Se adhirieron al movimiento comunista y nunca les pasó por la cabeza que traicionaran a Inglaterra. Luchaban, primero, por la victoria de la revolución mundial, y lo demás era secundario. ¿Qué había tras aquella revolución, qué crueldades, qué perfidias iba a engendrar? El problema no era ese. Eran, ante todo, fieles a una idea: a la creación de una sociedad justa, igualitaria, que pudiera combatir el fascismo. Eso les unía a Rusia. No eran sencillamente comunistas o simpatizantes; se consideraban verdaderos revolucionarios. Estaban dispuestos a sacrificar gente, pero también a sacrificarse ellos mismos. Es insensato reprocharles su confianza en Stalin. Era el error de toda una generación y de mucha gente honesta, sencilla y confiada, que vivía en todo el mundo. Con la perspectiva que da el tiempo, vemos qué ingenua era aquella actitud, pero eso era lo que creían en los años treinta. Pensando en ellos me he dicho con frecuencia que elos los Quijotes de la revolución mundial... Pasaron su vida persiguiendo molinos de viento, pero la borrasca de la historia ha barrido su ideal.
Entre todas las ilusiones humanas -poder, riqueza, amor, ambición, serenidad, gloria-, aquellos Quijotes eligieron la más grande, la política. juraron permanecer fieles a la revolución mundial hasta la muerte. Y cumplieron su palabra.
Yuri MODIN, Mis camaradas de Cambridge, Planeta, Barcelona, 1995.