Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."
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viernes, 7 de septiembre de 2012

WARSZAWSKI: El coronel Tutasz


-¡Maciek, Maciek!

El coronel Tutasz, como hacía todas las mañanas cuando llegaba a su oficina, necesitaba su café. ¿Dónde demonios se habría metido su ayudante? Se asomó a la ventana, pero sólo vio a los criados negros limpiando el patio. Estarían allí toda la mañana, levantando polvo y no dejándolo más limpio de lo que estaba antes.

-Señor.

-Ah, Maciek.

El coronel vio que su ayudante traía el café en la mano. Se sentó y miró la cara de Maciek. La malaria parecía que le había remitido. Estaba preocupado por su ayudante: durante unos días parecía que iba a necesitar pedir el traslado a la metrópoli, pero quizá aquello ya no sucediera.

-¿Ha llegado el correo?

-No, mi coronel. Telegrafiaron esta mañana desde Nowa Łódź y dijeron que no había rastro del barco.

El coronel Tutasz se llevó la taza a los labios. Aquel café era excelente. Sólo temía que el próximo envío no tuviera esa calidad. Ya había ordenado a Maciek que guardara un poco para los malos tiempos. Quizá enviara un poco a su mujer que, no pudiendo soportar aquel malévolo clima, había regresado a la metrópoli un año atrás.

-¿Algo del interior?

-El capitán Górniak no ha enviado ningún mensaje. Todo va bien.

-Górniak es un buen soldado.

Aquello le recordó el otro asunto que tenía que tratar con Maciek.

-¿Ha dado señales de vida el condenado Romanowicz?

-No, nada. Quizá el capitán llegue con el correo.

-¿Cuándo tenía que incorporarse?

-Tiene hasta el viernes –señaló Maciek.

-Maldita sea.

Tutasz había conocido a Romanowicz diez años atrás, en Białystok, Podlesia, al otro lado del mundo. Entonces Tutasz era capitán y Romanowicz un teniente que acababa de dejar la Academia. El joven teniente era el militar más torpe de la Armia Krajowa. Tutasz apenas había pensado en él en todos esos años. Suponía que le habían licenciado y que ahora trabajaba en una oscura oficina. Encontrar su nombre en la lista de los nuevos oficiales le había resultado asombroso.

-¿Qué haremos con él?

-¿Qué?

Tutasz se dio cuenta de que había hablado en voz alta. En principio había pensado enviar a Romanowisz con un pelotón de áscaris a uno de los poblados de la montaña. Con un poco de suerte, se acabaría el problema. Sin embargo, cada vez que moría un oficial blanco, en Nowa Łódź se ponían muy nerviosos: uno de sus peores temores era que se produjera una rebelión general de la colonia.

Quizá aquel clima acabara con él. Es lo que esperaba el coronel Tutasz. El maldito clima tropical mataba a más europeos que las flechas de los nativos.

domingo, 20 de mayo de 2012

SIENKIEWICZ: Un cuento de Sabała

Nos sentamos alrededor de la hoguera mientras escuchábamos el silencio de los montes Tatra. Se acercaba ya la hora del descanso cuando, de repente, Sabała levantó su arrugado rostro, parecido a la vez a un buitre y al Milton. Durante un momento miró al fuego con los ojos vidriosos e inmediatamente se puso a contar lo que sigue.

Agniezska MATYJASZCZYK GRENDA (ed.), Cuentos populares polacos, Cátedra, Madrid, 2012.

viernes, 18 de mayo de 2012

GAŁECKI: El náufrago

–¿Qué era esa mierda tan importante que querías decirme? ¿Qué querías?

–Creo que todo es un engaño.

–¿A qué te refieres, negro?

–La historia del naufragio. Toda esa mierda.

–¿Hablas de Verde?

–Sí, desde luego. No me fio de ese bicho.

–¿Qué dices, tío? No te entiendo.

–Toda esa mierda de que la nave se estrelló y que cayó aquí, en la barriada.

–Negro, ¿qué dices? Ya lo sabes: nos lo ha contado un montón de veces.

–Una mierda. No me creo una mierda de lo que nos ha dicho.

–¿Te notaba raro?

–¿Raro? Ese cabrón nos lee la mente. Estoy seguro. Llevo semanas tragándome una aspirina detrás de otra, desde que comencé a sospechar.

–¿Por qué dices que no te crees la historia de Verde?

–Su puta historia apesta. Vamos, ¿tú te la creíste?

–Ya sabes lo que dijo: estaba en hibernación y eso y uno de los aparatos se estropeó. Tuvo que venir aquí. El ordenador de su nave le trajo aquí.

–La historia apesta como la mierda de mi tío. Vamos, coge la pistola y dispara a las torres y si eres de darle en el culo a una vieja que esté sentada en el retrete me creeré esta jodida historia.


Janek GAŁECKI, Y llegaron, Nitram Orreif, Buenos Aires, 2007.

sábado, 31 de marzo de 2012

SZYMBORSKA: Mensaje en una botella

Cuando sacó las redes, el joven pescador encontró entre los peces que se debatían una botella. Muy contento, regresó a tierra y, después de vender lo poco que había pescado, se dirigió a la taberna del puerto. Allí entregó la botella a un viejo pescador, que hacía años que no salía al mar. Éste la abrió y encontró dentro un papel, y en el papel, estas palabras borrosas: "¡Socorro! ¡Estoy aquí! El océano me arrojó a una isla desierta. Estoy en la orilla y espero ayuda. ¡Dense prisa! ¡ESTOY AQUÍ!"

-No tiene fecha. Seguramente es ya demasiado tarde. La botella pudo haber flotado mucho tiempo -dijo el viejo pescador.

-Y el lugar no está indicado. Ni siquiera se sabe en qué océano se encuentra la isla -apuntó el tabernero.

-Ni demasiado tarde ni demasiado lejos. La isla Aquí está en todos lados -dijo el pescador joven, que soñaba con magníficas aventuras.

Los tres hombres comenzaron a discutir, sin ponerse de acuerdo.

Wisława SZYMBORSKA, Mensaje en una botella.

lunes, 17 de octubre de 2011

PISZCEK: El Tribunal de la República

Młynarski, con un catarro descomunal, avisó de que no asistiría. Kołodziej estaba ocupado aquella noche: el Obersturmbannführer Brauer, en cuya casa servía, celebraba una fiesta; el ayudante del gobernador general le entregaría un muy codiciado premio. Dąbrowski, el tercer magistrado, simplemente no se presentó. Sólo asistían a la sesión, pues, cuatro de los jueces, por lo que Spiczyński, siempre tan preocupado por los problemas de jurisdicción, intentó, sin éxito, aplazarla. Nowak comenzó explicando la nueva reforma que el gobierno de ocupación preparaba en la legislación laboral: sueldos más exiguos y jornadas más largas; no podía esperarse otra cosa de los alemanes. Estaban juzgando la conducta de un Scharführer que había disparado contra la señora Madejowa en Nowe Miasto, discutían las circunstancias del incidente cuando repentinamente se fundió la triste bombilla que iluminaba el pequeño sótano. Como no consiguieron otra, hubo que levantar la sesión del Tribunal Supremo de la República.

Andrzej NOWAK (ed.), Pequeña Polonia, El Olivo, Jaén, 2011.

sábado, 8 de octubre de 2011

SAPKOWSKI: El lago mágico

La superficie del agua era de un azul profundo, cual zafiro pulido, lisa como un espejo, hasta tal punto que las cumbres de las montañas, que se miraban en él, ofrecían un aspecto más hermoso en forma de reflejo que en la propia realidad. Un viento frío y vivificante soplaba desde el lago y nada perturbaba la digna calma, ni siquiera el chapuzón de un pez o el canto de un ave acuática.

El caballero se estremeció de la impresión. Pero en vez de continuar cabalgando por la cima de la colina, dirigió al caballo hacia abajo, hacia el lago. Tal y como si fuera atraído por la fuerza magnética de un hechizo que dormitara allá, abajo, en el fondo, en lo profundo de las aguas. El caballo posaba los cascos tímidamente entre las quebradas rocas, mostrando con un relincho apagado que él también percibía el aura mágica.

Andrzej SAPKOWSKI, La dama del lago (volumen 1), Alamut, Madrid, 2010.

domingo, 18 de septiembre de 2011

SIENKIEWICZ: Dan más de lo que pueden recibir

Pertenecía a ese género de seres nerviosos, sensibles, nobles y amantes, capaces de los mayores sacrificios, pero infelices porque es grande su divergencia con la realidad y porque dan más de lo que pueden recibir. Ahora ese tipo de personas escasea. Creo que un naturalista actual podría decir de ellos que, de entrada, están condenados a muerte.

Henryk SIENKIEWICZ, Relatos, Cátedra, Madrid, 2006.

domingo, 11 de septiembre de 2011

ZAGAJEWSKI: Try to praise the mutilated world

Try to praise the mutilated world.
Remember June’s long days,
and wild strawberries, drops of wine, the dew.
The nettles that methodically overgrow
the abandoned homesteads of exiles.
You must praise the mutilated world.
You watched the stylish yachts and ships;
one of them had a long trip ahead of it,
while salty oblivion awaited others.
You’ve seen the refugees heading nowhere,
you’ve heard the executioners sing joyfully.
You should praise the mutilated world.
Remember the moments when we were together
in a white room and the curtain fluttered.
Return in thought to the concert where music flared.
You gathered acorns in the park in autumn
and leaves eddied over the earth’s scars.
Praise the mutilated world
and the grey feather a thrush lost,
and the gentle light that strays and vanishes
and returns.

lunes, 5 de septiembre de 2011

SIENKIEWICZ: Discurso en Estocolmo

Este honor, preciado para cualquiera, ¡cuánto más lo es para un hijo de Polonia! De ella se ha dicho que está muerta, pero he aquí una prueba entre mil de que vive. Se ha dicho que es floja en la faena y en el ingenio, pero he aquí una muestra de su dinamismo. Se ha dicho que es una nación rendida, pero he aquí una nueva muestra de que sabe vencer.

Señores miembros de la Academia, la más alta representación del talento y la sensibilidad de vuestra noble nación: como polaco les expreso mi más sincera y emocionada gratitud por este honor que se rinde no a mi persona, sino al trabajo y a la fuerza creadora de Polonia.

Henryk SIENKIEWICZ, Relatos (ed. de Fernando PRESA GONZÁLEZ), Cátedra, Madrid, 2006.

miércoles, 24 de agosto de 2011

SÁNCHEZ y ZAWADZKA: Witold Gombrowicz

Con la ocupación alemana de Polonia, en plena madurez creativa, conoció esa tragedia tan común en el siglo XX: la de un escritor exiliado, sin acceso a sus lectores. Posteriormente, el país entró en la órbita soviética y los libros de Gombrowicz fueron condenados por su temática burguesa. No quiso o no pudo retornar al país después de 1945, nunca se planteó el regreso. Pero seguía siendo un escritor, escribía para los pocos periódicos polacos en Argentina. Hasta que un día, cuando Gombrowicz se encontraba en el Círculo polaco de Buenos Aires tomando un café, vio a alguien leyendo el semanario para el que había escrito un relato corto. Advirtió que aquel lector pasaba la página donde estaba su relato sin prestarle atención, que no le interesaba. Gombrowicz apuntó años después en su diario: “Le dedicó media hora a un artículo sobre el abigeato, la misteriosa desaparición de ovejas en Chubut, mientras que ni siquiera se preocupó por leer el título de mi relato. Comprendí que las preocupaciones de los emigrantes polacos eran muy distintas a las mías”. Gombrowicz renunció a la literatura, durante más de tres años no escribió una línea.
Probablemente, habría abandonado totalmente la escritura si no hubiera conocido en el café Rex al escritor cubano Virgilio Piñera que le animó y le ayudó a traducir al castellano Ferdydurke. Zbigniew Gołąbek señala que esa traducción salvó la carrera literaria de Gombrowicz; pronto comenzaría a trabajar en su tercera novela, Transatlántico.

Juan Pedro SÁNCHEZ ORTEGA, Marzena ZAWADZKA, Historia de la literatura polaca, Cátedra, Madrid, 2003.

martes, 23 de agosto de 2011

MROŻEK: Revelado el misterio del poder

Mucho tiempo llevaba gobernando ya el Dictador, cuando finalmente se colmó el vaso. Al frente de un pueblo descontento se puso un joven y ambicioso General, comandante de un cuartel de provincias. A marchas forzadas, se plantó en la capital rodeando con sus tropas el palacio presidencial. La guardia personal del Dictador se defendió hasta el final, pero la victoria de la revolución estaba decidida. Tras un breve asedio, las tropas rebeldes acometieron y penetraron en el palacio. Mientras los últimos pretorianos eran degollados, el General, algunos oficiales y un corresponsal de la prensa extranjera se dirigieron al despacho privado del Dictador. Era un búnker subterráneo en el mismo corazón del palacio, la más secreta de todas las estancias secretas, rodeada de un nimbo de leyenda. Nadie había tenido acceso a ella, salvo el Dictador. Se decía que era allí donde se encontraba el Tesoro del Estado, además de todos los documentos importantes de política exterior e interior.
La puerta blindada estaba entreabierta. A la mesa, una enorme mesa de ébano con apliques dorados, en una silla imperial, estaba sentado el Dictador, con la frente apoyada en el tablero. Delante de él, en el escritorio totalmente despejado, yacían una pistola y una llave. Aparte de la mesa y la silla, el búnker no tenía más mobiliario; en cambio, desde el suelo hasta el techo, estaba repleto de cajas de cartón. Rajaron con bayonetas la primera que alcanzaron, y después, cada vez más impacientes, las siguientes, hasta la última. Sin embargo, todas contenían lo mismo: una cantidad inabarcable de ejemplares idénticos del pequeño Mickey Mouse realizado en plástico malo. Pilas, montañas y aludes de Mickey Mouse se desparramaron de las cajas de cartón rodeándolos por todas partes, de modo que se movían sumergidos en ellos hasta las rodillas.
—¡Impresionante! —exclamó el corresponsal extranjero—. Pondré un telegrama de inmediato: «¡Sensacional descubrimiento en el palacio presidencial!» O no, tengo un título mejor: «¡El misterio del poder, revelado!»
—Creo que no lo hará —dijo el General y, personalmente, mató al corresponsal de un balazo. Después cogió la llave de la mesa y, abandonando la habitación junto a sus subalternos, cerró la puerta desde fuera y se guardó la llave en el bolsillo. Hecho esto, ordenó que sus acompañantes fuesen inmediatamente fusilados, antes de que tuviesen tiempo de cruzar una palabra con nadie.
La alegría por la caída del Dictador fue generalizada. El General, aclamado por unanimidad Presidente de la República, asumió el gobierno. La prensa libre, que renació bajo su ilustre mandato, anunció el florecimiento de un Estado renovado, la llegada de una era de bienestar y de creciente protagonismo en los foros internacionales. Garantizarían este éxito unas riquezas desmedidas y unos documentos de suma importancia que habían sido encontrados en el palacio presidencial. Y es que, a partir de ahora, iban a servir no a una dictadura egoísta, sino al pueblo y a los intereses de toda una nación.

Sławomir MROŻEK, La mosca, Acantilado, Barcelona, 2005.

domingo, 21 de agosto de 2011

MROŻEK: El Nobel

Vino a encontrarse con el público un dramaturgo laureado con el Premio Nobel. Era un gran honor, porque aquel dramaturgo era grande, y nuestra ciudad, pequeña. Así que hubo muchos discursos y una orquesta para recibirlo, y después una comida oficial en una sala decorada con flores.
Durante la comida, el premiado sintió la necesidad de alejarse al excusado y salió. Pero, como pasaba ya mucho rato y no volvía, el alcalde, finalmente, se dirigió en persona para ver si por casualidad el premiado se sentía indispuesto.
En el pasillo se encontró con la señora de la limpieza y el dramaturgo.
—¡No pienso dejarle entrar! —exclamó la señora de la limpieza al alcalde—. Que no tiene suelto pa pagar.
—Pero abuela, ¡si él tiene el Nobel!
—Eso acaba de decirme él mismo. Si no, yo le hubiera dejao pasar incluso sin pagar, aunque fuera sólo por lástima, que es un hombre mayor... ¡Pero como va y me confiesa que tiene esa enfermedá, ya no le dejo por na del mundo! ¡Para que me contagie a tos los clientes! Si tiene el Nobel, que vaya a tratárselo y que no venga a retretes decentes.
No había quien pudiera con la señora de la limpieza y el premiado tuvo que salir a la esquina. Dijo que no le importaba, pero a mí me da que estaba ofendido.
Después de que se marchase, despidieron a la señora de la limpieza. Ahora en el retrete trabaja un joven con título universitario, alguien culto que sabe lo que es un Nobel. Pero a saber si alguna vez más vendrá a la ciudad otro Nobel.

Sławomir MROŻEK, La mosca, Acantilado, Barcelona, 2005.

sábado, 20 de agosto de 2011

MROŻEK: El monumento al soldado desconocido

Hay en nuestra ciudad un monumento al soldado desconocido, erigido en memoria de los combatientes que cayeron bajo el plomo de la tiranía, durante la revolución de 1905. La gente de la localidad levantó un modesto túmulo, sobre el que medio siglo más tarde se construyó un pedestal de mármol con la inscripción: “Gloria eterna”. Sobre el pedestal se colocó la estatua de un joven en el acto de romper las cadenas. La ceremonia de 1955 fue memorable. Muchos oradores, muchas flores, muchísimas coronas.
Algún tiempo después, ocho alumnos del liceo local decidieron rendir un homenaje al revolucionario. El maestro de historia los había logrado conmover de tal modo en el transcurso de una lección, que decidieron hacer una colecta y comprar una corona de flores. Luego formaron un pequeño cortejo y se dirigieron al monumento.
Apenas habían doblado la primera esquina, cuando encontraron a un hombrecillo enfundado en un abrigo azul. Este los observó durante unos momentos y luego se decidió a seguirlos a cierta distancia. Atravesaron la plaza vieja. La gente no reparaba en ellos. Un cortejo, como bien se sabe, es algo habitual. En la plaza vieja no habita nadie, hay pocos edificios. Sólo la iglesia de San Juan, un viejo caserón adaptado para oficinas y un museo.
Cuando se detuvieron frente al monumento, el hombre del abrigo azul se les acercó rápidamente y les dijo:
–¡Salud! ¡Una pequeña ceremonia conmemorativa, por lo que veo! ¡Magnífico! Pero con tanto quehacer he olvidado el aniversario que hoy se celebra...
–No se trata de ningún aniversario –respondió uno de los alumnos–. Hemos venido así nada más, sin que se trate de una ocasión especial.
–¿Qué significa eso de “así nada más”? –preguntó el desconocido, irguiendo la cabeza y frunciendo nerviosamente la nariz–. ¿Qué significa “así nada más”?
–Conmemoramos al revolucionario caído en la lucha por la liberación de la clase obrera.
–¡Ah! Ya comprendo. ¿Pertenecen ustedes a la célula del barrio?
–No, venimos de la escuela.
–No entiendo. ¿Es decir, que ninguno es miembro de la célula?
–No.
El hombre se quedó pensativo durante unos minutos.
–¿Se trata, pues, de una disposición del director?
–No; estamos aquí por iniciativa propia.
El desconocido no dijo nada, y partió. Los jóvenes estaban colocando la corona, cuando uno de ellos exclamó:
–Aquí viene de nuevo.
Y en efecto, volvió a aparecer el hombre del abrigo azul, se detuvo a unos metros y preguntó:
–¿Quizás se trata del mes para un “Mejor Conocimiento de los Revolucionarios Desconocidos”?
–¡No! –gritaron a coro–. Es una iniciativa personal.
El hombre volvió a partir. Colocada la corona, los jóvenes se disponían a regresar a sus casas cuando lo vieron una vez más, ahora acompañado de un policía.
–Sus documentos, por favor –dijo el policía, dirigiéndose a los estudiantes.
Le extendieron las credenciales. El policía las examinó y dijo:
–Todo en orden. Gracias.
–¿Cómo que todo en orden? –exclamó el hombre del abrigo azul, y preguntó a los alumnos–: ¿quién les ordenó colocar la corona?
–Nadie.
–¡Ajá! ¿Así que lo admiten? –gritó–. ¿Admiten que para organizar esta ceremonia en honor del Revolucionario Desconocido no los ha movilizado ni el director del liceo, ni la Dirección de la Juventud Socialista, ni el Comité del Barrio, ni el de la ciudad, ni el provincial?
–Sí, señor.
–¿Admiten que esta ceremonia no estaba prevista por la Unión de Mujeres ni por la Sociedad de Amigos de 1905?
–No, no lo estaba.
–¿Qué no se trata de un aniversario, ni de un mes dedicado a celebrar alguna cosa?
–Así es.
–¿Que no poseen una circular del partido? ¿Que todo lo han hecho por su propia iniciativa?
–Por nuestra propia iniciativa.
El hombre se enjugó el sudor de la frente.
–Sargento –dijo–, usted sabe quién soy yo; le ordeno, pues, retirar inmediatamente esa corona, y ustedes, ¡circulen!
Los jóvenes se retiraron en silencio, seguidos por el policía, con la corona a la espalda. Frente al monumento permanecía sólo el agente del abrigo azul... Escudriñaba la estatua con ojos suspicaces y miraba cautelosamente a su rededor.
Comenzó a llover. Pequeñas gotas cayeron sobre el abrigo azul y sobre la capa de mármol del revolucionario. La atmósfera se volvió obscura y tétrica. Las gotas resbalaban lentamente por el rostro de la estatua, se detenían en las orejas de piedra, brillaban en las pupilas de granito.
Y allí estaban, uno frente al otro, el monumento y el hombre del abrigo azul.

Sergio PITOL, Antología del cuento polaco contemporáneo, Ediciones Era, México, 1967.

jueves, 18 de agosto de 2011

SÁNCHEZ y ZAWADZKA: Tomasz Zan

En una carta, que dio a conocer el crítico Spiczyński, criticaba el hecho de que los escritores polacos únicamente pretendieran imitar las modas y los géneros literarios que triunfaban en el extranjero. Zan abogaba por la creación de una tradición literaria nacional, por la aparición de nuevos géneros exclusivamente polacos, por una cultura polaca que permitiera la futura restauración del país. En los últimos años de su vida criticó duramente a los literatos polacos que sólo leían obras francesas e inglesas y condenó a los devoradores de novelas rusas. La mayor parte de la poesía que escribió en su exilio siberiano fue destruida.

Juan Pedro SÁNCHEZ ORTEGA, Marzena ZAWADZKA, Historia de la literatura polaca, Cátedra, Madrid, 2003.

martes, 16 de agosto de 2011

MROŻEK: El muñeco de nieve

Hicieron rodar nieve hasta obtener una bola muy grande: eso era la barriga. Luego, otra más pequeña: era el pecho y los hombros. Por fin formaron otra aún más pequeña: la cabeza. Con unos tizos de carbón fingieron los botones del hombre de nieve, de tal modo que estuviera abrochado desde arriba hasta abajo, y le colocaron una zanahoria por nariz. En fin, un muñeco de nieve normal y corriente, como cualquiera de los que cada invierno hacen los niños a millares por todo el país, si es que las nevadas lo permiten. A los niños les hizo ilusión y estaban felices.
Varias personas que pasaron por allí ojearon al hombre de nieve y luego siguieron su camino, y la administración pública siguió administrando como si tal cosa.
El padre se alegró de que sus hijos retozaran al aire libre, de que se les pusieran encarnados los cachetes y de que luego volvieran con hambre a casa.
Pero a la noche, cuando todos estaban ya recogidos, alguien llamó a la puerta. Era el vendedor de prensa que tenía su quiosco en la plaza del mercado. Se excusó por venir tan tarde a dar la lata, pero dijo que consideraba un deber hablar cuatro palabras sinceras con el padre. Claro que los niños eran todavía muy chicos, admitió. Pero ya había que andar con cuidado con ellos, o de lo contrario no acabarían bien. Sólo por eso había venido, por otra cosa no lo hubiera hecho; lo único que le importaba era el bien de todos los niños, dijo; la educación infantil era una cosa que le preocupaba mucho. Y detalló que el motivo concreto de su visita era la nariz de zanahorias que estos niños le habían puesto al hombre de nieve; era una nariz colorada, y él, el vendedor, también tenía la nariz de ese color, y no porque bebiera más aguardiente de la cuenta, sino porque una vez se le heló. Una desgracia, no algo como para burlarse de él a la vista de todo el mundo. Aclaró por fin que había ido a pedir que no volviera a ocurrir, claro que, como ya había dicho antes, sólo en bien de su educación.
Tales observaciones impresionaron al padre bastante. Como es natural, los niños no deben meterse con nadie, por colorada que tenga la nariz y por mucho que eso les llame la atención. De modo que reunió a los chicos y, poniéndose serio, les dijo señalando al hombre del quiosco:
—¿De verdad que le habéis puesto esa nariz al muñeco para burlaros de este señor?
Los niños se asombraron sinceramente y, de momento, no entendieron de qué les estaban hablando. Cuando por fin cayeron en la cuenta, aseguraron muy formalmente que jamás les había pasado eso por la cabeza. Pero, por si las moscas, el padre los castigó y los dejó sin cenar.
El vendedor de prensa le dio las gracias y se fue. Al llegar a la puerta del piso, se cruzó con el presidente del Sindicato Comunal, quien saludó en seguida al dueño de la casa, satisfechísimo de recibir bajo su techo a tan importante personaje. Mas cuando el señor presidente vio a los niños, frunció el ceño y dijo malhumoradamente:
—Caramba, me alegra ver a estos pillastres. Tendrían ustedes que atarlos más cortos, ¡tan chicos y ya tan descarados! ¿Pues no miro hoy a la plaza por una ventana de nuestras oficinas y veo...? Pues estaban haciendo tranquilamente un hombre de nieve.
—Ah, sí, la nariz y el ven... —le interrumpió el padre.
—¡A mí qué me importa la nariz! Figúrese: primero hacen una bola, luego otra y luego una tercera. Ponen la segunda encima de la primera, y la tercera encima de la segunda. ¿No es para indignarse?
Como el padre no entendía qué quería decir, el señor presidente se enfadó todavía más.
—¡Pero si está clarísimo! Quieren dar a entender que en nuestro Sindicato Comunal se sienta un ladrón encima de otro. ¡Y eso es una calumnia! Hasta cuando se pretende publicar en los periódicos una cosa así, hay que presentar pruebas, y no digamos ya si se toca el asunto públicamente, nada menos que en la plaza del mercado.
Agregó, sin embargo, que, dadas la poca edad y la inexperiencia de los niños, estaba dispuesto esa vez a dejarlo pasar; no iba a exigir explicaciones. Pero, eso sí, la cosa no podía repetirse.

Andrzej NOWAK (ed.), Pequeña Polonia, El Olivo, Jaén, 2011.

sábado, 13 de agosto de 2011

BORGES: Literatura polaca

Yo no sé nada de literatura polaca, y sin embargo, estoy seguro de que si supiera encontraría en esa literatura lo que encuentro en otras.

María Esther VÁZQUEZ, Borges, sus días y su tiempo, Suma de Letras, Madrid, 2001.

jueves, 21 de julio de 2011

KAPUŚCIŃSKI: El emperador

"Cayó de su posición de segunda persona del Estado a la de pequeño funcionario de una remota provincia del sur."

"Antes de su llegada, era necesario preparar la provincia: hacía falta barrer, pintar, enterrar la basura, ahuyentar las moscas, construir la escuela y dar uniformes a los arrapiezos, reformar el ayuntamiento, coser las banderas y pintar los retratos del Venerable Monarca."

"Hechiceros daban de beber a niños pequeños misteriosas pócimas de hierbas y éstos, enajenados, embriagados y guiados por fuerzas sobrenaturales, entraban en alguna casa y señalaban al ladrón."

"¿Cómo se podía mover una pieza sin que se derrumbara todo lo demás?"

"Un pueblo sólo se rebela cuando alguien de repente intenta cargarle con otro fardo. Entonces el campesino no aguantará más; caerá de bruces en el fango, pero se pondrá de pie de un salto y asirá el hacha."

"Hacía ya tiempo que el mayordomo deambulaba por palacio apagando un cada vez mayor número de luces."

"Para un orden mejor y una mayor humildad de los súbditos, nada hay como dejar que el pueblo pase un poco de hambre, que adelgace."

"Para limitar los ya excesivos costes de la guerra, sólo los oficiales disfrutaban del derecho a ser enterrados, mientras que los cuerpos de los simples soldados se dejaban a merced de las hienas y de los buitres."

Ryszard KAPUŚCIŃSKI, El emperador, Anagrama, Barcelona, 1989.

miércoles, 20 de julio de 2011

SKORUPKO: Es difícil encontrar casas vacías

No voy a demorarme con infames explicaciones. Tan sólo diré que salí de casa. Unos minutos, unas horas. Poco importa. Nunca debí abandonarla tan descuidadamente, pero lo hice. Cuando regresé, ya había alguien dentro.

Pasé algún tiempo buscando otra vivienda. Todos han sufrido por esas dificultades y no voy a relatar lo que padecí todos y cada uno de esos largos, eternos días de indigencia. Vi aquella vieja casa, la que estaba pintada de verde. Juro que creí que estaba vacía. La estuve vigilando durante mucho tiempo y nada me hizo sospechar que allí vivía alguien.

Comencé a golpear la puerta. Se me resistía. No conseguía forzarla. Me estaba haciendo daño en el hombro. Me paré unos instantes a descansar. Quizá pensé que en unos minutos tendría de nuevo una mullida cama donde tenderme. Escuché un ruido en el interior. La puerta se abrió y apareció un hombre pequeño, canoso, despeinado. Tenía los ojos enrojecidos, como si se hubiera despertado de un sueño milenario. Me miró aprensivo; tenía algo en la mano. Le dije que creía que no había nadie en la casa. Le pedí disculpas. No respondió; de hecho, llegué a pensar que no hablaba mi idioma. Volví a insistirle: lo lamentaba. Cuando cerró la puerta, me di cuenta de que, inmediatamente, en el segundo piso, se subía una persiana.

Desde entonces sigo buscando. Es difícil encontrar casas vacías.

Andrzej NOWAK (ed.), Pequeña Polonia, El Olivo, Jaén, 2011.

miércoles, 15 de junio de 2011

GLOBISZ: El contador de historias

Aquella noche, como todas las noches, me puse delante de la máquina de escribir y pasé a limpio las notas que había ido tomando. Ese día, habíamos visitado una granja colectiva cosaca. Después de varios años de dificultades, habían conseguido superar las cuotas establecidas. Estaba buscando las palabras adecuadas cuando me di cuenta de que el cherkés me miraba con curiosidad.

-¿Usted no toma notas? –le pregunté.

Su respuesta se hizo esperar, como si buscara las palabras adecuadas.

-No soy escritor, sino contador de historias.

Su ruso tenía una sonoridad especial.

-¿Contador de historias?

-Sí. Voy de aldea en aldea contando historias.

Estuve a punto de preguntarle qué iba a contar de los cosacos, pero finalmente no lo hice. Continúe un rato más y después me tendí en la cama. Él llevaba un rato dormido.
Sentí envidia de su memoria, llena de cuentos hermosos y antiguos, a la que pronto se añadirían historias de colectivización y socialismo.

Andrzej NOWAK (ed.), Pequeña Polonia, El Olivo, Jaén, 2011.

jueves, 9 de junio de 2011

KAPUŚCIŃSKI: Un día más con vida

"La gente se despierta sin pensar que tal vez ése sea el último día de su vida. Una sensación maravillosa, pero que se ha vuelto tan ordinaria que nadie le presta atención."

"Actuaban con la mayor impunidad; en Luanda no existía poder alguno y ellos querían vengarse por todo: por la revolución de los claveles, por la pérdida de Angola, por sus carreras rotas."

"A lo mejor pertenecía a esa clase de personas -me he topado con gente así en muchas ocasiones- que sacan más satisfacción, antes que del propio acto de matar, de tener esa posibilidad; de saber que podrían matar y que, sin embargo, no lo hacen."

"Hay que guardarse muy mucho de los nganguela porque son muchos, muchísimos, y hablan una lengua que no hay manera de entender y que les sirve para ocultar sus malas intenciones."

"En aquel instante nos pareció hermosa. ¿Por qué? Porque nuestro estado de ánimo así nos lo dictaba, porque lo necesitábamos, porque así lo queríamos. Siempre creamos la belleza de las mujeres, así que en aquel momento creamos la belleza de Carlota."

"Hacía muchos años que habían perdido todas sus guerras. Desde entonces sabían que no podían ganar y que su única salvación consistía en ocultarse en la selva."

"La lengua bantú no conoce el tiempo futuro, para los bantúes no existe tal noción, no les atormenta la inseguridad de lo que pueda pasar dentro de un mes o de un año."


Ryszard KAPUŚCIŃSKI, Un día más con vida, Anagrama, Barcelona, 2003.