Jan llamó cortésmente con los nudillos a la puerta de Trevor y después entró sin más.
-Despierta, imbécil! -murmuró apretando los dientes.
-¿Qué ocurre? -dijo Trevor, levantándose como si estuviera a punto de liarse a puñetazos con ella.
En realidad, no estaba durmiendo, sino leyendo un ejemplar atrasado de People.
-Sorpresa! Tiene un cliente.
-¿Quién es?
-Un hombre cuya mujer fue embestida por un camión de la Texaco hace doce días. Quiere verlo inmediatamente.
-¿Está aquí?
-Sí. Cuesta creerlo, ¿verdad? En Jacksonville hay tres mil abogados y este pobre desgraciado ha venido a parar aquí. Dice que se lo ha recomendado un amigo.
-Y usted, ¿qué le ha dicho?
-Le he aconsejado que se busque otros amigos.
-Vamos, déjese de bromas, ¿qué le ha dicho?
-Que está ocupado con una declaración.
-Hace ocho años que no me ocupo de ninguna declaración. Hágale volver.
-Calma. Voy a prepararle un café. Usted finja estar terminando algún asunto importante aquí atrás. ¿Por qué no ordena un poco el despacho?
-Usted encárguese de que no se largue.
-El conductor de la Texaco estaba borracho -añadió Jan, abriendo la puerta-. Procure no cagarla.
John GRISHAM, La hermandad, Círculo, Barcelona, 2000.