De pie, en el porche de Chancellor House, Hooker oía el rugir de la batalla que se libraba más al oeste, y ese rugido ahogaba cualquier tipo de pensamiento. Convocó una reunión de oficiales. Todos los comandantes de cuerpo le pidieron que lanzara un ataque general. "¡Mírelo usted desde el punto de vista del enemigo, señor! ¡Sus fuerzas están divididas y nosotros les superamos en número!"
Y en ese momento una bala de cañón fue a caer allí, alcanzando la columna del porche sobre la que se apoyaba Hooker. La columna se vino abajo, golpeando al general, que cayó inconsciente al suelo.
¡Fue la oportunidad de oro! Cualquiera que sintiera una pizca de amor por la Unión les hubiera gritado a los oficiales allí reunidos: "¡Ésta es la oportunidad!" Uno puede imaginarse a Patton en ese momento, con Eisenhower o Bradley sin sentido frente a él. Patton habría empuñado el mando con las dos manos y se habría largado, y hasta es posible que antes hubiera propinado un nuevo golpe en la cabeza de su jefe para asegurarse de que no le iba a incordiar.
Pero aquellos hombres no hicieron nada de eso. Se quedaron de pie, con la boca abierta. Hubo un breve debate, alguien llegó a sugerir que había que hacer algo, cuando de pronto Hooker lanzó un gruñido y se puso en pie tambaleante, balbuceando que seguía al mando. La escena podría ser cómica, de no ser porque miles de hombres estaban muriendo. Era un buen momento para que alguien se acercara a Hooker por la espalda y le sacudiera otro golpe en la cabeza con la culata de una pistola.
Así que le dejaron seguir con el mando.
Bill FAWCETT (ed.), Cómo perder una batalla, Inédita, Barcelona, 2009.