Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."
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viernes, 20 de enero de 2012

BELDA VAGUER: La única posibilidad, saldos lamentables



Cierran el acceso a la música, dejándonos, al menos en España, con la única posibilidad de los saldos lamentables de las grandes superficies, con estanterías vacías de calidad y con las típicas recopilaciones comerciales de tres al cuarto.

Sentidos

lunes, 19 de diciembre de 2011

ISAACSON: Glenn Gould

Jobs afirmó que Bach era su compositor favorito de música clásica. Disfrutaba particularmente al escuchar los contrastes entre las dos versiones de las Variaciones Goldberg grabadas por Glenn Gould, la primera en 1955, cuando era un pianista poco conocido de veintidós años, y la segunda en 1981, un año antes de morir. "Son como la noche y el día —comentó Jobs tras escucharlas una tras otra una tarde—. La primera es una pieza exuberante, joven y brillante, con una interpretación tan rápida que resulta toda una revelación. La segunda es mucho más sobria y descarnada. Puedes sentir un alma muy profunda que ha pasado por muchas cosas a lo largo de su vida. Es más oscura y sabia." Jobs se encontraba en medio de su tercera baja médica la tarde en la que escuchó ambas versiones, y yo le pregunté cuál prefería. "A Gould le gustaba mucho más la última versión —contestó—. A mí solía gustarme la primera, la más exuberante, pero ahora entiendo sus preferencias."

Walter ISAACSON, Steve Jobs, Debate, Barcelona, 2011.

martes, 22 de marzo de 2011

BERNHARD: Karajan, genio o charlatán

"Con su entusiasmo y porque empezaba unos segundos antes que los demás, Paul arrastraba a toda la Opera. Por otra parte, con sus primeros silbidos se hundían las escenificaciones más grandiosas y las más costosas, porque él lo quería, porque estaba precisamente de ese humor. Durante decenios, los vieneses no se dieron cuenta de que el autor de los triunfos en la Opera era en fin de cuentas Paul, lo mismo que el autor de los naufragios de la casa del Ring, los cuales, cuando él quería, no hubieran podido ser más radicales, más aniquiladores. Sus pros y sus contras en la ópera nada tenían que ver con la objetividad, sólo con su arbitrariedad, con su volubilidad, con su locura. Muchos directores de orquesta a los que no podía soportar cayeron en Viena en su trampa, y los silbó y abucheó, realmente con espuma en la boca. Sólo con Karajan, al que odiaba, fracasó. El genio de Karajan era demasiado grande para que Paul pudiera siquiera molestarlo. A Karajan lo he observado y estudiado durante decenios y es para mí el director de orquesta más importante del siglo, con Schuricht, al que yo amaba. A Karajan lo admiraba yo por experiencia ya desde la infancia, tengo que decir, y lo he estimado tanto por lo menos como todos los músicos con los que Karajan ha trabajado nunca. Paul odiaba a Karajan por todos los medios a su alcance y, por su odio consuetudinario, sólo lo calificaba de charlatán; yo sólo veía en él, por mi propia contemplación durante decenios, al primero de los trabajadores de la música del mundo entero y, cuanto más famoso se hacía Karajan, tanto mejor se volvía, lo que mi amigo, como todo el resto del mundo musical, no quería comprender. Desde mi infancia he visto desarrollarse y perfeccionarse el genio de Karajan, y fui testigo de casi todos los ensayos de conciertos y óperas que dirigió en Salzburgo y Viena. Los primeros conciertos que oí en mi vida los dirigió Karajan, las primeras óperas que oí, también Karajan. Así tuve, tengo que decir, desde el principio, unas buenas condiciones para mi progreso musical. El nombre de Karajan garantizaba de antemano una furiosa pelea entre Paul y yo y, mientras Paul vivió, nos peleamos una y otra vez por Karajan. Pero ni yo había podido convencer a Paul, con mis pruebas en relación con Karajan, del genio de Karajan, ni Paul a mí con sus pruebas en contra de Karajan, es decir, de que era un charlatán."

Thomas BERNHARD, El sobrino de Wittgenstein, Anagrama, Barcelona, 1988

sábado, 19 de marzo de 2011

SCHOPENHAUER: Música


"Cuando oigo música, mi imaginación juega a menudo con la idea de que la vida de todos los hombres, la mía propia, no es más que sueños de un espíritu eterno, buenos o malos sueños; de que cada muerte es un despertar."

martes, 1 de marzo de 2011

REICH-RANICKI: Las trompas, más alto

Uno de los invitados que han quedado en mi memoria fue el director Heinz Bongartz, titular de la Dresdner Philharmonie. Se me ocurrió la idea de no limitarme a grabar una conversación con él sino, también, un fragmento de su ensayo con los músicos de la Filarmónica de Varsovia. El programa ofrecía la Sinfonía en re mayor de Schubert. En el primer movimiento, nada más concluir el famoso pasaje para trompa, Bongartz golpeó la batuta insatisfecho: "No, señores míos, no es así. Lo que tocan aquí las trompas es el sentimiento romántico, alemán, de la naturaleza. Les ruego que interpreten este magnífico pasaje con más fuerza e intimidad. Con más sentimiento, señores míos. Es preciso que suene más lleno y con mayor potencia. Aquí, en este pasaje, se han de ver los bosques alemanes". El primer violín, que hacía de intérprete, se levantó, se dirigió al grupo de instrumentistas de viento, y dijo en polaco: "Las trompas, más alto". Como Bongartz se hallaba en ese momento anotando algo en su partitura, no debió darse cuenta de que la traducción de sus deseos al polaco había resultado sorprendentemente corta. Hizo que tocaran el pasaje otra vez, y volvió a dar unos golpes: "Muy bien, señores trompistas, ha sido magnífico; eso era exactamente lo que quería". En años posteriores, siempre que he oído a músicos de orquesta quejarse de directores que hablaban mucho, no he podido menos de pensar en Heinz Bongartz y aquel primer violín polaco que demostró ser un maestro en resúmenes escuetos: "Las trompas, más alto".

Marcel REICH-RANICKI, Mi vida, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2000.

viernes, 7 de enero de 2011

BAMM: Sinfonía en re menor de Bruckner

Regau fue a visitar la villa del director de la fábrica y volvió encantado.

-Tiene un aparato de radio maravilloso. Hoy es domingo y en media hora retransmiten la Sinfonía en re menor de Bruckner. ¿Vamos a escucharla?

-En Magnitogorsk, pozo siete, seguro que no nos tocarán una sinfonía. ¡Vamos!

Preguntamos a Mokassin si quería venir con nosotros. Se armó de café y coñac y nos fuimos para allá.

Nos sentamos en los butacones y pusimos los pies encima de la mesa. Nunca volvería a vivir nadie allí. Regau, bastante entendido, nos explicó a Mokassin y a mí lo que íbamos a escuchar. Hizo especial hincapié en el cuarto movimiento, en el que el tema de los instrumentos de viento, en forma de coral, se introduce casi simultáneamente y en contrapunto a un motivo de danza, formando una representación sensible de la frase: "En medio de la vida estamos rodeados de muerte."

Comenzó el concierto.

En un solo instante, todo aquel salvaje mundo de sangre y pus, hedor y peligros, miedo y sopa de lentejas, frío y valentía, aquel mundo en el que vivíamos desde hacía semanas, había desaparecido. El bueno de Mokassin aún estaba en pie junto a la cafetera. Le hice señas para que tomara asiento en uno de los butacones. Se sentó, suspirando placenteramente. El primer movimiento terminó.

Nos miramos. Nadie decía una palabra. Bebimos. Comenzó el segundo movimiento. A pesar de que nuestro oído estaba cautivado por la música celestial del piadoso maestro, de repente, los tres nos levantamos como un solo hombre. Un golpe lejano y sordo había sonado, recubierto por la música. Sabíamos lo que significaba. Se trataba del disparo de un obús de largo alcance con el que los rusos disparaban desde hacía tiempo sobre la ciudad. Mientras el adagio discurría según las estrictas normas de la armonía, la granada silbaba en el cielo, siguiendo otras reglas no menos estrictas. No dejamos de escuchar la música, pero a la vez escuchamos el recorrido del proyectil. Lo escuchamos, en un horroroso crescendo, durante casi veinte segundos. sobrevoló la casa y explotó a una distancia considerable. La casa tembló un poco. Las tazas de café tintinearon. Bebimos un buen trago.

A los tres minutos oímos el siguiente disparo. Esta vez la explosión fue algo más cercana. Nos miramos de nuevo. Los tres éramos soldados veteranos. Una característica del soldado veterano es que evita los riesgos evitables. Ya había llegado la hora de bajar al sótano: el segundo movimiento había terminado.

¿Nos vamos o no? En medio del tercer movimiento, oímos el tercer disparo.

Yo le pregunté a Mokassin:

-¿No prefieres ir al sótano?

Mokassin me miró enfadado.

-¿Usted cree que no tengo sentido musical?

-¡Bueno, valiente, no te ofendas!¡Salud!

Bebimos. Mokassin volvió a escanciar. El scherzo había terminado.

Regau dijo:

-¡Ahora viene el momento musical más bello del mundo! ¡Las trompas del cuarto movimiento! Como si las tocaran los ángeles.

Mokassin dijo solemnemente:

-No me parece mal escuchar a los ángeles tocando la trompa antes de oírles cantar.

De repente Regau se alzó de su sillón.

-Si ahora nos vamos al sótano, buen amigo, ¿para quién compuso Bruckner esta música divina?

Comenzó el cuarto movimiento como si alguien hubiera corrido a un lado un telón púrpura y regalara al hombre la contemplación de un cielo a través del cual, en lugar del gemido de las granadas, sonaran las alabanzas de los coros celestiales.

Escuchamos la sinfonía hasta el final.

Peter BAMM, La bandera invisible, Libros del Asteroide, Barcelona, 2010.