La Administración educativa despilfarra la práctica totalidad de sus recursos en mimar a ciertos alumnos incapaces por naturaleza de aguantar un pupitre, a los cuales se les obliga a sobrellevar a su modo seis horas diarias en una aula usual con el constatadísimo fracaso de ellos mismos y con la inevitada contaminación del resto del sistema (muy especialmente de los restantes alumnos).
Son evidentemente muy pocos esos ciertos alumnos en cada uno de los IES, pero, aunque únicamente hubiera uno solo (o sola) por aula, habría bastado para que hubiera tenido entrada la ley de la calle en el único recinto creado por el hombre para aprender a defenderse de ella. Los modos y maneras introducidos en recinto tan receptivo por esa ínfima cantidad de ciudadanos han sido los propios de un alumnado carente de las más mínimas normas de comportamiento no ya escolar sino meramente humano, como las básicas referidas a sentarse en vez de deambular, o de guardar silencio en vez de chillar, o de respetar en vez de acosar,... como si se tratase de personas que careciesen de casa a donde volver a la salida del IES. Su inmediata inadecuación al recinto, avivada por una merma legislada de la autoridad del profesorado, ha desembocado en consentirles, así, tan impunemente, que realicen ante los demás miembros del aula (y no necesariamente a espaldas de ciertos profesores) hechos que no repetirían ni ante un policía en la calle ni ante sus propios padres en su casa.
Juan Pedro RODRÍGUEZ, El estado del malestar educativo.
Artículo completo