Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."
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lunes, 27 de mayo de 2013

MUÑOZ: La cárcel de Jaén, tercermundista

Me metieron en un furgón. Llevaba lo imprescindible porque me creí que íbamos a Madrid. Total, que cuando íbamos por Jaén, hicimos una parada en el centro penitenciario provincial. Me metieron para dentro de ese sitio, que es una cárcel tenebrosa que vergüenza debería darle al Estado que existan ese tipo de instalaciones tan tercermundistas... 

Mi llegada a Jaén fue dura. Ahí me empecé a dar cuenta de que la cárcel es otra historia. Me di yo cuenta de que aquello era la cárcel pura y dura...

Si te levantas con la mente despejada, no hay nadie más libre que tú. Son dueños de tu persona, pero nunca serán dueños de tu mente, a pesar de algún psicólogo amargado. El día que estás jodido, solamente ves muros. Había días que lo único que veía desde mi celda era el patio y cómo la guardia civil patrullaba por el perímetro. En la de Jaén, el paisaje era el coche de la guardia civil y el mar de olivos y olivos hasta donde se perdía la vista, que recordaba el poema de Antonio Machado, pero te daba unas ganas irrefrenables de maldecir la poesía...

Julián MUÑOZ, La cruda verdad, Edaf, Madrid, 2013.

lunes, 15 de abril de 2013

Fantasías bélicas

Presentación del libro Fantasías bélicas, del escritor Plácido Romero, premio Diputación de Jaén.


Tendrá lugar el próximo 8 de junio a las 12:30 en la Casa-Museo de Antonio Machado.

La introducción estará a cargo de Juan Ortega Cózar, escritor tosiriano y profesor del IES Ciudad de Arjona.

Posteriormente se celebrará una comida-coloquio en los Salones Baeza.

Para comprar el libro pulsa aquí.

miércoles, 3 de abril de 2013

OCHOA: Nunca te quise tanto como para no matarte

Javier Ochoa Palop

No me gusta que valoren la obra en su conjunto por el título, que es un juego literario, una licencia que se toma el escritor para que sea un buen reclamo publicitario. Hay que ser muy intuitivo, quizás demasiado, para hacer las afirmaciones que estoy oyendo en los últimos días. Tal vez para algunos iluminados sea suficiente leer un título para dar una opinión sobre una novela. Pero el público, en general, necesita leerla para emitir un veredicto. Es un título violento, lo reconozco, como tantos otros ejemplos de la literatura... pero no sexista. Es imposible adivinar si él mata a ella, ella mata a él, él mata a él o ella mata a ella. A fin de cuentas, vivimos en una sociedad libre sexualmente hablando, ¿no? 

El Mundo, miércoles 3 de abril de 2013. 

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Ésta es mi segunda novela. La primera, El hombre que no se reflejaba en los espejos, que se menciona en Nunca te quise tanto como para no matarte, existe. La que presenté al premio Diputación de Jaén la escribí en doce días, aunque llevaba trabajándola algún tiempo, mientras terminaba Los príncipes no comen macarrones

Diario Jaén, jueves 28 de marzo de 2013.

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sábado, 16 de marzo de 2013

MUÑOZ MOLINA: El primer alcalde de la democracia



El último alcalde franquista de Úbeda había sido un gordo rico y rotundo que iba por la ciudad sentado en el asiento posterior de un Mercedes de su propiedad, conducido por un chófer que era también su criado. Aquel gordo nos parecía a nosotros inmensamente rico, como se decía entonces, menos una persona concreta que un símbolo de trazo grueso, como los millonarios de frac y chistera de las caricaturas. Que en 1979 llegara a ser alcalde José Gámez, nuestro sastre de siempre, con sus trajes rozados y sus hombros caídos, era un signo indudable de que a pesar de todas las incertidumbres algo estaba cambiando de verdad en España. Una de las primeras cosas que hizo al tomar posesión fue quitar el crucifijo de su despacho y anunciar que en cumplimiento de la separación entre la iglesia y el estado no volvería a haber representantes municipales en las procesiones de Semana Santa. 

José Gámez, socialista austero, republicano laico que jamás quiso cobrar un sueldo como alcalde y que iba cada mañana al ayuntamiento dando un paseo desde la casa modesta en la que había vivido siempre, cumplió sus cuatro años de mandato y no volvió a presentarse a las elecciones. Se había pasado la vida esperando el regreso de la democracia y manteniendo una solitaria dignidad a través de los años negros de la tiranía, pero cuando la democracia vino y su partido pasó de la ilegalidad al poder en un plazo muy breve José Gámez descubrió que no había sitio para la gente como él.

Antonio MUÑOZ MOLINA, Todo lo que era sólido, Seix Barral, Barcelona,  2013.

sábado, 7 de julio de 2012

HERVÁS: Botilkos


“Se metieron por los montes que no tuve lugar de les hacer daño ninguno, más de quemarles sus maizales. Y luego les hice mensajeros a los señores, diciéndoles que viniesen a dar la obediencia a sus majestades, y a mí en su nombre, y si no que les haría mucho daño.” Pedro de Alvarado, 1524.


Se han adentrado en el bosque de encinas, bajo cuyas sombrías copas se sienten más seguros. Los pocos hombres que escaparon de la batalla, que han sobrevivido a la guerra interminable, marchan en la retaguardia, prestos a defender a los fugitivos de cualquier ataque. Los ancianos, desfallecidos, caminan delante, junto a las mujeres. Son éstas las que cargan los fardos. Pesados, gigantescos. Ropa, comida, joyas de plata, la estatuilla de bronce con la que obsequiarán al dios. Hubieran querido ayudarse de los caballos, de los bueyes, pero Botilkos lo prohibió; dijo en la asamblea que sólo había que llevar lo que pudieran cargar sobre sus hombros, que las bestias, más que una ayuda en la fuga, la acabarían retardando. Él mismo ha tenido que separarse de su alazán favorito, cuyos hermanos sirvieron bien a Hamelqart y a Athrubaal. Los caballos, orgullo de la ciudad durante diez generaciones, han quedado abandonados en las cuadras; también han renunciado a los tesoros, a los silos repletos de grano, a la plata extraída con tanto esfuerzo de las minas. Los romanos podrán ahora tomar lo que quieran o destruirlo o, como se rumorea, premiar a los renegados que han traído la derrota, que traicionaron a Maqon en la última batalla.

Todos confían en Botilkos, pues su familia siempre ha formado parte del senado de la ciudad. Su padre luchó contra los de Kart Hadtha y, después, cuando la suerte se torció, supo encontrar la forma de aliarse con ellos. Botilkos militó en el ejército cartaginés, y, aunque no marchó con el general tuerto, con Hennubaal, el hijo de Hamelqart, movió a muchos jóvenes, incluso a su hermano, les movió a que se alistaran en el ejército púnico bajo la promesa de fabulosas recompensas. Hace mucho tiempo que todos comprendieron que aquellos jóvenes nunca regresarán, que han muerto en una tierra lejana. Sus cuerpos quedaron abandonados en el campo de batalla; nadie les ha rezado una oración fúnebre.

En el senado, Botilkos ha sugerido aceptar la oferta de alianza de los romanos, no enviar las tropas que con apremio reclama Maqon. No atienden a sus palabras; ¿acaso no acabarán los púnicos por imponerse? Quizá por eso, porque lamentan aquella decisión, cuando llega la triste derrota, sí que le escuchan: deciden abandonar la ciudad siguiendo sus consejos. Abandonarla quizá para siempre. Para siempre. Bartar, Eikebor y otros proponen enviar emisarios al romano, pedirle clemencia; Botilkos dice que Roma no olvidará que ellos le han combatido en la última batalla.

Cuando se reúne la asamblea, Botilkos es el portavoz del senado. Explica lo que ha sido decidido. Diez generaciones atrás, si las historias que cuentan los ancianos no mienten, sus antepasados llegaron a aquellas tierras desde más allá de los montes: ahora, buscarán otro lugar donde plantar el árbol sagrado y donde edificar una nueva ciudad. No se puede hacer otra cosa.

La asamblea ha escuchado en silencio las palabras de Botilkos. Ahora pueden hablar todos los que así lo quieran. Se levantan varios brazos. Neseltuko, Biurno, algunos más. Botilkos, taciturno, les da la palabra. Biurno dice que las familias encontrarán refugio entre sus parientes, en alguna de las ciudades neutrales o en aquellas que ya se han pasado a Roma. Botilkos le interrumpe. El senado le ha investido de plenos poderes y no ha convocado la asamblea para comenzar nuevas discusiones. La propuesta de Neseltuko de quemar la ciudad ni siquiera es considerada; Botilkos defiende con vehemencia lo contrario. Hay que refugiarse en el monte. Y esperar. Quizá, los romanos queden satisfechos destruyendo las casas y saqueando las tumbas y santuarios. Mientras los romanos despojan la ciudad, señala, ellos podrán adentrarse en la montaña, ocultarse cerca del santuario. Otros más hablan en la asamblea, pues en la asamblea todos los hombres tienen derecho a hablar. Alguien asegura que los romanos entregarán su ciudad a los traidores edetanos que les han ayudado en la batalla.

Botilkos da las órdenes para la partida. Hace colocar los estandartes en las rojas murallas, como si fueran a defenderlas, y apremia a todos. Y cuando los vigías avistan a los exploradores romanos en la otra orilla del río, ordena abandonar con rapidez la ciudad. Sólo han pasado diez días desde la batalla que Maqon perdió por su torpeza.

La fortuna sin duda, o alguna traición, permite que los romanos hallen el vado y que crucen el río. De otro modo, habrían tenido que traer barcas o construirlas, pues la balsa que utilizan los de la ciudad fue hundida al conocerse la terrible derrota de los de Kart Hadtha.

Cuando ven al enemigo cruzar por el vado, nadie habla todavía de traición, pero por muchas cabezas pasa la idea de que todas aquellas desgracias no son casuales. Botilkos asegura que los romanos son guiados por un desertor de Kastilo. Los oretanos también traicionaron, pues, a Maqon. Los de Kastilo conocen el río tan bien como ellos.

Han abandonado la ciudad a media mañana. Algunos lanzaron una mirada postrera a las rojas murallas, que en unos días, quizá, habrán sido derruidas; ya no tendrán que guardar sino ruinas. Han caminado sin detenerse hasta que el sol desaparece por las copas de los árboles. Los viejos están agotados; algunos se arrepienten ahora no haberse quedado en la ciudad, aunque no tanto como lo lamentarán más adelante. Marchan sin descanso hasta que ya sólo quedan sombras. Botilkos ordena, por fin, detenerse. Pernoctaremos aquí, dice.

Botilkos conferencia con los pocos miembros del senado que escaparon de la batalla. Pasarán allí la noche. Al amanecer continuarán, hasta adentrarse en los montes. Con un poco de suerte, evitarán a las patrullas romanas y llegarán al santuario. Allí, ocultos, esperarán a que los cartagineses envíen un nuevo ejército. Esperarán. Quizá el nuevo general púnico sea más capaz que Maqon.

Botilkos pide que no enciendan ningún fuego, pues el humo puede alertar a los exploradores del enemigo. Nadie protesta, aunque la noche de primavera es tan fría como caluroso ha sido el día y todos se sienten cansados. Mordisquean un mendrugo de pan y piensan en su ciudad. Ahora, en sus casas dormirá un romano o un sucio edetano. Ya no tendrán que preocuparse de arreglar el tejado para el invierno ni de que el perro del vecino aúlle en la calle por la noche. Sus casas, el templo, las tumbas de sus antepasados, pronto serán ruinas. Sus campos se llenarán de malas hierbas. En una generación, los chaparros volverán a crecer en las fértiles lomas. Y alguien verá los edificios derruidos en la cima de la colina y se preguntará quién vivía allí. Ahora sí, sienten de verdad que la desgracia ha caído sobre ellos, que el dios no ha escuchado sus rogativas, que les ha dado la espalda, aunque sospechan que le han dado un motivo.

Están cansados, pero no pueden dormir. Los fugitivos están inquietos. Un rumor alcanza a todos: Bartar y toda su familia se han unido a los romanos. Bartar el traidor. Sí, al final todo se debió a una traición. A la traición de Bartar. Y eso que fue él quien en el senado había discutido con Botilkos cuando éste propuso romper la alianza con los cartagineses. ¡Bartar y su familia se han unido a los romanos! Hilerno, que ha sido su criado durante largos años, dice a quien quiera oírle que Bartar tiene parientes en Iliberi, que se ha refugiado entre sus parientes. Pero nadie escucha a Hilerno. Necesitan a un traidor, alguien a quien culpar de todas las desgracias.

La noche ha sido larga y pocos han podido conciliar el sueño, sólo los niños, pues sus madres les han dicho que se dirigen, como otras veces, al santuario, a honrar al dios. Al amanecer, los fugitivos esperan a que Botilkos dé la orden de marcha, pero Botilkos no aparece, nadie lo ha visto desde que llegaron allí.

Los soldados romanos surgen entre los árboles. No se sobresaltan los fugitivos: el enemigo se ha acercado tan cautelosamente. Para muchos, para la mayoría, para todas las mujeres y para los ancianos, aquellos son los primeros soldados romanos que ven. Así que estos son los que han vencido a los invencibles púnicos.

Y entonces se dan cuenta de que Botilkos camina junto a los enemigos, que habla con ellos.

Uno de los romanos vocifera, grita algo en su idioma. El centurión ordena que se acerquen los ancianos, traduce Botilkos, que parece entender la jerigonza extranjera. Están demasiado sorprendidos para obedecer, por lo que Botilkos tiene que volver a gritar la orden. Los ancianos, cuando comprenden lo que va a suceder, no protestan, no dicen nada. Pasaron su juventud luchando en muchas batallas, y siempre han envidiado a los que murieron entonces. Han aceptado su destino, quizá urdido por el dios desde el principio de los tiempos. Los soldados romanos les abren el vientre con su ancha espada; por allí se les escapan las entrañas y la vida. Los viejos caen y mueren en silencio. Sólo algunos niños lloran, los que todavía no saben que no hay que llorar. Pronto serán entregados al mercader de esclavos. Como sus madres.

Algunas mujeres lanzan terribles maldiciones contra Botilkos. Ahora está claro que les estaba llevando hasta su perdición. ¿Por qué?, se preguntan. La mayoría, empero, piensa que ha sucedido lo que tenía que suceder. Si no hubiera sido Botilkos, cualquier otro hubiera sido el traidor. El dios había decidido mucho tiempo atrás que todo aquello pasara y nada se puede hacer contra sus designios.

De pronto, todos lo ven, el oficial romano entrega su puñal a Botilkos. Uno a uno, el príncipe Botilkos degüella a los que agonizan en el suelo. Ni siquiera vacila cuando se acerca a su tío, el hermano de su madre. Antes de degollarle, le susurra al oído unas palabras. Quizá le explica por qué lo ha hecho. Lo último que escucha el anciano son las palabras de un traidor, las palabras de Botilkos.

Francisco HERVÁS, El lagarto y otros cuentos de Auringis y de Yayyan, Editoral Almotacén, Córdoba, 2011.

martes, 26 de junio de 2012

Don Diego Espinosa de los Monteros no se quiere casar


Don Diego Espinosa de los Monteros vivía en Jaén en tiempos de Carlos II. No tengo por seguro si era hombre ingenuo o de pocas luces. O las dos cosas. Pasaba los días de manera apacible don Diego, un poco aburrido imagino, y un mal día le dijeron que no sería mal asunto que pensara en casarse. Le hablaron de una doncella muy principal llamada doña Catalina Francisca Delgado y Vela y no le pareció mal la idea a nuestro hidalgo. Era obligado que le diese palabra de casamiento a doña Catalina Francisca y a ello se dispuso. Sin embargo, por confusión o jugada que le hicieron, entregó un anillo, como prenda de su promesa, a otra mujer que no era doña Catalina. O eso decía él. El caso es que quedó comprometido y una ruptura de palabra de casamiento tenía en aquella época serias e inciertas consecuencias. Decidió el novio escaparse de Jaén. Podría haberse ido a Sevilla, a Granada o a la Corte, y allí ocultarse con alguna fortuna, correr mundo, hacerse soldado, pasar a Indias, hacerse tahur, ermitaño, comediante, rodrigón, galán, portero de palacio, jesuita, aventurero o jayán de marca mayor. Pero no, se fue a Valdepeñas, un pueblo a unas pocas leguas de Jaén donde todos se conocían. Decisión que apunta al poco seso de don Diego pues pronto le echaron el guante y lo trajeron a la fuerza a Jaén. En el viaje de vuelta le debieron de poner la cabeza como bombo de fanfarria, hasta extremos difíciles de imaginar, para que le explotase. Lo pusieron a buen recaudo, en un calabozo nada menos. Allí, a la sombra, recibió todo tipo de admoniciones, consejos, requerimientos, amenazas, regañinas y sermones de "caballeros desta ciudad, personas de superior clase", como dice el expediente que recoge esta historia. Consintió en casarse, qué remedio, lo montaron en un coche, bien guardado para que no se escapase otra vez, y lo llevaron camino a la casa de la novia. Allí oficiaron, creo que con más prisa que solemnidad, la ceremonia y después enviaron a los recién casados a una alcoba. Una vez solos, don Diego le dijo a la recién casada que con ella no iba nada y que, si daba un paso hacia él, estaba dispuesto a lanzarse por la ventana y descalabrarse o lo que Dios quisiera. Por la mañana, a hora prudente, un tío de la novia subió a la alcoba para ver como había ido todo y se encontró a Don Diego, vestido de punta en blanco y sentado en una silla, más tieso que una vela. Otra tía de la novia llamada, para más señas, doña Eufrasia al descubrir la casta decisión de don Diego comenzó a lamentarse con grandes voces y juramentos. Esto debía de imponer, las cosas como son. La cólera de doña Eufrasia debía de intimidar al más valiente. Mandaron buscar a un caballero veinticuatro de Jaén, llamado don Antonio de Monroy para que metiera en vereda a don Diego. Si requirieron su presencia es porque por fuerza tenía que ser hombre o persuasivo o terrible. Me inclino por lo segundo pues no eran muy dados a psicologías los hidalgos del XVII y creo que acudió a resolver el negocio con humor de perros pues la mañana era muy mala y destemplada, cerrada en aguas. Llegó y mandó al novio, o al esposo que ya no sé muy bien como llamar a don Diego, que se metiese en la cama. La orden fue obedecida pero, eso sí, don Diego se metió vestido, de arriba a abajo y con su propósito ya muy claro. En un descuido, dice el documento, pidió "su ferreruelo, sombrero y espada y lloviendo como estaba se salió huyendo de ella". Nada más puedo contar pues nada más sé. Se admiten hipótesis al respecto.

http://retablodelavidaantigua.blogspot.com

viernes, 25 de mayo de 2012

CERVANTES: Nuestra Señora de la Cabeza

Mi peregrinación es la que usan algunos peregrinos: quiero decir que siempre es la que más cerca les viene a cuento para disculpar su ociosidad; y así, me parece que será bien deciros que por ahora voy a la gran ciudad de Toledo, a visitar a la devota imagen del Sagrario, y desde allí me iré al Niño de la Guardía, y, dando una punta, como halcón noruego, me entretendré con la santa Verónica de Jaén, hasta hacer tiempo de que llegue el último domingo de abril, en cuyo día se celebra en las entrañas de Sierra Morena, tres leguas de la ciudad de Andújar, la fiesta de Nuestra Señora de la Cabeza, que es una de las fiestas que en todo lo descubierto de la tierra se celebra; tal es, según he oído decir, que ni las pasadas fiestas de la gentilidad, a quien imita la de la Monda de Talavera, no le han hecho ni le pueden hacer ventaja. Bien quisiera yo, si fuera posible, sacarla de la imaginación, donde la tengo fija, y pintárosla con palabras, y ponérosla delante de la vista, para que, comprehendiéndola, viérades la mucha razón que tengo de alabárosla; pero esta es carga para otro ingenio no tan estrecho como el mío. En el rico palacio de Madrid, morada de los reyes, en una galería, está retratada esta fiesta con la puntualidad posible: allí está el monte, o por mejor decir, peñasco, en cuya cima está el monasterio que deposita en sí una santa imagen, llamada de la Cabeza, que tomó el nombre de la peña donde habita, que antiguamente se llamó el Cabezo, por estar en la mitad de un llano libre y desembarazado, solo y señero de otros montes ni peñas que le rodeen, cuya altura será de hasta un cuarto de legua, y cuyo circuito debe de ser de poco más de media. En este espacioso y ameno sitio tiene su asiento, siempre verde y apacible, por el humor que le comunican las aguas del río Jándula, que de paso, como en reverencia, le besa las faldas. El lugar, la peña, la imagen, los milagros, la infinita gente que acude de cerca y lejos, el solemne día que he dicho, le hacen famoso en el mundo y célebre en España sobre cuantos lugares las más estendidas memorias se acuerdan.

Miguel de CERVANTES, Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

sábado, 19 de mayo de 2012

MIR, CRUZ: Las caras de Bélmez

La subvención europea al proyecto de O Porriño no es nada comparada con lo que nos encontramos al leer, el 1 de junio de 2011, en el Boletín Oficial número 124 de la provincia de Jaén lo siguiente: Licitación Obra: CO2010-284. La frecuencia cardiaca se dispara cuando a continuación señala a qué obra se refiere: "Creación y dotación del Centro de Interpretación de las Caras de Bélmez. Proyecto cofinanciado por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional". Sí, las caras de Bélmez, la casa de fachada blanca con humedades en el piso y que algunos se empeñan en decir que son imágenes de la Virgen. Todavía recordamos el reportaje que hicimos sobre esa casa que se caía a cachos y que los científicos califican como un fraude. No podemos olvidar cuando nos reunimos con una cantidad infinita de herederos de la vivienda, eran tantos… Nos ofrecieron comprarla por unos 600.000 euros. "Tú cobras entrada por pasar y vas a ganar dinero a espuertasssss", decía el mayor de los hermanos. Según el BOP (Boletín Oficial de la Provincia) el coste presupuestado de la obra es de un total de 768.457,43 euros —qué graciosos quedan esos céntimos que siempre figuran en los presupuestos y que luego cuelgan en los carteles que anuncian la obra; nos hacen creer que hasta el último euro está controlado—. Pues en este proyecto de apariciones marianas un 5 por ciento lo paga el ayuntamiento, un 25 por ciento la diputación y el 70 por ciento restante la Unión Europea.

Sandra MIR, Gabriel CRUZ, La casta autonómica, La Esfera de los Libros, Madrid, 2012.

lunes, 19 de marzo de 2012

GRANDES: El maestro

El hijo de Pesetilla sólo había ido a la escuela durante unos años, de pequeño, pero después había empezado a asistir por las tardes a las clases gratuitas que el maestro de antes de la guerra daba en la Casa del Pueblo, hasta que los dos comprendieron a la vez que así no hacía más que perder el tiempo. Desde entonces estudiaba por su cuenta. El maestro le daba libros, hablaba con él, resolvía sus dudas, le ponía a prueba, y todos los años, en junio, le acompañaba a Jaén, donde su alumno se examinaba por libre en el instituto y aprobaba siempre con buena nota. Hasta que se acabó todo, al maestro lo fusilaron en el cementerio de Martos, como a los demás.

Almudena GRANDES, El lector de Julio Verne, Tusquets, Barcelona, 2012.

viernes, 10 de junio de 2011

ESLAVA GALÁN: Un obispo a lomos del diablo

A Eufrasio, uno de los siete varones apostólicos que evangelizaron España, le fue asignada la diócesis de Iliturgi, junto a Mengíbar, no lejos de Jaén. Tenía este santo varón a tres diablillos prisioneros en una garrafa, y una noche, espiando lo que hablaban entre ellos, supo que Lucifer estaba a punto de hacer pecar al Papa. El astuto prelado no dudó un momento en proponer a sus prisioneros un desafío: a ver cuál de vosotros es capaz de llevarme a Roma en menos tiempo. Uno de los diablillos se ofreció a llevarlo a la Ciudad Eterna a cambio de la donación a perpetuidad de las sobras de la cena episcopal. Accedió Eufrasio y el diablillo lo transportó por los aires en un santiamén hasta la alcoba donde estaba el Papa a punto de cometer su pecado. En palabras del eximio historiador giennense Mozas Mesa:

Tales fueron los exorcismos de San Eufrasio y tantas sus bendiciones distribuidas por la habitación en la que se hallaba el Supremo Jerarca de la Iglesia, que se oyó un ruido infernal, acompañado de rechinar de dientes, aullidos espantosos y fuerte olor a azufre: había triunfado la virtud y Satán huía humillado y colérico.

Agradecido el Papa por la oportuna intervención del prelado, lo despidió regalándole las más preciada reliquia que poseía: el Santo Rostro. Ya de vuelta a su palacio andaluz, asegura la tradición que el santo obispo cumplió cada noche con la promesa hecha al diablillo de darle las sobras de la cena, sólo que desde entonces merendaba fuerte y cenaba solamente nueces. Las sobras eran las cáscaras.

Juan ESLAVA GALÁN, El fraude de la sábana santa y las reliquias de Cristo, Barcelona, Planeta, 2005.

lunes, 23 de mayo de 2011

ESLAVA GALÁN: Bombardeo de Jaén

Queipo de Llano bombardea Jaén, una indefensa ciudad de retaguardia que no dispone de sirenas de alarma ni refugios antiaéreos.

El 1 de abril de 1937, a las cinco y veinte de la tarde, seis J-52 en formación de cuña, protegidos por algunos cazas, dejan caer sobre Jaén un rosario de bombas de cien y de cincuenta kilos. El ataque ocasiona 155 muertos y numerosos heridos. Una bomba cae en la calle de Fontanilla y mata a veintidós personas; otra en la farmacia de don Ramón Espantaleón, en la calle de Muñoz Garnica, y mata a los cinco clientes que en ese momento se encontraban en el establecimiento. El boticario se salva porque había bajado al sótano a buscar un medicamento.

En represalia por el bombardeo, las autoridades republicanas fusilan a 128 presos escogidos entre los derechistas y propietarios encarcelados desde el principio de la guerra en la prisión provincial y en la catedral.

Juan ESLAVA GALÁN, Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie, Planeta, Barcelona, 2006.