Moraba por aquel entonces en Valladolid, en el número 13 de la calle de las Platerías, un tal Juan García, de oficio platero. Veíale su mujer de algún tiempo atrás caviloso y distraído, y observóle también que muchas noches fingía recogerse al aposento más temprano y tornaba a salir luego más tarde. Era la mujer brava y dedidida y siguióle una noche creyendo que fuera todo cosa de amoríos.
Llegó Juan García a una calle que llaman ahora del Doctor Cazalla, y sin recatarse demasiado, llamó a una casa que estaba entre lo que es hoy cuartel de caballería y la antigua botica de la plazuela de San Miguel. Abrióse con precaución un postiguillo, y la mujer oyó distintamente que daban desde dentro una contraseña. Abrióse la puerta y entró el platero.
Quedóse la mujer atónita y creció más todavía su pasmo al ver que por ambos extremos de la calle llegaban a intervalos hombres y mujeres, ya solos, ya en parejas, y previa la misma operación que hiciera su marido desaparecían también en la casa misteriosa, que no era otra sino la de doña Leonor de Vibero, madre del doctor Cazalla. Era la mujer decidida, según ya dijimos; y como viese venir a lo largo de la calle una beata muy devota y compuesta, que resultó luego la Juana Sánchez que se suicidó en la Inquisición clavándose unas tijeras en la garganta, siguióle los pasos con disimulo, dio también en la puerta su contraseña y entróse tras la beata hasta una sala muy espaciosa, no mal alumbrada, en que vio y escuchó al doctor Cazalla explicando a más de sesenta personas, entre hombres y mujeres, las perversas doctrinas luteranas que había traído de Alemania.
Comprendió la mujer al punto que se hallaba en un conventículo de herejes, y llena de horror, aunque sin perder un punto su aplomo y energía, salióse con disimulo y denunció aquella misma mañana a su confesor todo lo que había visto y oído.
Luis COLOMA, Jeromín, Tebas, Madrid, 1975.