El erizo era feo y lo sabía. Por eso vivía en sitios apartados, en matorrales sombríos, sin hablar con nadie, siempre solitario y taciturno, siempre triste, él, que en realidad tenía un carácter alegre y gustaba de la compañía de los demás. Sólo se atrevía salir a altas horas de la noche y, si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se convertía en una bola para ocultar su rubor.
Marco DENEVI, El erizo (Joseluís GONZÁLEZ, Dos veces cuento. Antología de microrrelatos, Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 1998).