ferdinand. Sin embargo, Hitler no le hizo el menor caso. La batalla de Kursk fue la primera y la última aparición de esos gigantescos tanques.
Paul CARELL, Tierra calcinada, Inédita Editores, Barcelona, 2007.