Se llevó el café a una mesa del rincón y se dispuso a tomar una buena dosis de su libro de bolsillo de emergencia, que en esta ocasión sacó del bolso. Kay rellenaba con libros de bolsillo todos los huecos y rincones de su vida: la cafetería, la oficina, el coche, la cocina, el baño. Cinco años atrás, cuando el dolor del divorcio era todavía reciente y agudo, los libros empezaron a ser una manera de olvidarse del hecho de que carecía de vida personal. Pero con el paso del tiempo terminó dándose cuenta de que prefería los libros a la compañía de otras personas. Leer no era para ella una derrota, sino un estado ideal del ser. En el trabajo, donde hubiese podido reunirse con multitud de colegas durante los ratos de descanso y las comidas, casi siempre se sentaba sola y leía. Los colegas decían a su espalda que era una persona antisocial, o eso era al menos lo que ellos opinaban. Pero para Kay, vivir siempre inmersa en sus libros no suponía perderse nada que valiera la pena.
Laura LIPPMAN, Lo que los muertos no saben, Ediciones B, Barcelona, 2009.
Laura LIPPMAN, Lo que los muertos no saben, Ediciones B, Barcelona, 2009.