Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

domingo, 14 de noviembre de 2010

GEMCITY: Deep Six

Tommy salió del ascensor. Inmediatamente se dio cuenta de la presencia de una de las nuevas agentes: llevaba la identificación colgada del pecho. Se acercó a ella y miró el trozo de papel plastificado. Simulando no leer bien las letras, cogió sin arrobo la identificación y se la acercó a los ojos. Había tocado la tela de la blusa.
-¡Tommy! -le gritó Lisa.
-No consigo ver el nombre -apuntó él-. Este apellido, es… italiano. ¿Vidal? Yo soy italiano. Quizá nuestros antepasados vinieron en el mismo barco. ¿No resulta curioso?
La chica pareció pensar.
-No. Mi padre es de Ohio...
-Ah, bien –dijo Tommy.
La agente en prácticas cogió los papeles que le entregó Lisa y escapó corriendo por las escaleras.
-Otra de tus conquistas, Tommy -le dijo Lisa-. ¿No te das cuenta de que podía ser tu hija?
-Eso ha dolido, agente.
Ella hizo un sonido con la boca; era imposible adivinar si se trataba de una interjección en hebreo o uno de los ruidos que había ido aprendiendo en los programas de la tele para mejorar su inglés.
-¿Dónde está McEmpollón? -preguntó Tommy.
-Está abajo, con Amy.
Entonces fue cuando Tommy miró la vacía mesa de Tibbs.
-¿Ha llegado el jefe? -preguntó con precaución, pues Tibbs tenía la capacidad de aparecer cuando hablaban de él.
-No, no había llegado esta mañana cuando vine.
-Hm. Tendría que salir a comprar… - musitó Tommy.
-¿Una de tu revistas? - preguntó Ziva.
-Sí. No la tenían ayer. Este mes aparece… Ni siquiera sabes de quién se trata. Traeré también café.
-Un bocadillo para mí -dijo McGregor, que había aparecido por detrás.
-¿Por qué no vas tú mismo, McEmpollón?
-Estamos tratando de desencriptar el portátil del teniente Curtis.
-Seguro que sólo encontraréis fotos…
De pronto, Tommy se calló, pues vio al director salir de su despacho.
-No estamos hablando de tu ordenador, Tommy -apuntó Lisa.
Tommy se abstuvo de replicar, pues el director bajaba las escaleras. Se dieron cuenta de que conservaba una ligera cojera en la pierna izquierda.
-¿Ha llegado Tibbs? -preguntó ásperamente.
-No lo hemos visto esta mañana -respondió McGregor-. He llamado a su móvil, pero no tiene cobertura. ¿Quiere que…?
-Adelante -dijo el director.
McGregor se sentó en su ordenador y comenzó a buscar la localización del móvil de Tibbs. El director le contemplaba por detrás del hombro, echándole el aliento sobre el cuello.
-Nada, lo tiene apagado. ¿Puedo decirle desde donde hizo la última llamada?
-Vamos -ordenó el director.
Tommy y Lisa se habían acercado y miraban la pantalla del ordenador de McGregor.
-La última llamada la hizo anoche, a las once y media. En su casa.
-Quizá sea uno de sus… aniversarios y haya arrojado el teléfono a un bote aceite -dijo Tommy. Lisa le dio un golpe en la cabeza-. Sí, sí. Ya sé que me merezco una colleja.
El director pareció pensar.
-Me ha llamado el secretario. Quiere que investiguemos la desaparición de un marinero. Hace dos noches.
Ellos le miraron. Quizá Tibbs conseguiría sonsacarle que el marinero era sobrino de un congresista o hijo del amigo de algún senador, pues ellos no solían ocuparse de las desapariciones de simples marineros. No.
-Ustedes dos -dijo el director, señalando a Tommy y a Lisa-, vayan a Quantico. Usted, busque a Tibbs.
-Estaba… -comenzó a decir McGregor, pero la mirada del director le detuvo-. Estaba trabajando en un caso, pero supongo que puede esperar.
-Tenemos que parar en el quiosco -anunció Tommy.
La réplica de Lisa sonaba a una maldición del Antiguo Testamento.
***
El coche de Tibbs estaba aparcado en la puerta. La ligera nevada de la noche anterior había sido suficiente para que estuviera completamente blanco. Tibbs había sido precavido y había puesto un cartón en el parabrisas. McGregor se acercó a la puerta y llamó golpeando con los nudillos la madera, pues no había timbre; de todos modos, Tibbs tenía casi siempre cortada la corriente eléctrica. Antes de entrar, intentó telefonear de nuevo, pero la voz femenina que tanto le gustaba le indicó que el teléfono al que llamaba estaba apagado o fuera de cobertura.
Empujó la puerta, que nunca estaba cerrada. Tibbs ni siquiera disponía de una cerradura; tampoco parecía necesitarla. Tardó un poco en acostumbrarse a la oscuridad de la habitación, sólo iluminada por la luz de las farolas de la calle.
Estaba seguro de que Tibbs se encontraba en el sótano. Quizá había estado trabajando hasta tarde y se había quedado dormido. No era algo que hubiera sucedido antes, pero era una explicación. Abrió la puerta del sótano; la oscuridad era total, como tener los ojos cerrados. Trató de buscar el interruptor, pero no recordaba donde se encontraba, por lo que tuvo que iluminarse con la pantalla del móvil. Cuando tropezó por segunda vez en las escaleras, recordó que tenía una linterna en el coche. Incluso una de las reglas de Tibbs señalaba que había que llevar siempre una linterna. No recordaba qué número era, pero sí que era una de las reglas. Al llegar abajo tocó el borde el barco, que estaba casi terminado; pensó divertido que Tommy querría estar allí cuando Tibbs lo sacara del sótano. McGregor creyó notar algo raro en el suelo, un chapoteo, agua, algo viscoso. Bajó el móvil a sus pies y vio algo que no le hubiera gustado ver: una mancha de sangre seca y un cuerpo humano. Aunque sólo podía vislumbrar la parte de atrás de la cabeza, McGregor se dio cuenta en seguida, aliviado, de que no se trataba de Tibbs. Pero eso no explicaba donde demonios estaba.
-Tire la pistola -gritó una voz.
La linterna le cegó.
-Soy agente federal -dijo McGregor.

Thom E. GEMCITY, Deep Six, Seix Barral, Barcelona, 2005.