Una carga no podía llegar a destino si no la conducía un líder a toda prueba, conocido entre sus hombres por su arrojo. El Emperador pensaba en Rapp, cazador del 10º Regimiento que, en 1795, había rechazado a los húsares austríacos en una lucha de uno contra cinco, jinete al que había tomado como adjunto el día de Marengo. Conocía bien el valor del colmariano por haberlo comprobado en todos sus combates.
Rapp partió al galope a la cabeza de sus mamelucos, seguidos por los cazadores. Se vistió con su uniforme de gala de general y se tocó con el bicornio. A los treinta y tres años, el fogoso alsaciano ardía en deseos de dirigir la carga más espectacular del Imperio ante los ojos del Emperador y de que la historia recogiese su nombre.
No galopaba, sino que volaba. El sable levantado, el bicornio caído en la nieve, lanzó a su caballo blanco sobre los guardias y los coraceros de Constantino, que iban a morder el polvo.
Pierre MIQUEL, Austerlitz. La batalla de los tres emperadores, Ariel, Madrid, 2008.