Yo conocí un Jumento
que murió muy contento
por creer, y no iba fuera de camino,
que así cesaba su fatal destino.
Pero la adversa suerte
aun después de su muerte
le persiguió: dispuso que al difunto
le arrancasen el cuero luego al punto
para hacer tamboriles,
y que en los regocijos pastoriles
bailasen las zagalas en el prado,
al son de su pellejo baqueteado.
Quien por su mala estrella es infelice,
aun muerto lo será. Fedro lo dice.
Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."
jueves, 31 de mayo de 2012
miércoles, 30 de mayo de 2012
RAMÓN: Veredicto
Mehmet Gündüz, magistrado del tribunal de Izmir, comenzó a redactar el veredicto. Al principio había sentido por Eyüp Şafak, el acusado, una reprobable e indigna antipatía. Sin embargo, ahora que todo iba a acabar, se apiadaba de él. El fiscal se había perdido en un laberinto nomológico que gustaba poco a Gündüz: ni siquiera había ofrecido pruebas concluyentes de que Şafak se hubiera encontrado con el profesor Tarhan en el yacimiento; toda su acusación se basaba en aquellos besantes encontrados en el domicilio de Şafak. El juez lo tenía decidido: el acusado recibiría una pena alta, sí, pero no tanto como para no pensar en reducirla con un recurso. Seguro que el abogado de Şafak podría utilizar alguna triquiñuela para obtener su libertad en poco tiempo. Para entonces, familia, políticos y periodistas, sobre todo estos últimos, ya no prestarían atención al proceso. Los años en prisión pasarían como un sueño.
Francisco RAMÓN, Veredicto.
Francisco RAMÓN, Veredicto.
S.T.T.L. Rodríguez Jiménez
Que muriera, me cogió por sorpresa. Nadie me dijo nada, nadie me avisó. Supongo que muy pocos se enteraron de su muerte. Sólo el otro día, cuando paseaba por la calle Cerón, Antonio, el de Metrópolis, comenzó a hablarme de Rodríguez Jiménez y me manifestó su asombro por no haberme encontrado en el tanatorio. Así fue como me enteré de la muerte del cuentista. Entré en la librería y, como triste confirmación del deceso, observé los flacos volúmenes de sus libros en el mostrador: el postrer homenaje del librero.
Hacía apenas unas semanas había telefoneado a Julián para preguntarle de nuevo por ese cuento que me había prometido para una antología que prepara la Diputación. Supongo que no llegó a terminarlo, pues no terminaba casi nada.
Escribir sobre Julián Rodríguez Jiménez me parece una fanfarronada, no sé si alguien podría escribir sobre él. Era muy maniático de su intimidad y no le gustaba hablar de sí mismo. Sólo sé que durante un tiempo vivió en la parte baja de la avenida de Madrid; hace unos años se había mudado a Linares, creo que a causa de un traslado repentino. Trabajaba en un instituto, pero no puedo asegurar si como administrativo, como ordenanza o como profesor. En cualquier caso, parece que, al igual que otros, había buscado un trabajo que le dejara las tardes libres para escribir.
Sólo en los últimos años había llegado a publicar varios libros: El albergue, Libretas, Cuentos y apuntes procaces. Preparaba una novela. Sospecho que escribía porque sentía la ineluctable necesidad de hacerlo; no era, como sucede a veces, no fue un escritor conspicuo. Nunca me habló de ninguno de sus libros y siempre tuve que insistirle mucho para que me escribiera una dedicatoria. Supongo que era demasiado tímido. Un amigo me contó que Julián se había alzado con un premio literario pero que no hubo forma de convencerle de que presentara el relato ganador.
Sólo una vez le visité en su casa. Fue cuando publiqué El lagarto. Le entregué el libro con una dedicatoria donde, ahora lo lamento, no le confesé cuanto le debía. Nunca lo supo, pero fue él quien me insinuó la idea de la que nació el cuento que da título al volumen. Unas palabras suyas cayeron en mi cabeza y ya no pude dejar de escribir hasta que lo terminé. Ya se sabe: no hay mayor felicidad que la de un escritor que emborrona páginas en su soledad.
En la solapa de El albergue se hablaba de una novela inédita: Ciudad dormida. No soy capaz de imaginar el argumento. Es difícil hablar de su estilo, de sus temas. Alguna vez le dije que sus cuentos me recordaban a Arreola, pero él me aseguró que no lo había leído; probablemente me mentía, porque a veces me parecía que Julián lo había leído todo.
Si alguna pasión tenía Julián era la literatura húngara. Sé que pasó mucho tiempo estudiando el idioma magiar y compraba todos los libros de autores húngaros con los que se encontraba, incluso en francés y en inglés. Una vez me dijo que había comenzado a escribir, que le gustaría escribir un libro de relatos que pretendiera ser una antología de escritores húngaros actuales. No sé hasta dónde llegó. Cuando le visité, le entregué un pequeño recuerdo que le había traído de mi viaje a Budapest, un atlas húngaro, que le entusiasmó. Me lo agradeció efusivamente, como lo hace esa gente que se siente obligada a devolver los regalos pero que no sabe cómo. Me habló de un escritor húngaro del que se estaba ocupando en ese momento, Andor Németh, una especie de Kafka magiar (supongo que hay Kafkas en todas las literaturas). No lo sé, quizá Julián Rodríguez Jiménez fue un Kafka jienense que necesita ahora su Max Brod.
Había entregado a la Editorial Almotacén de Córdoba un libro de microrrelatos, que su editor, amablemente, me ha dejado para que lea. (Me sacó la promesa de que lo prologaría.) Es repasando estas páginas cuando realmente lamento que Julián Rodríguez Jiménez nos haya dejado.
Francisco HERVÁS, In memoriam Rodríguez Jiménez.
Diario Jaén, martes 29 de mayo de 2012.
Hacía apenas unas semanas había telefoneado a Julián para preguntarle de nuevo por ese cuento que me había prometido para una antología que prepara la Diputación. Supongo que no llegó a terminarlo, pues no terminaba casi nada.
Escribir sobre Julián Rodríguez Jiménez me parece una fanfarronada, no sé si alguien podría escribir sobre él. Era muy maniático de su intimidad y no le gustaba hablar de sí mismo. Sólo sé que durante un tiempo vivió en la parte baja de la avenida de Madrid; hace unos años se había mudado a Linares, creo que a causa de un traslado repentino. Trabajaba en un instituto, pero no puedo asegurar si como administrativo, como ordenanza o como profesor. En cualquier caso, parece que, al igual que otros, había buscado un trabajo que le dejara las tardes libres para escribir.
Sólo en los últimos años había llegado a publicar varios libros: El albergue, Libretas, Cuentos y apuntes procaces. Preparaba una novela. Sospecho que escribía porque sentía la ineluctable necesidad de hacerlo; no era, como sucede a veces, no fue un escritor conspicuo. Nunca me habló de ninguno de sus libros y siempre tuve que insistirle mucho para que me escribiera una dedicatoria. Supongo que era demasiado tímido. Un amigo me contó que Julián se había alzado con un premio literario pero que no hubo forma de convencerle de que presentara el relato ganador.
Sólo una vez le visité en su casa. Fue cuando publiqué El lagarto. Le entregué el libro con una dedicatoria donde, ahora lo lamento, no le confesé cuanto le debía. Nunca lo supo, pero fue él quien me insinuó la idea de la que nació el cuento que da título al volumen. Unas palabras suyas cayeron en mi cabeza y ya no pude dejar de escribir hasta que lo terminé. Ya se sabe: no hay mayor felicidad que la de un escritor que emborrona páginas en su soledad.
En la solapa de El albergue se hablaba de una novela inédita: Ciudad dormida. No soy capaz de imaginar el argumento. Es difícil hablar de su estilo, de sus temas. Alguna vez le dije que sus cuentos me recordaban a Arreola, pero él me aseguró que no lo había leído; probablemente me mentía, porque a veces me parecía que Julián lo había leído todo.
Si alguna pasión tenía Julián era la literatura húngara. Sé que pasó mucho tiempo estudiando el idioma magiar y compraba todos los libros de autores húngaros con los que se encontraba, incluso en francés y en inglés. Una vez me dijo que había comenzado a escribir, que le gustaría escribir un libro de relatos que pretendiera ser una antología de escritores húngaros actuales. No sé hasta dónde llegó. Cuando le visité, le entregué un pequeño recuerdo que le había traído de mi viaje a Budapest, un atlas húngaro, que le entusiasmó. Me lo agradeció efusivamente, como lo hace esa gente que se siente obligada a devolver los regalos pero que no sabe cómo. Me habló de un escritor húngaro del que se estaba ocupando en ese momento, Andor Németh, una especie de Kafka magiar (supongo que hay Kafkas en todas las literaturas). No lo sé, quizá Julián Rodríguez Jiménez fue un Kafka jienense que necesita ahora su Max Brod.
Había entregado a la Editorial Almotacén de Córdoba un libro de microrrelatos, que su editor, amablemente, me ha dejado para que lea. (Me sacó la promesa de que lo prologaría.) Es repasando estas páginas cuando realmente lamento que Julián Rodríguez Jiménez nos haya dejado.
Francisco HERVÁS, In memoriam Rodríguez Jiménez.
Diario Jaén, martes 29 de mayo de 2012.
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SARAMAGO: Hambriento, sediento, exhausto, delirante
Uno de los subdirectores, en infeliz hora, tuvo la ocurrencia de proponer que la organización del archivo de los muertos se hiciera al contrario, al fondo los remotos, más acá los de fecha fresca, en orden a facilitar, burocráticas palabras las suyas, el acceso a los difuntos contemporáneos, que, como se sabe, son los autores de testamentos, los proveedores de herencias y, por tanto, fáciles objetos de disputas y contestaciones mientras el cuerpo aún está caliente. Sarcástico, el conservador aprobó la idea, con la condición de que fuera el propio proponente el encargado de empujar hacia el fondo, día tras día, la masa gigantesca de los expedientes individuales de los muertos pretéritos, a fin de que pudieran ir entrando en el espacio recuperado los de reciente defunción. Queriendo hacer que se olvidara la desastrosa e irrealizable ocurrencia, y también para distraer su espíritu de la humillación, el subdirector no encontró mejor recurso que pedir a los escribientes que le pasaran algún trabajo, hiriendo así, tanto por encima como por debajo, la histórica paz de la jerarquía.
Creció con este episodio la negligencia, prosperó el abandono, se multiplicó la incertidumbre, hasta el punto de que un día desapareció en las laberínticas catacumbas del archivo de los muertos un investigador que, meses después de la absurda propuesta, se presentó en la Conservaduría General para llevar a cabo unas pesquisas heráldicas que le habían encomendado.
Fue descubierto casi por milagro al cabo de una semana, hambriento, sediento, exhausto, delirante, superviviente sólo gracias al recurso desesperado de ingerir grandes cantidades de papeles viejos.
José SARAMAGO, Todos los nombres, Alfaguara, Madrid, 1998.
Creció con este episodio la negligencia, prosperó el abandono, se multiplicó la incertidumbre, hasta el punto de que un día desapareció en las laberínticas catacumbas del archivo de los muertos un investigador que, meses después de la absurda propuesta, se presentó en la Conservaduría General para llevar a cabo unas pesquisas heráldicas que le habían encomendado.
Fue descubierto casi por milagro al cabo de una semana, hambriento, sediento, exhausto, delirante, superviviente sólo gracias al recurso desesperado de ingerir grandes cantidades de papeles viejos.
José SARAMAGO, Todos los nombres, Alfaguara, Madrid, 1998.
martes, 29 de mayo de 2012
SCHMITT: La parte del otro
Este es es libro que más me ha costado escribir. ¿Lo que estaba en juego? Describir a un monstruo e intentar comprenderlo. ¿El riesgo? Darse cuenta de que el monstruo no está tan alejado de uno mismo. ¿El placer? Salvar, no ya al monstruo que no tiene perdón, sino a la humanidad, defendiendo que la historia podría haber sido de otro modo. ¿El resultado? ¡Qué incómodo resulta ser hombre!
La idea para escribir este libro surgió en Viena, durante el estreno austriaco de El visitante. El elegante joven de pelo largo que me hacía visitar la ciudad me llevó a un café a tomar un chocolate caliente y cuando nos sentamos me dijo : es aquí donde venía Adolf Hitler mientras preparaba su exámen de ingreso a la Academia de Bellas Artes. ¡Qué pena que no aprobase!, le contesté. Días después mi contestación me pareció menos superficial que a primera vista. ¿Cómo un joven de 17 años que adora la música, el teatro y la pintura, que sueña noblemente en convertirse en un artista, cómo ese joven ingenuo, idealista, entusiasta y respetable se convirtió en un dictador asesino, un bárbaro que devasta el mundo, una vergüenza para el concepto que tiene la humanidad de sí misma. ¿Qué relación hay entre el aprendiz de artista y el experto tirano? El joven se parece a nosotros: somos nosotros. Pero el dictador, ¿seguimos siendo nosotros? ¿Cómo se fabrica, Hitler , en el taller humano?
Me pareció que el fracaso, la frustación, el rencor eran los elementos, las estructuras, que permitieron pasar de un Hitler joven a un Hitler mayor. Todo empezó entonces en Viena, en octubre de 1908, cuando el jurado de Bellas Artes le niega el acceso a los estudios de pintura.
La idea para escribir este libro surgió en Viena, durante el estreno austriaco de El visitante. El elegante joven de pelo largo que me hacía visitar la ciudad me llevó a un café a tomar un chocolate caliente y cuando nos sentamos me dijo : es aquí donde venía Adolf Hitler mientras preparaba su exámen de ingreso a la Academia de Bellas Artes. ¡Qué pena que no aprobase!, le contesté. Días después mi contestación me pareció menos superficial que a primera vista. ¿Cómo un joven de 17 años que adora la música, el teatro y la pintura, que sueña noblemente en convertirse en un artista, cómo ese joven ingenuo, idealista, entusiasta y respetable se convirtió en un dictador asesino, un bárbaro que devasta el mundo, una vergüenza para el concepto que tiene la humanidad de sí misma. ¿Qué relación hay entre el aprendiz de artista y el experto tirano? El joven se parece a nosotros: somos nosotros. Pero el dictador, ¿seguimos siendo nosotros? ¿Cómo se fabrica, Hitler , en el taller humano?
Me pareció que el fracaso, la frustación, el rencor eran los elementos, las estructuras, que permitieron pasar de un Hitler joven a un Hitler mayor. Todo empezó entonces en Viena, en octubre de 1908, cuando el jurado de Bellas Artes le niega el acceso a los estudios de pintura.
SAMANIEGO: El camello y la pulga
Al que ostenta valimiento
cuando su poder es tal,
que ni influye en bien ni en mal,
le quiero contar un cuento.
En una larga jornada
un Camello muy cargado
exclamó, ya fatigado:
"¡Oh qué carga tan pesada!".
Doña Pulga, que montada
iba sobre él, al instante
se apea, y dice arrogante:
"Del peso te libro yo".
El Camello respondió:
"Gracias, señor elefante".
cuando su poder es tal,
que ni influye en bien ni en mal,
le quiero contar un cuento.
En una larga jornada
un Camello muy cargado
exclamó, ya fatigado:
"¡Oh qué carga tan pesada!".
Doña Pulga, que montada
iba sobre él, al instante
se apea, y dice arrogante:
"Del peso te libro yo".
El Camello respondió:
"Gracias, señor elefante".
lunes, 28 de mayo de 2012
HERVÁS: El galeote
Selim, el renegado, cuyo verdadero nombre y origen me resisto a olvidar, sonreía cuando me dijo que me iban a trasladar. Por fin se libraría de mí. Desde hacía meses, había evitado cuidadosamente hablarme y, cuando me llenaba la escudilla con las gachas del rancho, no me miraba a los ojos. Ya no tendría que soportarme más, ni le recordaría su traición mi sola presencia.
Pronto, bogavantes y espalderes, por lo general bien informados, hicieron correr el rumor de que uno de los divanes había pasado meses estudiando la reorganización del servicio. Últimamente, las galeotas argelinas habían sido derrotadas una y otra vez y la población de remeros no había dejado de descender, hasta el punto de que el diván de prisiones había comenzado a enviar forzados turcos, sirios, egipcios, reos de delitos leves. Solían tratarnos estos con soberbia; no se acostumbraban a tener como compañeros de boga a cautivos cristianos.
Por lo que pudimos saber, iban a reducir el número de galeotes por barco, uno de cada diez; los bajeles más pequeños serían dotados de velas más modernas, diseñadas en el diván de las galeras, y perderían casi todos sus remeros.
Pasé días de angustia. Los últimos combates habían sido desastrosos para el bajá de Argel; muchos soldados turcos y berberiscos habían muerto, y también muchos remeros. Sólo unos pocos galeotes habían sido liberados, pues en el ardor del combate los jabeques españoles se preocupan más por hundir las galeotas enemigas que por salvar a los remeros cristianos encerrados en sus sentinas. Pero cada vez que nos hacíamos a la mar tenía la secreta esperanza de que me llegaría la ansiada libertad.
Selim no me había dicho nada de mi nuevo destino. Quizá sólo me trasladaran a otra galeota del bajá de Argel. Cabía la posibilidad, empero, de que me enviaran a la flota del mar Negro o a la del Bósforo; allí las oportunidades de escapar o de ser liberado eran mínimas, pero el servicio era mucho más fácil. No había guerra en aquellas aguas. Llegué a imaginarme en una galera dorada, llevando a un príncipe otomano desde Estambul a una de las islas del Bósforo, comiendo melocotones de Melitene o naranjas de Nicomedia y no las aguadas gachas de Argel, envejeciendo feliz. En cambio, se rumoreaba entre los remeros que los barcos del sultán en el mar Rojo pasaban por dificultades crecientes: portugueses y somalíes multiplicaban sus asaltos contra las naves de peregrinos.
A veces pienso que, después de todo, Selim tomó una decisión acertada cuando renegó de su familia, de su patria, de su religión. De todos modos, ninguno de nosotros regresará jamás al pueblo.
Francisco HERVÁS, El lagarto y otros cuentos de Auringis y de Yayyan, Editoral Almotacén, Córdoba, 2011.
Pronto, bogavantes y espalderes, por lo general bien informados, hicieron correr el rumor de que uno de los divanes había pasado meses estudiando la reorganización del servicio. Últimamente, las galeotas argelinas habían sido derrotadas una y otra vez y la población de remeros no había dejado de descender, hasta el punto de que el diván de prisiones había comenzado a enviar forzados turcos, sirios, egipcios, reos de delitos leves. Solían tratarnos estos con soberbia; no se acostumbraban a tener como compañeros de boga a cautivos cristianos.
Por lo que pudimos saber, iban a reducir el número de galeotes por barco, uno de cada diez; los bajeles más pequeños serían dotados de velas más modernas, diseñadas en el diván de las galeras, y perderían casi todos sus remeros.
Pasé días de angustia. Los últimos combates habían sido desastrosos para el bajá de Argel; muchos soldados turcos y berberiscos habían muerto, y también muchos remeros. Sólo unos pocos galeotes habían sido liberados, pues en el ardor del combate los jabeques españoles se preocupan más por hundir las galeotas enemigas que por salvar a los remeros cristianos encerrados en sus sentinas. Pero cada vez que nos hacíamos a la mar tenía la secreta esperanza de que me llegaría la ansiada libertad.
Selim no me había dicho nada de mi nuevo destino. Quizá sólo me trasladaran a otra galeota del bajá de Argel. Cabía la posibilidad, empero, de que me enviaran a la flota del mar Negro o a la del Bósforo; allí las oportunidades de escapar o de ser liberado eran mínimas, pero el servicio era mucho más fácil. No había guerra en aquellas aguas. Llegué a imaginarme en una galera dorada, llevando a un príncipe otomano desde Estambul a una de las islas del Bósforo, comiendo melocotones de Melitene o naranjas de Nicomedia y no las aguadas gachas de Argel, envejeciendo feliz. En cambio, se rumoreaba entre los remeros que los barcos del sultán en el mar Rojo pasaban por dificultades crecientes: portugueses y somalíes multiplicaban sus asaltos contra las naves de peregrinos.
A veces pienso que, después de todo, Selim tomó una decisión acertada cuando renegó de su familia, de su patria, de su religión. De todos modos, ninguno de nosotros regresará jamás al pueblo.
Francisco HERVÁS, El lagarto y otros cuentos de Auringis y de Yayyan, Editoral Almotacén, Córdoba, 2011.
domingo, 27 de mayo de 2012
RODRÍGUEZ: Malestar educativo
La Administración educativa despilfarra la práctica totalidad de sus recursos en mimar a ciertos alumnos incapaces por naturaleza de aguantar un pupitre, a los cuales se les obliga a sobrellevar a su modo seis horas diarias en una aula usual con el constatadísimo fracaso de ellos mismos y con la inevitada contaminación del resto del sistema (muy especialmente de los restantes alumnos).
Son evidentemente muy pocos esos ciertos alumnos en cada uno de los IES, pero, aunque únicamente hubiera uno solo (o sola) por aula, habría bastado para que hubiera tenido entrada la ley de la calle en el único recinto creado por el hombre para aprender a defenderse de ella. Los modos y maneras introducidos en recinto tan receptivo por esa ínfima cantidad de ciudadanos han sido los propios de un alumnado carente de las más mínimas normas de comportamiento no ya escolar sino meramente humano, como las básicas referidas a sentarse en vez de deambular, o de guardar silencio en vez de chillar, o de respetar en vez de acosar,... como si se tratase de personas que careciesen de casa a donde volver a la salida del IES. Su inmediata inadecuación al recinto, avivada por una merma legislada de la autoridad del profesorado, ha desembocado en consentirles, así, tan impunemente, que realicen ante los demás miembros del aula (y no necesariamente a espaldas de ciertos profesores) hechos que no repetirían ni ante un policía en la calle ni ante sus propios padres en su casa.
Juan Pedro RODRÍGUEZ, El estado del malestar educativo.
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Son evidentemente muy pocos esos ciertos alumnos en cada uno de los IES, pero, aunque únicamente hubiera uno solo (o sola) por aula, habría bastado para que hubiera tenido entrada la ley de la calle en el único recinto creado por el hombre para aprender a defenderse de ella. Los modos y maneras introducidos en recinto tan receptivo por esa ínfima cantidad de ciudadanos han sido los propios de un alumnado carente de las más mínimas normas de comportamiento no ya escolar sino meramente humano, como las básicas referidas a sentarse en vez de deambular, o de guardar silencio en vez de chillar, o de respetar en vez de acosar,... como si se tratase de personas que careciesen de casa a donde volver a la salida del IES. Su inmediata inadecuación al recinto, avivada por una merma legislada de la autoridad del profesorado, ha desembocado en consentirles, así, tan impunemente, que realicen ante los demás miembros del aula (y no necesariamente a espaldas de ciertos profesores) hechos que no repetirían ni ante un policía en la calle ni ante sus propios padres en su casa.
Juan Pedro RODRÍGUEZ, El estado del malestar educativo.
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sábado, 26 de mayo de 2012
SAMANIEGO: El ratón de la corte y el del campo
Un Ratón cortesano
convidó con un modo muy urbano
a un Ratón campesino.
diole gordo tocino,
queso fresco de Holanda,
y una despensa llena de vianda
era su alojamiento,
pues no pudiera haber un aposento
tan magníficamente preparado,
aunque fuese en Ratópolis buscado
con el mayor esmero,
para alojar a Roepan primero.
sus sentidos allí se recreaban;
las paredes y techos adornaban,
entre mil ratonescas golosinas,
salchichones, perniles y cecinas.
saltaban de placer, ¡oh qué embeleso!
de pernil en pernil, de queso en queso.
En esta situación tan lisonjera
llega la Despensera.
oyen el ruido, corren, se agazapan,
pierden el tino, mas al fin se escapan
atropelladamente
Por cierto pasadizo abierto a diente.
"¡Esto tenemos! -dijo el campesino-;
reniego yo del queso, del tocino
y de quien busca gustos
entre los sobresaltos y los sustos."
volvióse a su campaña en el instante
y estimó mucho más de allí adelante,
sin zozobra, temor ni pesadumbres,
su casita de tierra y sus legumbres.
viernes, 25 de mayo de 2012
CERVANTES: Nuestra Señora de la Cabeza
Mi peregrinación es la que usan algunos peregrinos: quiero decir que siempre es la que más cerca les viene a cuento para disculpar su ociosidad; y así, me parece que será bien deciros que por ahora voy a la gran ciudad de Toledo, a visitar a la devota imagen del Sagrario, y desde allí me iré al Niño de la Guardía, y, dando una punta, como halcón noruego, me entretendré con la santa Verónica de Jaén, hasta hacer tiempo de que llegue el último domingo de abril, en cuyo día se celebra en las entrañas de Sierra Morena, tres leguas de la ciudad de Andújar, la fiesta de Nuestra Señora de la Cabeza, que es una de las fiestas que en todo lo descubierto de la tierra se celebra; tal es, según he oído decir, que ni las pasadas fiestas de la gentilidad, a quien imita la de la Monda de Talavera, no le han hecho ni le pueden hacer ventaja. Bien quisiera yo, si fuera posible, sacarla de la imaginación, donde la tengo fija, y pintárosla con palabras, y ponérosla delante de la vista, para que, comprehendiéndola, viérades la mucha razón que tengo de alabárosla; pero esta es carga para otro ingenio no tan estrecho como el mío. En el rico palacio de Madrid, morada de los reyes, en una galería, está retratada esta fiesta con la puntualidad posible: allí está el monte, o por mejor decir, peñasco, en cuya cima está el monasterio que deposita en sí una santa imagen, llamada de la Cabeza, que tomó el nombre de la peña donde habita, que antiguamente se llamó el Cabezo, por estar en la mitad de un llano libre y desembarazado, solo y señero de otros montes ni peñas que le rodeen, cuya altura será de hasta un cuarto de legua, y cuyo circuito debe de ser de poco más de media. En este espacioso y ameno sitio tiene su asiento, siempre verde y apacible, por el humor que le comunican las aguas del río Jándula, que de paso, como en reverencia, le besa las faldas. El lugar, la peña, la imagen, los milagros, la infinita gente que acude de cerca y lejos, el solemne día que he dicho, le hacen famoso en el mundo y célebre en España sobre cuantos lugares las más estendidas memorias se acuerdan.
Miguel de CERVANTES, Los trabajos de Persiles y Sigismunda.
Miguel de CERVANTES, Los trabajos de Persiles y Sigismunda.
jueves, 24 de mayo de 2012
SAMANIEGO: La mona
Subió una Mona a un nogal.
y cogiendo una nuez verde,
en la cáscara la muerde;
con que la supo muy mal.
Arrojóla el animal,
y se quedó sin comer.
Así suele suceder
a quien su empresa abandona.
Porque halla, como la mona,
al principio qué vencer.
y cogiendo una nuez verde,
en la cáscara la muerde;
con que la supo muy mal.
Arrojóla el animal,
y se quedó sin comer.
Así suele suceder
a quien su empresa abandona.
Porque halla, como la mona,
al principio qué vencer.
SABATO: Novelas policiales
—Mi teoría —explicó— es la siguiente: la novela policial representa en el siglo veinte lo que la novela de caballería en la época de Cervantes. Más todavía: creo que podría hacerse algo equivalente a Don Quijote: una sátira de la novela policial. Imaginen ustedes un individuo que se ha pasado la vida leyendo novelas policiales y que ha llegado a la locura de creer que el mundo funciona como una novela de Nicholas Blake o de Ellery Queen. Imaginen que ese pobre tipo se larga finalmente a descubrir crímenes y a proceder en la vida real como procede un detective en una de esas novelas. Creo que se podría hacer algo divertido, trágico, simbólico, satírico y hermoso.
—¿Y por qué no lo haces? —preguntó burlonamente Mimí.
—Por dos razones: no soy Cervantes y tengo mucha pereza.
—Me parece que basta con la primera razón —opinó Mimí.
Ernesto SABATO, El túnel, Cátedra, Madrid, 2000.
—¿Y por qué no lo haces? —preguntó burlonamente Mimí.
—Por dos razones: no soy Cervantes y tengo mucha pereza.
—Me parece que basta con la primera razón —opinó Mimí.
Ernesto SABATO, El túnel, Cátedra, Madrid, 2000.
miércoles, 23 de mayo de 2012
SAMANIEGO: La zorra y el busto
Dijo la Zorra al Busto,
después de olerlo:
"Tu cabeza es hermosa,
pero sin seso".
Como éste hay muchos,
que aunque parecen hombres,
sólo son bustos.
después de olerlo:
"Tu cabeza es hermosa,
pero sin seso".
Como éste hay muchos,
que aunque parecen hombres,
sólo son bustos.
CRICHTON: Costumbres de los oguz
Los oguz no se lavan después de defecar u orinar, ni tampoco se bañan después de eyacular, ni en ninguna otra ocasión. No tienen ningún contacto con el agua, especialmente en invierno. Ningún mercader ni otros musulmanes pueden hacer sus abluciones en presencia de ellos, salvo durante la noche, cuando los turcos no lo ven, pues se enojan y dicen: "Este hombre quiere hacernos víctimas de un sortilegio, porque está sumergiéndose en el agua", y por tanto le obligan a pagar una multa.
Ningún mahometano puede entrar en territorio turco hasta que un oguz haya accedido a ser su anfitrión, con quien se alberga y a quien trae ropas de las tierras del Islam, además de pimienta, mijo, pasas y nueces para la esposa. Cuando el musulmán llega a casa de su anfitrión, éste le levanta una tienda y le lleva ovejas para que el musulmán pueda sacrificarlas personalmente. Los turcos nunca degüellan las ovejas, sino que las golpean en la cabeza hasta matarlas.
Las mujeres oguz nunca se cubren con velo en presencia de sus propios hombres ni de otros. Tampoco se cubren ninguna parte, del cuerpo en presencia de nadie. Un día nos detuvimos a visitar a un turco y nos sentamos en su tienda. Su mujer estaba presente. Mientras conversábamos, la mujer se descubrió el pubis y se lo rascó, cosa que nosotros vimos. Nos cubrimos el rostro y dijimos: "Con el perdón de Dios". Al oír esto, el marido se echó a reír y dijo al intérprete: "Diles que nosotros descubrimos esta parte de nuestras mujeres en presencia de ellos para que la vean y se impresionen, pero no está disponible. Es mejor que cubrirla y, no obstante, permitir su uso".
Michael CRICHTON, Devoradores de cadáveres, Ultramar, Barcelona, 1983.
Ningún mahometano puede entrar en territorio turco hasta que un oguz haya accedido a ser su anfitrión, con quien se alberga y a quien trae ropas de las tierras del Islam, además de pimienta, mijo, pasas y nueces para la esposa. Cuando el musulmán llega a casa de su anfitrión, éste le levanta una tienda y le lleva ovejas para que el musulmán pueda sacrificarlas personalmente. Los turcos nunca degüellan las ovejas, sino que las golpean en la cabeza hasta matarlas.
Las mujeres oguz nunca se cubren con velo en presencia de sus propios hombres ni de otros. Tampoco se cubren ninguna parte, del cuerpo en presencia de nadie. Un día nos detuvimos a visitar a un turco y nos sentamos en su tienda. Su mujer estaba presente. Mientras conversábamos, la mujer se descubrió el pubis y se lo rascó, cosa que nosotros vimos. Nos cubrimos el rostro y dijimos: "Con el perdón de Dios". Al oír esto, el marido se echó a reír y dijo al intérprete: "Diles que nosotros descubrimos esta parte de nuestras mujeres en presencia de ellos para que la vean y se impresionen, pero no está disponible. Es mejor que cubrirla y, no obstante, permitir su uso".
Michael CRICHTON, Devoradores de cadáveres, Ultramar, Barcelona, 1983.
martes, 22 de mayo de 2012
VAIN: Dying Chicago
Like other American cities, the old Chicago is dying, covered by the ruins. (Do not look for this Chicago on Google.)
http://romantic-ruins.blogspot.com
HOMERO: Causalidad
Meriones dejó sin vida a Fereclo, hijo de Tectón Harmónida, que con las manos fabricaba toda clase de obras de ingenio, porque era muy caro a Palas Atenea. Éste, no conociendo los oráculos de los dioses, construyó las naves bien proporcionadas de Alejandro, las cuales fueron la causa primera de todas las desgracias y un mal para los troyanos y para él mismo. Meriones, cuando alcanzó a aquél, lo alanceó en la nalga derecha; y la punta, pasando por debajo del hueso y cerca de la vejiga, salió al otro lado. El guerrero cayó de hinojos, gimiendo, y la muerte lo envolvió.
HOMERO, La Ilíada.
HOMERO, La Ilíada.
lunes, 21 de mayo de 2012
SAMANIEGO: La alforja
En una alforja al hombro
llevo los vicios:
los ajenos delante,
detrás los míos.
Esto hacen todos;
así ven los ajenos,
mas no los propios.
llevo los vicios:
los ajenos delante,
detrás los míos.
Esto hacen todos;
así ven los ajenos,
mas no los propios.
CRICHTON: No elogies
No elogies el día hasta que llegue la noche;
a una mujer, hasta que haya sido quemada;
el hielo, hasta que haya sido atravesado;
la cerveza, hasta que haya sido bebida.
Michael CRICHTON, Devoradores de cadáveres, Ultramar, Barcelona, 1983.
a una mujer, hasta que haya sido quemada;
el hielo, hasta que haya sido atravesado;
la cerveza, hasta que haya sido bebida.
Michael CRICHTON, Devoradores de cadáveres, Ultramar, Barcelona, 1983.
VILA-MATAS: El tiempo
Despertar nos lleva cada día a recordar que somos algo esencialmente misterioso. Comentando una frase de San Pablo ("Muero cada día"), dice Borges que la verdad es que morimos cada día y que nacemos cada día. Estamos continuamente naciendo y muriendo. Por eso el problema del tiempo nos toca más que los otros problemas metafísicos. Porque los otros problemas son abstractos. El del tiempo es nuestro problema. ¿Quién soy yo? ¿Quién es cada uno de nosotros?
La persona que uno era y que se separó de uno mismo al dormirse, se une a nosotros al despertar, pero no puede ser que sea exactamente la misma que la del día anterior. Tal vez por eso, cuando algún alma indiscreta me pregunta si, dada la fiebre de separaciones conyugales que nos invade, no me he planteado separarme algún día de mi pareja, suelo responder: ¿Cómo me voy a separar si cada día me separo un poco más de mí mismo?
Enrique VILA-MATAS, Dietario voluble, Anagrama, Barcelona, 2008.
domingo, 20 de mayo de 2012
SIENKIEWICZ: Un cuento de Sabała
Nos sentamos alrededor de la hoguera mientras escuchábamos el silencio de los montes Tatra. Se acercaba ya la hora del descanso cuando, de repente, Sabała levantó su arrugado rostro, parecido a la vez a un buitre y al Milton. Durante un momento miró al fuego con los ojos vidriosos e inmediatamente se puso a contar lo que sigue.
Agniezska MATYJASZCZYK GRENDA (ed.), Cuentos populares polacos, Cátedra, Madrid, 2012.
Agniezska MATYJASZCZYK GRENDA (ed.), Cuentos populares polacos, Cátedra, Madrid, 2012.
SCHLAYER: Falta de sinceridad
El terror se hacía sentir en el ambiente y se reflejaba en la figura de aquellos mozalbetes desempeñando como milicianos el servicio de la defensa de la cárcel, ante la proximidad de las tropas nacionales que ya se habían introducido en el casi circundante parque del Oeste, oyéndose cercanos el tiroteo de que era objeto el edificio, así como el fuego de las ametralladoras constituyendo aquella posición la piedra angular para la defensa de Madrid.
Ya no podía quedarme allí más tiempo porque tenía que recoger al delegado de la Cruz Roja para acudir a la entrevista con la nueva autoridad policial, tal como había quedado convenido entre nosotros. La tal autoridad se llamaba Santiago Carrillo, con el que tuvimos una conversación muy larga en la que ciertamente recibimos toda clase de promesas de buena voluntad y de intenciones humanitarias con respecto a la protección de los presos y al cese de la actividad asesina, pero con el resultado final por todos percibido de una sensación de inseguridad y de falta de sinceridad. Le puse en conocimiento de lo que acababa de decirme el director de la cárcel y le pedí explicaciones. Él pretendía no saber nada de todo aquello, cosa que me pareció inverosímil. Pero a pesar de todas aquellas falsas promesas, durante aquella noche y al siguiente día, continuaron los transportes de presos que sacaban de las cárceles, sin que Miaja ni Carrillo se creyeran obligados a intervenir. Y entonces sí que no pudieron alegar desconocimiento ya que ambos estaban informados por nosotros.
Felix SCHLAYER, Matanzas en el Madrid republicano, Áltera, Barcelona, 2005.
Ya no podía quedarme allí más tiempo porque tenía que recoger al delegado de la Cruz Roja para acudir a la entrevista con la nueva autoridad policial, tal como había quedado convenido entre nosotros. La tal autoridad se llamaba Santiago Carrillo, con el que tuvimos una conversación muy larga en la que ciertamente recibimos toda clase de promesas de buena voluntad y de intenciones humanitarias con respecto a la protección de los presos y al cese de la actividad asesina, pero con el resultado final por todos percibido de una sensación de inseguridad y de falta de sinceridad. Le puse en conocimiento de lo que acababa de decirme el director de la cárcel y le pedí explicaciones. Él pretendía no saber nada de todo aquello, cosa que me pareció inverosímil. Pero a pesar de todas aquellas falsas promesas, durante aquella noche y al siguiente día, continuaron los transportes de presos que sacaban de las cárceles, sin que Miaja ni Carrillo se creyeran obligados a intervenir. Y entonces sí que no pudieron alegar desconocimiento ya que ambos estaban informados por nosotros.
Felix SCHLAYER, Matanzas en el Madrid republicano, Áltera, Barcelona, 2005.
sábado, 19 de mayo de 2012
GRANDES: Pintar las uñas de los pies
—Si tú estuvieras loco por una mujer, pero mucho mucho, muchísimo, enamorado como en las películas... —sólo entonces, al sentir la necesidad de hacer en voz alta aquella pregunta, empecé a entenderlo, pero él, pendiente de tapar bien la cacerola para que no se le escapara ningún cangrejo vivo, asintió sin mirarme—. ¿Tú le pintarías las uñas de los pies?
—¿Yo? —y menos mal que el agua ya había empezado a hervir, porque se dio la vuelta con la tapa en la mano para mirarme con ojos de alucinado—. ¡Pero qué dices! ¿Cómo iba a hacer yo una cosa así? ¡Ni que fuera maricón!
—Ya —no esperaba otra respuesta, pero me quedé pensando igual—. Porque tú crees que una cosa así sólo puede hacerla un maricón.
—Pues claro. Hay que ver, Nino, qué cosas tienes...
Almudena GRANDES, El lector de Julio Verne, Tusquets, Barcelona, 2012.
MIR, CRUZ: Las caras de Bélmez
La subvención europea al proyecto de O Porriño no es nada comparada con lo que nos encontramos al leer, el 1 de junio de 2011, en el Boletín Oficial número 124 de la provincia de Jaén lo siguiente: Licitación Obra: CO2010-284. La frecuencia cardiaca se dispara cuando a continuación señala a qué obra se refiere: "Creación y dotación del Centro de Interpretación de las Caras de Bélmez. Proyecto cofinanciado por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional". Sí, las caras de Bélmez, la casa de fachada blanca con humedades en el piso y que algunos se empeñan en decir que son imágenes de la Virgen. Todavía recordamos el reportaje que hicimos sobre esa casa que se caía a cachos y que los científicos califican como un fraude. No podemos olvidar cuando nos reunimos con una cantidad infinita de herederos de la vivienda, eran tantos… Nos ofrecieron comprarla por unos 600.000 euros. "Tú cobras entrada por pasar y vas a ganar dinero a espuertasssss", decía el mayor de los hermanos. Según el BOP (Boletín Oficial de la Provincia) el coste presupuestado de la obra es de un total de 768.457,43 euros —qué graciosos quedan esos céntimos que siempre figuran en los presupuestos y que luego cuelgan en los carteles que anuncian la obra; nos hacen creer que hasta el último euro está controlado—. Pues en este proyecto de apariciones marianas un 5 por ciento lo paga el ayuntamiento, un 25 por ciento la diputación y el 70 por ciento restante la Unión Europea.
Sandra MIR, Gabriel CRUZ, La casta autonómica, La Esfera de los Libros, Madrid, 2012.
Sandra MIR, Gabriel CRUZ, La casta autonómica, La Esfera de los Libros, Madrid, 2012.
viernes, 18 de mayo de 2012
AL-MUTADID: Dejadme
Dejadme, donde dichoso
y respetado he vivido,
vislumbrando las ondas
del Guadalquivir tranquilo,
a la luz de las estrellas
en clara noche de estío,
a la sombra reposando
de los frondosos olivos,
oyendo el susurro libre
y manso de los mirtos.
y respetado he vivido,
vislumbrando las ondas
del Guadalquivir tranquilo,
a la luz de las estrellas
en clara noche de estío,
a la sombra reposando
de los frondosos olivos,
oyendo el susurro libre
y manso de los mirtos.
GAŁECKI: El náufrago
–¿Qué era esa mierda tan importante que querías decirme? ¿Qué querías?
–Creo que todo es un engaño.
–¿A qué te refieres, negro?
–La historia del naufragio. Toda esa mierda.
–¿Hablas de Verde?
–Sí, desde luego. No me fio de ese bicho.
–¿Qué dices, tío? No te entiendo.
–Toda esa mierda de que la nave se estrelló y que cayó aquí, en la barriada.
–Negro, ¿qué dices? Ya lo sabes: nos lo ha contado un montón de veces.
–Una mierda. No me creo una mierda de lo que nos ha dicho.
–¿Te notaba raro?
–¿Raro? Ese cabrón nos lee la mente. Estoy seguro. Llevo semanas tragándome una aspirina detrás de otra, desde que comencé a sospechar.
–¿Por qué dices que no te crees la historia de Verde?
–Su puta historia apesta. Vamos, ¿tú te la creíste?
–Ya sabes lo que dijo: estaba en hibernación y eso y uno de los aparatos se estropeó. Tuvo que venir aquí. El ordenador de su nave le trajo aquí.
–La historia apesta como la mierda de mi tío. Vamos, coge la pistola y dispara a las torres y si eres de darle en el culo a una vieja que esté sentada en el retrete me creeré esta jodida historia.
–Creo que todo es un engaño.
–¿A qué te refieres, negro?
–La historia del naufragio. Toda esa mierda.
–¿Hablas de Verde?
–Sí, desde luego. No me fio de ese bicho.
–¿Qué dices, tío? No te entiendo.
–Toda esa mierda de que la nave se estrelló y que cayó aquí, en la barriada.
–Negro, ¿qué dices? Ya lo sabes: nos lo ha contado un montón de veces.
–Una mierda. No me creo una mierda de lo que nos ha dicho.
–¿Te notaba raro?
–¿Raro? Ese cabrón nos lee la mente. Estoy seguro. Llevo semanas tragándome una aspirina detrás de otra, desde que comencé a sospechar.
–¿Por qué dices que no te crees la historia de Verde?
–Su puta historia apesta. Vamos, ¿tú te la creíste?
–Ya sabes lo que dijo: estaba en hibernación y eso y uno de los aparatos se estropeó. Tuvo que venir aquí. El ordenador de su nave le trajo aquí.
–La historia apesta como la mierda de mi tío. Vamos, coge la pistola y dispara a las torres y si eres de darle en el culo a una vieja que esté sentada en el retrete me creeré esta jodida historia.
Janek GAŁECKI, Y llegaron, Nitram Orreif, Buenos Aires, 2007.
HUSTON: La cama
Sam Jaffe estaba a punto de casarse cuando lo conocí. Tenía casi treinta años, algunos más que yo, pero era todavía virgo intactis. No creo que Sam esperara los preparativos conyugales con mucha impaciencia. El matrimonio para Sam era como dar un salto en el vacío. Cuando se casó, alquiló una habitación justo debajo de la mía en MacDougal Street en el Village y luego continuó viviendo con su madre mientras él y su nueva esposa, Lillian, procedían a amueblar el piso, mueble por mueble. La última cosa que quedaba por comprar era la cama. Tan pronto como la compraran, se mudarían allí y comenzarían a vivir como marido y mujer.
Finalmente se decidieron a comprar esa pieza fundamental del mobiliario, y dieron las instrucciones para que se la llevaran al piso. A la primera oportunidad, Sam volvió a llamar a la tienda y les dijo que no enviaran la cama hasta nuevo aviso. Él tenía los nervios de punta. Después de dos o tres días, Lillian empezó a preguntarse qué habría pasado, y llamó a la tienda. Por fin la cama fue enviada y el último dique de Sam se hundió.
John HUSTON, A libro abierto, Espasa-Calpe, Madrid, 1986.
Finalmente se decidieron a comprar esa pieza fundamental del mobiliario, y dieron las instrucciones para que se la llevaran al piso. A la primera oportunidad, Sam volvió a llamar a la tienda y les dijo que no enviaran la cama hasta nuevo aviso. Él tenía los nervios de punta. Después de dos o tres días, Lillian empezó a preguntarse qué habría pasado, y llamó a la tienda. Por fin la cama fue enviada y el último dique de Sam se hundió.
John HUSTON, A libro abierto, Espasa-Calpe, Madrid, 1986.
jueves, 17 de mayo de 2012
PLATÓN: Alcibíades acosa a Sócrates
Creyendo al principio que se enamoraba de mi hermosura, me felicitaba yo de ello, y teniéndolo por una fortuna, creí que se me presentaba un medio maravilloso de ganarle, contando con que, complaciendo a sus deseos, obtendría seguramente de él que me comunicara toda su ciencia. Por otra parte, yo tenía un elevado concepto de mis cualidades exteriores. Con este objeto comencé por despachar a mi ayo, en cuya presencia veía ordinariamente a Sócrates, y me encontré solo con él. Es preciso que os diga la verdad toda; estadme atentos, y tú, Sócrates, repréndeme si falto a la exactitud. Quedé solo, amigos míos, con Sócrates, y esperaba siempre que tocara uno de aquellos puntos, que inspira a los amantes la pasión, cuando se encuentran sin testigos con el objeto amado, y en ello me lisonjeaba y tenía un placer. Pero se desvanecieron por entero todas mis esperanzas. Sócrates estuvo todo el día conversando conmigo en la forma que acostumbraba y después se retiró. A seguida de esto, le desafié a hacer ejercicios gimnásticos, esperando por este medio ganar algún terreno. Nos ejercitamos y luchamos muchas veces juntos y sin testigos. ¿Qué podré deciros? Ni por esas adelanté nada. No pudiendo conseguirlo por este rumbo, me decidí a atacarle vivamente. Una vez que había comenzado, no quería dejarlo hasta no saber a qué atenerme. Le convidé a comer como hacen los amantes que tienden un lazo a los que aman; al pronto rehusó, pero al fin concluyó por ceder. Vino, pero en el momento que concluyó la comida, quiso retirarse. Una especie de pudor me impidió retenerle. Pero otra vez le tendí un nuevo lazo; después de comer, prolongué nuestra conversación hasta bien entrada la noche; y cuando quiso marcharse, le precisé a que se quedara con el pretexto de ser muy tarde. Se acostó en el mismo escaño en que había comido.
—Sócrates, ¿duermes? —le pregunté al cabo de un rato.
—No —respondió él.
—Y bien, ¿sabes lo que yo pienso?
—¿Qué?
—Pienso —repliqué— que tú eres el único amante digno de mí, y se me figura que no te atreves a descubrirme tus sentimientos. Yo creería ser poco racional, si no procurara complacerte en esta ocasión, como en cualquiera otra, en que pudiera obligarte, sea en favor de mí mismo, sea en favor de mis amigos. ningún pensamiento me hostiga tanto como el de perfeccionarme todo lo posible, y no veo ninguna persona, cuyo auxilio pueda serme más útil que el tuyo. Rehusando algo a un hombre tal como tú, temería mucho más ser criticado por los sabios, que el serlo por el vulgo y por los ignorantes, concediéndotelo todo.
A este discurso Sócrates me respondió con su ironía habitual:
—Mi querido Alcibíades, si lo que dices de mí es exacto; si, en efecto, tengo el poder de hacerte mejor, en verdad no me pareces inhábil, y has descubierto en mí una belleza maravillosa y muy superior a la tuya. En este concepto, queriendo unirte a mí y cambiar tu belleza por la mía, tienes trazas de comprender muy bien tus intereses; puesto que en lugar de la apariencia de lo bello quieres adquirir la realidad y darme cobre por oro. Pero, buen joven, míralo más de cerca, no sea que te engañes sobre lo que yo valgo. Los ojos del espíritu no comienzan a hacerse previsores hasta que los del cuerpo se debilitan, y tú no has llegado aún a este caso.
PLATÓN, El banquete, Popocatépetl, México, 1997.
miércoles, 16 de mayo de 2012
RODRÍGUEZ: Anarquía significa
Anarquía significa
belleza, amor, poesía,
igualdad, fraternidad,
sentimiento, libertad
cultura, arte, armonía,
la razón, suprema guía,
la ciencia, excelsa verdad,
vida, nobleza, bondad,
satisfacción, alegría,
todo es anarquía
y anarquía, humanidad.
Melchor RODRÍGUEZ, Anarquía significa.
belleza, amor, poesía,
igualdad, fraternidad,
sentimiento, libertad
cultura, arte, armonía,
la razón, suprema guía,
la ciencia, excelsa verdad,
vida, nobleza, bondad,
satisfacción, alegría,
todo es anarquía
y anarquía, humanidad.
Melchor RODRÍGUEZ, Anarquía significa.
MIR, CRUZ: Qatar Foundation
Decía De Gaulle, el líder francés de la posguerra europea, que "la política más cara, la más ruinosa, es ser pequeño". Vamos a un ejemplo que todo el mundo entiende: el fútbol. A principios de 2011 el ministerio de Industria ofreció al F. C. Barcelona llevar en sus camisetas, a cambio de varios millones de euros, la siguiente leyenda: Visit Spain, visit Barcelona. Pero "no hubo forma de llegar a un acuerdo", como dijo el entonces ministro, Miguel Sebastián. Sin embargo, el que sí aceptó fue el Real Madrid, con el eslogan: Visit Spain, visit Madrid. Fue entonces cuando desde el Barça se acusó al Real Madrid de ser un club favorecido por el gobierno. Finalmente, la junta directiva del Barcelona prefirió llevar en el pecho Qatar Foundation, patrocinando así una tiránica dictadura petrolera en la que, por ejemplo, las relaciones homosexuales están castigadas con latigazos y penas de cinco años de prisión.
Sandra MIR, Gabriel CRUZ, La casta autonómica, La Esfera de los Libros, Madrid, 2012.
martes, 15 de mayo de 2012
S.T.T.L. Carlos Fuentes
Creo en Iberoamérica. El Atlántico no es para mí abismo, sino puente. Las aguas del Mediterráneo fluyen del Bosforo y Andalucía a las Antillas y el Golfo de México. Mar de encuentros. El primero fue un choque. La América deseada fue la América destruida. El sueño europeo de una nueva Edad de Oro en un Nuevo Mundo pereció en la mina, la hacienda, el barco esclavista. Se derrumbaron grandes civilizaciones. La conquista de América fue una catástrofe. Pero una catástrofe, dice María Zambrano, sólo es catastrófica si de ella no nace nada que la redima. Y de la catástrofe de la conquista nacimos todos nosotros. Somos, mayoritariamente, mestizos, hijos del encuentro. Hablamos, mayoritariamente, castellano y portugués. Y hasta cuando somos ateos, somos católicos. Pero nuestro cristianismo es sincrético. Carga, transforma y deforma las grandes herencias de las culturas indígenas constructoras de Chichén-Itzá, Teotihuacan, Mayapán y Machu Picchu. Sociedades indígenas de regímenes políticos autoritarios, a menudo crueles, explotadores... y aislados. Pero en el seno de cada una se libra el combate entre la oscuridad del sacrificio y la guerra (Huitzilopochtli) y el principio de la luz y la creación (Quetzalcoatl). ¿Quién hubiese ganado, el hijo de la Coatlicue o el hijo de la Serpiente Emplumada? Nunca lo sabremos.
Carlos FUENTES, En esto creo, Seix Barral, México, 2002.
LIPPMAN: Una buena dosis de su libro de bolsillo de emergencia
Se llevó el café a una mesa del rincón y se dispuso a tomar una buena dosis de su libro de bolsillo de emergencia, que en esta ocasión sacó del bolso. Kay rellenaba con libros de bolsillo todos los huecos y rincones de su vida: la cafetería, la oficina, el coche, la cocina, el baño. Cinco años atrás, cuando el dolor del divorcio era todavía reciente y agudo, los libros empezaron a ser una manera de olvidarse del hecho de que carecía de vida personal. Pero con el paso del tiempo terminó dándose cuenta de que prefería los libros a la compañía de otras personas. Leer no era para ella una derrota, sino un estado ideal del ser. En el trabajo, donde hubiese podido reunirse con multitud de colegas durante los ratos de descanso y las comidas, casi siempre se sentaba sola y leía. Los colegas decían a su espalda que era una persona antisocial, o eso era al menos lo que ellos opinaban. Pero para Kay, vivir siempre inmersa en sus libros no suponía perderse nada que valiera la pena.
Laura LIPPMAN, Lo que los muertos no saben, Ediciones B, Barcelona, 2009.
Laura LIPPMAN, Lo que los muertos no saben, Ediciones B, Barcelona, 2009.
SEPÚLVEDA: Los ona perdieron a sus dioses
Curiosa raza la de los onas. Lo poco que se sabe de ellos es que hasta la llegada de los europeos vivían de la caza del guanaco y de la recolección de moluscos en las playas. Con huesos de lobo marino y de ballenas fabricaban anzuelos, puntas de flecha y otras herramientas que luego cambiaban a los yaganes o alacalufes por pequeñas embarcaciones que les permitían cruzar el estrecho. Así vivieron durante siglos, hasta que los europeos empezaron a expulsarlos de sus tierras de cacerías, y junto con ellos a sus dioses, que habitaban en la oscuridad de los bosques. Dicen que los dioses de los onas eran gordos, flojos y pacíficos. Una leyenda cuenta que, cuando los europeos les arrebataron los bosques, construyeron una gran barca, una suerte de arca para salvar a sus dioses, pero como no tenían experiencia de constructores navales y sus divinidades eran gordas, la barca naufragó en medio del estrecho. Así, al comenzar el exterminio de indios, los onas no tenían dioses protectores, y los europeos y los criollos los vieron construir pésimas embarcaciones con pieles y cortezas, intentaron rescatar a sus dioses del fondo de la mar, o tal vez quisieron vivir con ellos en su nueva morada.
Luis SEPÚLVEDA, Mundo del fin del mundo, Tusquets, Barcelona, 1994.
lunes, 14 de mayo de 2012
SCHLAYER: No hacer nada
En un día caluroso llegaba yo a Sevilla, capital de Andalucía, en tren a primeras horas de la tarde. Esta era, entonces, una ciudad de escasa circulación. La estación estaba fuera de la ciudad, como a un kilómetro de distancia. No se veía un vehículo, ni tampoco aparecía ningún mozo de cuerda. Me di una vuelta, buscando por los alrededores de la estación; tumbado a la sombra de un árbol, descubrí, tendido a todo lo largo que era, en la acera, a un pacífico durmiente. La gorra que llevaba delataba su condición de mozo de equipajes; ahora le servía para protegerle la cara del sol. Le toqué con el pie; entonces, cargado de sueño, movió la gorra de servicio lo suficiente como para mirarme con un ojo por debajo de la misma. Impresionado por la falta manifiesta de impulso activo de aquel hombre, me decidí a tentar su ambición. "Te doy tres pesetas si me llevas la maleta a la ciudad". Venía a ser el cuádruple de la tarifa corriente. Respuesta: "Esta semana ya me he ganado dos pesetas; hoy no hago nada más". Una vez dicho esto, se volvió a tapar los ojos con la gorra y siguió durmiendo.
Felix SCHLAYER, Matanzas en el Madrid republicano, Áltera, Barcelona, 2005.
Felix SCHLAYER, Matanzas en el Madrid republicano, Áltera, Barcelona, 2005.
domingo, 13 de mayo de 2012
HUSTON: Las palabran cobraban vuelo
Hemingway dijo que nada le resultaba tan gratificante como el acto mismo de escribir, cuando las palabras cobraban alas, cuando la mano seguía al pensamiento, y el pensamiento remontaba y la pluma trazaba su vuelo. El único placer que yo obtengo de escribir viene cuando, después de haber escrito algo y haberlo guardado, lo releo más tarde y encuentro que tiene sentido..., es una sensación fundamentalmente de alivio. Pero me dije: "Bueno, es Hemingway el que habla. Supongo que para él sí es un gozo el escribir".
John HUSTON, A libro abierto, Espasa-Calpe, Madrid, 1986.
John HUSTON, A libro abierto, Espasa-Calpe, Madrid, 1986.
sábado, 12 de mayo de 2012
JOHNSON: Así fue como comenzó
Estoy descargando la segunda caja cuando el coche policial gira la esquina y, con un chirrido, frena detrás de mi pickup. Hago como si no lo viera. Llevo la caja al interior de la casa y salgo para recoger la siguiente.
El sheriff está al lado de mi coche. Me sorprende su juventud; no le echo más de veinticinco años: quizá haya heredado el cargo de su padre o de algún tío.
–Buenos días –le digo.
El se lleva la mano al sombrero, aunque sólo para subirlo y poder contemplarme mejor.
–Usted, usted… ¿Quién es usted?
–Johnson. DuBois Johnson.
–El Johnson que alquiló la casa de los Cumming.
–El mismo –le digo.
–DuBois Johnson.
Pronuncia mi nombre a la francesa, pero no le corrijo. Este sitio había formado parte alguna vez de la Nueva Francia y, por lo que he leído, todavía quedan muchos descendientes de los antiguos pobladores. Desde luego, hace siglos que ya no hablan francés, pero lo siguen eligiendo como lengua extranjera en la escuela. No me da la oportunidad de tenderle la mano, pues tiene las suyas ocupadas en encender un cigarrillo. Cojo otra caja. Ésta es muy pesada. Supongo que contiene libros. Me han dicho que allí los inviernos son realmente duros y que no hay nada mejor que pasarlos leyendo.
Cuando regreso al pickup, el sheriff todavía está allí, con un cigarrillo apagado en la comisura de los labios. Se ha agachado y contempla el parachoques, donde tengo colocado una pegatina de la Organización. Supongo que no sabe qué demonios significan esas siglas. Cuando le observo mejor me doy cuenta de que es mayor de lo que había supuesto. Se levanta y observa cómo me afano en arrastrar una caja de la parte de atrás del pickup y en cargar con ella.
–¿Qué ha venido a hacer aquí, señor Johnson? –me pregunta por fin.
Cargado con la pesada caja, me detengo y le miro. El pastor me había advertido que antes o después los oficiales de la ley acaban por hacer esa pregunta. Al sheriff del condado de Essex, sin duda, no le gusta andarse por las ramas.
–Me hablaron de este sitio. Soy escritor y necesitaba un poco de tranquilidad.
Sigo llevando cajas al interior de la casa durante un rato; mientras, el sheriff continúa mirándome. Comienzo a sudar, pero decido seguir con la chaqueta puesta. Pasa quizá media hora y me queda una sola caja cuando habla de nuevo.
–¿Está seguro que esté es un buen sitio para alguien como usted?
¿Sólo eso? Sí, sólo eso. Así fue como comenzó.
DuBois JOHNSON, En la montaña verde, PR Ediciones, Madrid, 2011.
El sheriff está al lado de mi coche. Me sorprende su juventud; no le echo más de veinticinco años: quizá haya heredado el cargo de su padre o de algún tío.
–Buenos días –le digo.
El se lleva la mano al sombrero, aunque sólo para subirlo y poder contemplarme mejor.
–Usted, usted… ¿Quién es usted?
–Johnson. DuBois Johnson.
–El Johnson que alquiló la casa de los Cumming.
–El mismo –le digo.
–DuBois Johnson.
Pronuncia mi nombre a la francesa, pero no le corrijo. Este sitio había formado parte alguna vez de la Nueva Francia y, por lo que he leído, todavía quedan muchos descendientes de los antiguos pobladores. Desde luego, hace siglos que ya no hablan francés, pero lo siguen eligiendo como lengua extranjera en la escuela. No me da la oportunidad de tenderle la mano, pues tiene las suyas ocupadas en encender un cigarrillo. Cojo otra caja. Ésta es muy pesada. Supongo que contiene libros. Me han dicho que allí los inviernos son realmente duros y que no hay nada mejor que pasarlos leyendo.
Cuando regreso al pickup, el sheriff todavía está allí, con un cigarrillo apagado en la comisura de los labios. Se ha agachado y contempla el parachoques, donde tengo colocado una pegatina de la Organización. Supongo que no sabe qué demonios significan esas siglas. Cuando le observo mejor me doy cuenta de que es mayor de lo que había supuesto. Se levanta y observa cómo me afano en arrastrar una caja de la parte de atrás del pickup y en cargar con ella.
–¿Qué ha venido a hacer aquí, señor Johnson? –me pregunta por fin.
Cargado con la pesada caja, me detengo y le miro. El pastor me había advertido que antes o después los oficiales de la ley acaban por hacer esa pregunta. Al sheriff del condado de Essex, sin duda, no le gusta andarse por las ramas.
–Me hablaron de este sitio. Soy escritor y necesitaba un poco de tranquilidad.
Sigo llevando cajas al interior de la casa durante un rato; mientras, el sheriff continúa mirándome. Comienzo a sudar, pero decido seguir con la chaqueta puesta. Pasa quizá media hora y me queda una sola caja cuando habla de nuevo.
–¿Está seguro que esté es un buen sitio para alguien como usted?
¿Sólo eso? Sí, sólo eso. Así fue como comenzó.
DuBois JOHNSON, En la montaña verde, PR Ediciones, Madrid, 2011.
viernes, 11 de mayo de 2012
VILCHES: Ciencia ficción estadounidense y soviética
La libertad que se respiraba en EEUU permitía cualquier tipo de especulación prospectiva, tanto del pasado como del presente o del futuro. El genial Fredric Brown escribía Universo de locos en 1948, una punzante crítica al modo de vida americano. Pohl y Kornbluth censuraban el capitalismo en la exitosa Mercaderes del espacio (1954). Ese mismo año Jack Finney daba a la imprenta Los ladrones de cuerpos, que fue una clara defensa de la individualidad frente al macartismo y el comunismo; en ella se basó la celebérrima película de Don Siegel La invasión de los ladrones de cuerpos (1956). Philip K. Dick publicaba en 1962 El hombre en el castillo, novela fundada en la idea de que la Alemania nazi y el Japón imperial habían ganado la segunda guerra mundial y se habían repartido EEUU. Joe Haldeman arrasaba con La guerra interminable en 1974, llevando al futuro un horror basado descaradamente en la guerra de Vietman. Todo esto ¿hubiera sido posible en la URSS? No.
Muchos autores rusos fueron purgados, entre ellos Yevgueni Zamiatin, ingeniero y miembro del Partido, que publicó Nosotros en 1921, un precedente de Un mundo feliz de Huxley y de 1984 de Orwell. El argumento del libro de Zamiatin fue su perdición: una sociedad dominada por un Estado totalitario en manos de un Bienhechor que acababa con la individualidad del ser humano. Stalin tenía a veces la mano abierta para los escritores, por lo que, en el caso de Zamiatin, permitió que en 1930 saliera del país. No tuvo la misma suerte Vladimir Mayakovski, que estrenó en 1929 la obra de teatro La chinche, en la que un proletario, tras una hibernación de cincuenta años, es tratado como un parásito y exhibido en un zoo. El cerco estaliniano pudo con él y acabó suicidándose. Mayakovski, que había cantado la revolución en sus poemas, fue devorado por aquellos a los que cantaba. A Mijail Bulgakov, uno de los grandes narradores rusos del género fantástico, el régimen soviético le prohibió publicar en 1930. La razón es que en La guardia blanca (1925) hacía un retrato favorable de los rusos blancos sin citar a un solo héroe bolchevique. Su obra más ambiciosa, El maestro y Margarita, de 1929, no vio la luz hasta 1966.
Jorge VILCHES, En la URSS el lunes empezaba el sábado.
Libertad Digital Libros, jueves 10 de mayo de 2012.
Artículo completo
HUSTON: Mala suerte
Las raíces de la mala suerte residen en el inconsciente. Nosotros mismos nos la infligimos como una especie de autocastigo. En esa época yo sólo pensaba de mí mismo que tenía mala suerte —estaba bajo una nube negra—, pero esta nube de humo negro emanaba sin duda de mi propio espíritu. Hice un autoanálisis hasta donde era capaz, pero no pude dar con ninguna respuesta. No sabía dónde residía el mal, ni lo arraigado que estaba. Tampoco tenía la formación ni la inclinación para autoanalizarme en profundidad, ni tenía disponibilidad de tiempo y dinero para consultar a un analista profesional, así que no hice nada. Mi esperanza era que con el tiempo superaría todas las dificultades.
John HUSTON, A libro abierto, Espasa-Calpe, Madrid, 1986.
John HUSTON, A libro abierto, Espasa-Calpe, Madrid, 1986.
jueves, 10 de mayo de 2012
TOLEDO: Rendidos al enemigo
Y cuando deben hacer una reivindicación laboral, en vez de preferir "un pacto regular en lugar de un buen conflicto", como dijo un dirigente de CCOO, el SOC no rehúye ningún conflicto, y los afronta mediante la desobediencia civil, ocupando latifundios, bloqueando carreteras... No se sientan a firmar con el enemigo, como hacen CCOO y UGT, que firman la rendición en nombre de sus bases, que no suelen estar de acuerdo con esas firmas.
Guillermo TOLEDO, Razones para la rebeldía, Península, Barcelona, 2011.
VIDAL: La feria de San Isidro
La expectación enorme que suscita la Feria de San Isidro -lleno todos los días, así dure un mes- responde a las mismas motivaciones que se aprecian en las restantes plazas españolas. A la gente en general los toros parecen traerle absolutamente sin cuidado, pero si se anuncia feria en su localidad y hay cartel con nombres que suenan, acude y llena el coso. Y domina su transcurso mediante un talante desaforadamente triunfalista que condona todo tipo de tropelías y corruptelas, en aras del fin supremo de que aquello acabe en apoteosis, poder entonces contarlo y presumir de que se ha asistido a un acontecimiento memorable.
Cosas así suceden en la famosa Feria de San Isidro, no se crea. Y no llegan a más, pues aún queda un reducto -mínimo- de aficionados que intenta mantener la cordura y la autenticidad del espectáculo. Aunque con éxito pocas veces, incluso las más con estrepitoso fracaso, pues los llaman derrotistas, retrógrados, aguafiestas, maleducados e intentan echarlos de la plaza.
Joaquín VIDAL, Temporada.
El País, martes 19 de marzo de 2002.
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miércoles, 9 de mayo de 2012
HERNÁNDEZ: Nada enseña tanto como el sufrir y el llorar
Ninguno me hable de penas,
porque yo penado vivo,
y naides se muestre altivo
aunque en el estribo esté:
que suele quedarse á pié
el gaucho mas alvertido.
Junta esperencia en la vida
hasta pa dar y prestar
quien la tiene que pasar
entre sufrimiento y llanto;
porque nada enseña tanto
como el sufrir y el llorar.
Viene el hombre ciego al mundo,
cuartiándolo la esperanza,
y á poco andar ya lo alcanzan
las desgracias á empujones.
Jué pucha, que trae liciones
el tiempo con sus mudanzas!
José HERNÁNDEZ, Martín Fierro, Letras Australes, Barcelona, 2005.
porque yo penado vivo,
y naides se muestre altivo
aunque en el estribo esté:
que suele quedarse á pié
el gaucho mas alvertido.
Junta esperencia en la vida
hasta pa dar y prestar
quien la tiene que pasar
entre sufrimiento y llanto;
porque nada enseña tanto
como el sufrir y el llorar.
Viene el hombre ciego al mundo,
cuartiándolo la esperanza,
y á poco andar ya lo alcanzan
las desgracias á empujones.
Jué pucha, que trae liciones
el tiempo con sus mudanzas!
José HERNÁNDEZ, Martín Fierro, Letras Australes, Barcelona, 2005.
sábado, 5 de mayo de 2012
COLE: The saddest thing
Well, the saddest thing of all is not to lose someone. The saddest thing of all is when you find someone and then lose them.
Cris COLE, Mad Dogs (2012).
Cris COLE, Mad Dogs (2012).
viernes, 4 de mayo de 2012
ERASMO: La tela de araña
A Anacarsis se le atribuye aquel dicho tan notable que dice: Que las leyes son semejantes a las telas de araña, en las cuales los animales pequeñitos y flacos quedan trabados y presos y los grandes y recios las rompen y se van. Y así es que las leyes en los pobres y flacos se ejecutan y por los grandes y poderosos comúnmente son quebrantadas.
Erasmo de Rotterdam, Apotegmas de sabiduría antigua, Edhasa, Barcelona, 1998.
Erasmo de Rotterdam, Apotegmas de sabiduría antigua, Edhasa, Barcelona, 1998.
2 Samuel 11, 1-17
Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén.
Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa.
Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: "Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo".
Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa.
Y concibió la mujer, y envió a hacerlo saber a David, diciendo: "Estoy encinta".
Entonces David envió a decir a Joab: "Envíame a Urías heteo". Y Joab envió a Urías a David.
Cuando Urías vino a él, David le preguntó por la salud de Joab, y por la salud del pueblo, y por el estado de la guerra.
Después dijo David a Urías: "Desciende a tu casa, y lava tus pies". Y saliendo Urías de la casa del rey, le fue enviado presente de la mesa real.
Mas Urías durmió a la puerta de la casa del rey con todos los siervos de su señor, y no descendió a su casa.
E hicieron saber esto a David, diciendo: "Urías no ha descendido a su casa". Y dijo David a Urías: "¿No has venido de camino? ¿Por qué, pues, no descendiste a tu casa?"
Y Urías respondió a David: "El arca e Israel y Judá están bajo tiendas, y mi señor Joab, y los siervos de mi señor, en el campo; ¿y había yo de entrar en mi casa para comer y beber, y a dormir con mi mujer? Por vida tuya, y por vida de tu alma, que yo no haré tal cosa".
Y David dijo a Urías: "Quédate aquí aún hoy, y mañana te despacharé". Y se quedó Urías en Jerusalén aquel día y el siguiente.
Y David lo convidó a comer y a beber con él, hasta embriagarlo. Y él salió a la tarde a dormir en su cama con los siervos de su señor; mas no descendió a su casa.
Venida la mañana, escribió David a Joab una carta, la cual envió por mano de Urías.
Y escribió en la carta, diciendo: "Poned a Urías al frente, en lo más recio de la batalla, y retiraos de él, para que sea herido y muera".
Así fue que cuando Joab sitió la ciudad, puso a Urías en el lugar donde sabía que estaban los hombres más valientes.
Y saliendo luego los de la ciudad, pelearon contra Joab, y cayeron algunos del ejército de los siervos de David; y murió también Urías heteo.
MONTERROSO: Libros clásicos
Todavía en tiempo de Lope de Vega, de Góngora, de Quevedo, los escritores se conocían unos a otros mediante unos cuantos autores antiguos y suficientes: Virgilio, Horacio, Lucrecio, Ovidio, Cicerón, Plutarco. La biblioteca de Montaigne no contaba con muchos más que ésos. La de Cervantes, en cambio, a juzgar por la de don Quijote, era ya más corta en clásicos, y probablemente con él comenzó el desorden en que ahora nos movemos, lo moderno, para poner cada vez más lejos la posibilidad de saber de qué está hablando cada uno, como no sea, de nuevo, a través de ideas generales, de afinidades electivas no de autores sino de abstracciones en que nuestra opinión no cuenta para nada: la situación mundial, la oscilación de las monedas; no de lo que ocurrió en la guerra de Troya (que nos concierne más) sino de lo que sucedió hace media hora, a veces en este instante: unidos por lo que no vemos pero que suponemos ver en la pantalla; por lo que otros viven y nosotros, al creer verlo, creemos vivir; por la discusión de lo que sabemos a medias y llena nuestra necesidad de imaginar que pensamos.
Augusto MONTERROSO, La letra e, Alianza, Madrid, 1987.
Augusto MONTERROSO, La letra e, Alianza, Madrid, 1987.
jueves, 3 de mayo de 2012
QIU: Enrichissez-vous
Su padre, también policía, al menos había disfrutado de la dignidad que proporcionaba formar parte de la dictadura del proletariado y había experimentado qué significaba ser económicamente igual que los demás en una sociedad igualitaria. Ahora, en los noventa, el mundo había cambiado: las personas se medían según su dinero. El camarada Deng Xiaoping dijo: "A algunos se les debería permitir hacerse ricos antes que a otros". Y así fue, sin duda. Y en este país socialista, convertirse en rico significó convertirse en glorioso. Para quienes no se hicieron ricos no importó lo mucho que trabajaron: el People's Daily no les dedicó una sola línea.
Xiaolong QIU, Cuando el rojo es negro, Almuzara, Córdoba, 2009.
Xiaolong QIU, Cuando el rojo es negro, Almuzara, Córdoba, 2009.
HUSTON: Ya no tienen por qué preocuparse de nada
No opten por una acción evasiva durante el bombardeo. Tienen tantas posibilidades de meterse de lleno en el jaleo como de escapar de él. Manténganse en una línea recta. Y si alguien les tira de la manga y se vuelven y es un anciano con larga barba blanca..., bueno, sabrán que ya no tienen por qué preocuparse de nada en este asqueroso mundo..
John HUSTON, A libro abierto, Espasa-Calpe, Madrid, 1986.
John HUSTON, A libro abierto, Espasa-Calpe, Madrid, 1986.
HITCHCOCK: Cuan difícil, penoso y largo resulta matar a un hombre
Normalmente, en las películas, un asesinato ocurre muy rápidamente: una cuchillada, un disparo de fusil. El personaje del asesino ni siquiera se toma la molestia de examinar el cuerpo para ver si la víctima está muerta o no. Por eso se me ocurrió que había llegado el momento de demostrar cuan difícil, penoso y largo resulta matar a un hombre.
Gracias a la presencia del taxista delante de la granja, el público admite que este asesinato debe ser silencioso y, por tanto, no puede hacerse ningún disparo en esa situación. De acuerdo con nuestro viejo principio, el asesinato debe ser realizado con los medios que nos sugieren el lugar y los personajes. Estamos en una granja y es una granjera la que mata, por consiguiente, utilizamos instrumentos domésticos: el caldero lleno de sopa, un cuchillo para trinchar, una pala y finalmente el horno de gas.
François TRUFFAUT, El cine según Hitchcock, Alianza Editorial, Madrid, 1974.
Gracias a la presencia del taxista delante de la granja, el público admite que este asesinato debe ser silencioso y, por tanto, no puede hacerse ningún disparo en esa situación. De acuerdo con nuestro viejo principio, el asesinato debe ser realizado con los medios que nos sugieren el lugar y los personajes. Estamos en una granja y es una granjera la que mata, por consiguiente, utilizamos instrumentos domésticos: el caldero lleno de sopa, un cuchillo para trinchar, una pala y finalmente el horno de gas.
François TRUFFAUT, El cine según Hitchcock, Alianza Editorial, Madrid, 1974.
miércoles, 2 de mayo de 2012
RODRÍGUEZ JIMÉNEZ: Viejos
En las residencias, en los asilos, en los geriátricos, se preparan para lo inevitable, mueren cada día un poco, agonizan rodeados de tristeza. Por eso, amigos y amigas, el gobierno ha decidido cerrarlos. Ya sabéis que se están acometiendo recortes y ajustes, y es preciso acabar con ese pozo sin fondo que es la asistencia a los que no trabajan. Amigos y amigas, tenéis que comprenderlo: es inevitable. La sabia naturaleza se comporta igual. Los viejos elefantes, por ejemplo: dejan la manada y mueren en soledad. Se sacrifican por el grupo. Nosotros, amigos y amigas, les ayudaremos en su tránsito. Abandonarán felices este mundo.
MONTERROSO: Ser uno mismo
Un escritor no es nunca él mismo hasta que comienza a imitar libremente a otros. Esta libertad lo afirma y ya no le importa si lo suyo se parecerá a lo de éste o a lo de aquél. Claro que ser él mismo no lo hace mejor que otros.
Augusto MONTERROSO, La letra e, Alianza, Madrid, 1987.
Augusto MONTERROSO, La letra e, Alianza, Madrid, 1987.
martes, 1 de mayo de 2012
MIR, CRUZ: La hoz y el martillo de Franco
Como anécdota podemos recordar lo que pasó en los años cuarenta. Uno no sabe si es que Franco no permitía las improvisaciones o más bien no era muy listo. El caso es que a él le colaron la más grande: el edificio de los Nuevos Ministerios en Madrid. La planta se diseñó en tiempos de la República, pero este tótem de oficinas ministeriales se construyó durante la dictadura siguiendo sus planos. Y así se hizo. Si lo observan desde un punto elevado o siguen su perímetro, verán que el edificio tiene la planta de la hoz y el martillo, símbolo comunista… Desde luego que se la colaron.
Sandra MIR, Gabriel CRUZ, La casta autonómica, La Esfera de los Libros, Madrid, 2012.
O'CONNOR: The monstrous reader
Not-writing is a good deal worse than writing.
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I write to discover what I know.
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People without hope not only don't write novels, but what is more to the point, they don't read them.
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Your beliefs will be the light by which you see, but they will not be what you see and they will not be a substitute for seeing.
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A story is a way to say something that can’t be said any other way, and it takes every word in the story to say what the meaning is.
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I have found that anything that comes out of the South is going to be called grotesque by the Northern reader, unless it is grotesque, in which case it is going to be called realistic.
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I write because I don't know what I think until I read what I say.
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When I sit down to write, a monstrous reader looms up who sits down beside me and continually mutters, ‘I don’t get it, I don’t see it, I don’t want it.’ Some writers can ignore this presence, but I have never learned how.
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I find that most people know what a story is until they sit down to write one.
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All my stories are about the action of grace on a character who is not very willing to support it, but most people think of these stories as hard, hopeless and brutal.
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I write the way I do because (not though) I am a Catholic. This is a fact, and nothing covers it like the bald statement.
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Writing a novel is a terrible experience, during which the hair often falls out and the teeth decay. I'm always irritated by people who imply that writing fiction is an escape from reality. It is a plunge into reality and it's very shocking to the system.
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The writer should never be ashamed of staring. There is nothing that does not require his attention.
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The novelist is required to open his eyes on the world around him and look. If what he sees is not highly edifying, he is still required to look. . . . What he sees at all times is fallen man perverted by false philosophies. Is he to reproduce this? Or is he to change what he sees and make it, instead of what it is, what in the light of faith he thinks it ought to be . . . to ‘tidy up reality’?
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There's many a bestseller that could have been prevented by a good teacher.
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You shall know the truth and the truth shall make you odd.
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On the subject of the feminist business, I just never think, that is never think of qualities which are specifically feminine or masculine. I divide people into two classes: the Irksome and the Non–Irksome without regard to sex. Yes and there are the Medium Irksome and the Rare Irksome.
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Anybody who has survived his childhood has enough information about life to last him the rest of his days.
Flannery O'CONNOR, Collected Works, The Library of America, Nueva York, 1988.
BLOOM: Seríamos buenos si a cada minuto de nuestra vida alguien nos disparara
Una espléndida introducción a O'Connor sigue siendo Un hombre bueno es difícil de encontrar. Durante un viaje en coche, una abuela, el hijo, la nuera y los tres nietos se encuentran con un preso que acaba de fugarse, el Inadaptado, y sus dos matones subalternos. En cuanto ve al Inadaptado, la abuela proclama tontamente su identidad, condenándose así con toda su familia. Mientras los matones se llevan a los demás para matarlos, la anciana le suplica al Inadaptado que no lo haga; pero en este asesino, que es un teólogo natural, O'Connor consuma una de sus obras maestras. Al resucitar a los muertos en un cosmos donde "no hay placer sino mezquindad", declara el Inadaptado, Jesús lo desequilibró todo. Entre el mareo y la alucinación, la aterrorizada abuela toca al Inadaptado mientras murmura: "Pero tú eres uno de mis niños. ¡Eres uno de mis hijos!" El hombre retrocede, le pega tres tiros en el pecho y pronuncia el epitafio: "Habría sido una buena mujer si a cada minuto de su vida hubiera habido alguien que le disparara."
Aquí confluyen el cuento y quien lo cuenta, porque claramente el Inadaptado habla en nombre de algo feroz y gracioso que habita a O'Connor. Lo que nos da ella es una anciana banal e hipócrita y un asesino que, en su visión, es un instrumento de la gracia católica. La situación intenta ser escandalosa y sin duda lo es porque, condenados como estamos, nos escandaliza a nosotros. O'Connor piensa que seríamos buenos si a cada minuto de nuestra vida hubiera alguien que nos disparara.
Harold BLOOM, Cómo leer y por qué, Anagrama, Barcelona, 2000.
CALVINO: Ersilia
En Ersilia, para establecer las relaciones que rigen la vida de la ciudad, los habitantes tienden hilos entre los ángulos de las casas, blancos o negros o grises o blanquinegros según indiquen relaciones de parentesco, intercambio, autoridad, representación. Cuando los hilos son tantos que ya no se puede pasar entre medio, los habitantes se van: se desmontan las casas; quedan sólo los hilos y los soportes de los hilos.
Desde la ladera de un monte, acampados con sus trastos, los prófugos de Ersilia miran la maraña de los hilos tendidos y los palos que se levantan en la llanura.
Y aquello es todavía la ciudad de Ersilia, y ellos no son nada.
Vuelven a edificar Ersilia en otra parte. Tejen con los hilos una figura similar que quisieran más complicada y al mismo tiempo más regular que la otra. Después la abandonan y se trasladan aún más lejos con sus casas.
Viajando así por el territorio de Ersilia encuentras las ruinas de las ciudades abandonadas, sin los muros que no duran, sin los huesos de los muertos que el viento hace rodar: telarañas de relaciones intrincadas que buscan una forma.
Italo CALVINO, Las ciudades invisibles, Minotauro, Barcelona, 1974.
Desde la ladera de un monte, acampados con sus trastos, los prófugos de Ersilia miran la maraña de los hilos tendidos y los palos que se levantan en la llanura.
Y aquello es todavía la ciudad de Ersilia, y ellos no son nada.
Vuelven a edificar Ersilia en otra parte. Tejen con los hilos una figura similar que quisieran más complicada y al mismo tiempo más regular que la otra. Después la abandonan y se trasladan aún más lejos con sus casas.
Viajando así por el territorio de Ersilia encuentras las ruinas de las ciudades abandonadas, sin los muros que no duran, sin los huesos de los muertos que el viento hace rodar: telarañas de relaciones intrincadas que buscan una forma.
Italo CALVINO, Las ciudades invisibles, Minotauro, Barcelona, 1974.
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