La realidad no es con las ballenas menos cruel que los seres humanos, a pesar de que éstos urdieron, hace tiempo, la infundada hipótesis de que quien sufre una terrible desgracia está de algún modo liberado de otras penalidades. Así, las ballenas azules, inofensivas, elegantes en su parsimoniosa lentitud, ni siquiera se encuentran a salvo de otros animales porque también modernos barcos balleneros las persigan.
Las orcas, unos cetáceos carnívoros, que cazan, como los lobos, en manada, atacan también a las ballenas y lo hacen con una crueldad que convierte a cualquier arpón en un arma de la misericordia. Las orcas localizan una ballena solitaria, la rodean y acompasan su nadar al suyo; incluso salen a tomar aire a la vez que su majestuosa víctima. Navegan a ambos lados y van arrancando de ella a dentelladas enormes trozos de carne. La ballena no puede hacer otra cosa sino seguir nadando, incapaz de huir de la jauría asesina. El mar se va tiñiendo de rojo, mientras la manada de orcas sigue mordiendo con furor, en un terrible festín sobre un ser que todavía respira. Las manadas de orcas, veinte, treinta, jamás podrán devorar por completo a su presa, pero pueden saciarse cuando ya han arrancado de ésta cuatro o cinco toneladas de carne.
Y la enorme ballena azul sigue nadando, torpemente, y agoniza.
Pedro UGARTE, Ballenas (Joseluís GONZÁLEZ, Dos veces cuento. Antología de microrrelatos, Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 1998).