Cuando el presidente George W. Bush invadió Irak, declaró que la guerra de liberación de las islas Filipinas era su modelo.
Ambas guerras habían sido inspiradas desde el Cielo.
Bush reveló que Dios le había ordenado hacer lo que hizo. Y un siglo antes, el presidente William McKinley también había escuchado la voz del Más Allá:
—Dios me dijo que no podemos dejar a los filipinos en manos de ellos mismos, porque no están capacitados para el autogobierno, y que nada podemos hacer salvo hacernos cargo de ellos y educarlos y elevarlos y civilizarlos y cristianizarlos.
Así, las Filipinas fueron liberadas del peligro filipino, y de paso, los Estados Unidos salvaron también a Cuba, Puerto Rico, Honduras, Colombia, Panamá, República Dominicana, Hawai, Guam, Samoa...
Por entonces, el escritor Ambrose Bierce comprobó:
—La guerra es el camino que Dios ha elegido para enseñarnos geografía.
Y su colega Mark Twain, dirigente de la Liga Antiimperialista, diseñó una nueva bandera nacional, que lucía calaveritas en lugar de estrellas.
El general Frederick Funston opinó que ese señor merecía la horca por traición a la patria.
Tom Sawyer y Huck Finn defendieron al papá.
Eduardo GALEANO, Espejos. Una historia casi universal, Siglo XXI, Madrid, 2008.