Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

miércoles, 4 de mayo de 2011

KADARÉ: Los tambores de la lluvia

"Al llamado del padichá, amo del universo, a quien los hombres y los djinns deben obediencia absoluta, numerosos harenes fueron abandonados y los leones se pusieron en marcha hacia el país de los Shgipetars."

"Una fina lluvia empezó a caer. Luego, apenas caídas las primeras gotas, en algún punto distante, hacia el centro del campamento, los tambores de la lluvia comenzaron a sonar tristemente."

"Él se negó a estar a más de seiscientos pasos. Algunos años atrás, cuando todavía era joven y tenía un rango menos elevado, había dormido muchas veces a menos de cincuenta pasos de las murallas, casi al pie de ellas. Pero, con el correr del tiempo, al irse acumulando las campañas y los asedios, a medida que él mismo era promovido y el color de su tienda iba cambiando, había aumentado también la distancia que la separaba del lugar de los combates."

"Su carrera había llegado a un punto en que cualquier estabilidad resultaba imposible: debía, o bien elevarse a la cima de los honores, o bien derrumbarse para siempre."

"Una auténtica crónica de guerra, que huela a pez y a sangre, y no historias imaginarias de aquellas que componen, al amor de la lumbre, muchos que jamás han visto un combate."

"Sentíase feliz de tener amigos de alto rango, pero también sabía que, en la vida, uno ansía tener otros, tal vez menos eminentes, pero con los cuales es posible volcar su alma sin traba alguna."

"Precisamente espero escribir en mi crónica que soportan tan mal el menor asomo de dominación que, como tigres, se enfurecen con las nubes que pasan por sobre sus cabezas y dan saltos para desgarrarlas."

"Los que han visitado sus dominios dicen que las mujeres son allí muy escasas, que no se las ve casi nunca. ¿Quién los da a luz entonces? ¿La estepa?"

"A la vista del cielo despejado y de un azul profundo, que el ardiente sol tenía bajo sus dominios, le invadía a veces la sensación de que la lluvia había desaparecido para siempre de la faz de la tierra. Y sin embargo, sabía muy bien que en aquel momento, mientras aquí se ahogaban de calor, en otras latitudes y países caía tranquila y regular, deprimente como la muerte. De momento estaba lejos, pero bastaba poco tiempo para que las pérfidas nubes la trajesen y sus odiosas gotas vinieran a inundarlo todo."

"Y entretanto, sus primeros hijos habrán nacido en medio de la guerra. Y lo peor de todo es que se familiarizarán con la muerte. Se acostumbrarán a ella como a un animal domesticado, al que ya no se teme."

"La golpeaban sin piedad, le prendían fuego, la carbonizaban, le cercenaban cientos de brazos y piernas, pero la masa reanudaba el asalto, resbalándose en su propia sangre, aferrándose a las piedras con uñas y dientes, empujando centenares de nuevos pies y nuevas manos que sólo trataban de trepar y trepar."

"Lejos, desde algún lugar situado en las profundidades del campamento, los tambores redoblaban. Escuchó un suave ruido en las paredes oblicuas de la tienda y, de pronto, todo se le aclaró irremediablemente: estaba lloviendo."

Ismaïl KADARÉ, Los tambores de la lluvia, Ediciones Destino, Barcelona, 1974.