Detesto la proliferación de la información. La lectura de un periódico es la cosa más angustiosa del mundo. Si yo fuese dictador, limitaría la prensa a un solo diario y una sola revista, ambos estrictamente censurados. Esta censura se aplicaría tan sólo a la información quedando libre de opinión. La información-espectáculo es una vergüenza. Los titulares enormes —en México baten todos los récords— y los sensacionalistas me dan ganas de vomitar. ¡Todas esas exclamaciones sobre la miseria para vender un poco más de papel! ¿De qué sirve? Además, una noticia expulsa a otra.
Un día, por ejemplo, en el festival de Cannes, leo en Nice-Matin una información extremadamente interesante (al menos para mí): han intentado volar una de las cúpulas del Sacré-Coeur de Montmartre. Al día siguiente, sus razones, sus orígenes, compro el mismo periódico. Busco: ni una palabra. Algún secuestro aéreo había devorado al Sacré-Coeur. No se volvió a hablar más del asunto.
Un día, por ejemplo, en el festival de Cannes, leo en Nice-Matin una información extremadamente interesante (al menos para mí): han intentado volar una de las cúpulas del Sacré-Coeur de Montmartre. Al día siguiente, sus razones, sus orígenes, compro el mismo periódico. Busco: ni una palabra. Algún secuestro aéreo había devorado al Sacré-Coeur. No se volvió a hablar más del asunto.
Luis BUÑUEL, Jean-Claude CARRIÈRE, Mi último suspiro, Debolsillo, Barcelona, 2008.