Desde el fondo de la noche y, sin embargo, muy próximos, llegan unos quejidos humanos leves, voluntariamente contenidos. Viance pregunta:
-¡Eh! ¿Quién va ahí?
-¡No tiréis, compañeros! ¿Es Annual?
-¿Quién va?
-¡Auxilio! ¿Es Annual?
-¡Cabo de cuarto!
El cabo tarda. El soldado se cree abandonado y grita:
-¡Por vuestra madre, compañeros! Soy de la primera del tercero de Ceriñola. Llevo dos tiros. Me han partido una pierna. ¿Es Annual?
-No. Es R.
Ahora es el cabo quien le contesta. El herido gime; luego, blasfema. No se ve nada. Sombras densas sobre las sombras claras, de red, de la alambrada. Un oficial se asoma:
-¿Qué pasa?
El herido repite una vez más:
-Llevo dos tiros. Soy de la primera compañía que habéis relevado. ¡Y esto no es Annual! ¡Ah, la hostia divina! ¡Si no es Annual es que todos estamos dejaos de la mano de Dios!
-¿Ha llegado el relevo a Annual?
-¡Qué va a llegar! ¿No lo habéis visto? Yo soy de los mejor libraos.
-Muchacho -advierte el oficial-, hablas con el teniente ayudante.
-¡A la orden! Pues no, señor. El comandante ha muerto, y...
-Bueno, bueno. No quiero saber más. ¿Conservas el fusil?
-Traigo tres.
-Has cumplido con tu deber. Saca los cerrojos y tíralo aquí. Procura que caigan dentro del parapeto.
Esa orden implica la seguridad de que los moros llegarán luego a la misma alambrada y pueden aprovechar los fusiles. Para el herido, es una sentencia de muerte. Viance farfullea amenazas sin sentido contra la mala sangre del oficial. «¿Que hay una embosca y al salir nos tiran? Con la cerrazón de la noche no es fácil que hagan mucha carne, y si la hacen, estando la alambra ya abierta, se puede entrar en la posición de nuevo.»
El soldado reflexiona un instante y luego suplica con acento alterado por el pavor:
-¡Mi teniente! No es por nada; pero cumplo dentro de tres meses.
-¿Qué tiene que ver eso?
-Si me curaran -dice el herido-, podría salvarme, mi teniente.
Un silencio y añade, arrastrando las palabras con una especie de ronquera:
-No merezco morir como un perro, mi teniente.
-¡Te prohibo que sigas hablando!
El herido cambia de acento:
-¡A la orden!
Asoma la luna. Cae sobre el campo una claridad espectral, de estaño. El herido, tumbado en el suelo, arrastra una pierna rota, como de trapo, agarrado a los piquetes de la alambrada. ¿Cómo va a saltarla, si son cuatro metros de maraña espinosa? Al sentirse descubierto por la luz, quiere insistir con impaciencia de pánico, entre desesperado y humilde:
-¡Mi ten...!
Tiros próximos. El soldado calla y se aplasta contra el suelo. Después de un silencio, añade bajando la voz:
-¡Ahí van! En uno va atada la medalla de identidad para que la envíen al suboficial, con su permiso, y pueda escribir a casa.
Ramón J. Sender, Imán, Destino, Barcelona, 1985.