Los oguz no se lavan después de defecar u orinar, ni tampoco se bañan después de eyacular, ni en ninguna otra ocasión. No tienen ningún contacto con el agua, especialmente en invierno. Ningún mercader ni otros musulmanes pueden hacer sus abluciones en presencia de ellos, salvo durante la noche, cuando los turcos no lo ven, pues se enojan y dicen: "Este hombre quiere hacernos víctimas de un sortilegio, porque está sumergiéndose en el agua", y por tanto le obligan a pagar una multa.
Ningún mahometano puede entrar en territorio turco hasta que un oguz haya accedido a ser su anfitrión, con quien se alberga y a quien trae ropas de las tierras del Islam, además de pimienta, mijo, pasas y nueces para la esposa. Cuando el musulmán llega a casa de su anfitrión, éste le levanta una tienda y le lleva ovejas para que el musulmán pueda sacrificarlas personalmente. Los turcos nunca degüellan las ovejas, sino que las golpean en la cabeza hasta matarlas.
Las mujeres oguz nunca se cubren con velo en presencia de sus propios hombres ni de otros. Tampoco se cubren ninguna parte, del cuerpo en presencia de nadie. Un día nos detuvimos a visitar a un turco y nos sentamos en su tienda. Su mujer estaba presente. Mientras conversábamos, la mujer se descubrió el pubis y se lo rascó, cosa que nosotros vimos. Nos cubrimos el rostro y dijimos: "Con el perdón de Dios". Al oír esto, el marido se echó a reír y dijo al intérprete: "Diles que nosotros descubrimos esta parte de nuestras mujeres en presencia de ellos para que la vean y se impresionen, pero no está disponible. Es mejor que cubrirla y, no obstante, permitir su uso".
Michael CRICHTON, Devoradores de cadáveres, Ultramar, Barcelona, 1983.
Ningún mahometano puede entrar en territorio turco hasta que un oguz haya accedido a ser su anfitrión, con quien se alberga y a quien trae ropas de las tierras del Islam, además de pimienta, mijo, pasas y nueces para la esposa. Cuando el musulmán llega a casa de su anfitrión, éste le levanta una tienda y le lleva ovejas para que el musulmán pueda sacrificarlas personalmente. Los turcos nunca degüellan las ovejas, sino que las golpean en la cabeza hasta matarlas.
Las mujeres oguz nunca se cubren con velo en presencia de sus propios hombres ni de otros. Tampoco se cubren ninguna parte, del cuerpo en presencia de nadie. Un día nos detuvimos a visitar a un turco y nos sentamos en su tienda. Su mujer estaba presente. Mientras conversábamos, la mujer se descubrió el pubis y se lo rascó, cosa que nosotros vimos. Nos cubrimos el rostro y dijimos: "Con el perdón de Dios". Al oír esto, el marido se echó a reír y dijo al intérprete: "Diles que nosotros descubrimos esta parte de nuestras mujeres en presencia de ellos para que la vean y se impresionen, pero no está disponible. Es mejor que cubrirla y, no obstante, permitir su uso".
Michael CRICHTON, Devoradores de cadáveres, Ultramar, Barcelona, 1983.