Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."
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domingo, 19 de octubre de 2014

RODRÍGUEZ JIMÉNEZ: Estrujando la nariz

Día 290
11.45 El espécimen que ahora estoy investigado (Rsn-75) permanece toda la mañana en su oficina, escribiendo en un aparato muy primitivo que los terrícolas llaman ordenador personal. Puedo comprobar que Rsn-75 no muestra mucha destreza tecleando: sólo utilizaba dos dedos.Velocidad de 30 palabras por minuto.
18.50 Rsn-75 sale del trabajo. Por lo que le he podido entender –ha intercambiado crípticos mensajes con Mrd-75–, se dirige a lo que los terrícolas llaman salón de belleza. Pensé que querría cortarse el pelo –lo tiene muy largo–, pero mi hipótesis se demostró equivocada.
19.00 Rsn-75 entra en una minúscula habitación donde una operaria comienza a masajearle la cara. Luego, la misma operaria pasa a estrujarle la nariz. Rsn-75 hace gestos de dolor, pero no dice nada ni se queja. Finalmente, la operaria le cubre de engrudo la cara y la deja sola.
No sé exactamente el objetivo de todo esto. Los terrícolas tienen una expresión (“tocar las narices”), que viene a significar molestar al prójimo. Quizá el sujeto Rsn-75 esté tratando de desarrollar una mayor resistencia al tocamiento de su nariz. Me parece una buena explicación. Lástima que nosotros, los habitantes del planeta Mlob, carezcamos de esa extraña protuberancia facial.

Julián RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, Investigaciones en el Tercer Planeta, Esplandián Editores, Madrid, 1999.

jueves, 3 de abril de 2014

BUKOWSKI: Azul


Aquel tipo de la bata se acercó y me entregó una tarjeta. Leí: LABORATORIO DE ANÁLISIS MENGELE, o algo así.

–Veo que es usted bebedor –me dijo, señalando mi carga de botellas de cerveza y el whisky.

Iba a aullarle que se metiera en sus asuntos, pero siguió hablando.

–Estamos realizando un estudio muy serio. Intentamos conseguir una pastilla para luchar contra la dipsomanía.

–¿La dipsoqué?

–La tendencia a beber que tiene alguna gente.

Iba a mandarle a la mierda cuando añadió que pagaban cincuenta pavos a la semana por tomarme unas pastillas. Sólo eso. No sé si aquellas putas pastillas me curarían la dipsoquesea, pero al menos me financiarían la bebida: Johnny, el de la licorería, ya no me fiaba.

Fuimos a una furgoneta y el hombre me entregó un bote lleno de pastillas naranjas.

–Tiene que tomarse tres cada día y entonces pasarse por la clínica.

Había allí una enfermera con unas buenas piernas. Me gustaría acariciarle el nailon. Quizá lo hiciera.

–¿Y los cincuenta pavos?

Me entregó veinticinco y me dijo que el resto me lo darían en la clínica.

–¿Cuál es su nombre?

–Booker T. Jackson.

La muchacha me miró con extrañeza.

–Mi padre estaba a favor de los derechos de los negros y todas esas mierdas. Me cambiaría el nombre si tuviera tiempo de ir al registro.

Le tiré el carné de conducir que le había arrancado a aquel negro del ferrocarril. Aquello pareció contentarle.

Fui a casa y abrí una cerveza. Me tomé una pastilla. No estaba mala. Puse a Mahler en la radio y me tendí en el sillón. Podría estar tirado allí durante cuatro días.

El sexto día me acordé de la clínica. Me debían veinticinco dólares. El bote tendría todavía unas doce o trece pastillas: me las había ido tomando cuando me dejaba la borrachera. Me las metí en la boca y ayudé a introducirlas con un sorbo de whisky.

La maldita clínica estaba al otro lado de la ciudad. Pasé más de dos horas en nueve autobuses, hasta que uno me dejó a siete manzanas. Cuando faltaban tres manzanas, comenzó a llover. El sol salió cuando llegaba a la puerta.

Entregué en recepción el papel que me había dado el doctor Mengele y me metieron en una habitación. Una enfermera gorda me sacó algo así como medio litro de sangre.

–¿Ha notado alguna reacción extraña?

–No.

–¿Ha seguido con sus hábitos?

¿Qué cojones quería decir?

–¿Sigue bebiendo, señor Jackson?

–Sí.

Me entregó un bote lleno de pastillas negras. Aquello tenía mala pinta.

–Tiene que tomar estas una vez al día. Venga dentro de dos semanas.

–¿Dónde está mi pasta?

–¿Qué?

–El dinero. Me dijeron que eran cincuenta a la semana.

–Vaya a recepción.

Sí, allí me entregaron los veinticinco que ya me había ganado y otros cincuenta. Aquella chica de recepción sí que estaba bien.

–¿Dónde está la enfermera que iba con Mengele? –le pregunté.

Me miró sin responder. Me imaginé pasar un día con las dos. Me entregó un nuevo papel y salí. Otra vez estaba lloviendo.

Cuando conseguí llegar al piso, estaba cargado de cervezas, whisky. Trataría de pasar la semana encerrado. Me tomé una de las pastillas negras y luego eché un trago de cerveza. Sabía a rayos. Era como si hubieran licuado basura. Vomité. Sorbí un poco de whisky y me di cuenta de que podía tragarlo. No sabía a whisky, sabía a aguarrás, pero al menos me lo podía beber.

La enfermera gorda me había dicho que los análisis de sangre eran para acreditar que me hubiera tomado las pastillas y comprobar los efectos. Por eso seguí tomando las malditas píldoras negras. Poco a poco conseguí tomar cerveza sin tener que ir a vomitar y pronto me acostumbre a aquel sabor a podrido.

Siete y ocho días después, cuando fui al cuarto de baño, me di cuenta de había cagado una mierda azul, azul celeste, que casi brillaba. No podía creérmelo. He visto muchas cosas en mi vida, pero nunca una mierda azul.

Fui a la tienda del señor Lee y llamé a la clínica. Me acabaron poniendo con el propio doctor Mengele.

–¿Qué cojones me están dando? ¡Hoy he cagado azul!

La señora Lee me miraba asustada. Yo seguí gritándole a Mengele durante un rato. Finalmente me dijo que comprara en la farmacia un bote de muestras y que le llevara un poco de mi mierda azul.

–Un bote de muestras –me repitió.

Aquello sería fácil. Sabía donde encontrar uno. Vi a Harry por la calle y le quité su bote de muestras. Siempre llevaba consigo el puto bote. Lo vacíe de los meados de Harry y fui a mi casa. No tenía ganas de cagar.

Me tragué tres pastillas negras y comencé a beber cerveza. De madrugada me entraron unas ganas tremendas. Me golpeé con todos los muebles de la casa, busqué el puto bote de muestras y al final lo encontré caído en el suelo. Lo llené de una buena muestra de mierda azul celeste.

Después, en la cama, pensé que quizá me había engañado el doctor Mengele. Estaba experimentado con pastillas para colorear mierdas. Los excrementos marrones están muy vistos. Las mujeres, lo mismo que se pintaban las uñas, el pelo o los labios, podrían elegir el color de sus mierdas. Aquello haría millonario al maldito Mengele.

A la mañana siguiente conseguí llegar a la clínica tomando sólo seis autobuses, que me dejaron a dos manzanas de distancia.

–Busco a Mengele –le ladré a la recepcionista–. ¿Dónde está Mengele?

Me acompañó a su despacho. Le di el bote de muestras y lo tomó como si fuera un tesoro. El doctor Mengele lo puso encima de la mesa, lo abrió y comenzó a tocarlo con uno de esos palos que utilizan los médicos para sujetarte la lengua. Allí estaba la enfermera joven del primer día, con una minifalda aún más corta, y la enfermera gorda que me había sacado sangre.

–Muy interesante –dijo el doctor Mengele–, muy interesante.

Todos miraban con curiosidad el bote lleno de mierda azul. Era como si hubieran encontrado oro en un río de Alaska.


Charles BUKOWSKI, Erecciones, eyaculaciones,exhibiciones. Relatos de la locura cotidiana, Anagrama, Barcelona, 1978.

jueves, 10 de octubre de 2013

Ganador por descalificación

 

La vaca se desperezó aturdida, deslumbrada por el sol, tras una noche infame en la que se emborrachó dos veces: la primera, una mezcla de ginebra, vodka y tequila no lograron pasar del retículo y el rumen de su estómago, vomitando todo su contenido. Como buen rumiante volvió a beberse el líquido regurgitado, que fue absorbido en el omaso y fermentado en el abomaso, ocasionándole la segunda borrachera. Al despertar, se encontraba en mitad del desierto. Sin comprender cómo había llegado hasta allí, desorientada, miró el paisaje a su alrededor y exclamó: -¡Joder, me he comido todo el césped!.

El relato era "bueno y hasta underground", así que casaba a la perfección con la temática central de la edición de este año del certamen La Risa de Bilbao. Y por eso se llevó el primer premio del Concurso de Microcuentos del festival, fallado el pasado sábado. Pero el problema es que no era original, requisito recogido en las bases. De hecho, el texto presentado por Jaime Molina García bajo el título 'La Vaca' se "sustenta en la misma idea y tiene el mismo final que un chiste anónimo que se encuentra en varias páginas de Internet". Por eso, la organización ha procedido a descalificar al autor granadino, informático profesional y escritor aficionado, que incluso viajó hasta Bilbao para recoger el premio. El jurado hará público hoy mismo el nombre del nuevo vencedor del concurso, que saldrá de los nueve finalistas, y que se llevará el premio de un viaje al Caribe para dos personas.

Es la primera vez en las cuatro ediciones de este concurso que se detecta un caso de este tipo. El plagio fue descubierto el pasado martes por un grupo de aficionados a los premios literarios, que dio la voz de alarma a la organización de 'La Risa de Bilbao'.

El jurado del premio ha escogido un nuevo ganador entre los otros nueve microcuentos finalistas. Se trata del giennense Plácido Romero, y el cuento ganador se titula 'Felicidad en la maquila'.

En esta IV edición del Concurso de Microcuentos La Risa de Bilbao-Viajes Eroski se ha vuelto a batir el récord de participantes, superando los 416 presentados en 2012. Han sido un total de 432 los recibidos.

Koldo DOMÍNGUEZ,  Descalifican por plagio al ganador del concurso de microcuentos de La Risa de Bilbao

El Correo, jueves 10 de octubre de 2013

martes, 23 de julio de 2013

RAMÓN: Los papeles de Baarcenas

"Al final la vida es resistir y que alguien te ayude." Brey, señor de Puerto Gaviota

Grafton hizo un gesto a la joven esclava myriense para que no le llenara la copa: no tenía ganas de beber. Se paseaba nervioso por la habitación. El rollizo eunuco pidió permiso para sentarse. Grafton le indicó que podía hacerlo: en esos momentos, el protocolo era la menor de sus preocupaciones.

–¿Has leído los papeles?

El eunuco se tomó un tiempo para responder. Saboreaba el vino. Tenía pocas aficiones, y una de ellas eran los buenos caldos. Aquel parecía bueno, a pesar de la gaviota grabada en la copa. En los años que llevaba sirviendo en Desembarco del Rey había bebido en copas marcadas con el escudo de casi todas las casas, y hacía mucho tiempo que había decidido que lo único importante era el vino. Y aquel era realmente exquisito.

–¿Son verdaderos? –preguntó el eunuco, que lanzó una mirada displicente a las hojas que había sobre la mesa.

–Desde luego. Él los escribió.

–Eso no es lo que os he preguntado. Yo puedo decirle al rey, si me interrogara, que no salí de la torre de la mano en todo el día y no contarle que me he encontrado con alguien de la Casa Grafton. Quiero decir, mi señor, que existen las verdades, las mentiras y lo que no contamos.

–Casi todo lo que contienen los papeles es verdadero, terriblemente verdadero. Tenemos que hacer algo con... el traidor.

El eunuco no pudo menos que sonreír: los Grafton evitaban pronunciar el nombre de Baarcenas, como si articular aquellas pocas sílabas equivaliera a lanzar una maldición capaz de llevar la ruina y la desolación a Desembarco del Rey o Puerto Gaviota. Últimamente, le llamaban el delincuente, el canalla. Incluso utilizaban epítetos más habituales en los callejones de Lecho de Pulgas que en la Fortaleza Roja.

–Olvidaos de Baarcenas. Los banqueros de Braavos han bloqueado todo su dinero. Nada se puede hacer por esa parte. Mientras continúe encerrado en Soto del Rey no será un problema.

–Seguirá escupiendo denuncias falsas, atosigándonos con sus insididas.

–Nadie le hará caso. Se cree, se creía muy listo, pero siempre he sido de la opinión de que sólo los estúpidos acaban en una mazmorra. No tiene dinero, ni poder: lo ha perdido todo. Cuando pasé unos meses en la cárcel acabará comprendiendo que un hombre solo no puede enfrentarse a una casa, a nosotros, los maestres. Llegarán otros problemas, una mala cosecha, una invasión, y la gente olvidará a Baarcenas.

–Nunca debimos confiar en él.

El eunuco permaneció callado: no estaba claro si él tenía que ser leal al Estado o la casa cuya bandera ondeaba en la torre de la mano. Por otra parte, Baarcenas nunca le había considerado tan importante como para entregarle dinero. Su interlocutor, empero, sí que había recibido unos cientos de dragones que valían menos, desde luego, que las preocupaciones que ahora le causaban.

–¿Y su mujer? ¿Qué vamos a hacer con su mujer?

El eunuco pensó que no casarse acababa teniendo sus ventajas.

–La encerraremos junto a las putas de Lecho de Pulgas.

–Dejad que os diga, mi señor, que para una dama la amenaza de la cárcel es casi tan temible como la propia cárcel.

–El mayor problema son los Tyrell. Quieren aprovecharse de la traición de Baarcenas hacia nuestra casa para recuperar el poder que tenían años atrás... Los Tyrell se están aliando con otras casas. Quieren acabar con nosotros.

–Sin duda.

–Sueñan con el momento en que su bandera floreada ondee de nuevo en la torre de la mano.

El eunuco se acercó la copa a los labios. Decididamente, aquel licor era delicioso: ¿de dónde procedería?

–No os engañéis –dijo el eunuco–. Los Tyrell perdieron el poder hace años y desde entonces se han debilitado más y más. Temen a los Grafton, pero más a la gente de las Montañas Rojas: siempre es mejor ser la segunda casa de Poniente que la cuarta o la quinta.

–Piensan que cuando acaben con nosotros podrán ocuparse de las otras casas.

–No, no, mi señor. Recordad la última vez que un Tyrell fue mano del rey. Tenía que discutir cada pequeño asunto con las casas aliadas. Os puedo asegurar que no era nada agradable tener tantas voces discrepantes en la mesa del consejo. Cada venado, cada estrella, cada centavo que había que gastar provocaba interminables discusiones. Los Tyrell quieren que la gente de Puerto Gaviota se siga debilitando, para quitarle el poder cuando llegue el momento, pero no antes, no antes. No quieren depender de las otras casas otra vez.

Grafton se asomó a la ventana. Un barco estaba abandonando el puerto  de Desembarco del Rey.

–¿Y si sacáramos a Baa… al delincuente de Soto del Rey?

–Sí, claro, ¿por qué no? Le dais unos cientos de lunas de plata y le invitáis a huir al otro lado del mar… No, son los Tyrell los que tratarán de sacar a Baarcenas de la cárcel. Les interesaría hacer creer que los Grafton lo han hecho. Sí, ha entregado al juez estas cuentas amañadas –dijo el eunuco lanzando los papeles al suelo–, pero no tiene nada más. Sólo queda él mismo. Y os puedo asegurar que, aunque Soto del Rey no es como otras prisiones, Baarcenas dejará allí su altivez, su arrogancia.

El eunuco se levantó trabajosamente. La entrevista había llegado a su fin.

–Una vez fui magistrado en Lecho de Pulgas. No es algo de lo que me enorgullezca, pero alguien como yo siempre tiene que servir al Estado allí donde se le requiera.

Grafton dio unos pasos para alejarse del eunuco. No le gustaban los de su clase, aunque trataba de disimularlo lo mejor posible. –¿Magistrado en Lecho de Pulgas? ¿Qué tiene que ver eso con el traidor?

–Me encontré con muchos delincuentes: manilargos, rateros, toda clase de ladrones. Uno de ellos trató de robarme este anillo. Le acabé perdonando porque me dio un consejo que siempre he seguido.

–¿Cuál es? –preguntó Grafton intrigado.

–Nunca hay que guardar todo el botín en el mismo agujero.

–¿Qué quiere decir eso?

–Muchas cosas. Desde luego, que Baarcenas nunca debió llevar todo su dinero a Braavos, pero también que los Grafton nunca debieron depositar toda su confianza en alguien como él. El eunuco apuró la copa de un sorbo. –Por cierto, ¿dónde habéis conseguido este vino ?

Francisco RAMÓN, Cuentos de los diecisiete reinos y de las dos ciudades semilibres.

lunes, 15 de abril de 2013

Fantasías bélicas

Presentación del libro Fantasías bélicas, del escritor Plácido Romero, premio Diputación de Jaén.


Tendrá lugar el próximo 8 de junio a las 12:30 en la Casa-Museo de Antonio Machado.

La introducción estará a cargo de Juan Ortega Cózar, escritor tosiriano y profesor del IES Ciudad de Arjona.

Posteriormente se celebrará una comida-coloquio en los Salones Baeza.

Para comprar el libro pulsa aquí.

sábado, 29 de diciembre de 2012

ROMERO: Muertes paralelas

Sikorski y Kaczyński
 
Władysław Sikorski y Lech Kaczyński
A la tragedia que supuso el asesinato de miles de oficiales de su ejército, se sumó la muerte en accidente áereo de dos presidentes polacos: Władysław Sikorski y Lech Kaczyński. La historia se divierte a veces con estos siniestros paralelismos. ¿Casualidades?

B-24 Liberator en que murió Sikorski
Después de la rendición de Polonia, Sikorski se convirtió en otro de los presidentes sin Estado con residencia en Londres. Cuando a principios de 1943 los alemanes, cínicamente, denunciaron la matanza de oficiales polacos en Katin, Sikorski pidió, temerario, que fuera investigada por la Cruz Roja. En abril de 1943, Stalin rompió relaciones con el Gobierno polaco en el exilio. Sikorski siguió insistiendo en el tema y se fue convirtiendo en un dolor de cabeza para Churchill, que preparaba la invasión de Italia y temía que alemanes y soviéticos pudieran llegar a algún tipo de acuerdo. El 4 de julio de 1943 el avión en que viajaba Sikorski se estrelló cuando despegaba del aeropuerto de Gibraltar. Mucha gente consideró demasiado sospechoso aquel accidente.
Por cierto, si Churchill mantenía alguna duda de que los soviéticos habían asesinado a los oficiales polacos, acabó desechándola cuando, en Yalta, Stalin propuso brindar por la muerte de 10.000 oficiales de Estado Mayor alemanes. El dictador soviético tenía una rara fijación por matar a militares: durante la guerra civil se había mostrado implacable con los oficiales blancos y en los años 30 ordenó ejecutar a Tujachevski y a casi todos los altos mandos del Ejército Rojo.
Tu-154 en que murió Lech Kaczyński
Setenta años después, la URSS ya no existía y Rusia había admitido, por fin, que el NKVD del georgiano Beria había masacrado a los oficiales polacos. El presidente polaco, Lech Kaczyński, iba a visitar el macabro bosque donde habían sido asesinados sus compatriotas. El 10 de abril de 2010 su avión se estrelló cuando trataba de tomar tierra en Esmolensko. En esta ocasión las sospechas recayeron en los servicios secretos rusos.


Zweig y Márai


Stefan Zweig y Sándor Márai, escritores burgueses. Fueron contemporáneos, que no coetáneos. Nacieron en el Imperio Austro-Húngaro, en la fastuosa Cacania, que entonces parecía perenne. Bibliófilos tenaces, el destierro les obligó a renunciar a sus bibliotecas: seis mil volúmenes llegó a tener Márai en su piso de Buda; algunos miles más Zweig en su casa de Salzburgo, además de valiosos documentos autografiados. Ambos se quitaron la vida un 22 de febrero, apenas unos años antes de que se desmoronaran los regímenes que les habían convertido en exiliados: tres años le faltaron al escritor vienés para ver el fin del Reich milenario; por dos años no asistió Márai a la caída del Imperio soviético. Uno era judío, pero se consideraba por encima de todo un europeo; el otro se sentía húngaro "en cuerpo y alma", aunque su familia procedía de la Alta Sajonia.
  Stefan Zweig no luchó en la primera guerra mundial, gracias a “un examen médico benevolente”; tenía la nacionalidad austriaca, pero era un enamorado de la cultura francesa y de la literatura rusa. Acabó sirviendo en una oficina. En los años 20, se convirtió en un escritor de éxito, aunque Baroja, cuya pluma a veces cicateaba, nunca entendió esa fama. “¿Por qué ese Stefan Zweig, por haber hecho algunas cuantas biografías corrientes y vulgares, ha tenido una fama universal tan grande? Eso es algo que no se comprende bien.” No, Zweig no sólo hizo biografías. Escribió novelas cortas maravillosas (Mendel el de los libros, La novela del ajedrez). Marcel Reich-Ranicki, aunque lo considera un libro de entretenimiento juvenil, muestra su agradecimiento a Momentos estelares de la humanidad; el capítulo dedicado a Dostoievski, asegura, le ayudó a mantener la esperanza en el gueto de Varsovia. Algunas biografías suyas son magníficas, la que dedicó a Fouché. Castalión contra Calvino es quizá una de las mejores obras que se han escrito a favor de la tolerancia. Los años 30 fueron difíciles: Strauss tuvo que retirar una ópera cuyo libreto había escrito Zweig, fueron prohibidos sus libros, abandonó Austria, dejó de publicar. "Debo confesar que me resultó más fácil abandonar patria y hogar que dejar de ver la familiar marca de imprenta en mis libros." Se refugió en Francia, en Gran Bretaña. Ni siquiera en este país se sintió seguro. Acabó huyendo a Brasil. Allí terminó de escribir sus memorias, El mundo de ayer. Creía que la vieja Europa había muerto para siempre. "He sido testigo de la más terrible derrota de la razón y del más enfervorizado triunfo de la brutalidad de cuantos caben en la crónica del tiempo." Dejó de tener fe en el futuro. La noche del 22 de febrero de 1942 tomó una dosis letal de veronal. Dejó una nota de suicidio, en que aseguró que no podía seguir soportando la destrucción del hogar espiritual europeo. “Empezar todo de nuevo a los sesenta años requiere poderes especiales, y mi propio poder se ha gastado después de tanto tiempo de vagar sin hogar. Prefiero poner fin a mi vida en el momento adecuado, como un hombre para quien el trabajo cultural ha sido siempre su más pura felicidad y la libertad personal, el más preciado de los bienes de esta tierra. Le envío un saludo a todos mis amigos: Que vivan para ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, que estoy más impaciente, me adelantaré.” Su joven esposa, Charlotte Altmann, le acompañaba.
 
Sándor Márai nació en Kassa, localidad que en 1919, convertida en Košice, pasó a formar parte de Checoslovaquia. Por aquella época él ya vivía en Buda, la ciudad de sus sueños, el centro de su mundo. Comenzó a escribir joven y alcanzó fama temprana. En los años 30, era uno de los escritores húngaros más reconocidos. Cuando comenzó la guerra mundial se sintió desfallecer: “Comienza a oscurecerse el hermoso paisaje que era mi segunda casa, Europa”. Hungría acabó entrando en la guerra del lado de Alemania (después de que unos misteriosos aviones bombardearan Kassa, de nuevo una ciudad magiar). En 1944, los alemanes ocuparon el país. El horror de aquella invasión duró unos pocos meses. Cuando regresó a su piso de Buda después de la huida de los nazis, lo encontró destruido por las bombas; sólo pudo rescatar un libro (El cuidado de los perros en el hogar burgués) y una copia enmarcada de la famosa foto de Tolstói y Gorki en Yásnaya Poliana. Los soviéticos dejaron pronto de ser vistos como liberadores: su llegada supuso "la desaparición completa y la aniquilación total de una forma de vida". Márai trató de seguir viviendo en su país, pero pronto la idea le resultó absurda: comunismo y literatura (literatura burguesa) eran incompatibles. Su obra fue prohibida. “La literatura húngara era grande, más grande que la nación.” Huyó a Italia y, posteriormente, a Estados Unidos. Escribió sus memorias, ¡Tierra, tierra!, en las que describió la invasión y ocupación soviéticas. Se planteó aprender inglés, como ya había hecho Arthur Koestler (Artúr Kösztler) y como años después haría Stephen Vizinczey (István Vizinczey); demasiado viejo, empero, para empezar a redactar en otra lengua, "el único idioma que soy capaz de utilizar para escribir es el húngaro". El exilio le alejó no sólo del mundo que había retratado en sus obras, sino también de los pocos millones de personas que hablaban su lengua materna y que podían leerle. Poco a poco fue olvidado. Márai envejeció solo, rodeado de incomprensión en un país que siempre consideró extranjero. "Yo había sido y seguía siendo un burgués (aunque bajo la forma de una caricatura), y todavía lo soy, un burgués viejo en una patria que me resulta extraña." En política, siguió odiando el bolchevismo hasta el final, y se mostró en contra de la détente: le enfureció que el presidente Carter entregara a los comunistas la Corona de San Esteban. Pasó sus últimos años enfermo. Se suicidó, como Zweig, un 22 de febrero. El fin del régimen comunista sacó del olvido la obra de Márai. Se han rescatado sus novelas, se leen con nostalgia: El último encuentro, Confesiones de un burgués, Divorcio en Buda.


Régulo y Juan II 



Quince siglos separan a Marco Atilio Régulo y Luis II. El primero invadió África, amenazó Cartago y finalmente fue derrotado y hecho prisionero (255 a.C.). Los cartagineses le enviaron a Roma para negociar la paz, que supondría el fin de su cautiverio. Régulo después de pedir perdón avergonzado por haberse dejado derrotar, aconsejó a los senadores que continuaran la guerra. Después, demostrando que la fides romana no era como la poenica, regresó a Cartago. Allí, los cartagineses enfurecidos por el fracaso de su misión, lo mataron. Añaden los historiadores que le infirieron atroces torturas. En una época en que algunos reyes todavía luchaban al frente de sus tropas, Luis II de Francia fue capturado en la batalla de Poitiers (1356). Los ingleses le llevaron a Londres y pidieron a cambio de su libertad la entrega de un tercio del país y el pago de un rescate desorbitado. Para ejecutar el tratado, le dejaron marchar a cambio de que dejara como rehenes a sus hijos, Luis de Anjou y Juan de Berry. Procuró Juan reunir el rescate, tres millones de escudos, pero Francia se hallaba exhausta, empobrecida, despoblada. Cuando más desesperado se encontraba por no poder reunir el rescate, se enteró de que uno de sus hijos había huido: Luis de Anjou se escapó aprovechando el permiso que le habían dado para realizar una peregrinación. Juan II, avergonzado por el comportamiento de su hijo, por este doble ultraje, hizo algo que nadie esperaba: se entregó a los ingleses. Murió en el cautiverio.
 
Algunos autores clásicos ni siquiera mencionan a Régulo. Diodoro se limita a decir que murió en el cautiverio. Polibio le hace víctima de su soberbia, pues rechazó una ventajosa oferta de paz de los cartagineses. Tito Livio, como era de esperar, lo pone de ejemplo de las virtudes romanas. Pocos han pensado en que, si Régulo hubiera permanecido en Roma, le hubieran echado en cara de por vida no ya no haber cumplido su palabra sino la vergonzosa derrota que sufrió frente al espartano Jantipo, el general que comandaba el ejército cartaginés. El romano prefirió un destino eterno. Historiadores imperiales inventaron probablemente las circunstancias de su muerte: Aulo Gelio dice que fue encerrado en un calabozo; Silio Itálico, que murió en un tonel con clavos; Aurelio Víctor añade que lanzaron el barril por una pendiente.
  El cautiverio de Juan II también fue adornado por historiadores posteriores. Se dijo que Luis de Anjou echaba de menos a su esposa, con la que acababa de casarse, y que eso provocó su huida. Algunos critican la mezquindad de Juan II, que simplemente no quería pagar su rescate. Otros, por fin, denunciaron las maquinaciones del Delfín, que quería convertirse en rey e intentaba evitar la ruina del país: convenció a su hermano Luis de que escapara y luego aconsejó a su padre de que debía cumplir la palabra dada a los ingleses. Carlos V, secundado por Bertrand du Guesclin, su fiel bretón, consiguió arrojar a los ingleses de Francia.

jueves, 27 de septiembre de 2012

SORRENTINO: Karakalpakia



El doctor Zuckerman respiró aliviado cuando Clawson y su cuidador abandonaron la consulta. Hizo algunas anotaciones en el historial. Colocó la carpeta de Clawson en el lado izquierdo. Ya sólo quedaban tres pacientes. Comenzó a hojear un nuevo historial. Artie M. Un caso sin solución. Siete años atrás, habían encontrado a aquel individuo deambulando por un parque. Decía cosas incoherentes. Los policías creían que estaba borracho; por alguna razón, acabó en el hospital psiquiátrico. Nadie sabía quién era ni de dónde procedía. Ni siquiera estaban seguros de cómo se llamaba. El administrativo que hizo el ingreso no había logrado entender su apellido; acabó escribiendo en la ficha que el nombre del paciente era Arthur M. En seguida, todo el mundo comenzó a llamarle Artie. 

Por alguna razón, el doctor Roark había estado muy interesado por Artie; sostenía que sufría un raro trastorno neuronal. Zuckerman repasó una vez más las notas de su antecesor. Artie M. era un sujeto de unos sesenta años. Hablaba inglés con acento extranjero. Su vocabulario era bastante culto. Probablemente había estudiado en la universidad. En ocasiones, largaba interminables peroratas en un idioma ininteligible que Mike Sorrentino, uno de los ordenanzas, afirmaba que era un dialecto hablado en el norte de Italia. 

Artie M. sufría una enfermedad ciertamente extraña. Aseguraba proceder de un territorio, que llamaba la Nación, que formaba parte de un país, el Estado. Según el doctor Roark, Artie quería que la Nación se separara del Estado, como Croacia de Yugoslavia o como Lituania de Rusia. En las visitas quincenales esbozaba enrevesados planes para lograr la secesión. En una ocasión, según las notas del doctor Roark, había defendido Artie que la Nación tuviera el mismo estatus que Puerto Rico. Otra vez soltó un largo alegato a favor de Massachussetts. El doctor Zuckerman le había escuchado un vehemente discurso en defensa del Quebec independiente, por lo que llegó a la conclusión de que Artie era francocanadiense. Desde luego, ni Roark ni Zuckerman habían prescrito a Artie ninguna medicina. Nunca se había mostrado violento. No era un enfermo peligroso. Zuckerman estaba preparando un artículo para el Annual Review of Psychiatry. Cuando lo acabara, probablemente, recomendaría su traslado a uno de los asilos estatales. 

 –Que pase el siguiente –le dijo a la enfermera. 

Escuchó el golpeteó de nudillos en la puerta. No había forma de hacerle entender que debía pasar sin llamar. 

–Adelante. 

Zuckerman observó al enfermo. Cuidaba mucho su aspecto. Llevaba un gastado pijama, que estaba impoluto, sin una sola mancha. Artie estaba recién afeitado. Apestaba a loción. La visita al doctor era el acontecimiento más importante de las últimas dos semanas.

–¿Cómo estás, Artie? 

–La tengo, doctor, tengo la solución para la Nación. 

–Siéntate, Artie, cuenta. 

–Mire, doctor, la solución es Karakalpakia. 

–¿Karaqué? 

A veces, el doctor  Zuckerman tenía la impresión de que Artie se inventaba todos esos nombres. Roark había dictaminado que el paciente sufría una especie de politomanía.  Zuckerman, en su artículo, sostendría que Artie era un topomaniático: siempre estaba utilizando topónimos exóticos. 

–Karakalpakia, doctor. Ka–ra–kal–pa–kia. Es una república autónoma de Uzbekistán. 

–¿Uzbekistán? 

–Sí, Uzbekistán. 

–Ya sé, un país que está… 

–En Asia Central. Los karakalpakos lucharon durante siglos contra los infames uzbekos. Estaban sometidos.

 –¿Me estás diciendo que quieres que la Nación se convierta en una república autónoma? 

–¿Qué le parece, doctor? ¡¡Una idea brillante!!

martes, 11 de septiembre de 2012

CASARES: El vídeo


–Mira –me dijo.

Me dejó su tablet y contemplé por unos instantes el vídeo. Una mujer se masturbaba.

–¿Quién es? –le pregunté.

Pronunció un nombre que no me sonaba de nada.

–¿Por qué me lo has enseñado?

–¿No te has dado cuenta?

–No. ¿Qué?

–¿No te ha llamado nada la atención?

Volví a ve el vídeo. Al principio, claramente, se veía el rostro de la mujer. Más adelante, sólo su cuerpo, sus senos, su pelo.

–No es ella, es una doble.

–¿Una doble?

–Sí. Lo estaba viendo el otro día y me di cuenta. Utilizó un doble.

Le entregué el tablet. La verdad es que no me gustaban todos esos vídeos y fotos de políticos. Había gente que los consumía masivamente, pero yo no podía soportarlos.

–Lo tenía colgado en su web. Comparé el cuerpo del vídeo con varias fotos que tiene colgadas y son dos personas distintas.

–¿Estás seguro?

–Un cuerpo de mujer no engaña.

–¿Por qué lo hizo?

–No lo sé… Supongo que por motivos religiosos. Así tendría tranquila la conciencia, la maldita conciencia de los católicos.

Dos meses atrás, el ministro de Obras Públicas había tenido que dimitir. En su perfil de internet se decía que estaba casado y que tenía un amante, pero se acabó demostrando que esto último era falso.

–La gente hubiera pensado mal de mí si supiera que no tenía un amante –trató de excusarse.

Luego se supo que era un criptocatólico. Muchos pidieron su procesamiento, pero el presidente se contentó con cesarle.

Casares estaba escribiendo entusiasmado.

–¿Qué vas a hacer?

–Voy a publicarlo. Inmediatamente.

–¿No vas a llamarla?

–No. Podría retirar el vídeo y decir que todo es una patraña mía. No, voy a denunciarlo. Es una vergüenza que mienta de esa manera.

–La verdad es que prefería los viejos tiempos, cuando la sexualidad de los políticos era algo íntimo, personal.

Casares me miró como si fuera un extraterrestre.

–¿Qué dices? No me vengas con tus idioteces.

–No sé, que a veces estoy cansado de todas esas fotografías, vídeos, confesiones.

Casares me hizo un gesto para que me callara.

–¿Qué pasa?

–La ministra de Hacienda. Tiene visita. Je, je, el tipo va a acabar exhausto.

La ministra había llenado su casa de cámaras cuando era diputada, y era uno de los miembros del Gobierno más populares.

–Debería pensar en adelgazar un poco. Se está poniendo muy gorda –dijo Casares.

–No sé cómo te gusta eso.

–Vamos, cállate. No tengo ganas para tus tonterías.

Siguió escribiendo durante un rato y por fin lo publicó. Siempre ponía la misma cara de satisfacción cuando pulsaba enter.

–Ya está –me dijo.

Me dejó su tablet y pude ver el titular que había utilizado: CONCEJAL CUELGA VÍDEO FALSO.

–¿Qué tamaño de fuente has utilizado? ¿48?

Ignoró mi pregunta.

–¿Has mandado copias?

–¿Por quién me tomas? ¡Claro que sí! En unas horas se sabrá por todos lados. Esta noticia va a ser trending.

sábado, 8 de septiembre de 2012

BARCELÓ: Muerte de un oficial

Después de varios minutos de saludos, jaculatorias, intercambio de regalos, el coronel Jordà consiguió que el emir se sentara.

–¡Tevet! Tráenos un té –le gritó a su ayudante.

El asunto que Jordà tenía que tratar con el emir era ciertamente espinoso. Habían pasado ya varias semanas desde la llegada del inefable Romeu, y desde entonces se habían sucedido los problemas: un pelotón de áscaris se había insubordinado –tres ahorcados y veintisiete azotados–; la mitad de los criados habían desaparecido, se habían marchado; Montferrer, el indispensable Montferrer, había pedido el traslado. Una mañana, encontraron excrementos de vaca en la puerta de la residencia de Romeu: había sido cosa de los áscaris, probablemente, pero el coronel Jordà sospechaba que cualquiera de los oficiales podía haber perpetrado el atentado.

–Hace unas semanas llegó un nuevo oficial.

El emir abrió los brazos.

–Sí, mi sobrino me habló de él.

Jordà esperó que el emir dijera algo más, pero el hausa permaneció discretamente callado. Tevet llegó con el té y lo sirvió en silencio. El coronel aprovechó para mirar al emir. Tenía un rostro muy oscuro, negro. Si no fuera por las ropas que llevaba, no habría manera de distinguirlo de otros hausa, pero el emir se ufanaba de descender de un príncipe fatimí y de hablar árabe.

–Querido amigo, tengo que reconocerte que estamos muy descontentos con el capitán Romeu.

El emir, expectante, sorbía el té.

–Me gustaría que le invitaras a cazar.

–¿Qué le invite a cazar?

–Sí, a una partida de caza. Que cace, no sé, un búfalo, un león, lo que sea.

El emir lanzó una mirada confusa al coronel Jordà.

–Desde luego, si al capitán le pasara algo, si sufriera un accidente, tú no serías el culpable, mi querido amigo, no te consideraríamos responsable de su muerte.

jueves, 30 de agosto de 2012

SINGER: Yentl

Después de la muerte de su padre, Yentl no tenía razón para permanecer en Yanev.

Ella estaba muy sola en la casa. Seguramente habría huéspedes dispuestos a mudarse allí y pagar renta, y multitud de casamenteras llamarían a su puerta con ofertas matrimoniales de: Lublin, Tomashev, Zamosc. Pero Yentl no quería casarse. En su interior una voz repetía una y otra vez: “¡No! ¿Qué le espera a una chica cuando la boda ha terminado? Inmediatamente empieza a parir y a criar y su suegra gobierna sobre ella”. Yentl sabía que no había sido creada para llevar vida de mujer. No era capaz de coser, ni de tejer; dejaba quemar la comida y dejaba subir la leche al hervirla; el pudín de shabát nunca le salía bien y su pasta de jale nunca esponjaba.

Yentl prefería mucho más las actividades masculinas que las de mujer. Su padre, Reb Todros, podía descansar en paz; durante sus muchos años de postración había estudiado la Torá con su hija, como si ella fuera un hijo. Mandaba a Yentl a asegurar las puertas y cubrir las ventanas; entonces juntos estudiaban minuciosamente el Pentateuco, la Mishná, la Guemará y los Comentarios. Ella probó ser una alumna tan apta que su padre solía decir:

-Yentl, tienes el alma de un hombre.

-¿Entonces por qué nací mujer?

-También el cielo comete errores.


Isaac Bashevis SINGER, Un amigo de Kafka otros relatos, Cátedra, Madrid, 1990.

lunes, 27 de agosto de 2012

MARTÍNEZ: Feria y fiestas


Cuando amanece, los gusarapos se arrastran por las calles bajo los efectos del estupor alcohólico, cubiertos de polvo, desaliñados, descalzos (o descalzas, más bien), balbuceantes, aturdidos. Durante seis o siete horas han ocupado el ferial, del que habían expulsado después de breve y desigual lucha a la gente normal.

Cada vez más, las ferias y fiestas se han convertido en una especie de macrobotellones autorizados. Sólo importa una cosa: beber, beber la mayor cantidad posible de alcohol, no parar de beber durante seis días. Los gusarapos tragan cerveza, toda clase de licores y combinados, chupitos, vino, valgas, cubalitros. Rinden infame culto a Baco, que se regocija por su póstumo triunfo.



A veces me pregunto qué pasaría si las ferias actuales, en vez de olímpicas melopeas, fuesen jocosas cuchipandas. ¿Me resultaría tan desagradable que la gente sólo se dedicara a comer? ¿Que alguien engullera en la Caseta del Partido Comunista no uno sino siete u ocho bocadillos de chorizo? ¿Que en la Caseta de la Expiración se devorasen gigantescos platos de migas? ¿Que se tomara como aperitivo en los bares un pollo asado entero, con su correspondiente guarnición de patatas y pimientos? ¿Que la Caseta Municipal no diera abasto sirviendo descomunales raciones de paella?


www.linares.blogspot.com

R.S.: El Borbón bobo


No, no voy a hablar de ese rey de Francia que consiguió expulsar a los ingleses. El Carlos VII del que me voy a ocupar esta mañana es más insignificante.

Desde que Isabel II había sido expulsada de España, los carlistas se preparaban: los contrabandistas recorrían incansables la muga, se escondían armas en los sótanos y en los sobrados, se afilaban las espadas, se preparaban los uniformes y las rojas chapelas. Circulaban esperanzadores rumores de que el rey, que nunca había pisado España, cruzaría pronto la frontera. En Madrid había un monarca extranjero, italiano, ridículo: nadie le hacía caso.

Los carlistas estaban orgullosos de sus ideas: Dios y leyes viejas, catolicismo y fueros. Por fin todo volvería a como estaba antes de la invasión francesa de 1808, que tantos males trajo: la pérdida de la España de ultramar, el liberalismo, el positivismo. Los curas agitaban el Syllabus (el Syllabus complectens praecipuos nostrae aetatis errores, para ser más precisos) y daban gritos a favor de Carlos VII, el rey legítimo

En abril de 1872, por fin, estalló la guerra. El 2 de mayo, aniversario del glorioso alzamiento del pueblo madrileño, Carlos María de Borbón y de Habsburgo-Lorena-Este entró en el pueblucho de Vera de Bidasoa, cuyos habitantes le vitorearon extasiados. La gente se acercaba, le besaba la mano. Pronto notaron algo extraño en él. Sucedió lo que decía Gracián: "Nunca lo verdadero pudo alcanzar a lo imaginado". Hasta entonces, sólo le conocían los pocos fieles que le habían tratado en el exilio austriaco, en Suiza. Los vasco-navarros creyeron que su rey estaba almidonado. Cuando le escucharon, se dieron cuenta de que… ¡no hablaba castellano! Poco a poco, llegaron a otra conclusión más terrible: era de un ingenuo total, era tonto. En la corte de Estella comenzaron a llamarle, por supuesto a sus espaldas, el rey Bobo. Algún cortesano recordó entonces que el reyezuelo de Fernando Poo, Sepaoko, vivía encerrado en casa, lejos de las miradas de los bubis y de los españoles. Quizá hubieran debido hacer eso con su rey.



Carlos VII era ajeno a todo esto, estaba entusiasmado organizando el Estado: moneda, Código Penal, Tribunal Supremo, Aduanas, servicio de correos, la Universidad de Oñate. Comenzó a conceder títulos nobiliarios; hasta 102 había otorgado al final de su reinado (por sólo cinco de su padre).

Durante el caos republicano, los carlistas vencieron en varias escaramuzas, revitalizantes. Se puso sitio a Bilbao, pero no hubo forma de tomar la ciudad. La llegada al trono de Alfonso XIII y el gobierno conservador de Cánovas hicieron que el carlismo se desmoronara: comenzó la deshecha.

El pretendiente no se desanimó. Los españoles habían sido demasiado ingratos, pero él seguía siendo un Borbón. Después de la muerte del conde de Chambord, Carlos María decidió reclamar el trono de Francia, del que era legítimo heredero.

Carlos VII de España, XI de Francia y VI de Navarra murió como había vivido, en el exilio. Quedó su testamento: "Mantened intacta vuestra Fe y el culto a nuestras Tradiciones y el amor a nuestra Bandera. Mi hijo Jaime, o el que en Derecho, y sabiendo lo que ese Derecho significa y exige, me suceda, continuará mi obra. Y aun así, si, apuradas todas las amarguras, la Dinastía legítima que nos ha servido de faro providencial estuviera llamada a extinguirse, la Dinastía de mis admirables carlistas, los españoles por excelencia, no se extinguir jamás. Vosotros podáis salvar a la Patria como la salvasteis, con el Rey a la cabeza, de las hordas mahometanas, y huérfanos de monarca, de las legiones napoleónicas. Antepasados de los voluntarios de Alpens y de Lácar eran los que vencieron en Las Navas y en Bailén. Unos y otros llevaban la misma Fe en el alma y el mismo grito de guerra en los labios".

Sus sucesores llevaron al carlismo por caminos insospechados. Jaime III mostró sus simpatías por el socialismo y en la Gran Guerra apoyó a Francia: las autoridades austro-húngaras, que le habían acogido, cometieron la ingratitud de internarle en prisión.



Alfonso Carlos I, hermano de Carlos VII, trató de restaurar el carlismo. En 1932 organizó la Comunión Tradicionalista. Apoyó la conspiración contra la República y oportunamente murió en septiembre de 1936. Franco se colocó una boina roja y decidió que él sería el jefe del carlismo a partir de ese momento.

A la muerte de Alfonso Carlos I, de acuerdo con la ley sálica que había iniciado todo el alboroto, los derechos al trono español recaían en Alfonso de Borbón y de Habsburgo-Lorena. Este personaje ya había ocupado ilegítimamente el trono español como Alfonso XIII y en abril de 1931 había renunciado a la corona; “no tengo el amor de mi pueblo”, dijo antes de abandonar el país.




Vascos y navarros no están del todo descontentos con el resultado de las guerras civiles: han conseguido mantener privilegios medievales en la Europa del siglo XXI. El resto de los españoles han obtenido bien poco del conflicto carlista: un artículo hilarante de Larra, un himno con música liberal y letra carlista (el Oriamendi), las novelas de Galdós, Unamuno, Valle-Inclán, Baroja y Perucho, los magníficos y sugestivos óleos de Augusto Ferrer Dalmau.




www.reyes-holgazanes.me

martes, 21 de agosto de 2012

VAIN: Olympic ruins

















Athens, the city with the world's most famous ruined monument. There are new relics: many of the venues used for 2004 Olympics are now derelict, as ravaged as the troubled country.

http://romantic-ruins.blogspot.com

martes, 10 de julio de 2012

HERVÁS: Los carlistas y las misas


El inicio de la expedición sorprendió a Espartero, que tenía su ejército desorganizado. Ferreiro dice que el general estuvo pensando durante algún tiempo cuál iba a ser su plan de campaña: los carlistas se hallaban adelantados a sus propias tropas y, si algo no les detenía, no tendrían problemas para alcanzar Madrid. La caída de la capital sería un desastre para la causa isabelina.

Algunos atribuyen el plan subsiguiente al propio Espartero y otros a Martínez Palacios, uno de los capellanes de su ejército. Aunque la mayor parte del clero apoyaba a los carlistas, también existía una pequeña minoría de simpatizantes liberales. Espartero, envío a quince curas, al menos, hacia el norte, con la orden de celebrar misa en los pueblos a los que llegaban los carlistas. La marcha de las tropas carlistas se ralentizó, hasta el punto de que Carlos V estuvo a punto de prohibir las celebraciones religiosas hasta que sus tropas no llegaran a Madrid. Sin embargo, dada la religiosidad de vascos y navarros, que constituían la columna vertebral de su ejército, sus asesores le disuadieron.

Finalmente, cuando las tropas carlistas llegaron a las afueras de Madrid, se encontraron con el ejército de Espartero, mucho más numeroso y armado con las piezas de artillería enviadas por los británicos. Los generales carlistas querían repetir un nuevo Oriamendi, pero Carlos V decidió retornar al norte. La expedición había fracasado.

Francisco HERVÁS, Historia apócrifa de España, Editoral Almotacén, Córdoba, 2010.


sábado, 7 de julio de 2012

Ocho días encerrado en el sótano


El pasado 27 de junio se celebraban las semifinales de la Eurocopa. Después de un partido muy disputado, que acabó en empate, la selección española eliminaba a la portuguesa en la tanda de penaltis. C.O.J., residente en Hoyo de Manzanares, nunca olvidará ese día. Ayer se ha sabido que, cuando terminó la prórroga, ya no podía aguantar más los nervios. Según contó más tarde, se fue al dormitorio, pero desde allí seguía escuchando a los vecinos, que se habían reunido en el jardín para ver el partido. Fue por eso que decidió encerrarse en el sótano.

"Iba a esperar media hora, pero no sé qué me pasó. Me quedé dormido. Cuando desperté, traté de salir, pero no pude. La manija estaba rota por dentro. Llevaba un tiempo rota, pero con los nervios se me había olvidado."

Pasó más de una semana encerrado en el sótano. Al menos, allí guardaba agua y alimentos en abundancia. "Siempre guardo algo de comida en el sótano, por lo que pueda pasar", –dice con una sonrisa. "No, hambre no pasé."

Ocho días después, el jueves 5 de julio, la hermana, preocupada porque no contestaba al teléfono, fue a su casa. Al principio creyó que se había marchado de vacaciones sin decir nada, pero se sorprendió del desorden que encontró. La televisión estaba encendida y un trozo de pizza se encontraba sobre la mesa. "Me pasaron mil cosas por la cabeza, pero casi inmediatamente pensé que estaba en el sótano."

Allí le encontró acostado en el suelo, enflaquecido, macilento.

"Abrí los ojos cuando escuché el ruido", dice C.O.J. a los periodistas. "Lo primero que le pregunté a mi hermana fue que quién había ganado la Eurocopa."

No responde cuando se le pregunta qué hizo cuando se enteró que la selección española había ganado la Eurocopa. Sólo sonríe.

Madrid Norte, sábado 7 de julio de 2012.

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lunes, 25 de junio de 2012

BLANCO: Mamíferos alóctonos

El coipú es considerado una de las especies invasoras más peligrosas del mundo. Procede de Sudámerica y, como en el caso del visón americano y de la rata nutria, se comenzó a criar por su piel. Vive sobre todo en el norte de la Península Ibérica.



Junto al muflón, el gamo representa un caso especial de especie alóctona: se extinguió en la Península Ibérica poco después de la última glaciación. Reintroducido hace unos pocos años, compite con éxito con el ciervo, al que está desplazando.




En los últimos años ha sido costumbre liberar visones. Acostumbrados a la vida en cautividad, la mayoría de ellos mueren de hambre o atropellados, pero unos pocos han logrado sobrevivir y comienzan a ocupar el nicho ecológico del visón europeo, más pequeño. El visón americano se ha hecho muy común en los campos gallegos, e incluso ha invadido el Parque Nacional de las Islas Atlánticas.



La rata nutria colorada, como el coipú y el visón americano, es una especie criada en cautividad por su piel. Procede de Sudamérica, donde irónicamente está en peligro de extinción. Su población está aumentando en los ríos del País Vasco, Navarra y Aragón.



El arruí, carnero de Berbería o muflón del Atlas es un bóvido introducido en los años 70 en la Sierra Espuña (Murcia) con fines cinegéticos. Poco a poco, se ha ido extendiendo, y habita las sierras de Almería, Granada y Jaén. No tiene depredadores naturales. Ocupa el nicho ecológico de la cabra montés.



Desde hace años, el mapache vive en muchas zonas de Europa Central. En Madrid alarmó la presencia de una veintena de ejemplares en el Parque del Sureste. Las crías se venden como mascotas; cuando alcanzan la edad adulta, los mapaches se vuelven muy agresivos y suelen ser liberados. La población de mapaches en libertad es mínima, de momento.



http://euroaloctonos.wordpress.com/