Y de esa amistad, trabada hacía ya algunos años, habían pasado ahora, entre las palmeras y la arena, al pie del monte Azro y al abrigo del manto oscuro de la cálida noche estival, a fundirse en una misma carne, cuerpo contra cuerpo, queriéndose como si el mismísimo Alá les hubiera otorgado su gracia divina para el amor.
A lo largo de aquella noche, mil veces abrió Yegane sus labios carnosos musitando palabras de amor, gimiendo apenas un deseo que no podía ser silenciado, buscando en el aire nocturno y con los ojos cerrados una boca capaz de acelerar aún más su respiración entrecortada.
Excitados por el morbo de lo prohibido, Yegane y Youssef se rindieron al embrujo de una atracción reprimida durante demasiado tiempo; negaron ojos y oídos a la autoritaria voz de la conciencia, y no hubo ocasión de pensar siquiera en preceptos religiosos, en la furia que habrían de sentir sus padres si se enteraban, o en el pecado mortal con el que estaban insultando a la Umma, al Dios creador y al mismísimo profeta Mahoma.
A lo largo de aquella noche, mil veces abrió Yegane sus labios carnosos musitando palabras de amor, gimiendo apenas un deseo que no podía ser silenciado, buscando en el aire nocturno y con los ojos cerrados una boca capaz de acelerar aún más su respiración entrecortada.
Excitados por el morbo de lo prohibido, Yegane y Youssef se rindieron al embrujo de una atracción reprimida durante demasiado tiempo; negaron ojos y oídos a la autoritaria voz de la conciencia, y no hubo ocasión de pensar siquiera en preceptos religiosos, en la furia que habrían de sentir sus padres si se enteraban, o en el pecado mortal con el que estaban insultando a la Umma, al Dios creador y al mismísimo profeta Mahoma.
Enrique VILA TORRES, Historias robadas, Cátedra, Madrid, 1990.