Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."
miércoles, 31 de agosto de 2011
MAUPASSANT: Ese país misterioso donde se encuentra trabajo fácilmente
Llevaba más de un mes caminando en busca de trabajo por todas partes. Por falta de él había dejado su país, Ville-Avaray, en la Mancha. Maestro carpintero, de unos veintisiete años, honrado trabajador, había estado durante dos meses sosteniendo a su familia, por ser el mayor de los hijos, teniendo que cruzarse de brazos ante la escasez de todo. El pan empezó a faltar en la casa; las dos hermanas trabajaban a jornal, pero sus ganancias eran escasas, y él, Jacques Randel, el más fuerte, no hacía nada porque no tenía nada en qué emplearse y había de comerse la sopa de los otros. Entonces se presentó en la alcaldía y el secretario le dio esperanzas de encontrar trabajo en la región central. Partió, pues, provisto de papeles y certificados, con siete francos en el bolsillo y llevando al hombro, en un pañuelo azul sujeto al extremo de un palo, un par de zapatos de repuesto, un pantalón y una camisa.
Había caminado sin descansar ni de día ni de noche, por interminables caminos, bajo el sol y la lluvia, sin llegar nunca a ese país misterioso donde encuentran trabajo fácilmente los obreros.
Guy de MAUPASSANT, Mi tío Jules y otros seres marginales, Alianza, Madrid, 2004.
Había caminado sin descansar ni de día ni de noche, por interminables caminos, bajo el sol y la lluvia, sin llegar nunca a ese país misterioso donde encuentran trabajo fácilmente los obreros.
Guy de MAUPASSANT, Mi tío Jules y otros seres marginales, Alianza, Madrid, 2004.
martes, 30 de agosto de 2011
Los jinetes errabundos
Pero el más abominable de los rebeldes fue Umar ibn Hafsun, cuyo padre ya había recibido un sangriento galardón por traicionar al buen emir al-Mundir. Atosigaba sin descanso Umar las provincias de Rayya, de Yayyan y de Elvira; su soberbia desfachatez le había llevado a asaltar incluso los arrabales de Córdoba. Ibn Hafsun, no sólo se había levantado contra su legítimo señor, el emir Abd-Allah, y le había arrancado las regiones más ricas del sur, sino también, por una insólita vileza, había abjurado de la religión verdadera y había reincidido en el impío politeísmo de sus antepasados.
Ideal, martes 30 de agosto de 2011.
Ideal, martes 30 de agosto de 2011.
DENEVI: Grandezas de la burocracia
Cuentan que Abderrahmán decidió fundar la ciudad más hermosa del mundo, para lo cual mandó llamar a una multitud de ingenieros, de arquitectos y de artistas a cuya cabeza estaba Kamaru-l-Akmar, el primero y el más sabio de los ingenieros árabes.
Kamaru-l-Akmar prometió que en un año la ciudad estaría edificada, con sus alcázares, sus mezquitas y jardines más bellos que los de Susa y Ecbatana y aún que los de Bagdad. Pero solicitó al califa que le permitiera construirla con entera libertad y fantasía y según sus propias ideas, y que no se dignase a verla sino una vez que estuviese concluida.
Abderrahmán, sonriendo, accedió.
Al cabo del primer año Kamaru-l-Akmar pidió otro año de prórroga, que el califa gustosamente le concedió. Esto se repitió varias veces. Así transcurrieron no menos de diez años. Hasta que Abderrahmán, encolerizado, decidió ir a investigar. Cuando llegó, una sonrisa le borró el ceño adusto.
-¡Es la más hermosa ciudad que han contemplado ojos mortales! -Le dijo a Kamaru-l-Akmar-. ¿Por qué no me avisaste que estaba construida?
Kamaru-l-Akmar inclinó la frente y no se atrevió a confesar al califa que lo que estaba viendo eran los palacios y jardines que los ingenieros, arquitectos y demás artistas habían levantado para sí mismos mientras estudiaban los planos de la futura ciudad.
Así fue construida Azahara, a orillas del Guadalquivir.
Marco DENEVI, Falsificaciones, Thule Ediciones, Barcelona, 2008.
Kamaru-l-Akmar prometió que en un año la ciudad estaría edificada, con sus alcázares, sus mezquitas y jardines más bellos que los de Susa y Ecbatana y aún que los de Bagdad. Pero solicitó al califa que le permitiera construirla con entera libertad y fantasía y según sus propias ideas, y que no se dignase a verla sino una vez que estuviese concluida.
Abderrahmán, sonriendo, accedió.
Al cabo del primer año Kamaru-l-Akmar pidió otro año de prórroga, que el califa gustosamente le concedió. Esto se repitió varias veces. Así transcurrieron no menos de diez años. Hasta que Abderrahmán, encolerizado, decidió ir a investigar. Cuando llegó, una sonrisa le borró el ceño adusto.
-¡Es la más hermosa ciudad que han contemplado ojos mortales! -Le dijo a Kamaru-l-Akmar-. ¿Por qué no me avisaste que estaba construida?
Kamaru-l-Akmar inclinó la frente y no se atrevió a confesar al califa que lo que estaba viendo eran los palacios y jardines que los ingenieros, arquitectos y demás artistas habían levantado para sí mismos mientras estudiaban los planos de la futura ciudad.
Así fue construida Azahara, a orillas del Guadalquivir.
Marco DENEVI, Falsificaciones, Thule Ediciones, Barcelona, 2008.
lunes, 29 de agosto de 2011
MAUPASSANT: Hijos nuestros son los merodeadores, los ladrores, la chusma
No hay hombre que no sea padre de hijos que él no conoce: los clasificados como de padres desconocidos y que él ha engendrado lo mismo que engendra un árbol, casi inconscientemente. Si hiciésemos un recuento de las mujeres con quienes hemos tenido comercio amoroso, nos veríamos tan apurados como este cítiso que usted ha interpelado, si pretendiese enumerar su descendencia. Si recapitulamos, tomando bien en consideración los contactos pasajeros, los de quince minutos o media hora, creo que no andaríamos descaminados al calcular en doscientas o trescientas las mujeres con las que hemos tenido relaciones íntimas entre los dieciocho y los cuarenta años. ¿Está usted seguro, amigo mío, de que entre tantas no ha habido por lo menos una a la que usted haya fecundado? Y en ese caso tiene usted en el arroyo o en presidio un pillastre de hijo que se dedica a robar o asesinar a las gentes honradas; es decir, a nosotros; y si no, una hija en algún lugar de mala nota, o, suponiendo que haya tenido la fortuna de que su madre la haya echado a la inclusa, estará hoy de cocinera en cualquier casa.
Piense, además, que casi todas las mujeres que llamamos públicas son madres de uno o dos hijos de padre desconocido, engendrados al azar de sus contactos amorosos de diez o veinte francos. Este oficio, como todos, tiene sus ganancias y sus quiebras. Un retoño de esta clase es una de las quiebras de la profesión. ¿Quién los engendró? Usted.... yo..., nosotros todos; los hombres que nos llamamos honrados. Son el fruto de una alegre cena en pandilla de amigos, de una noche de juerga, de una de esas horas en que nuestra carne retozona nos pide aparearnos con una hembra cualquiera. Hijos nuestros son los ladrones, los merodeadores, la chusma.
Guy de MAUPASSANT, Mi tío Jules y otros seres marginales, Alianza, Madrid, 2004.
Piense, además, que casi todas las mujeres que llamamos públicas son madres de uno o dos hijos de padre desconocido, engendrados al azar de sus contactos amorosos de diez o veinte francos. Este oficio, como todos, tiene sus ganancias y sus quiebras. Un retoño de esta clase es una de las quiebras de la profesión. ¿Quién los engendró? Usted.... yo..., nosotros todos; los hombres que nos llamamos honrados. Son el fruto de una alegre cena en pandilla de amigos, de una noche de juerga, de una de esas horas en que nuestra carne retozona nos pide aparearnos con una hembra cualquiera. Hijos nuestros son los ladrones, los merodeadores, la chusma.
Guy de MAUPASSANT, Mi tío Jules y otros seres marginales, Alianza, Madrid, 2004.
GRANN: Una monja estadounidense
Varios pistoleros, presuntamente al servicio de un ranchero del estado de Pará, se enfrentaron a una monja estadounidense de setenta y tres años que defendía los derechos de los indígenas. Mientras los hombres le apuntaban con sus armas, ella cogió su Biblia y empezó a leer el evangelio de San Mateo: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados". Los pistoleros le descerrejaron seis disparos y dejaron su cuerpo tendido boca abajo en el barro.
David GRANN, La ciudad perdida de Z, Debolsillo, Barcelona, 2011.
David GRANN, La ciudad perdida de Z, Debolsillo, Barcelona, 2011.
domingo, 28 de agosto de 2011
DENEVI: La reina virgen
He sabido que Isabel I de Inglaterra fue un hombre disfrazado de mujer. El travestismo se lo impuso la madre, Ana Bolena, para salvar a su vástago del odio de los otros hijos de Enrique VIII y de las maquinaciones de los políticos. Después ya fue demasiado tarde y demasiado peligroso para descubrir la superchería. Exaltado al trono, cubierto de sedas y de collares, no pudo ocultar su fealdad, su calvicie, su inteligencia y su neurosis. Si fingía amores con Leicester, con Essex y con sir Walter Raleigh, aunque sin trasponer nunca los límites de un casto flirteo, era para disimular. Y rechazaba con obstinación y sin aparente motivo las exhortaciones de su fiel ministro Lord Cecil para que contrajese matrimonio aduciendo que el pueblo era su consorte. En realidad estaba enamorado de María Estuardo. Como no podía hacerla suya recurrió al sucedáneo del amor: a la muerte. Mandó decapitarla, lo que para su pasión desgraciada habrá sido la única manera de poseerla.
Marco DENEVI, Falsificaciones, Thule Ediciones, Barcelona, 2008.
Marco DENEVI, Falsificaciones, Thule Ediciones, Barcelona, 2008.
sábado, 27 de agosto de 2011
ÖRKÉNY: In memoriam K.H.G.
Mientras cavaba el foso para un caballo que aquella mañana había muerto de agotamiento, el doctor K.H.G. preguntó de pronto:
-¿Conoce usted a Hölderlin?
-¿De quién habla? -preguntó el centinela alemán.
-Escribió Hiperión -explicó el doctor K.H.G., al que le gustaba mucho explicar-. La figura cumbre del romanticismo alemán.
Dio otra paletada.
-Y a Heine, por ejemplo, ¿lo conoce?
-¿Quiénes son ésos? -preguntó el centinela.
-Poetas -dijo el doctor K.H.G.-. ¿Tampoco le suena el nombre de Schiller?
-Sí, me suena -dijo el centinela, que comenzaba a sentirse incómodo.
-¿Y el nombre de Rilke?
-También -dijo el centinela alemán y se puso colorado como un tomate, y le descerrajó un tiró, sin más, al doctor K.H.G.
-¿Conoce usted a Hölderlin?
-¿De quién habla? -preguntó el centinela alemán.
-Escribió Hiperión -explicó el doctor K.H.G., al que le gustaba mucho explicar-. La figura cumbre del romanticismo alemán.
Dio otra paletada.
-Y a Heine, por ejemplo, ¿lo conoce?
-¿Quiénes son ésos? -preguntó el centinela.
-Poetas -dijo el doctor K.H.G.-. ¿Tampoco le suena el nombre de Schiller?
-Sí, me suena -dijo el centinela, que comenzaba a sentirse incómodo.
-¿Y el nombre de Rilke?
-También -dijo el centinela alemán y se puso colorado como un tomate, y le descerrajó un tiró, sin más, al doctor K.H.G.
viernes, 26 de agosto de 2011
HARRISON: Hagan sitio
Nueva York posee una población de 35 millones de seres humanos. Viven hacinados en las casas, en los cementerios de coches que en otro tiempo fueron aparcamientos, en los viejos barcos anclados a orillas del Hudson, en los depósitos militares cerrados hace tiempo... y algunos ni siquiera tienen un techo donde guarecerse y viven simplemente en las calles. El petróleo se ha agotado, los vegetales se están agotando, la carne es un artículo de lujo, la gente vive a base de galletas y sucedáneos extraídos del mar, el agua está racionada, y cualquier accidente puede romper este precario equilibrio.
Harry HARRISON, Hagan sitio, hagan sitio, Acervo, Barcelona, 1976.
Harry HARRISON, Hagan sitio, hagan sitio, Acervo, Barcelona, 1976.
jueves, 25 de agosto de 2011
PIÑERA: Grafomanía
Todos los escritores –los grandes y los chupatintas– han sido citados a juicio en el desierto de Sahara. Por cientos de miles este ejército poderoso pisa las candentes arenas, tiende la oreja –la aguzada oreja– para escuchar la acusación. De pronto sale de una tienda un loro. Bien parado sobre sus patas infla las plumas del cuello y con voz cascada –es un loro bien viejo– dice:
–Estáis acusados del delito de grafomanía.
Y acto seguido vuelve a entrar en la tienda.
Un soplo helado corre entre los escritores. Todas las cabezas se unen; hay una breve deliberación. El más destacado de entre ellos sale de las filas.
–Por favor… –dice junto a la puerta de la tienda.
Al momento aparece el loro.
–Excelencia –dice el delegado–. Excelencia, en nombre de mis compañeros os pregunto: ¿Podremos seguir escribiendo?
–Pues claro –casi grita el loro–. Se entiende que seguirán escribiendo cuanto se les antoje.
Indescriptible júbilo. Labios resecos besan las arenas, abrazos fraternales, algunos hasta sacan lápiz y papel.
–Que esto quede grabado en letras de oro –dicen.
Pero el loro, volviendo a salir de la tienda, pronuncia la sentencia:
–Escribid cuanto queráis –y tose ligeramente–, pero no por ello dejaréis de estar acusados del delito de grafomanía.
–Estáis acusados del delito de grafomanía.
Y acto seguido vuelve a entrar en la tienda.
Un soplo helado corre entre los escritores. Todas las cabezas se unen; hay una breve deliberación. El más destacado de entre ellos sale de las filas.
–Por favor… –dice junto a la puerta de la tienda.
Al momento aparece el loro.
–Excelencia –dice el delegado–. Excelencia, en nombre de mis compañeros os pregunto: ¿Podremos seguir escribiendo?
–Pues claro –casi grita el loro–. Se entiende que seguirán escribiendo cuanto se les antoje.
Indescriptible júbilo. Labios resecos besan las arenas, abrazos fraternales, algunos hasta sacan lápiz y papel.
–Que esto quede grabado en letras de oro –dicen.
Pero el loro, volviendo a salir de la tienda, pronuncia la sentencia:
–Escribid cuanto queráis –y tose ligeramente–, pero no por ello dejaréis de estar acusados del delito de grafomanía.
miércoles, 24 de agosto de 2011
SÁNCHEZ y ZAWADZKA: Witold Gombrowicz
Con la ocupación alemana de Polonia, en plena madurez creativa, conoció esa tragedia tan común en el siglo XX: la de un escritor exiliado, sin acceso a sus lectores. Posteriormente, el país entró en la órbita soviética y los libros de Gombrowicz fueron condenados por su temática burguesa. No quiso o no pudo retornar al país después de 1945, nunca se planteó el regreso. Pero seguía siendo un escritor, escribía para los pocos periódicos polacos en Argentina. Hasta que un día, cuando Gombrowicz se encontraba en el Círculo polaco de Buenos Aires tomando un café, vio a alguien leyendo el semanario para el que había escrito un relato corto. Advirtió que aquel lector pasaba la página donde estaba su relato sin prestarle atención, que no le interesaba. Gombrowicz apuntó años después en su diario: “Le dedicó media hora a un artículo sobre el abigeato, la misteriosa desaparición de ovejas en Chubut, mientras que ni siquiera se preocupó por leer el título de mi relato. Comprendí que las preocupaciones de los emigrantes polacos eran muy distintas a las mías”. Gombrowicz renunció a la literatura, durante más de tres años no escribió una línea.
Probablemente, habría abandonado totalmente la escritura si no hubiera conocido en el café Rex al escritor cubano Virgilio Piñera que le animó y le ayudó a traducir al castellano Ferdydurke. Zbigniew Gołąbek señala que esa traducción salvó la carrera literaria de Gombrowicz; pronto comenzaría a trabajar en su tercera novela, Transatlántico.
Juan Pedro SÁNCHEZ ORTEGA, Marzena ZAWADZKA, Historia de la literatura polaca, Cátedra, Madrid, 2003.
Probablemente, habría abandonado totalmente la escritura si no hubiera conocido en el café Rex al escritor cubano Virgilio Piñera que le animó y le ayudó a traducir al castellano Ferdydurke. Zbigniew Gołąbek señala que esa traducción salvó la carrera literaria de Gombrowicz; pronto comenzaría a trabajar en su tercera novela, Transatlántico.
Juan Pedro SÁNCHEZ ORTEGA, Marzena ZAWADZKA, Historia de la literatura polaca, Cátedra, Madrid, 2003.
martes, 23 de agosto de 2011
MROŻEK: Revelado el misterio del poder
Mucho tiempo llevaba gobernando ya el Dictador, cuando finalmente se colmó el vaso. Al frente de un pueblo descontento se puso un joven y ambicioso General, comandante de un cuartel de provincias. A marchas forzadas, se plantó en la capital rodeando con sus tropas el palacio presidencial. La guardia personal del Dictador se defendió hasta el final, pero la victoria de la revolución estaba decidida. Tras un breve asedio, las tropas rebeldes acometieron y penetraron en el palacio. Mientras los últimos pretorianos eran degollados, el General, algunos oficiales y un corresponsal de la prensa extranjera se dirigieron al despacho privado del Dictador. Era un búnker subterráneo en el mismo corazón del palacio, la más secreta de todas las estancias secretas, rodeada de un nimbo de leyenda. Nadie había tenido acceso a ella, salvo el Dictador. Se decía que era allí donde se encontraba el Tesoro del Estado, además de todos los documentos importantes de política exterior e interior.
La puerta blindada estaba entreabierta. A la mesa, una enorme mesa de ébano con apliques dorados, en una silla imperial, estaba sentado el Dictador, con la frente apoyada en el tablero. Delante de él, en el escritorio totalmente despejado, yacían una pistola y una llave. Aparte de la mesa y la silla, el búnker no tenía más mobiliario; en cambio, desde el suelo hasta el techo, estaba repleto de cajas de cartón. Rajaron con bayonetas la primera que alcanzaron, y después, cada vez más impacientes, las siguientes, hasta la última. Sin embargo, todas contenían lo mismo: una cantidad inabarcable de ejemplares idénticos del pequeño Mickey Mouse realizado en plástico malo. Pilas, montañas y aludes de Mickey Mouse se desparramaron de las cajas de cartón rodeándolos por todas partes, de modo que se movían sumergidos en ellos hasta las rodillas.
—¡Impresionante! —exclamó el corresponsal extranjero—. Pondré un telegrama de inmediato: «¡Sensacional descubrimiento en el palacio presidencial!» O no, tengo un título mejor: «¡El misterio del poder, revelado!»
—Creo que no lo hará —dijo el General y, personalmente, mató al corresponsal de un balazo. Después cogió la llave de la mesa y, abandonando la habitación junto a sus subalternos, cerró la puerta desde fuera y se guardó la llave en el bolsillo. Hecho esto, ordenó que sus acompañantes fuesen inmediatamente fusilados, antes de que tuviesen tiempo de cruzar una palabra con nadie.
La alegría por la caída del Dictador fue generalizada. El General, aclamado por unanimidad Presidente de la República, asumió el gobierno. La prensa libre, que renació bajo su ilustre mandato, anunció el florecimiento de un Estado renovado, la llegada de una era de bienestar y de creciente protagonismo en los foros internacionales. Garantizarían este éxito unas riquezas desmedidas y unos documentos de suma importancia que habían sido encontrados en el palacio presidencial. Y es que, a partir de ahora, iban a servir no a una dictadura egoísta, sino al pueblo y a los intereses de toda una nación.
Sławomir MROŻEK, La mosca, Acantilado, Barcelona, 2005.
La puerta blindada estaba entreabierta. A la mesa, una enorme mesa de ébano con apliques dorados, en una silla imperial, estaba sentado el Dictador, con la frente apoyada en el tablero. Delante de él, en el escritorio totalmente despejado, yacían una pistola y una llave. Aparte de la mesa y la silla, el búnker no tenía más mobiliario; en cambio, desde el suelo hasta el techo, estaba repleto de cajas de cartón. Rajaron con bayonetas la primera que alcanzaron, y después, cada vez más impacientes, las siguientes, hasta la última. Sin embargo, todas contenían lo mismo: una cantidad inabarcable de ejemplares idénticos del pequeño Mickey Mouse realizado en plástico malo. Pilas, montañas y aludes de Mickey Mouse se desparramaron de las cajas de cartón rodeándolos por todas partes, de modo que se movían sumergidos en ellos hasta las rodillas.
—¡Impresionante! —exclamó el corresponsal extranjero—. Pondré un telegrama de inmediato: «¡Sensacional descubrimiento en el palacio presidencial!» O no, tengo un título mejor: «¡El misterio del poder, revelado!»
—Creo que no lo hará —dijo el General y, personalmente, mató al corresponsal de un balazo. Después cogió la llave de la mesa y, abandonando la habitación junto a sus subalternos, cerró la puerta desde fuera y se guardó la llave en el bolsillo. Hecho esto, ordenó que sus acompañantes fuesen inmediatamente fusilados, antes de que tuviesen tiempo de cruzar una palabra con nadie.
La alegría por la caída del Dictador fue generalizada. El General, aclamado por unanimidad Presidente de la República, asumió el gobierno. La prensa libre, que renació bajo su ilustre mandato, anunció el florecimiento de un Estado renovado, la llegada de una era de bienestar y de creciente protagonismo en los foros internacionales. Garantizarían este éxito unas riquezas desmedidas y unos documentos de suma importancia que habían sido encontrados en el palacio presidencial. Y es que, a partir de ahora, iban a servir no a una dictadura egoísta, sino al pueblo y a los intereses de toda una nación.
Sławomir MROŻEK, La mosca, Acantilado, Barcelona, 2005.
lunes, 22 de agosto de 2011
SABATO: Guardaron silencio
Sin embargo, se mantuvieron callados ante las atrocidades cometidas por el régimen soviético, torturas y asesinatos que, como suele suceder, se perpetraron en nombre de grandes palabras en favor de la humanidad. Camus tenía razón al decir que “siempre hay una filosofía para la falta de valor”. Ellos guardaron silencio cuando pudieron y debieron decir cosas sin temor a disentir, lo que es legítimo en reuniones pero indefendible en hechos que hacen al honor y a los valores por los que muchos, de manera horrenda y despiadada, perdieron su vida. No hay dictaduras malas y dictaduras buenas, todas son igualmente abominables, como tampoco hay torturas atroces y torturas beneficiosas. Y la lucha contra el capitalismo no debería haberles impedido el repudio de los actos que atentaban contra la dignidad de la criatura humana, cualquiera haya sido el nombre de la ideología que pretendía justificarlos.
Ernesto SABATO, Antes del fin, Seix Barral, Barcelona, 1998.
Ernesto SABATO, Antes del fin, Seix Barral, Barcelona, 1998.
domingo, 21 de agosto de 2011
MROŻEK: El Nobel
Vino a encontrarse con el público un dramaturgo laureado con el Premio Nobel. Era un gran honor, porque aquel dramaturgo era grande, y nuestra ciudad, pequeña. Así que hubo muchos discursos y una orquesta para recibirlo, y después una comida oficial en una sala decorada con flores.
Durante la comida, el premiado sintió la necesidad de alejarse al excusado y salió. Pero, como pasaba ya mucho rato y no volvía, el alcalde, finalmente, se dirigió en persona para ver si por casualidad el premiado se sentía indispuesto.
En el pasillo se encontró con la señora de la limpieza y el dramaturgo.
—¡No pienso dejarle entrar! —exclamó la señora de la limpieza al alcalde—. Que no tiene suelto pa pagar.
—Pero abuela, ¡si él tiene el Nobel!
—Eso acaba de decirme él mismo. Si no, yo le hubiera dejao pasar incluso sin pagar, aunque fuera sólo por lástima, que es un hombre mayor... ¡Pero como va y me confiesa que tiene esa enfermedá, ya no le dejo por na del mundo! ¡Para que me contagie a tos los clientes! Si tiene el Nobel, que vaya a tratárselo y que no venga a retretes decentes.
No había quien pudiera con la señora de la limpieza y el premiado tuvo que salir a la esquina. Dijo que no le importaba, pero a mí me da que estaba ofendido.
Después de que se marchase, despidieron a la señora de la limpieza. Ahora en el retrete trabaja un joven con título universitario, alguien culto que sabe lo que es un Nobel. Pero a saber si alguna vez más vendrá a la ciudad otro Nobel.
Sławomir MROŻEK, La mosca, Acantilado, Barcelona, 2005.
Durante la comida, el premiado sintió la necesidad de alejarse al excusado y salió. Pero, como pasaba ya mucho rato y no volvía, el alcalde, finalmente, se dirigió en persona para ver si por casualidad el premiado se sentía indispuesto.
En el pasillo se encontró con la señora de la limpieza y el dramaturgo.
—¡No pienso dejarle entrar! —exclamó la señora de la limpieza al alcalde—. Que no tiene suelto pa pagar.
—Pero abuela, ¡si él tiene el Nobel!
—Eso acaba de decirme él mismo. Si no, yo le hubiera dejao pasar incluso sin pagar, aunque fuera sólo por lástima, que es un hombre mayor... ¡Pero como va y me confiesa que tiene esa enfermedá, ya no le dejo por na del mundo! ¡Para que me contagie a tos los clientes! Si tiene el Nobel, que vaya a tratárselo y que no venga a retretes decentes.
No había quien pudiera con la señora de la limpieza y el premiado tuvo que salir a la esquina. Dijo que no le importaba, pero a mí me da que estaba ofendido.
Después de que se marchase, despidieron a la señora de la limpieza. Ahora en el retrete trabaja un joven con título universitario, alguien culto que sabe lo que es un Nobel. Pero a saber si alguna vez más vendrá a la ciudad otro Nobel.
Sławomir MROŻEK, La mosca, Acantilado, Barcelona, 2005.
sábado, 20 de agosto de 2011
MROŻEK: El monumento al soldado desconocido
Hay en nuestra ciudad un monumento al soldado desconocido, erigido en memoria de los combatientes que cayeron bajo el plomo de la tiranía, durante la revolución de 1905. La gente de la localidad levantó un modesto túmulo, sobre el que medio siglo más tarde se construyó un pedestal de mármol con la inscripción: “Gloria eterna”. Sobre el pedestal se colocó la estatua de un joven en el acto de romper las cadenas. La ceremonia de 1955 fue memorable. Muchos oradores, muchas flores, muchísimas coronas.
Algún tiempo después, ocho alumnos del liceo local decidieron rendir un homenaje al revolucionario. El maestro de historia los había logrado conmover de tal modo en el transcurso de una lección, que decidieron hacer una colecta y comprar una corona de flores. Luego formaron un pequeño cortejo y se dirigieron al monumento.
Apenas habían doblado la primera esquina, cuando encontraron a un hombrecillo enfundado en un abrigo azul. Este los observó durante unos momentos y luego se decidió a seguirlos a cierta distancia. Atravesaron la plaza vieja. La gente no reparaba en ellos. Un cortejo, como bien se sabe, es algo habitual. En la plaza vieja no habita nadie, hay pocos edificios. Sólo la iglesia de San Juan, un viejo caserón adaptado para oficinas y un museo.
Cuando se detuvieron frente al monumento, el hombre del abrigo azul se les acercó rápidamente y les dijo:
–¡Salud! ¡Una pequeña ceremonia conmemorativa, por lo que veo! ¡Magnífico! Pero con tanto quehacer he olvidado el aniversario que hoy se celebra...
–No se trata de ningún aniversario –respondió uno de los alumnos–. Hemos venido así nada más, sin que se trate de una ocasión especial.
–¿Qué significa eso de “así nada más”? –preguntó el desconocido, irguiendo la cabeza y frunciendo nerviosamente la nariz–. ¿Qué significa “así nada más”?
–Conmemoramos al revolucionario caído en la lucha por la liberación de la clase obrera.
–¡Ah! Ya comprendo. ¿Pertenecen ustedes a la célula del barrio?
–No, venimos de la escuela.
–No entiendo. ¿Es decir, que ninguno es miembro de la célula?
–No.
El hombre se quedó pensativo durante unos minutos.
–¿Se trata, pues, de una disposición del director?
–No; estamos aquí por iniciativa propia.
El desconocido no dijo nada, y partió. Los jóvenes estaban colocando la corona, cuando uno de ellos exclamó:
–Aquí viene de nuevo.
Y en efecto, volvió a aparecer el hombre del abrigo azul, se detuvo a unos metros y preguntó:
–¿Quizás se trata del mes para un “Mejor Conocimiento de los Revolucionarios Desconocidos”?
–¡No! –gritaron a coro–. Es una iniciativa personal.
El hombre volvió a partir. Colocada la corona, los jóvenes se disponían a regresar a sus casas cuando lo vieron una vez más, ahora acompañado de un policía.
–Sus documentos, por favor –dijo el policía, dirigiéndose a los estudiantes.
Le extendieron las credenciales. El policía las examinó y dijo:
–Todo en orden. Gracias.
–¿Cómo que todo en orden? –exclamó el hombre del abrigo azul, y preguntó a los alumnos–: ¿quién les ordenó colocar la corona?
–Nadie.
–¡Ajá! ¿Así que lo admiten? –gritó–. ¿Admiten que para organizar esta ceremonia en honor del Revolucionario Desconocido no los ha movilizado ni el director del liceo, ni la Dirección de la Juventud Socialista, ni el Comité del Barrio, ni el de la ciudad, ni el provincial?
–Sí, señor.
–¿Admiten que esta ceremonia no estaba prevista por la Unión de Mujeres ni por la Sociedad de Amigos de 1905?
–No, no lo estaba.
–¿Qué no se trata de un aniversario, ni de un mes dedicado a celebrar alguna cosa?
–Así es.
–¿Que no poseen una circular del partido? ¿Que todo lo han hecho por su propia iniciativa?
–Por nuestra propia iniciativa.
El hombre se enjugó el sudor de la frente.
–Sargento –dijo–, usted sabe quién soy yo; le ordeno, pues, retirar inmediatamente esa corona, y ustedes, ¡circulen!
Los jóvenes se retiraron en silencio, seguidos por el policía, con la corona a la espalda. Frente al monumento permanecía sólo el agente del abrigo azul... Escudriñaba la estatua con ojos suspicaces y miraba cautelosamente a su rededor.
Comenzó a llover. Pequeñas gotas cayeron sobre el abrigo azul y sobre la capa de mármol del revolucionario. La atmósfera se volvió obscura y tétrica. Las gotas resbalaban lentamente por el rostro de la estatua, se detenían en las orejas de piedra, brillaban en las pupilas de granito.
Y allí estaban, uno frente al otro, el monumento y el hombre del abrigo azul.
Sergio PITOL, Antología del cuento polaco contemporáneo, Ediciones Era, México, 1967.
Algún tiempo después, ocho alumnos del liceo local decidieron rendir un homenaje al revolucionario. El maestro de historia los había logrado conmover de tal modo en el transcurso de una lección, que decidieron hacer una colecta y comprar una corona de flores. Luego formaron un pequeño cortejo y se dirigieron al monumento.
Apenas habían doblado la primera esquina, cuando encontraron a un hombrecillo enfundado en un abrigo azul. Este los observó durante unos momentos y luego se decidió a seguirlos a cierta distancia. Atravesaron la plaza vieja. La gente no reparaba en ellos. Un cortejo, como bien se sabe, es algo habitual. En la plaza vieja no habita nadie, hay pocos edificios. Sólo la iglesia de San Juan, un viejo caserón adaptado para oficinas y un museo.
Cuando se detuvieron frente al monumento, el hombre del abrigo azul se les acercó rápidamente y les dijo:
–¡Salud! ¡Una pequeña ceremonia conmemorativa, por lo que veo! ¡Magnífico! Pero con tanto quehacer he olvidado el aniversario que hoy se celebra...
–No se trata de ningún aniversario –respondió uno de los alumnos–. Hemos venido así nada más, sin que se trate de una ocasión especial.
–¿Qué significa eso de “así nada más”? –preguntó el desconocido, irguiendo la cabeza y frunciendo nerviosamente la nariz–. ¿Qué significa “así nada más”?
–Conmemoramos al revolucionario caído en la lucha por la liberación de la clase obrera.
–¡Ah! Ya comprendo. ¿Pertenecen ustedes a la célula del barrio?
–No, venimos de la escuela.
–No entiendo. ¿Es decir, que ninguno es miembro de la célula?
–No.
El hombre se quedó pensativo durante unos minutos.
–¿Se trata, pues, de una disposición del director?
–No; estamos aquí por iniciativa propia.
El desconocido no dijo nada, y partió. Los jóvenes estaban colocando la corona, cuando uno de ellos exclamó:
–Aquí viene de nuevo.
Y en efecto, volvió a aparecer el hombre del abrigo azul, se detuvo a unos metros y preguntó:
–¿Quizás se trata del mes para un “Mejor Conocimiento de los Revolucionarios Desconocidos”?
–¡No! –gritaron a coro–. Es una iniciativa personal.
El hombre volvió a partir. Colocada la corona, los jóvenes se disponían a regresar a sus casas cuando lo vieron una vez más, ahora acompañado de un policía.
–Sus documentos, por favor –dijo el policía, dirigiéndose a los estudiantes.
Le extendieron las credenciales. El policía las examinó y dijo:
–Todo en orden. Gracias.
–¿Cómo que todo en orden? –exclamó el hombre del abrigo azul, y preguntó a los alumnos–: ¿quién les ordenó colocar la corona?
–Nadie.
–¡Ajá! ¿Así que lo admiten? –gritó–. ¿Admiten que para organizar esta ceremonia en honor del Revolucionario Desconocido no los ha movilizado ni el director del liceo, ni la Dirección de la Juventud Socialista, ni el Comité del Barrio, ni el de la ciudad, ni el provincial?
–Sí, señor.
–¿Admiten que esta ceremonia no estaba prevista por la Unión de Mujeres ni por la Sociedad de Amigos de 1905?
–No, no lo estaba.
–¿Qué no se trata de un aniversario, ni de un mes dedicado a celebrar alguna cosa?
–Así es.
–¿Que no poseen una circular del partido? ¿Que todo lo han hecho por su propia iniciativa?
–Por nuestra propia iniciativa.
El hombre se enjugó el sudor de la frente.
–Sargento –dijo–, usted sabe quién soy yo; le ordeno, pues, retirar inmediatamente esa corona, y ustedes, ¡circulen!
Los jóvenes se retiraron en silencio, seguidos por el policía, con la corona a la espalda. Frente al monumento permanecía sólo el agente del abrigo azul... Escudriñaba la estatua con ojos suspicaces y miraba cautelosamente a su rededor.
Comenzó a llover. Pequeñas gotas cayeron sobre el abrigo azul y sobre la capa de mármol del revolucionario. La atmósfera se volvió obscura y tétrica. Las gotas resbalaban lentamente por el rostro de la estatua, se detenían en las orejas de piedra, brillaban en las pupilas de granito.
Y allí estaban, uno frente al otro, el monumento y el hombre del abrigo azul.
Sergio PITOL, Antología del cuento polaco contemporáneo, Ediciones Era, México, 1967.
viernes, 19 de agosto de 2011
MAUPASSANT: Una pequeña aventura de amor
El almirante de La Vallée, que parecía amodorrado en su sillón, pronunció con su voz viejecita: "También yo tuve, sí, una pequeña aventura de amor, muy singular. ¿Quieren que se la cuente?"
Y habló, sin moverse, hundido en su ancho asiento conservando en sus labios la sonrisa arrugada que jamás lo abandonaba, esa sonrisa volteriana que le hacía pasar por un terrible escéptico.
Guy de MAUPASSANT, La vendetta y otros cuentos de horror, Alianza, Madrid, 2006.
Y habló, sin moverse, hundido en su ancho asiento conservando en sus labios la sonrisa arrugada que jamás lo abandonaba, esa sonrisa volteriana que le hacía pasar por un terrible escéptico.
Guy de MAUPASSANT, La vendetta y otros cuentos de horror, Alianza, Madrid, 2006.
jueves, 18 de agosto de 2011
SÁNCHEZ y ZAWADZKA: Tomasz Zan
En una carta, que dio a conocer el crítico Spiczyński, criticaba el hecho de que los escritores polacos únicamente pretendieran imitar las modas y los géneros literarios que triunfaban en el extranjero. Zan abogaba por la creación de una tradición literaria nacional, por la aparición de nuevos géneros exclusivamente polacos, por una cultura polaca que permitiera la futura restauración del país. En los últimos años de su vida criticó duramente a los literatos polacos que sólo leían obras francesas e inglesas y condenó a los devoradores de novelas rusas. La mayor parte de la poesía que escribió en su exilio siberiano fue destruida.
Juan Pedro SÁNCHEZ ORTEGA, Marzena ZAWADZKA, Historia de la literatura polaca, Cátedra, Madrid, 2003.
Juan Pedro SÁNCHEZ ORTEGA, Marzena ZAWADZKA, Historia de la literatura polaca, Cátedra, Madrid, 2003.
miércoles, 17 de agosto de 2011
BOLAÑO: El baile
En la terraza del bar sólo bailan tres niñas. Dos son delgadas y tienen el pelo largo. La otra es gorda, lleva el pelo más corto y es subnormal... El tipo al que perseguía Colan Yar se esfumó como mosquito en invierno... A propósito, supongo que en invierno sólo quedan los huevos de los mosquitos... Tres niñas felices y diligentes... 7 de agosto de 1980... El tipo abrió la puerta de su cuarto, encendió la luz... Tenía el rostro desencajado... Apagó la luz... No temas, aunque sólo pueda contarte estas historias tristes, no temas...
Roberto BOLAÑO, Amberes, Anagrama, Barcelona, 1988.
Roberto BOLAÑO, Amberes, Anagrama, Barcelona, 1988.
martes, 16 de agosto de 2011
MROŻEK: El muñeco de nieve
Hicieron rodar nieve hasta obtener una bola muy grande: eso era la barriga. Luego, otra más pequeña: era el pecho y los hombros. Por fin formaron otra aún más pequeña: la cabeza. Con unos tizos de carbón fingieron los botones del hombre de nieve, de tal modo que estuviera abrochado desde arriba hasta abajo, y le colocaron una zanahoria por nariz. En fin, un muñeco de nieve normal y corriente, como cualquiera de los que cada invierno hacen los niños a millares por todo el país, si es que las nevadas lo permiten. A los niños les hizo ilusión y estaban felices.
Varias personas que pasaron por allí ojearon al hombre de nieve y luego siguieron su camino, y la administración pública siguió administrando como si tal cosa.
El padre se alegró de que sus hijos retozaran al aire libre, de que se les pusieran encarnados los cachetes y de que luego volvieran con hambre a casa.
Pero a la noche, cuando todos estaban ya recogidos, alguien llamó a la puerta. Era el vendedor de prensa que tenía su quiosco en la plaza del mercado. Se excusó por venir tan tarde a dar la lata, pero dijo que consideraba un deber hablar cuatro palabras sinceras con el padre. Claro que los niños eran todavía muy chicos, admitió. Pero ya había que andar con cuidado con ellos, o de lo contrario no acabarían bien. Sólo por eso había venido, por otra cosa no lo hubiera hecho; lo único que le importaba era el bien de todos los niños, dijo; la educación infantil era una cosa que le preocupaba mucho. Y detalló que el motivo concreto de su visita era la nariz de zanahorias que estos niños le habían puesto al hombre de nieve; era una nariz colorada, y él, el vendedor, también tenía la nariz de ese color, y no porque bebiera más aguardiente de la cuenta, sino porque una vez se le heló. Una desgracia, no algo como para burlarse de él a la vista de todo el mundo. Aclaró por fin que había ido a pedir que no volviera a ocurrir, claro que, como ya había dicho antes, sólo en bien de su educación.
Tales observaciones impresionaron al padre bastante. Como es natural, los niños no deben meterse con nadie, por colorada que tenga la nariz y por mucho que eso les llame la atención. De modo que reunió a los chicos y, poniéndose serio, les dijo señalando al hombre del quiosco:
—¿De verdad que le habéis puesto esa nariz al muñeco para burlaros de este señor?
Los niños se asombraron sinceramente y, de momento, no entendieron de qué les estaban hablando. Cuando por fin cayeron en la cuenta, aseguraron muy formalmente que jamás les había pasado eso por la cabeza. Pero, por si las moscas, el padre los castigó y los dejó sin cenar.
El vendedor de prensa le dio las gracias y se fue. Al llegar a la puerta del piso, se cruzó con el presidente del Sindicato Comunal, quien saludó en seguida al dueño de la casa, satisfechísimo de recibir bajo su techo a tan importante personaje. Mas cuando el señor presidente vio a los niños, frunció el ceño y dijo malhumoradamente:
—Caramba, me alegra ver a estos pillastres. Tendrían ustedes que atarlos más cortos, ¡tan chicos y ya tan descarados! ¿Pues no miro hoy a la plaza por una ventana de nuestras oficinas y veo...? Pues estaban haciendo tranquilamente un hombre de nieve.
—Ah, sí, la nariz y el ven... —le interrumpió el padre.
—¡A mí qué me importa la nariz! Figúrese: primero hacen una bola, luego otra y luego una tercera. Ponen la segunda encima de la primera, y la tercera encima de la segunda. ¿No es para indignarse?
Como el padre no entendía qué quería decir, el señor presidente se enfadó todavía más.
—¡Pero si está clarísimo! Quieren dar a entender que en nuestro Sindicato Comunal se sienta un ladrón encima de otro. ¡Y eso es una calumnia! Hasta cuando se pretende publicar en los periódicos una cosa así, hay que presentar pruebas, y no digamos ya si se toca el asunto públicamente, nada menos que en la plaza del mercado.
Agregó, sin embargo, que, dadas la poca edad y la inexperiencia de los niños, estaba dispuesto esa vez a dejarlo pasar; no iba a exigir explicaciones. Pero, eso sí, la cosa no podía repetirse.
Andrzej NOWAK (ed.), Pequeña Polonia, El Olivo, Jaén, 2011.
Varias personas que pasaron por allí ojearon al hombre de nieve y luego siguieron su camino, y la administración pública siguió administrando como si tal cosa.
El padre se alegró de que sus hijos retozaran al aire libre, de que se les pusieran encarnados los cachetes y de que luego volvieran con hambre a casa.
Pero a la noche, cuando todos estaban ya recogidos, alguien llamó a la puerta. Era el vendedor de prensa que tenía su quiosco en la plaza del mercado. Se excusó por venir tan tarde a dar la lata, pero dijo que consideraba un deber hablar cuatro palabras sinceras con el padre. Claro que los niños eran todavía muy chicos, admitió. Pero ya había que andar con cuidado con ellos, o de lo contrario no acabarían bien. Sólo por eso había venido, por otra cosa no lo hubiera hecho; lo único que le importaba era el bien de todos los niños, dijo; la educación infantil era una cosa que le preocupaba mucho. Y detalló que el motivo concreto de su visita era la nariz de zanahorias que estos niños le habían puesto al hombre de nieve; era una nariz colorada, y él, el vendedor, también tenía la nariz de ese color, y no porque bebiera más aguardiente de la cuenta, sino porque una vez se le heló. Una desgracia, no algo como para burlarse de él a la vista de todo el mundo. Aclaró por fin que había ido a pedir que no volviera a ocurrir, claro que, como ya había dicho antes, sólo en bien de su educación.
Tales observaciones impresionaron al padre bastante. Como es natural, los niños no deben meterse con nadie, por colorada que tenga la nariz y por mucho que eso les llame la atención. De modo que reunió a los chicos y, poniéndose serio, les dijo señalando al hombre del quiosco:
—¿De verdad que le habéis puesto esa nariz al muñeco para burlaros de este señor?
Los niños se asombraron sinceramente y, de momento, no entendieron de qué les estaban hablando. Cuando por fin cayeron en la cuenta, aseguraron muy formalmente que jamás les había pasado eso por la cabeza. Pero, por si las moscas, el padre los castigó y los dejó sin cenar.
El vendedor de prensa le dio las gracias y se fue. Al llegar a la puerta del piso, se cruzó con el presidente del Sindicato Comunal, quien saludó en seguida al dueño de la casa, satisfechísimo de recibir bajo su techo a tan importante personaje. Mas cuando el señor presidente vio a los niños, frunció el ceño y dijo malhumoradamente:
—Caramba, me alegra ver a estos pillastres. Tendrían ustedes que atarlos más cortos, ¡tan chicos y ya tan descarados! ¿Pues no miro hoy a la plaza por una ventana de nuestras oficinas y veo...? Pues estaban haciendo tranquilamente un hombre de nieve.
—Ah, sí, la nariz y el ven... —le interrumpió el padre.
—¡A mí qué me importa la nariz! Figúrese: primero hacen una bola, luego otra y luego una tercera. Ponen la segunda encima de la primera, y la tercera encima de la segunda. ¿No es para indignarse?
Como el padre no entendía qué quería decir, el señor presidente se enfadó todavía más.
—¡Pero si está clarísimo! Quieren dar a entender que en nuestro Sindicato Comunal se sienta un ladrón encima de otro. ¡Y eso es una calumnia! Hasta cuando se pretende publicar en los periódicos una cosa así, hay que presentar pruebas, y no digamos ya si se toca el asunto públicamente, nada menos que en la plaza del mercado.
Agregó, sin embargo, que, dadas la poca edad y la inexperiencia de los niños, estaba dispuesto esa vez a dejarlo pasar; no iba a exigir explicaciones. Pero, eso sí, la cosa no podía repetirse.
Andrzej NOWAK (ed.), Pequeña Polonia, El Olivo, Jaén, 2011.
lunes, 15 de agosto de 2011
BORGES: Aquel muerto que había vuelto a vivir
La Saga de Grettir incluye el episodio de Glam.
Glam era un malvado pastor de ovejas que se negó a ayunar la víspera de Navidad. En las sierras hallaron su cadáver, "hinchado como un buey y azul como la muerte". No se supo qué lo mató, pero empezó a rondar la casa, a cabalgar sobre los tejados, a patear las paredes y a matar a los animales.
Una noche, Grettir lo esperó y combatió con él. Rompieron cuantos muebles había y salieron peleando al campo. Grettir tenía una espada corta, sacada de una tumba, y pudo matar a aquel muerto que había vuelto a vivir. La luna iluminaba sus ojos terribles y Grettir los vio y desde entonces tuvo miedo de la oscuridad y no se atrevió a salir solo.
Jorge Luis BORGES, María Esther VÁZQUEZ, Literaturas germánicas medievales, Alianza, Madrid, 1999.
Glam era un malvado pastor de ovejas que se negó a ayunar la víspera de Navidad. En las sierras hallaron su cadáver, "hinchado como un buey y azul como la muerte". No se supo qué lo mató, pero empezó a rondar la casa, a cabalgar sobre los tejados, a patear las paredes y a matar a los animales.
Una noche, Grettir lo esperó y combatió con él. Rompieron cuantos muebles había y salieron peleando al campo. Grettir tenía una espada corta, sacada de una tumba, y pudo matar a aquel muerto que había vuelto a vivir. La luna iluminaba sus ojos terribles y Grettir los vio y desde entonces tuvo miedo de la oscuridad y no se atrevió a salir solo.
Jorge Luis BORGES, María Esther VÁZQUEZ, Literaturas germánicas medievales, Alianza, Madrid, 1999.
BLASCO IBÁÑEZ: Los jinetes errabundos
El gobierno previsor de Buenos Aires no toleraba que los pueblos surgidos en el desierto tuviesen calles de menos de veinte metros de anchura. ¡Quién podía adivinar si serían algún día grandes ciudades! Y mientras llegaba esto, las viviendas bajas y de un solo piso permanecían separadas de las de enfrente por un espacio enorme que barrían en línea recta los huracanes glaciales o entoldaban con su niebla las columnas de polvo. Unas veces el sol hacía arder el suelo, levantando ante el paso del transeúnte nubes rumorosas de moscas; otras, los charcos de las rarísimas lluvias obligaban a los habitantes a marchar con agua hasta la rodilla para ver al vecino de enfrente.
De noche, toda la vida del antiguo campamento parecía reconcentrarse en el boliche. Su doble puerta extendía sobre el suelo dos rectángulos rojos, que eran la iluminación más fuerte del pueblo.
Los parroquianos venerables bebían de pie junto al mostrador, un español tocaba el acordeón y otros trabajadores europeos bailaban con las mestizas valses y polcas. Abundaban los chilenos, venidos del otro lado de la Cordillera, para escapar después de unos cuantos días de trabajo, arrastrados por su eterna manía ambulatoria. Eran gentes inquietantes por la facilidad con que tiraban del cuchillo, sin dejar por eso de sonreír y hablar melosamente. En otro grupo estaban los hombres del país, con barbas, poncho y grandes espuelas, jinetes errabundos que nadie sabía de qué vivían ni tampoco dónde eran nacidos. Imitaban á los antiguos gauchos, llevando el ancho cinturón de cuero adornado con arabescos de monedas de plata, que les servía para guardar sus armas.
Todos estos americanos aceptaban con despectivo silencio el acordeón y los bailes de gallegos y de gringos, hasta que al fin cualquiera de su clase reclamaba a gritos los bailes de la tierra. Esta exigencia, hecha con tono amenazador, obligaba a retirarse a las parejas que danzaban agarradas, a estilo europeo. Unas veces era el pericón o el gato, antiguos bailes argentinos, lo que danzaban los hijos del país; pero las más de las noches la cueca chilena enardecía horas enteras, con su palmoteo y sus gritos, al público del boliche.
Vicente BLASCO IBÁÑEZ, La tierra de todos.
De noche, toda la vida del antiguo campamento parecía reconcentrarse en el boliche. Su doble puerta extendía sobre el suelo dos rectángulos rojos, que eran la iluminación más fuerte del pueblo.
Los parroquianos venerables bebían de pie junto al mostrador, un español tocaba el acordeón y otros trabajadores europeos bailaban con las mestizas valses y polcas. Abundaban los chilenos, venidos del otro lado de la Cordillera, para escapar después de unos cuantos días de trabajo, arrastrados por su eterna manía ambulatoria. Eran gentes inquietantes por la facilidad con que tiraban del cuchillo, sin dejar por eso de sonreír y hablar melosamente. En otro grupo estaban los hombres del país, con barbas, poncho y grandes espuelas, jinetes errabundos que nadie sabía de qué vivían ni tampoco dónde eran nacidos. Imitaban á los antiguos gauchos, llevando el ancho cinturón de cuero adornado con arabescos de monedas de plata, que les servía para guardar sus armas.
Todos estos americanos aceptaban con despectivo silencio el acordeón y los bailes de gallegos y de gringos, hasta que al fin cualquiera de su clase reclamaba a gritos los bailes de la tierra. Esta exigencia, hecha con tono amenazador, obligaba a retirarse a las parejas que danzaban agarradas, a estilo europeo. Unas veces era el pericón o el gato, antiguos bailes argentinos, lo que danzaban los hijos del país; pero las más de las noches la cueca chilena enardecía horas enteras, con su palmoteo y sus gritos, al público del boliche.
Vicente BLASCO IBÁÑEZ, La tierra de todos.
domingo, 14 de agosto de 2011
ANDERSON IMBERT: El suicida
Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.
Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.
¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.
Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.
Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez.
Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.
Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.
Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.
¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.
Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.
Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez.
Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.
Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.
sábado, 13 de agosto de 2011
DENEVI: Currículum vitae
A menudo, un dictador es un revolucionario que hizo carrera. A menudo, un revolucionario es un burgués que no la hizo.
BORGES: Literatura polaca
Yo no sé nada de literatura polaca, y sin embargo, estoy seguro de que si supiera encontraría en esa literatura lo que encuentro en otras.
María Esther VÁZQUEZ, Borges, sus días y su tiempo, Suma de Letras, Madrid, 2001.
María Esther VÁZQUEZ, Borges, sus días y su tiempo, Suma de Letras, Madrid, 2001.
viernes, 12 de agosto de 2011
ALLENDE FERNÁNDEZ: No pienso sentar nunca la cabeza
Cumplir 40 tacos es un shock para mucha gente. Para algunos es el comienzo del camino hacia la senectud. Para otros es cuando empieza lo bueno. Mis padres cuando los cumplieron eran personas mayores, tenían hijos, un trabajo, coche. Fijaos, una sola generación y cómo ha cambiado todo. ¡Cuánto me alegro de que así sea! Hoy tener 40 tacos no se parece en nada a los 40 de nuestros padres. Existe un velo transparente que cuando te lo pones te conviertes en un carroza. Ese velo hoy en día te lo pones si te da la gana. Puedes seguir la corriente y convertirte en un clon de tu padre, o vivir tu propia vida con tus reglas. Puedes tener esposa, hijos, un trabajo, coche, y una bonita hipoteca. O puedes pasar de todo e ir a tu bola, pasando de lo que digan los demás. Muchos hacen lo que han visto hacer en otros, y nunca se preguntan por qué. Sus padres se casaron y tuvieron hijos; pues bien, hay que hacer eso, y no preguntes por qué. No veo en la tele debates sobre si es bueno traer a unos cuantos vastagos a la tierra; es algo que se da por hecho. Tampoco veo programas donde expliquen los pros y contras de tener esposa. De lo fundamental poco se trata; todo se queda en la superficie, en ruido y alboroto.
Ignacio ALLENDE FERNÁNDEZ, 02/06/2009.
Ignacio ALLENDE FERNÁNDEZ, 02/06/2009.
RODRÍGUEZ JIMÉNEZ: El dios encadenado
Por aquí, señores: no me van a tratar de embustero. Voy a enseñarles algo maravilloso, algo que ni los Cornelios ni el mismo Graco podrían mostrarles. Vamos, síganme. Tengan cuidado con el escalón. ¿Dónde está ese maldito galo? Trae un hachón, rápido. Vengan. Miren. ¿No es asombroso? ¿Lo ven? ¡Un dios, un dios encadenado!
No tiene precio. ¿Cuánto puede costar un dios? ¿Veinte denarios? ¿Sesenta? ¿Doscientos? ¿Cuarenta mil? Los hijos de Marcio Rufo no sabían qué hacer con él. Su padre lo había capturado durante la guerra púnica, uno más entre miles de cautivos. Ya saben: las ciudades que se unieron a Roma conservaron su libertad; las otras, las que se mantuvieron fieles a los acuerdos con Cartago, fueron destruidas. Cuando Marcio Rufo murió, sus hijos decidieron vender al dios esclavo. Me costó… Ya no lo recuerdo. ¿Cuánto fue? Marcela me reconvino, me dijo que había traído la maldición a nuestra familia. Pobre Marcela. Me pareció barato entonces, pues se trataba de un dios.
Sí, los iberos tenían otros dioses, decenas, decenas de dioses, pero no sé qué pasó con ellos. Quizá se ocultaron en los montes, cerca de sus santuarios, o en los espesos bosques de encinas de su país. No lo sé. Eh, tú, trae más vino; nuestras copas están vacías. Algunos dioses iberos tenían la capacidad de adoptar la forma de animales, se transformaban en caballos, en leones. Seguro que siguen vagando por el mundo. Este dios era adorado en un templo que había cerca de Cástulo; Marcio lo capturó en la campaña del cuarto año de guerra. Pudo huir, como los otros dioses, pero se dejó apresar.
Cuando lo compré, no sabía qué hacer con él. ¿Para qué sirve un dios? ¿Sería buen luchador? En fin, señores, después de todo no se le puede matar, es inmortal. Lo llevé a un lanista, que me prometió entrenarle bien, enseñarle a manejar la lanza y a blandir la espada. Pero no se defendía cuando le atacaban. Herirle era tan fácil como herir a una hormiga. Prueben si quieren; allí hay una espada.
Aquello me encolerizó, por lo que lo destiné a las canteras. Él se negó a coger el pico, y no le preocupaban los latigazos del capataz. Avisa a Hipólito para que esté preparado, y trae más vino. El látigo le hace sangrar, desde luego, pero sus heridas sanan pronto y, si se fijan, no hay cicatriz alguna en su cuerpo. Azotarle es como azotar una piedra.
¿Huelen? Sí, es él. Huele a espliego. Casi siempre huele así; por eso lo tengo en la casa. Algunas veces hiede, apesta a agua estancada; supongo que es cuando se vuelve melancólico. Pero normalmente resulta agradable tenerle cerca y no es como los perros ni los otros esclavos: no defeca ni orina. Tampoco habla; nunca le he escuchado emitir el menor sonido; es un dios mudo.
Ni siquiera sé su nombre. No sé el nombre que se da a sí mismo ni el nombre que le daban los iberos. Los siervos oretanos que compré a los hijos de Marcio Rufo nunca me dijeron el nombre de su dios. Le odian, le reprochan la derrota y la destrucción de sus ciudades. A veces les he sorprendido arrojándole excrementos.
Ahora lo tengo así, encadenado, porque no sirve para nada, quizá sólo para mostrárselo a mis invitados. Acaso haya vivido ya miles de años y vivirá otros mil más. Tal vez espera que los hombres vuelvan a adorarle. A veces, cuando lo contemplo, pienso en nuestros dioses: ¿les ocurrirá lo mismo? ¿Caerá Roma derrotada y serán encadenados? ¿Perderán su poder porque ya no hay nadie que les adore? Sí, terribles reflexiones, señores. Mejor pensar en lo que queda de noche. Venga, regresemos al triclinio. Mi cocinero griego nos ha preparado un pastel sabroso, exquisito. ¿Les ha sorprendido? ¿No me dirán que esperaban ver esta noche a un dios encadenado?
Julián RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, Libretas, Editoral Almotacén, Córdoba, 2011.
No tiene precio. ¿Cuánto puede costar un dios? ¿Veinte denarios? ¿Sesenta? ¿Doscientos? ¿Cuarenta mil? Los hijos de Marcio Rufo no sabían qué hacer con él. Su padre lo había capturado durante la guerra púnica, uno más entre miles de cautivos. Ya saben: las ciudades que se unieron a Roma conservaron su libertad; las otras, las que se mantuvieron fieles a los acuerdos con Cartago, fueron destruidas. Cuando Marcio Rufo murió, sus hijos decidieron vender al dios esclavo. Me costó… Ya no lo recuerdo. ¿Cuánto fue? Marcela me reconvino, me dijo que había traído la maldición a nuestra familia. Pobre Marcela. Me pareció barato entonces, pues se trataba de un dios.
Sí, los iberos tenían otros dioses, decenas, decenas de dioses, pero no sé qué pasó con ellos. Quizá se ocultaron en los montes, cerca de sus santuarios, o en los espesos bosques de encinas de su país. No lo sé. Eh, tú, trae más vino; nuestras copas están vacías. Algunos dioses iberos tenían la capacidad de adoptar la forma de animales, se transformaban en caballos, en leones. Seguro que siguen vagando por el mundo. Este dios era adorado en un templo que había cerca de Cástulo; Marcio lo capturó en la campaña del cuarto año de guerra. Pudo huir, como los otros dioses, pero se dejó apresar.
Cuando lo compré, no sabía qué hacer con él. ¿Para qué sirve un dios? ¿Sería buen luchador? En fin, señores, después de todo no se le puede matar, es inmortal. Lo llevé a un lanista, que me prometió entrenarle bien, enseñarle a manejar la lanza y a blandir la espada. Pero no se defendía cuando le atacaban. Herirle era tan fácil como herir a una hormiga. Prueben si quieren; allí hay una espada.
Aquello me encolerizó, por lo que lo destiné a las canteras. Él se negó a coger el pico, y no le preocupaban los latigazos del capataz. Avisa a Hipólito para que esté preparado, y trae más vino. El látigo le hace sangrar, desde luego, pero sus heridas sanan pronto y, si se fijan, no hay cicatriz alguna en su cuerpo. Azotarle es como azotar una piedra.
¿Huelen? Sí, es él. Huele a espliego. Casi siempre huele así; por eso lo tengo en la casa. Algunas veces hiede, apesta a agua estancada; supongo que es cuando se vuelve melancólico. Pero normalmente resulta agradable tenerle cerca y no es como los perros ni los otros esclavos: no defeca ni orina. Tampoco habla; nunca le he escuchado emitir el menor sonido; es un dios mudo.
Ni siquiera sé su nombre. No sé el nombre que se da a sí mismo ni el nombre que le daban los iberos. Los siervos oretanos que compré a los hijos de Marcio Rufo nunca me dijeron el nombre de su dios. Le odian, le reprochan la derrota y la destrucción de sus ciudades. A veces les he sorprendido arrojándole excrementos.
Ahora lo tengo así, encadenado, porque no sirve para nada, quizá sólo para mostrárselo a mis invitados. Acaso haya vivido ya miles de años y vivirá otros mil más. Tal vez espera que los hombres vuelvan a adorarle. A veces, cuando lo contemplo, pienso en nuestros dioses: ¿les ocurrirá lo mismo? ¿Caerá Roma derrotada y serán encadenados? ¿Perderán su poder porque ya no hay nadie que les adore? Sí, terribles reflexiones, señores. Mejor pensar en lo que queda de noche. Venga, regresemos al triclinio. Mi cocinero griego nos ha preparado un pastel sabroso, exquisito. ¿Les ha sorprendido? ¿No me dirán que esperaban ver esta noche a un dios encadenado?
Julián RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, Libretas, Editoral Almotacén, Córdoba, 2011.
jueves, 11 de agosto de 2011
ANDERSON IMBERT: La fama
El escritor la vio pasar, aprisa; y aprisa corrió tras ella y se quejó:
-¿Y nada para mí? A tantos escritores que valen menos ya los has distinguido: ¿y a mi cuándo?
La Fama, sin detenerse, miró al escritor por encima del hombro y contestó sonriéndole mientras apresuraba la carrera:
-Exactamente dentro de dos años, a las cinco de la tarde, en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, un estudiante abrirá el primer libro que publicaste y empezará a tomar notas para una tesis sobre tu obra. Te prometo que allí estaré.
-¡Ah, te lo agradezco mucho!
-Agradécemelo ahora, porque dentro de dos años ya no tendrás voz.
-¿Y nada para mí? A tantos escritores que valen menos ya los has distinguido: ¿y a mi cuándo?
La Fama, sin detenerse, miró al escritor por encima del hombro y contestó sonriéndole mientras apresuraba la carrera:
-Exactamente dentro de dos años, a las cinco de la tarde, en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, un estudiante abrirá el primer libro que publicaste y empezará a tomar notas para una tesis sobre tu obra. Te prometo que allí estaré.
-¡Ah, te lo agradezco mucho!
-Agradécemelo ahora, porque dentro de dos años ya no tendrás voz.
miércoles, 10 de agosto de 2011
ANDERSON IMBERT: Yo siempre fui cuentista
Yo siempre fui cuentista. La verdad es que mi profesión como profesor es marginal. Es central en un sentido: me da dinero para vivir. Pero es marginal porque no responde a mi vocación.
Mempo GIARDINELLI, Así se escribe un cuento, Suma de Letras, Madrid, 2003.
Mempo GIARDINELLI, Así se escribe un cuento, Suma de Letras, Madrid, 2003.
BORGES: Inspiración
Y luego hubo otro cuento, que se llama "Las ruinas circulares", con el que me ocurrió algo que no me había sucedido nunca. Ocurrió por única vez en la vida, y es que durante la semana que tardé en escribirlo (lo cual en mi caso no significa morosidad, sino rapidez) yo estaba como arrebatado por esa idea del soñador soñado. Es decir, yo cumplía mal con mis modestas funciones en una biblioteca del barrio de Almagro; yo veía a mis amigos, cené un viernes con Haydée Lange, iba al cinematógrafo, llevaba mi vida corriente y al mismo tiempo sentía que todo era falso, que lo que realmente verdadero era el cuento que estaba imaginando y escribiendo.
María Esther VÁZQUEZ, Borges, sus días y su tiempo, Suma de Letras, Madrid, 2001.
María Esther VÁZQUEZ, Borges, sus días y su tiempo, Suma de Letras, Madrid, 2001.
martes, 9 de agosto de 2011
El cazador de lagartos
«Del interior de la cueva salía el hedor de cien cadáveres putrefactos. El caballero, tras un instante de vacilación, asió fuertemente la espada y dio un paso adelante».
Stanislaw Adamczewski
Vino por el Camino Real, lanza en ristre, la visera caída, el caballo al paso. Nos pareció uno de esos caballeros que, por alguna irreflexiva promesa, cruzaban los puertos para medirse con los campeones moros. Sólo cuando se acercó, y vimos la figura de San Jorge Capadocio en su brillante escudo, resplandeciente como espejo, colegimos que era un cazador de lagartos. Casi estábamos olvidados de la sabandija que moraba en la Cueva Honda. En otro tiempo, su malevolencia le había hecho asaltar la ciudad para robar niños y doncellas. Mas hacía años que nadie la había visto. De vez en cuando, un pastor denunciaba ante los regidores la desaparición de una oveja, de una cabra. En ocasiones, cuando las mesnadas regresaban de la campaña contra el moro, el corregidor hacía arrojar uno de los cautivos a la gruta para aplacar la gula de la bestia.
Stanislaw Adamczewski
Vino por el Camino Real, lanza en ristre, la visera caída, el caballo al paso. Nos pareció uno de esos caballeros que, por alguna irreflexiva promesa, cruzaban los puertos para medirse con los campeones moros. Sólo cuando se acercó, y vimos la figura de San Jorge Capadocio en su brillante escudo, resplandeciente como espejo, colegimos que era un cazador de lagartos. Casi estábamos olvidados de la sabandija que moraba en la Cueva Honda. En otro tiempo, su malevolencia le había hecho asaltar la ciudad para robar niños y doncellas. Mas hacía años que nadie la había visto. De vez en cuando, un pastor denunciaba ante los regidores la desaparición de una oveja, de una cabra. En ocasiones, cuando las mesnadas regresaban de la campaña contra el moro, el corregidor hacía arrojar uno de los cautivos a la gruta para aplacar la gula de la bestia.
GRISHAM: Trevor
Jan llamó cortésmente con los nudillos a la puerta de Trevor y después entró sin más.
-Despierta, imbécil! -murmuró apretando los dientes.
-¿Qué ocurre? -dijo Trevor, levantándose como si estuviera a punto de liarse a puñetazos con ella.
En realidad, no estaba durmiendo, sino leyendo un ejemplar atrasado de People.
-Sorpresa! Tiene un cliente.
-¿Quién es?
-Un hombre cuya mujer fue embestida por un camión de la Texaco hace doce días. Quiere verlo inmediatamente.
-¿Está aquí?
-Sí. Cuesta creerlo, ¿verdad? En Jacksonville hay tres mil abogados y este pobre desgraciado ha venido a parar aquí. Dice que se lo ha recomendado un amigo.
-Y usted, ¿qué le ha dicho?
-Le he aconsejado que se busque otros amigos.
-Vamos, déjese de bromas, ¿qué le ha dicho?
-Que está ocupado con una declaración.
-Hace ocho años que no me ocupo de ninguna declaración. Hágale volver.
-Calma. Voy a prepararle un café. Usted finja estar terminando algún asunto importante aquí atrás. ¿Por qué no ordena un poco el despacho?
-Usted encárguese de que no se largue.
-El conductor de la Texaco estaba borracho -añadió Jan, abriendo la puerta-. Procure no cagarla.
John GRISHAM, La hermandad, Círculo, Barcelona, 2000.
-Despierta, imbécil! -murmuró apretando los dientes.
-¿Qué ocurre? -dijo Trevor, levantándose como si estuviera a punto de liarse a puñetazos con ella.
En realidad, no estaba durmiendo, sino leyendo un ejemplar atrasado de People.
-Sorpresa! Tiene un cliente.
-¿Quién es?
-Un hombre cuya mujer fue embestida por un camión de la Texaco hace doce días. Quiere verlo inmediatamente.
-¿Está aquí?
-Sí. Cuesta creerlo, ¿verdad? En Jacksonville hay tres mil abogados y este pobre desgraciado ha venido a parar aquí. Dice que se lo ha recomendado un amigo.
-Y usted, ¿qué le ha dicho?
-Le he aconsejado que se busque otros amigos.
-Vamos, déjese de bromas, ¿qué le ha dicho?
-Que está ocupado con una declaración.
-Hace ocho años que no me ocupo de ninguna declaración. Hágale volver.
-Calma. Voy a prepararle un café. Usted finja estar terminando algún asunto importante aquí atrás. ¿Por qué no ordena un poco el despacho?
-Usted encárguese de que no se largue.
-El conductor de la Texaco estaba borracho -añadió Jan, abriendo la puerta-. Procure no cagarla.
John GRISHAM, La hermandad, Círculo, Barcelona, 2000.
lunes, 8 de agosto de 2011
KAFKA: La carta de Klamm
¡Al agrimensor en la posada del puente! Los trabajos de agrimensura que ha realizado hasta el presente son dignos de mi reconocimiento. También los trabajos de los ayudantes son dignos de alabanza. Sabe estimularlos muy bien a trabajar. ¡No desmaye en su celo profesional! ¡Conduzca sus trabajos a un buen fin! Una interrupción me enojaría. Por lo demás, esté confiado, la cuestión salarial se decidirá en breve. No le pierdo de vista.
Franz KAFKA, El castillo.
Franz KAFKA, El castillo.
domingo, 7 de agosto de 2011
DENEVI: Las mujeres sabias
Los hombres la creen tonta. Creen que no se da cuenta de nada, que lo único que sabe hacer es maquillarse, sonreír, manejar con gracia el abanico y tocar el clavicordio. Roxana no mata una mosca, dicen. Está siempre en las nubes, dicen. En fin, la tienen por una perfecta babieca a la que se la puede engañar como a un niño. Pero es ella quien engaña a todos. Ha comprendido desde el primer momento que las cartas de Cristián las escribe Cyrano. Y que el famoso discurso debajo de su balcón lo pronunció Cyrano (reconoció su horrible voz gascona) y no Cristián. Sabe que Cyrano es una lumbrera y que Cristián es un burro. Pero ama a Cristián y no ama a Cyrano. De modo que sigue la comedia. ¿O qué pretendemos? ¿Que admita, delante de todos nosotros, no ignorar las pocas luces de Cristián y, sin embargo, estar enamorada de ese borrico? Entonces sí que la pondríamos en la picota. Sus amigas, sobre todo, se burlarían de ella. En cambio nos convence de que está convencida de la inteligencia de Cristián gracias a los trucos de Cyrano. Después que se case con Cristián todo el gasto de cerebro lo hará ella, aunque atribuyéndoselo a su marido.
Marco DENEVI, Falsificaciones, Thule Ediciones, Barcelona, 2008.
Marco DENEVI, Falsificaciones, Thule Ediciones, Barcelona, 2008.
sábado, 6 de agosto de 2011
SABATO: Borges
Cuando se hace una excavación en la obra de Jorge Luis Borges, aparecen fósiles dispares: manuscritos de heresiarcas, naipes de truco, Quevedo y Stevenson, letras de tango, demostraciones matemáticas, Lewis Carroll, aporías eleáticas, Franz Kafka, laberintos cretenses, arrabales porteños, Stuart Mill, de Quincy y guapos de chambergo requintado. La mezcla es aparente: son siempre las mismas ocupaciones metafísicas, con diferente ropaje: un partido de truco puede ser la inmortalidad, una biblioteca puede ser el eterno retorno, un compadrito de Fray Bentos justifica a Hume. A Borges le gusta confundir al lector: uno cree estar leyendo un relato policial y de pronto se encuentra con Dios o con el falso Basílides.
Las causas eficientes de la obra borgiana son, desde el comienzo, las mismas. Parece que en los relatos que forman Ficciones la materia ha alcanzado su forma perfecta y lo potencial se ha hecho actual. La influencia que Borges ha ido teniendo sobre Borges parece insuperable. ¿Estará destinado, de ahora en adelante, a plagiarse a sí mismo?
Ernesto SABATO, Uno y el universo, Círculo de Lectores, Barcelona, 1997.
Las causas eficientes de la obra borgiana son, desde el comienzo, las mismas. Parece que en los relatos que forman Ficciones la materia ha alcanzado su forma perfecta y lo potencial se ha hecho actual. La influencia que Borges ha ido teniendo sobre Borges parece insuperable. ¿Estará destinado, de ahora en adelante, a plagiarse a sí mismo?
Ernesto SABATO, Uno y el universo, Círculo de Lectores, Barcelona, 1997.
viernes, 5 de agosto de 2011
DENEVI: Los militares persisten
En mi libro La Guerra Grande (Buenos Aires, 1872) relato un episodio del que fui testigo:
"Después de la batalla de Quebracho Herrado, el coronel dio orden de enterrar a los muertos de ambos bandos. El sargento Saldívar y ocho soldados se encargaron de la macabra tarea.
Recuerdo que le dije a Saldívar:
–Pero sargento, algunos no están muertos, óigalos quejarse, y usted los entierra lo mismo.
Me contestó:
–Ah, si usted les va a hacer caso a ellos, ninguno estaría muerto.
Y siguió, nomás, enterrándolos. Por esa salida lo ascendieron a sargento mayor".
Ahora vengo a enterarme de que el mismo episodio, mutatis mutandis, lo cuentan Aulio Minucio (Rerum gestarum Libri), el duque de Chantreau (Mémoires sur le régne de Louis XIII) y el general Alfonso Cavestany (Crónica de las guerras carlistas).
Marco DENEVI, Falsificaciones, Thule Ediciones, Barcelona, 2008.
"Después de la batalla de Quebracho Herrado, el coronel dio orden de enterrar a los muertos de ambos bandos. El sargento Saldívar y ocho soldados se encargaron de la macabra tarea.
Recuerdo que le dije a Saldívar:
–Pero sargento, algunos no están muertos, óigalos quejarse, y usted los entierra lo mismo.
Me contestó:
–Ah, si usted les va a hacer caso a ellos, ninguno estaría muerto.
Y siguió, nomás, enterrándolos. Por esa salida lo ascendieron a sargento mayor".
Ahora vengo a enterarme de que el mismo episodio, mutatis mutandis, lo cuentan Aulio Minucio (Rerum gestarum Libri), el duque de Chantreau (Mémoires sur le régne de Louis XIII) y el general Alfonso Cavestany (Crónica de las guerras carlistas).
Marco DENEVI, Falsificaciones, Thule Ediciones, Barcelona, 2008.
jueves, 4 de agosto de 2011
GALEANO: Peligro en las cárceles
En 1998, la Dirección Nacional del Régimen Penitenciario de la República de Bolivia recibió una carta firmada por todos los presos de una cárcel del valle de Cochabamba.
Los presos pedían a las autoridades que tuvieran a bien elevar la altura del muro de la prisión, porque los vecinos lo saltaban fácilmente y les robaban la ropa que ellos colgaban a secar en el patio.
Como no había presupuesto disponible, no hubo respuesta. Y como no hubo respuesta, los presos no tuvieron más remedio que poner manos a la obra. Y alzaron bien alto el muro, con ladrillos de barro y paja, para protegerse de los ciudadanos que vivían en los alrededores de la prisión.
Eduardo GALEANO, Espejos. Una historia casi universal, Siglo XXI, Madrid, 2008.
Los presos pedían a las autoridades que tuvieran a bien elevar la altura del muro de la prisión, porque los vecinos lo saltaban fácilmente y les robaban la ropa que ellos colgaban a secar en el patio.
Como no había presupuesto disponible, no hubo respuesta. Y como no hubo respuesta, los presos no tuvieron más remedio que poner manos a la obra. Y alzaron bien alto el muro, con ladrillos de barro y paja, para protegerse de los ciudadanos que vivían en los alrededores de la prisión.
Eduardo GALEANO, Espejos. Una historia casi universal, Siglo XXI, Madrid, 2008.
miércoles, 3 de agosto de 2011
GIARDINELLI: Es como dice Marguerite Yourcenar
Es como dice Marguerite Yourcenar: el escritor es aquel al que si le arrojan un guante a la cara, ni se indigna ni lo devuelve, sino que lo recoge, lo analiza y se pone a escribir acerca del episodio.
Mempo GIARDINELLI, Así se escribe un cuento, Suma de Letras, Madrid, 2003.
Mempo GIARDINELLI, Así se escribe un cuento, Suma de Letras, Madrid, 2003.
BORGES: El jardín de senderos que se bifurcan
En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts'ui Pên, opta -simultáneamente- por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan. De ahí las contradicciones de la novela. Fang, digamos, tiene un secreto; un desconocido llama a su puerta; Fang resuelve matarlo. Naturalmente, hay varios desenlaces posibles: Fang puede matar al intruso, el intruso puede matar a Fang, ambos pueden salvarse, ambos pueden morir, etcétera. En la obra de Ts'ui Pên, todos los desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones. Alguna vez, los senderos de ese laberinto convergen: por ejemplo, usted llega a esta casa, pero en uno de los pasados posibles usted es mi enemigo, en otro mi amigo.
El jardín de senderos que se bifurcan es una enorme adivinanza, o parábola, cuyo tema es el tiempo; esa causa recóndita le prohíbe la mención de su nombre. Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas y a perífrasis evidentes, es quizá el modo más enfático de indicarla. Es el modo tortuoso que prefirió, en cada uno de los meandros de su infatigable novela, el oblicuo Ts'ui Pên. He confrontado centenares de manuscritos, he corregido los errores que la negligencia de los copistas ha introducido, he conjeturado el plan de ese caos, he restablecido, he creído restablecer el orden primordial, he traducido la obra entera: me consta que no emplea una sola vez la palabra tiempo. La explicación es obvia: El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts'ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.
Jorge Luis BORGES, Ficciones, Alianza, Madrid, 2002.
El jardín de senderos que se bifurcan es una enorme adivinanza, o parábola, cuyo tema es el tiempo; esa causa recóndita le prohíbe la mención de su nombre. Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas y a perífrasis evidentes, es quizá el modo más enfático de indicarla. Es el modo tortuoso que prefirió, en cada uno de los meandros de su infatigable novela, el oblicuo Ts'ui Pên. He confrontado centenares de manuscritos, he corregido los errores que la negligencia de los copistas ha introducido, he conjeturado el plan de ese caos, he restablecido, he creído restablecer el orden primordial, he traducido la obra entera: me consta que no emplea una sola vez la palabra tiempo. La explicación es obvia: El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts'ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.
Jorge Luis BORGES, Ficciones, Alianza, Madrid, 2002.
martes, 2 de agosto de 2011
GIARDINELLI: Filloy sobre Borges
Un día le regalé a Borges, en Buenos Aires, mi novela Aquende, que es como ya le dije una gran novela. Quedará mal que lo diga yo, pero es un libro concebido musicalmente, una especie de geografía musical de la Argentina, con un intermezo y dos interludios, y cada composición con un tema específico. Bueno, le regalé el libro, y unos meses después, revisando cambalaches en la calle Corrientes me encontré este ejemplar. Lo había vendido con dedicatoria y todo. Lo compré, por cierto...
A Borges lo juzgo literariamente. Creo que tenía una especialización en literatura inglesa realmente inobjetable. Pero por lo demás, le faltaba vida. No tenía contacto humano. Ha escrito cuentos de gabinete, asépticos, de arquitectura moderna, digamos: de perfiles de aluminio y cristal. Pero en Borges no hay coito, no hay gracia, no hay conexión humana. ¿En qué cuentos de Borges encuentra usted sudor? ¿O sangre? Por eso no escribió novelas.
Borges y Lugones son escritores más o menos repentistas, que no tienen una dinámica intelectual permanente, sistematizada.
Mempo GIARDINELLI, Así se escribe un cuento, Suma de Letras, Madrid, 2003.
A Borges lo juzgo literariamente. Creo que tenía una especialización en literatura inglesa realmente inobjetable. Pero por lo demás, le faltaba vida. No tenía contacto humano. Ha escrito cuentos de gabinete, asépticos, de arquitectura moderna, digamos: de perfiles de aluminio y cristal. Pero en Borges no hay coito, no hay gracia, no hay conexión humana. ¿En qué cuentos de Borges encuentra usted sudor? ¿O sangre? Por eso no escribió novelas.
Borges y Lugones son escritores más o menos repentistas, que no tienen una dinámica intelectual permanente, sistematizada.
Mempo GIARDINELLI, Así se escribe un cuento, Suma de Letras, Madrid, 2003.
GALEANO: Yi y la sequía
Los diez soles se habían enloquecido y andaban girando todos juntos por el cielo.
Los dioses convocaron a Yi, el flechador infalible, el más diestro en artes de arquerías.
—La tierra arde —le dijeron—. Mueren las gentes y mueren los animales y las plantas.
Al fin de la noche, el arquero Yi esperó. Y al amanecer, disparó.
Uno tras otro, los soles fueron apagados para siempre.
Sólo sobrevivió el sol que ahora enciende nuestros días.
Los dioses lloraron la muerte de sus hijos ardientes. Y aunque Yi había sido convocado por los dioses, ellos lo expulsaron del cielo:
—Si tanto amas a los terrestres, vete con ellos.
Y Yi marchó al exilio.
Y fue mortal.
Eduardo GALEANO, Espejos. Una historia casi universal, Siglo XXI, Madrid, 2008.
Los dioses convocaron a Yi, el flechador infalible, el más diestro en artes de arquerías.
—La tierra arde —le dijeron—. Mueren las gentes y mueren los animales y las plantas.
Al fin de la noche, el arquero Yi esperó. Y al amanecer, disparó.
Uno tras otro, los soles fueron apagados para siempre.
Sólo sobrevivió el sol que ahora enciende nuestros días.
Los dioses lloraron la muerte de sus hijos ardientes. Y aunque Yi había sido convocado por los dioses, ellos lo expulsaron del cielo:
—Si tanto amas a los terrestres, vete con ellos.
Y Yi marchó al exilio.
Y fue mortal.
Eduardo GALEANO, Espejos. Una historia casi universal, Siglo XXI, Madrid, 2008.
lunes, 1 de agosto de 2011
BORGES: The God of the Labyrinth
Hay un indescifrable asesinato en las páginas iniciales, una lenta discusión en las intermedias, una solución en las últimas. Ya aclarado el enigma, hay un párrafo largo y retrospectivo que contiene esta frase: Todos creyeron que el encuentro de los dos jugadores de ajedrez había sido casual. Esa frase deja entender que la solución es errónea. El lector, inquieto, revisa los capítulos pertinentes y descubre otra solución, que es la verdadera. El lector de ese libro singular es más perspicaz que el detective.
Jorge Luis BORGES, Ficciones, Alianza, Madrid, 2002.
Jorge Luis BORGES, Ficciones, Alianza, Madrid, 2002.
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