Mientras dormito bajo el soporífero zumbido de las moscas, sueño que he inaugurado un curso intensivo de chino de seis meses de duración. Cada semana corresponde a un año en la vida del niño chino. Durante la primera semana mis estudiantes están tumbados en camastros en el aula y balbucean mientras otros dos profesores y yo hablamos en chino entre nosotros. Los estudiantes tienen berrinches, aunque no con tanta frecuencia como los bebés estadounidenses. Son paseados en cochecitos por el campus y envueltos en prendas muy acolchadas, como los bebés chinos: siempre me recuerdan buñuelos recalentados. En mi universo totalitario, se hacer dormir a intervalos regulares a los estudiantes, cantándoles nanas. La segunda semana se les enseña unas pocas palabras elementales: baba, mam y demás. Durante las comidas o cuando se les saca a pasear tienen que mostrar cierto grado de curiosidad por los nombres de los objetos, aunque, de acuerdo con el principio de la mayonesa, hay que controlar el suministro de información léxica. (El principio de la mayonesa afirma que el aprendizaje de una lengua es como hacer mayonesa: si se añade demasiado de golpe la mezcla se corta.) Lentamente, a través de los años comprimidos, los estudiantes entran en contacto con las canciones infantiles, los caracteres escritos, los tebeos sencillos, la jerga y las burlas escolares, el vocabulario de las compras y las ventas, el uso de los palillos, el lápiz, el pincel y el ábaco. A continuación, participan en la conversación adulta, leen historias cortas, entonan canciones para los dignatarios del Partido de visita y los visitantes extranjeros, beben interminables tazas de agua caliente de unos termos de brillantes colores, etcétera. Cuando pasan por la adolescencia y los primeros años de la vida adulta, introduzco el pensamiento político, la historia, la literatura, la burocracia, las consignas y las obscenidades. Al final del curso de seis meses, en su vigesimosexto año, mis estudiantes (todos a punto de casarse, partir para las guarniciones a las que han sido destinados o las dos cosas) tienen cierta idea de la experiencia de sus iguales chinos.
Vikram SETH, Desde el lago del Cielo. Viajes por Sinkiang, Tíbet y Nepal, Ediciones B, Barcelona, 1998.