Mientras los niños jugaban, Ellen y yo tuvimos una conversación seria.
Le hice la pregunta que me atormentaba.
-¿Por qué?
-Quizá si estuviera en tu situación, me hubiera quedado en América -dijo al cabo de un momento de profunda meditación-. Pero todo lo que tengo está aquí. Mis padres están jubilados y no tienen dinero para ayudarme. Yo no poseo dinero, ni educación, ni habilidades. Y tengo dos hijos.
Aun así, era difícil para mí comprenderla. Y lo que es más, Ellen hablaba con rencor de Hormoz.
—Me pega —dijo llorando—. Pega a los niños. Y no ve nada malo en ello.
Las palabras de Nasserine vinieron a mi memoria: "Todos los hombres son así".
Ellen había tomado su decisión, no por amor sino por miedo. Se basaba en razones económicas, en vez de emocionales. Ellen no se veía capaz de enfrentarse con las inseguridades que son el precio de la emancipación. En su lugar, había elegido una vida que era horrible en sus detalles, pero que ofrecía al menos un remedo de lo que ella llamaba seguridad.
Finalmente respondió a mi "por qué" a través de sus sollozos.
—Porque, si volviera a los Estados Unidos, temo que no podría soportarlo.
Yo lloré con ella.
Betty MAHMOODY, William HOFFER, No sin mi hija, Círculo de Lectores, Barcelona, 1991.
Le hice la pregunta que me atormentaba.
-¿Por qué?
-Quizá si estuviera en tu situación, me hubiera quedado en América -dijo al cabo de un momento de profunda meditación-. Pero todo lo que tengo está aquí. Mis padres están jubilados y no tienen dinero para ayudarme. Yo no poseo dinero, ni educación, ni habilidades. Y tengo dos hijos.
Aun así, era difícil para mí comprenderla. Y lo que es más, Ellen hablaba con rencor de Hormoz.
—Me pega —dijo llorando—. Pega a los niños. Y no ve nada malo en ello.
Las palabras de Nasserine vinieron a mi memoria: "Todos los hombres son así".
Ellen había tomado su decisión, no por amor sino por miedo. Se basaba en razones económicas, en vez de emocionales. Ellen no se veía capaz de enfrentarse con las inseguridades que son el precio de la emancipación. En su lugar, había elegido una vida que era horrible en sus detalles, pero que ofrecía al menos un remedo de lo que ella llamaba seguridad.
Finalmente respondió a mi "por qué" a través de sus sollozos.
—Porque, si volviera a los Estados Unidos, temo que no podría soportarlo.
Yo lloré con ella.
Betty MAHMOODY, William HOFFER, No sin mi hija, Círculo de Lectores, Barcelona, 1991.