Sidón es una ciudad grande, y en ella hay unos veinte judíos. Cerca de ella, a unas diez millas, se encuentran unas gentes que están en guerra con los habitantes de Sidón; se llaman drusos y son considerados como paganos herejes: no tienen religión. Viven en las altas montañas y en las cavernas de los peñascos, ni tienen rey ni príncipe que domine sobre ellos, llevando una vida solitaria entre montes y peñones. Hasta el monte Hermón llegan sus términos, camino de tres días. Anegados en lujuria, toman a sus hermanas por mujeres y el padre a la hija, y celebran una fiesta anual a la que acuden todos, hombres y mujeres, a comer y beber juntos, y luego cambian sus mujeres cada uno con la de su prójimo. Dicen ellos que el alma al tiempo de salir del cuerpo de un varón bueno, se une al de un niño, que nace al mismo tiempo que sale el alma del cuerpo de aquel; y si fuese un hombre malo, se une ésta al cuerpo de un perro o de un asno: tal es su camino de torpeza y necedad. No hay judíos entre ellos, y sólo acuden allí algunos tintoreros y artesanos, que permanecen ocupados en sus trabajos y negocios, hasta que vuelven a sus casas. Son amigos de los judíos. Ágiles por las montañas y collados, nadie puede, por tal motivo, guerrear con ellos.
Benjamín de Tudela, Libro de los viajes, De La Luna, Madrid, 2001.