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Vio entonces llegar a un paisano de Barjamayor en medio de una gran tempestad de nieve. Era el único feligrés que se encontraba en la iglesia y el monje menospreció su sacrificio preguntándole por qué había subido con tan mal tiempo desde su pueblo sólo para ver un pedazo de pan y un vaso de vino. En el momento de la consagración, la oblea que estaba en la patena se convirtió en carne; el cáliz se llenó de sangre y tiñó los corporales.
Luis CARANDELL, Ultreia, Aguilar, Madrid, 1999.