Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

lunes, 30 de abril de 2012

CALZADO DÍAZ: El oretano

Escipión se quedó mirando al personaje, a quien al parecer nadie prestaba atención. Vestía un sayo corto con mangas abrochado a un lado, tahalí cruzado, que habitualmente debía de sostener alguna espada ahora ausente, y una especie de clámide hispana echada hacia atrás. Piernas de soldado y manos de jinete. En sus treinta, tez morena y pelo negro corto al gusto romano pero más desgreñado, nariz fina y recta, iris castaños y pupilas desahogadas. Un rasgo le granjeó una amable y casi inmediata predisposición hacia aquel hombre, algo harto peculiar en un hispano: tenía la barba afeitada, como era costumbre romana desde que se lo copiaran a los sicilianos hacía ya más de ochenta años. Escipión era de los poquísimos que se afeitaban a diario y le placía ver la misma pulcritud en los demás. Aparte de un par de muñequeras de cuero y un anillo de hierro, como el que solían utilizar sus conciudadanos libres, el visitante carecía de más adornos, brazaletes o collares, en su lugar, tímidas cicatrices en antebrazos y pecho que asomaban por un tupido bello. No lo reconocía como uno de los caudillos, ni por su aspecto se diría que era hispánico, si bien parecía escoltar al jefe oretano.

Jesús CALZADO DÍAZ, El mercenario oretano, De librum tremens, Madrid, 2010.

HUSTON: Cada escena, la más importante

John, solamente ten presente que cada escena, cuando la ruedes, es la escena más importante de la película.

John HUSTON, A libro abierto, Espasa-Calpe, Madrid, 1986.

MONTERROSO: Puntos de mira

No me gusta trabajar; pero cuando lo hago me agrada hacerlo como los pintores. Se paran ante su tela, la miran, la miden, calculan; luego hacen unos trazos con lápiz, se asustan (creo yo) y se van a la calle o leen (son grandes lectores) y vuelven, y desde la puerta ven aquello, a lo que se acercan, ahora con unos pinceles y una mesita en la que han puesto muchos colores, o pocos, según; rojo, azul, verde, añil, blanco, violeta; piensan, titubean, miran su tela, se acercan a ella y ponen un color aquí y otro allá; se detienen, se hacen a un lado y miran, vacilan, piensan, y leen o se van a la calle, hasta otro rato.

Augusto MONTERROSO, La letra e, Alianza, Madrid, 1987.

domingo, 29 de abril de 2012

HITCHCOCK: Cine y moral

Debo confesarle que mi amor por el cine es más importante para mí que cualquier moral.

François TRUFFAUT, El cine según Hitchcock, Alianza Editorial, Madrid, 1974.

MONTERROSO: Los grandes del siglo XX


  • Marcel Proust: En busca del tiempo perdido.

  • James Joyce: Ulises.

  • Franz Kafka: El proceso.

  • Gertrude Stein: La autobiografía de Alice B. Toklas.

  • Thomas Mann: La montaña mágica.

  • Luigi Pirandello: Seis personajes en busca de autor.

  • Pablo Neruda: Residencia(s) en la tierra.

  • Jorge Luis Borges: Ficciones.

  • Vladimir Mayakovski: Poesía.

  • Anton Chejov: Teatro.

  • Guillaume Apollinaire: Alcoholes.

  • André Breton: Manifiestos del Surrealismo.

  • T. S. Eliot: La tierra baldía.

  • Ezra Pound: Cantos.

  • George Bernard Shaw: Pigmalión.

    Augusto MONTERROSO, La letra e, Alianza, Madrid, 1987.

CLAUDIO ELIANO: Retratar favorecidos a sus modelos


He oído decir que en Tebas está en vigor una ley que ordena a los artistas, tanto a pintores como a escultores, retratar favorecidos a sus modelos. La ley impone como multa una cantidad de mil dracmas para quienes los hayan pintado o esculpido con poco favor.

CLAUDIO ELIANO, Historias curiosas, Editorial Gredos, Madrid, 2006.

sábado, 28 de abril de 2012

LEE: Todos los hombres han nacido iguales


Una cosa más, caballeros, antes de que termine. Thomas Jefferson dijo una vez que todos los hombres son creados igual, una frase que a los yanquis y al mundo femenino de la rama ejecutiva de Washington les gusta soltarnos. En este año de gracia de 1935 ciertas personas tienden a utilizar esa frase en un sentido literal, aplicándola a todas las situaciones. El ejemplo más ridículo que se me ocurre es que las personas que rigen la educación pública favorecen a los vagos y tontos junto con los laboriosos; como todos los hombres son creados iguales, les dirán gravemente los educadores, los niños que se quedan atrás sufren terribles sentimientos de inferioridad. Sabemos que no todos los hombres son creados iguales en el sentido que algunas personas querrían hacernos creer; unos son más listos que otros, unos tienen mayores oportunidades porque les vienen de nacimiento, unos hombres ganan más dinero que otros, unas mujeres guisan mejor que otras, algunas personas nacen mucho mejor dotadas que el término medio de los seres humanos.

Pero hay una cosa en este país ante la cual todos los hombres son creados iguales; hay una institución humana que hace a un pobre el igual de un Rockefeller, a un estúpido el igual de un Einstein, y al hombre ignorante el igual de un director de colegio. Esta institución, caballeros, es un tribunal. Puede ser el Tribunal Supremo de Estados Unidos o el Juzgado de Instrucción más humilde del país o este honorable tribunal que ustedes componen. Nuestros tribunales tienen sus defectos, como los tienen todas las instituciones humanas, pero en este país nuestros tribunales son los grandes niveladores, y para nuestros tribunales todos los hombres han nacido iguales.

Harper LEE, Matar un ruiseñor, Plaza y Janés, Barcelona, 1996.

viernes, 27 de abril de 2012

BAROJA: El árbol de la vida y el árbol de la ciencia



Tú habrás leído que en el centro del paraíso había dos árboles, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. El árbol de la vida era inmenso, frondoso, y, según algunos santos padres, daba la inmortalidad. El árbol de la ciencia no se dice cómo era; probablemente sería mezquino y triste. ¿Y tú sabes lo que le dijo Dios a Adán? Pues al tenerle a Adán delante, le dijo: Puedes comer todos los frutos del jardín; pero cuidado con el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que tú comas su fruto morirás de muerte. Y Dios, seguramente, añadió: Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del árbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá. ¿No es un consejo admirable?

Pío BAROJA, El árbol de la ciencia, Alianza Editorial, Madrid, 2008.

RAMÓN Y CAJAL: Destino aciago

Nos gustan los libros donde encontramos las hazañas que hubiéramos deseado acometer; es decir, un programa de vida ilustre y fecunda, frustrado por el aciago destino.

Santiago RAMÓN Y CAJAL, Charlas de café, Espasa-Calpe, Madrid, 1978.

jueves, 26 de abril de 2012

ZAPATO: El día de la independencia


Y la noche fue primera y tuvimos que construir el día.

Y la tarea demandó más de cinco mil años a partir de unas escrituras.

Marchas y contramarchas. Perseguidos, expulsados, luchando contra la ignorancia, dando batalla al exterminio y a su cómplice: la indiferencia. El trabajo no se detuvo, las raíces desplegadas en la diáspora emprendieron una y otra vez el camino.

Nada fue de regalo, con lo poco y con lo que queda, hace sesenta y cuatro años comenzó a edificarse el Estado.

En cuestión de segundos el paso del silencio a la algarabía.

Una movilización popular va cubriendo cada espacio a cielo abierto de este diminuto terreno. Por la radio se anuncia la congestión del tránsito en las rutas que conducen a la Galilea o Tiberíades, parques circundantes a Tel Aviv se pueblan. Todos estamos impregnados del humo que emanan parrillas y barbacoas invadiendo el aire. Hileras de asado, hamburguesas, kebabs, pimientos morrones y berenjenas dispuestas sobre las brasas. No se ha podido imaginar una forma tan original para celebrar la Independencia.

Del otro lado, también podrían estar festejando, pero hace sesenta y cuatro años optaron por la causa perdida.

Juan ZAPATO, Iom haAtzmaút.

CHAMFORT: La amante de Luis XV


Se dice de Luis XV que convirtió a la duquesa de La Villière en su amante porque era lo que se esperaba en la Corte, pues era inconcebible que el rey no tuviera una mujer con la que distraerse.

CHAMFORT, Máximas, pensamientos, caracteres y anécdotas, Península, Barcelona, 1999.

ŽIVKOVIĆ: Novela policiaca y alta literatura

–Tiene una buena librería. Me habría gustado venir fuera de servicio.

–Me temo que no tenemos muchos libros que pueden ser de interés para un inspector de policía. Nosotros tenemos sobre todo libros de alta literatura.

–Ustedes tienen aquello que me interesa a mí.

–Ah. ¿Cómo es eso?

–Tengo una licenciatura en literatura.

–¿Y encontró trabajo en la policía?

–He encontrado un trabajo donde lo había. El conocimiento de la literatura no era un impedimento. Lejos de ello. A menudo ha sido útil.

–La novela policiaca no es exactamente alta literatura.

–¿Se podrían clasificar libros como Crimen y castigo o El nombre de la rosa como baja literatura?

–Por supuesto que no. Pero ni siquiera se consideran novelas policiacas.

–Sin embargo, también se pueden leer como si lo fueran.

Zoran ŽIVKOVIĆ, El último libro.

miércoles, 25 de abril de 2012

RAMÓN Y CAJAL: El buen argumento

-¿Alborotas y te enojas al discutir? Luego no tienes razón.

-Es que hablo con imbéciles.

-Pues entonces el imbécil eres tú al intentar persuadirles a gritos. El buen argumento, como el proyectil de las armas modernas, debe salir de la mente sin humo, sin fuego y con el menor ruido posible.

Santiago RAMÓN Y CAJAL, Charlas de café, Espasa-Calpe, Madrid, 1978.

LEE: Es de la manera que quiero vivir

—Toma —dijo, ofreciendo a Dill su bolsa de papel con las dos pajas—. Bebe un buen sorbo; esto te sosegará.

Dill dio una chupada a las pajas, sonrió, y luego chupó un largo rato.

—¡Eh, eh! —exclamó míster Raymond, visiblemente complacido de corromper a un chiquillo.

—Dill, ten cuidado ahora —le avisé.

Dill soltó las pajas y sonrió.

—Scout, no es otra cosa que Coca-Cola.

Míster Raymond se sentó, apoyando el cuerpo en el tronco. Hasta entonces había estado tendido en la hierba.

—Vosotros, chiquillos, no me delataréis ahora, ¿verdad que no? Si lo descubrieseis arruinaríais mi reputación.

—¿Quiere decir que todo lo que bebe de esa bolsa es Coca-Cola? ¿Coca-Cola y nada más?

—Sí, señorita —asintió míster Raymond. Me gustaba el olor que despedía: olor a cuero, caballos y semillas de algodón. Llevaba las únicas botas inglesas de montar que había visto en mi vida—. Es lo único que bebo la mayor parte del tiempo.

—¿Entonces usted únicamente finge que está medio...? Le pido perdón, señor. —Me contuve a tiempo—. No pretendía ser... —Míster Raymond soltó una risita, sin mostrarse nada ofendido, y yo intenté formular una pregunta discreta—: ¿Por qué obra de ese modo?

—Bah..., oh, sí, ¿queréis decir por qué finjo? Es muy sencillo —contestó—. A ciertas personas no les... gusta mi manera de vivir. Bien, yo podría mandarles al diablo, si no les gusta no me importa. Que si no les gusta no me importa, lo digo, en efecto, pero no las mando al diablo, ¿comprendéis?...

Dill y yo contestamos al unísono:

—No, señor.

—Yo procuro proporcionarles una explicación, ya lo veis. La gente se siente satisfecha si puede encontrar una explicación. Si cuando vengo a esta ciudad, que es muy raramente, muy de tarde en tarde, me bamboleo un poco y bebo de esa bolsa, la gente puede decir que Dolphus Raymond es un esclavo del whisky, y por esto no cambia de conducta. No es dueño de sí mismo, por eso vive como vive.

—Pero eso no está bien, míster Raymond, que se finja más malo de lo que ya es.

—No está bien, pero a la gente le resulta muy útil. Diciéndolo en secreto, miss Finch, yo no soy un gran bebedor, pero ya ves que lo demás nunca, nunca sabrán comprender que vivo como vivo porque es de la manera que quiero vivir.

Harper LEE, Matar un ruiseñor, Plaza y Janés, Barcelona, 1996.

martes, 24 de abril de 2012

CLAUDIO ELIANO: Una vida feliz

Durante una travesía, al desatarse un temporal, Aristipo se asustó muchísimo. Uno de los pasajeros le dijo:

-Aristipo, ¿tú también tienes miedo como los demás?

Y éste contestó:

-Sí, evidentemente. En vuestro caso, la inquietud y el peligro a que nos enfrentamos afectan a una vida desdichada, pero en mi caso se trata de una vida feliz.

CLAUDIO ELIANO, Historias curiosas, Editorial Gredos, Madrid, 2006.

VILA-MATAS: Yo y mi chimenea

Tiene mucha fama su relato Bartleby el escribiente, pero hay otro que nada tiene que envidiarle: Yo y mi chimenea (Barataria), buena traducción de Adrià Edo. En ese cuento tenemos a un viejo granjero, aficionado a fumar en pipa ante la descomunal y desproporcionada chimenea de su casa, y poco amigo de los cambios y de las modernidades. Su mujer, hijos y vecindario le acosan para que derribe la inmensa chimenea y remodele la casa con un sentido práctico y económico. Pero él no está por la labor: “A partir de esta habitual primacía de mi chimenea sobre mí, algunos incluso piensan que he entrado en un triste camino de retroceso; en resumen, que de tanto permanecer detrás de mí antigua chimenea, me he acostumbrado a situarme también por detrás de la actualidad, y que debo de andar atrasado en todo lo demás”.

Supuestamente anticuado, se opone a la destrucción de lo más esencial de su finca, porque para él sin ese gran fuego la casa perdería su espíritu. Al final del relato, le veremos montando guardia ante su vieja chimenea cubierta de musgo: “Porque eso es algo decidido entre yo y mi chimenea: que yo y ella nunca nos rendiremos”.

Enrique VILA-MATAS, Melville y su chimenea.

El País, lunes 16 de abril de 2012.

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lunes, 23 de abril de 2012

HERVÁS: El Amadís, nuestro libro nacional

Decía Borges que la historia de Argentina habría sido diferente si el libro nacional de su país hubiera sido Facundo y no Martín Fierro. Facundo es la historia de un sencillo soldado de las guerras civiles que murió enfrentado al dictador Rosas, al que los argentinos siempre han visto como un antecesor de Perón. Sarmiento, el autor del Facundo, pasó largos años de exilio soñando con una Argentina moderna, el Estados Unidos de Sudamérica. Cuando llegó a la presidencia del país, su hermoso lema de legislatura fue aquello de "gobernar es educar". Sin embargo, los argentinos prefirieron convertir el Martín Fierro en su libro nacional: el relato autobiográfico de un gaucho analfabeto, desertor, felón, asesino. Cristina Fernández gobierna su país gracias al Martín Fierro, se ha enriquecido gracias al Martín Fierro, ha expropiado YPF gracias al Martín Fierro. Cristina Fernández, Néstor Kirchner, los peronistas y justicialistas no serían nada en el país del Facundo.

Hubo una época, en el siglo XVI, en que el Amadís fue el libro nacional de España: los españoles dominaban Europa y estaban conquistando el Nuevo Mundo. Hazaña propia de Amadís fue que unos cientos de hombres de armas conquistaran imperios tan extensos como Europa y habitados por millones de personas. Aquellos hombres leían o se hacían leer el Amadís y otros libros de caballerías. (Sabido es que el nombre California procede de las Sergas de Esplandián.) Cuando los españoles convirtieron a Cervantes en su autor nacional, un escritor que, cuando era soldado, tenía como modelo a Amadís, cuando en España el Quijote comenzó a considerarse el libro de libros, el país entró en rápida decadencia. El Amadís hubiera debido ser nuestro libro nacional.

Quizá, aquel arcabuzazo turco que dejó manco a Cervantes y que le acabó alejando de la vida militar haya sido el acontecimiento más funesto para la historia de España. El tirador hubiera debido fallar o hubiera debido alcanzarle en el pecho.

Francisco HERVÁS, Reivindicación de los libros de caballerías.

Diario Jaén, lunes 23 de abril de 2012.


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RODRÍGUEZ JIMÉNEZ: El fracaso literario de Cervantes

Cuando regresó de Italia, el soldado veterano Miguel de Cervantes se empeñó en cumplir ese destino literario soñado. Intentó todos los géneros literarios del momento: la novela pastoril (La Galatea), la poesía (el Viaje al Parnaso es su declaración de fracaso), la novela picaresca (Rinconete y Cortadillo), la novela bizantina (Los trabajos de Persiles y Sigismunda), el teatro. Y también escribió ese extraño artefacto que es el Quijote. En esta novela, uno de los personajes cuenta como está emborronando una novela de caballerías que, presumiblemente, nunca llega a terminar. Es de suponer que Cervantes está hablando de esa novela de caballerías que él tenía en el magín, que no escribió.

Julián RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, Gracián no apreciaba a Cervantes.

Ideal, lunes 23 de abril de 2012.


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CARTER: El mundo de Amadís


El mundo de Amadís es sencillamente espléndido, un abirragado e impresionante tapiz lleno de intrincados y prodigiosos detalles; extraños palacios de mármol tan pálido como la luna y tan blancos como el hielo labrado, se elevan en los brumosos linderos de bosques encantados envueltos en un místico resplandor purpúreo y habitados por bandidos desesperados o perversas hechiceras. Los aterciopelados prados están sembrados de pabellones de seda, en el aire ondean los dorados blasones de los estandartes y las armaduras de acero resplandecen entre coronas de oro cuajadas de piedras preciosas. Unas peligrosas y profundas gargantas se abren bajo las colinas rematadas por castillos, y allá arriba se elevan las azules y melladas cumbres de las montañas habitadas por dragones. Unos espantosos gigantes moran en las lejanas cumbres o en las brumosas e inexploradas islas que sobresalen de los pálidos mares recubiertos de niebla.

Lin CARTER, El origen de El señor de los anillos, Suma de Letras, Madrid, 2003.

domingo, 22 de abril de 2012

RAMÓN Y CAJAL: Todo mal

Cuando a uno le salen las cosas mal, cree que todo va mal.

Santiago RAMÓN Y CAJAL, Charlas de café, Espasa-Calpe, Madrid, 1978.

LEE: Niños desobedientes

Por motivos inescrutables para los profetas más experimentados del condado de Maycomb, aquel año, el otoño se convirtió en invierno. Tuvimos dos semanas del tiempo más frío desde 1885, según dijo Atticus. Míster Avery dijo que estaba escrito en la Piedra de Rosetta que cuando los niños desobedeciesen a sus padres, fumasen cigarrillos y se hicieran la guerra unos a otros, las estaciones cambiarían: a Jem y a mí nos cargaban, pues, con el peso de contribuir a las aberraciones de la Naturaleza, causando con ello la desdicha de nuestros vecinos y nuestra propia incomodidad.

Harper LEE, Matar un ruiseñor, Plaza y Janés, Barcelona, 1996.

sábado, 21 de abril de 2012

TASSO: La maestra

Estaba en la escuela y era un pésimo alumno. No me gustaba estudiar. Recuerdo que me sentía muy atraído por la maestra. Ella llevaba gafas, el pelo perfectamente recogido e iba enfundada en un traje con falda ceñida, que le caía más abajo de la rodilla. Siempre llevaba medias de nailon de color carne y tacones altísimos. Un día me castigó muy duramente, ya sabes, golpeándome los nudillos con una regla, como se hacía antiguamente. Tuve una sensación muy placentera durante el castigo.

Valérie TASSO, Al otro lado del sexo, Plaza y Janés, Barcelona, 2006.

viernes, 20 de abril de 2012

LEE: Matar un ruiseñor


Cuando nos regaló los rifles de aire comprimido, Atticus no quiso enseñarnos a tirar. Tío Jack nos instruyó en los rudimentos de tal deporte, y no dijo que a Atticus no le interesaban las armas, Atticus le dijo un día a Jem:

—Preferiría que disparaseis a los botes vacíos en el patio trasero, pero sé que perseguiréis a los pájaros. Matad todos los arrendajos azules que queráis, si podéis darles, pero recordad que matar un ruiseñor es pecado.

Aquella fue la única vez que le oí decir a Atticus que esta o aquella acción fuese pecado, e interrogué a miss Maudie sobre el caso.

—Tu padre tiene razón —me respondió—. Los ruiseñores no se dedican a otra cosa que a cantar para alegrarnos. No devoran los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar un ruiseñor.

Harper LEE, Matar un ruiseñor, Plaza y Janés, Barcelona, 1996.

CLAUDIO ELIANO: Los bueyes de Atenas

He aquí una ley ática: no se debe sacrificar un buey de labranza que haya trabajado bajo el yugo, ya fuese tirando de un arado o de un carro, porque ese buey debe ser considerado también como un campesino y compañero de las fatigas humanas.

CLAUDIO ELIANO, Historias curiosas, Editorial Gredos, Madrid, 2006.

jueves, 19 de abril de 2012

KIRKMAN y BONANSINGA: Piensando

Saca del cubo con toda tranquilidad una oreja humana arrancada y espera pacientemente a que el monstruo que fue Penny termine de consumir la mano. La criatura engulle los dedos del hombre de mediana edad con una fruición desenfrenada, masca los nudillos peludos y desangrados como si fueran una delicia. Por las comisuras de sus labios chorrean hilos de baba rosa y espumosa.

Apenas se toma un descanso para tragarse la mano antes de que ponga la oreja humana al alcance de sus dientes ennegrecidos. Le ofrece el bocado con la preocupación y el cuidado con el que un sacerdote le daría la hostia a un comulgante. Penny devora el cartílago y otros pedazos de piel ternillosa con un ciego frenesí.

Robert KIRKMAN, Jay BONANSINGA, El gobernador, Timun Mas, Barcelona, 2011.

TASSO: Nuestra cultura es masoquista

Nuestra cultura es masoquista por definición y, muchas veces, lo único que esperamos de la vida son palos y fracasos. Es más, toda nuestra educación gira en torno a ello. ¿Con qué derecho podemos condenar los gustos alternativos de esa gente, cuando son gustos pactados, que no afectan a la libertad del otro?

Valérie TASSO, Al otro lado del sexo, Plaza y Janés, Barcelona, 2006.

miércoles, 18 de abril de 2012

GUIJARRO: Burbuja pedagógica

Y es necesario señalar que en España, y especialmente en Andalucía, existe ya lo que podríamos denominar una burbuja pedagógica, es decir, un colectivo de centenares de miles de jóvenes con una formación muy escasa, que sólo pueden acceder a empleos que requieran una baja cualificación. Esa falta de formación es, precisamente, la principal responsable de nuestra inaceptable tasa de desempleo juvenil.

Gonzalo GUIJARRO, El futuro de la enseñanza.

La Razón, lunes 16 de abril de 2012.

CLAUDIO ELIANO: Los sueños

Los peripatéticos dicen que durante el día el alma, sometida al cuerpo, está atada a él y no puede contemplar la verdad en su pureza, pero que de noche, liberada de estas servidumbres, adquiere capacidad profética. De aquí nacen los sueños.

CLAUDIO ELIANO, Historias curiosas, Editorial Gredos, Madrid, 2006.

VIDAL: El presidente olvidó el cronómetro

Abucheos y crueles olés de burla hubo para Paula cuando pasaba sus miedos con el segundo, y silencios durante su larga y pesada faena al quinto, pulcra, con dos naturales exquisitos, pero fría como el hielo. Por cierto que el señor Mantecón, quien, por lo que él mismo asegura -según hemos leído a Suárez Guanes en ABC- utiliza dos cronómetros para medir las faenas, ayer se los debió dejar olvidados encima del piano, porque retrasó en un minuto cada uno de los avisos que envió a Paula, según el más visible reloj de la plaza y el que es propiedad de servidor, automatic y waterproof.

Joaquín VIDAL, Histeria colectiva.

El País, miércoles 25 de mayo de 1977.


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martes, 17 de abril de 2012

LEE: Maycomb


Maycomb era una población antigua, pero cuando yo la conocí por primera vez era, además, una población antigua y fatigada. En los días lluviosos las calles se convertían en un barrizal rojo; la hierba crecía en las aceras, y, en la plaza, el edificio del juzgado parecía desplomarse. De todas maneras, entonces hacía más calor; un perro negro sufría en un día de verano; unas mulas que estaban en los huesos, enganchadas a los carros Hoover, espantaban moscas a la sofocante sombra de las encinas de la plaza. A las nueve de la mañana, los cuellos duros de los hombres perdían su tersura. Las damas se bañaban antes del mediodía, después de la siesta de las tres... y al atardecer estaban ya como pastelillos blandos con incrustaciones de sudor y talco fino.

Entonces la gente se movía despacio. Cruzaba cachazudamente la plaza, entraba y salía de las tiendas con paso calmoso, se tomaba su tiempo para todo. El día tenía veinticuatro horas, pero parecía más largo. Nadie tenía prisa, porque no había adónde ir, nada que comprar, ni dinero con que comprarlo, ni nada que ver fuera de los límites de Maycomb. Sin embargo, era una época de vago optimismo para algunas personas: al condado de Maycomb se le dijo que no había que temer a nada, más que a sí mismo.

Harper LEE, Matar un ruiseñor, Plaza y Janés, Barcelona, 1996.

TASSO: No me estaba...


Conchita pidió permiso para hablar conmigo.

—¿Sí, Conchita? ¿Qué te pasa?

—Nada, señora. Sólo quería decirle que lo que pasó esta tarde fue un malentendido.

—¿A qué te refieres?

—Lo de Mistress Denetra... lo que dijo. No me estaba..., señora. Me dolía el esparadrapo y quise despegarlo un poco. Pero le juro que no me estaba... No me habría atrevido a hacer eso, allí, delante de ustedes. Jamás. Se lo juro, señora.

—Quédate tranquilo. No te va a pasar nada, si es lo que temes. Siempre y cuando nos sirvas como es debido.

—Por supuesto, señora Valérie. No lo dude. Estaré encantado de servirlas esta noche.

—Perfecto. Así que ahora ven con nosotras. Vas a arreglar el traje de Lady Monique y limpiar nuestras botas para que estén relucientes esta noche —le ordené—. Y luego, te arreglarás un poco, que das una pena que no te imaginas. No puedes entrar en el salón de Su Majestad con las medias rotas, mírate...

Valérie TASSO, Al otro lado del sexo, Plaza y Janés, Barcelona, 2006.

lunes, 16 de abril de 2012

CLAUDIO ELIANO: Hombres y elefantes


A los hombres muertos por elefantes, ya sea durante una cacería ya sea en combate, los libios les rinden honores fúnebres insignes y les dedican himnos. Este es el mensaje que encierran esos himnos: valientes son los hombres que han sido adversarios de la mayor de las bestias. Pues dicen que una muerte gloriosa es el sudario del difunto.

CLAUDIO ELIANO, Historias curiosas, Editorial Gredos, Madrid, 2006.

CLAUDIO ELIANO: Los hoceros lidios

Se sorpredieron los griegos que luchaban para los reyes persas cuando observaron aquella extraña costumbre de los hoceros lidios: antes de entrar en combate, los soldados que enviaba el sátrapa de Lidia se insultaban y, a veces, se inferían espantosas heridas. Comenzaban, pues, la lucha encolerizados y por ello eran temibles.

CLAUDIO ELIANO, Historias curiosas, Editorial Gredos, Madrid, 2006.

KING: Aquella expresión jamás se borró de su rostro

— ...Así, se entiende que cuando aumentamos el número de variables, los axiomas en sí no sufren cambios. Por ejemplo...

La señora Underwood alzó la mirada, alarmada, al tiempo que se ajustaba las gafas en la nariz.

—¿Tiene usted un pase de administración, señor Decker?

—Sí —respondí, y saqué la pistola de la cintura. Ni siquiera sabía con certeza si estaba cargada hasta que sonó el disparo. Le di en la cabeza. La señora Underwood no llegó a enterarse de qué le había sucedido, estoy seguro. Cayó de lado sobre el escritorio y luego rodó hasta el suelo. Y aquella expresión expectante jamás se borró de su rostro.

Stephen KING, Rabia, Plaza y Janés, Barcelona, 1998.

domingo, 15 de abril de 2012

KING: Alguna cosa se estropeó en mi cabeza

Sigo intentando salir adelante, pero las cosas no funcionan. Eso sucede porque soy un poco demasiado viejo para que vayan bien. Alguna cosa se estropeó en mi cabeza hace unos pocos años y yo sabía que aquello era algo malo, pero ignoraba que lo fuera para mí. Sólo creí que era por algo que había sucedido y que lograría superarlo. Pero las cosas continúan pudriéndose en mi interior. Me da náuseas. Sigo haciendo cosas.

Stephen KING, Carretera maldita, Plaza y Janés, Barcelona, 1997.

ŽIVKOVIĆ: El subconsciente, fuente de mi ficción


Cuando me siento a escribir cualquier obra de ficción, nunca tengo una idea preconcebida, estoy muy lejos de cualquier idea plenamente desarrollada de cómo se debe escribir. No sé lo que pasa con otros escritores, pero en mi caso al principio tengo una imagen estática de la escena inicial, tal vez sólo la primera frase. En el nivel consciente. Pero en algún lugar debajo de ella, en la agitación constante de mi mente subconsciente, la historia que voy a escribir ya existe en su forma final. Sólo espera el momento adecuado para salir. Eso pasa siempre por la mañana, en la frescura, tras una noche de sueño reparador. De repente me despierta un cuadro muy vívido en el que está contenida toda la historia futura, aunque al principio no sé mucho al respecto. Me apresuro entonces a mi ordenador y empiezo a escribir antes de que la imagen se disuelve por diversas distracciones mundanas.

Escribo casi exclusivamente por la mañana. A veces, no muy a menudo, siento la necesidad de escribir en otros momentos del día, pero nunca por la noche, porque mi subconsciente, la fuente misma de mi ficción, es más activo durante el sueño. Resisto a la tentación de escribir por la tarde o por la noche, porque por experiencia sé que no soy capaz de hacer ningún trabajo de calidad. Soy en verdad un escritor de la mañana.

Mientras escribo, estoy en una posición extraña, casi esquizofrénica. Soy al mismo tiempo un escritor y un lector. El lector está deseoso de pasar las páginas, insatisfecho por lo general por la lentitud del escritor. Pero, ya que sólo escribo con el dedo índice de la mano derecha, es poco lo que el escritor pueda hacer para realizar su trabajo más rápido, por lo que el lector no tiene más remedio que ser paciente.

Jason Erik LUNDBERG, Interview: Zoran Zivkovic.

Strange Horizons, jueves 9 de septiembre de 2004.


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STEVENSON: El padre Damián


En mi diario hablo de mi estancia en Molokai como una experiencia trituradora. Y mire: eso que vi y sufrí fue un asentamiento purgado, mejorado, hermoseado. Era un lugar bien distinto cuando Damián llegó ahí e hizo su gran renuncia, y esa primera noche durmió bajo un árbol: solo en la pestilencia; y esperando una vida ataviada de llagas y muñones. No se llama a ningún doctor o enfermera a que entre para siempre en las puertas de la gehena; no dicen adiós, no necesitan abandonar la esperanza. Pero Damián cerró con su propia mano las puertas de su sepulcro. Los pasajes de mi diario en Molokai casi son una lista de las fallas del hombre, porque es más bien eso lo que yo buscaba: con sus virtudes, yo y el mundo estábamos bastante familiarizados. Además, yo tenía sospechas del testimonio católico. Todos los hechos transcritos fueron recogidos de labios de protestantes que se habían opuesto, en vida, al padre. Sin embargo, o fui engañado de forma extraña, o ellos construyeron la imagen de un hombre, con toda su debilidad, esencialmente heroico y vivo, con tosca honestidad, generosidad y regocijo. Todas las reformas del lazareto son la prueba de su éxito; son lo que su heroísmo provocó en el reticente y el indiferente. Su papel fue, mediante un acto de impactante martirio, apuntar los ojos de todos los hombres hacia ese desconcertante país. Trajo dinero; trajo (la mejor aportación individual) a las hermanas; trajo supervisión, porque opinión pública e interés público desembarcaron con ese hombre en Kalawao. Si alguna vez un hombre trajo reformas y murió por traerlas, ése fue él.

sábado, 14 de abril de 2012

VIDAL: Toreros gritones

Manzanares debía de creer que el primer toro estaba sordo y le hablaba a gritos. Pero el toro no estaba sordo, y le mugía: "No me chille, tenga la bondad". No todo el mundo sabe entender el lenguaje de los toros –Manzanares tampoco, evidentemente– y, sin embargo, es bien fácil: basta comprar el manual ¿Quiere usted aprender a mugir en siete días?, y leerlo con atención. Luego, hacer prácticas. Muchos creen que los toros están sordos, o atontados de los tiros, y les hacen unas cosas extrañísimas. Victor Mendes, por ejemplo, para citar un par de banderillas al tercero, puso gesto terrible, levantó los brazos, se puso a gritar "¡Oooh, ajoó, ajujú!", y el torico bueno se fue de vareta, patas abajo.

Joaquín VIDAL, No me chille.

El País, sábado 24 de abril de 1993.

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RUSSELL: Limitaciones de la libertad


He llegado a comprobar que la libertad es un principio para el que existen limitaciones muy importantes y las que corresponden a la libertad en la educación son, en cierto sentido, típicas. Lo que la gente haga, en determinadas circunstancias, depende enormemente de sus hábitos; y los buenos hábitos no se adquieren sin disciplina. La vida de la mayoría de nosotros transcurre sin que robemos; pero muchos siglos de disciplina policíaca han sido necesarios para producir esa abstención que parece ahora natural. Si no se enseña modales a los niños, cada uno de ellos se apoderará de la comida de los otros y los mayorcitos acapararán los mejores pedazos. En asuntos internacionales, el mundo no llegará a estar en condiciones tolerables, prolongando la anarquía interestatal, sino por la aplicación del derecho internacional, que no prevalecerá nunca si no es respaldado por una fuerza internacional. En la esfera económica, la vieja doctrina del laissez-faire no es mantenida por ningún hombre práctico, aunque algunos soñadores se aferren todavía a ella. Conforme se va llenando el mundo, la regulación se hace más necesaria. No cabe duda que eso es lamentable. El mundo de Odiseo es atractivo. Se navega de isla a isla y se encuentra siempre una mujer adorable, preparada para recibirnos. Pero, hoy en día, las cuotas de inmigración hacen imposible esa clase de vida. Estaba muy bien para Odiseo, que era sólo uno, pero, si cien millones de chinos hubiesen desembarcado en la isla de Calipso, la vida en ella hubiera llegado a ser bastante difícil. La ley, en sentido amplio, consiste en algo sencillo: que el hombre sea libre en lo que sólo le concierne a él mismo, pero que no sea libre cuando intente agredir a otros hombres. Pero aunque la ley, en sentido , amplio, sea sencilla, su puesta en práctica, en detalle, resulta muy compleja, y, así, el problema de las limitaciones apropiadas a la libertad humana subsiste todavía.

Bertrand RUSSELL, Retratos de memoria y otros ensayos, Alianza, Madrid, 1982.

viernes, 13 de abril de 2012

KING: Se me había pasado por completo la afición

Hubo una época en que me gustaba emborronar telas con pinturas al óleo. Tampoco era un inepto total, pero un día... No lo abandoné gradualmente, sino que lo dejé de golpe. No sentí interés por continuar un solo minuto más. Me acosté una noche loco por pintar y, al despertar por la mañana, se me había pasado por completo la afición.

Stephen KING, La larga marcha, Plaza y Janés, Barcelona, 1998.

RUSSELL: Sobre la educación

No creo en una libertad completa para la infancia. Considero que los niños necesitan una rutina fija, aunque haya de llegar el día en el que se desembaracen de ella. Creo también que, si una persona ha de ser ser capaz de amoldarse a la sociedad cuando llegue a ser adulto, debe aprender, mientras es todavía joven, que no es el centro del universo y que sus deseos no son, con frecuencia, el factor más importante de una situación. Pienso también que el alentar la originalidad, sin que exista una preparación técnica, que se practica en muchas escuelas progresivas, constituye un error. Hay algunas cosas, en la educación progresiva, que me gustan mucho; especialmente, la libertad de expresión y la libertad de investigar los hechos de la vida, y la ausencia de un tipo necio de moralidad que se escandaliza más por la expresión de un juramento que por una acción cruel. Pero creo que los que se han rebelado contra una disciplina poco sabia, han ido muchas veces demasiado lejos, olvidándose de que es necesaria alguna disciplina. Esto es verdad, muy especialmente, cuando se trata de la adquisición de conocimientos.

Bertrand RUSSELL, Retratos de memoria y otros ensayos, Alianza, Madrid, 1982.

jueves, 12 de abril de 2012

MARTIN: Los otros

Recordó una historia de las que contaba la vieja tata: hablaba de un hombre prisionero en un oscuro castillo, vigilado por gigantes malvados. Era muy valiente y muy astuto, así que engañó a los gigantes y consiguió escapar. Pero nada más salir del castillo, los otros se lo llevaron y se bebieron su sangre roja y caliente.

George R.R. MARTIN, Choque de reyes, Gigamesh, Barcelona, 2003.

RUSSELL: Idiotas


Él se consagró a abogar por un lenguaje internacional. Por desgracia, las lenguas internacionales son aún más numerosas que las nacionales. No le gustaba el esperanto, que era la favorita de la generalidad, y prefería el ido. Por él, supe que los esperantistas (por lo menos, así me lo aseguraba él) eran unos malvados que superaban todos los anteriores abismos de la depravación humana, aunque nunca examiné sus pruebas de ello. Decía que el esperanto poseía la ventaja de dar origen a la palabra esperantista, mientras que el ido no podía hacer algo análogo. "Claro que sí —le dije— , existe la palabra idiota."

Bertrand RUSSELL, Retratos de memoria y otros ensayos, Alianza, Madrid, 1982.

miércoles, 11 de abril de 2012

CLAUDIO ELIANO: Vanidosos espartanos

Cuando Diógenes llegó a Olimpia y vio en el festival a algunos jóvenes rodios vestidos suntuosamente, entre risas dijo: "Esto es vanidad". Y después, al encontrarse con unos espartanos vestidos con túnicas vulgares y sucias, dijo: "Esta es otra forma de vanidad".

CLAUDIO ELIANO, Historias curiosas, Editorial Gredos, Madrid, 2006.

FOLLETT: Las malas críticas



No las hago mucho caso de las malas críticas, porque quienes las hacen leen mis libros por razones equivocadas. No leen mis libros por placer. Los leen porque tienen que escribir un artículo sobre ellos. Y mientras los leen piensan qué decir acerca de ellos y no pueden sentir la experiencia de un lector ordinario. Lo sé porque aunque no lo haga a menudo, a veces leo las críticas. Pero si los lectores me dicen que algo no les ha gustado, entonces me lo tomo muy en serio. Cuando me escriben, les respondo y les pido más detalles, les pregunto si se aburrieron, si algo no les pareció creíble…


El País, domingo 2 de marzo de 2008.

KING: Boardwalk Empire


Ese día, la tarde prometía ser larga. Podía irse a casa y ver la tele, pero su padre había bloqueado todos los canales interesantes después de descubrir que George había estado grabando los capítulos de Boardwalk Empire, donde salían demasiados gángsters y demasiadas tetas para su gusto.

Stephen KING, Área 81, Plaza y Janés, Barcelona, 2012.

martes, 10 de abril de 2012

VIDAL: El chantaje de los orejistas

Había una enorme animación. La verdad es que éramos pocos -media plaza, a lo sumo- pero, eso sí, muy animados.

Los más animados, los jarochistas, que hacían mayoría. Los jarochistas en cuanto vieron al titular de la causa, llamado Jarocho, unos capotazos movidos e irrelevantes, le pegaron la ovación de la tarde. Y luego, por el mismo procedimiento, consiguieron que el presidente le concediera una oreja muy discutible y bastante protestada.

Jarocho, natural de la población madrileña (y cervantina) de Alcalá de Henares, nuevo en esta plaza, puso mucho de su parte, naturalmente. Se traía una toreo parsimonioso merecedor de sinceros parabienes. Templó derechazos y luego dio naturales corriendo bien la mano con la salvedad -nada baladí por cierto- de que se dejaba retrasada la pierna contraria, lo cual no es que ofenda al dogma sino que es ventaja por donde se van el dominio, la ligazón, el canon de parar, templar y mandar. Mató mal, le pidieron la oreja los suyos a grito pelado, el presidente la concedió y a diversos aficionados semejante exceso les supo a sacrilegio.

El vigente reglamento, que es un coladero, debería regular de distinta manera la petición de orejas que, por lo general, se convierte en un vil chantaje y una manifestación de incivilidad. Lo normal es que los orejistas la pidan siempre pase lo que pase; que constituyan una minoría; que esa minoría arme un broncazo sin faltar insultos, con lo cual se finge que la petición de oreja es mayoritaria y el presidente está obligado a concederla.

Jarocho pudo cortar la del sexto y habría servido para salir por la puerta grande. Lo que faltaba. A ese lo recibió a porta gayola pero el novillo no aceptó la larga cambiada y embistió al aire. Volvió Jarocho a realizar el torero despacioso aunque con menor ligazón en los naturales. Demoró la faena, oyó un aviso, mató mal y ya no hubo trofeo que valiera.

Joaquín VIDAL, Un animado final.

El País, lunes 22 de octubre de 2001.


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MONZÓ: Escribir es como un juego

Katarzyna Olga Beilin: ¿Eso quiere decir que cuando empiezas a escribir no sabes cómo va terminar?

Quim Monzó: No, nunca, porque, si lo supiese, supongo que me aburriría y ya no escribiría. Eso tiene que ver con que escribo muchas cosas que al final no tienen sentido y van a la papelera. Escribo más de lo que publico.

Katarzyna Olga Beilin: Entonces, ¿escribes para saber cómo va terminar? ¿Buscas la salida perfecta?

Quim Monzó: ¿Salida perfecta? Sí. Lo de escribir es como un juego. Tienes unas cartas y juegas según la mano, según la jugada que te puedas dar. No prevés qué va a salir y, si sale mal, lo tiras y empiezas de nuevo.

Katarzyna Olga BEILIN, Conversaciones literarias con novelistas contemporáneos, Tamesis, Woolbridge, 2004.

lunes, 9 de abril de 2012

MARTÍNEZ: ¡Y nadie dice o hace nada!


Trabajar de noche me ha hecho tener un sueño difícil de conciliar y fácil de romper. Antes de tener horarios nocturnos soñaba con la resolución de un problema matemático que tenía que encontrar a través de una especie de gincana dentro de la maquinaria de un reloj. Luego, ya trabajando de noche, este sueño se ha alternado con otro: estoy en una estación rodeada de gente que me conoce y que ve cómo me roban el bolso que contiene mi billete de vuelta a casa... ¡Y nadie dice o hace nada!

MARTIN: Ya he tenido suficientes batallas


Ya he tenido suficientes batallas. Prefiero una silla con patas a la silla de un caballo, y me gusta más tener en la mano una copa de vino que un hacha de combate. Todo eso del retumbar de los tambores, el reflejo del sol sobre las armaduras, el resoplar y corcovear de los corceles... Te voy a ser sincero, a mí los tambores me dan dolor de cabeza, el sol sobre la armadura me cocía como un ganso el día del banquete de la cosecha, y esos magníficos corceles no hacen más que cagar por todas partes. No es que me queje. En comparación con la hospitalidad que recibí durante mi estancia en el Valle de Arryn, los tambores, la mierda de caballo y los mosquitos son una maravilla.

George R.R. MARTIN, Choque de reyes, Gigamesh, Barcelona, 2003.

ARROYO: Quiero ver a la consejera


Apreté el gatillo, pero no pasó nada. El director, que había puesto la mano delante del cañón de la escopeta, no pudo evitar sonreír. Incluso en esos momentos, no me tomaba en serio. Temblando, sí, temblando, observé la escopeta: no había quitado el seguro. El director estaba tratando de decir algo cuando salió el disparo. Había sido tan inesperado que cerré los ojos. Un instante. Me hubiera gustado decir que sus sesos se esparcieron en la pared, pero no ocurrió nada de eso. La fuerza del perdigonazo le había lanzado hacia atrás, pero no le había matado. Se quedó apoyado en la pared y comenzó a gemir, trató de gemir. Iba a disparar de nuevo cuando me di cuenta de que no hacía falta. Las postas le habían alcanzado en la cabeza y el pecho. Su rostro era una masa roja.

–Ríete ahora, cabrón –le dije.

A mi espalda oí un grito. Me di la vuelta y vi a la secretaria que, asustada, me miraba.

–¿Qué has hecho? ¿Qué has hecho? –me preguntó, o tal vez imaginé que me preguntaba.

Le apunté con la escopeta, pero salió al pasillo antes de que me diera tiempo de apretar el gatillo. Dadas las circunstancias, me pareció que estaba muy tranquila. El director seguía apoyado en la pared, respirando con dificultad. Me acerqué y apoyé el cañón de la escopeta en la barriga. De su boca salía saliva roja. Durante unos instantes pensé que los médicos tardarían semanas en sacarle todos los perdigones. Su rostro sangraba por decenas de heridas, pero aquello no le mataría.

–¿Qué me dices? ¿Te parece ahora gracioso?

En la mesa, siempre tan ordenada, había decenas de carpetas, un lapicero, libros, fotos de sus hijos, no de su mujer, sino de sus hijos. La primera vez que entré en su despacho para recibir una de sus charlas, esas patéticas charlas en las que siempre evitaba mirarme a los ojos, creí que estaba divorciado, pero por alguna razón no tenía una foto de su mujer sobre la mesa, quizá para no soliviantar a las profesoras, a Macu.

El timbrazo del teléfono me sobresaltó. Casi sin apuntar, disparé a la mesa. Todo lo que había en ella salió volando, las fotos, los bolígrafos, las carpetas. Uno de los perdigones debió dar en la pantalla del ordenador, pues se agrietó y se volvió azul.

Después de lanzar una última mirada al director, que seguía apoyado en la pared, respirando con dificultad, salí de su despacho y me dirigí al aula 3. Sabía que allí estaría Macu.

Los pasillos estaban tranquilos, terriblemente tranquilos. Recargué la escopeta. Los cartuchos disparados cayeron al suelo. Estuve a punto de agacharme para recogerlos, vieja costumbre de cazador. Me retuve y los miré durante un rato. Allí, en el suelo de baldosas grises, los cartuchos parecían fuera de lugar. En aquel embaldosado había visto de todo, bolas de papel, latas de refresco, trozos de bocadillo, pero era la primera vez que vi cartuchos vacíos.

Recorrí el pasillo de la planta baja y llegué a la puerta del aula 3. Quise entrar en la clase de Macu, pero la cerradura estaba echada. Pensé en la secretaria; debía haber avisado a todo el mundo o algo así. Imaginé lo que podía haber dicho: “Atención, hay un loco en el instituto. Quédense en sus clases, por favor”. Por unos instantes me quedé sin saber qué hacer. Podía disparar a la cerradura, pero por alguna razón aquella no me parecía una buena idea. Todo esto no lo había planeado durante semanas y meses, ni mucho menos, pero el siguiente paso después de disparar al director iba a ser entrar en el aula 3 y darle una lección a Macu. Empujé la puerta con el hombro, pero se resistió. La verdad es que, a pesar de mi aspecto, tengo poca fuerza física. Odié un poco más a Macu; siempre sabía escapar de todo, tenía esa suerte que le permitía mantener alejados los problemas.

Pensé que podría irme, marcharme por la puerta. No habría nadie que quisiera detenerme. Fue entonces cuando me fijé en la puerta del aula de Plástica. El picaporte no se resistió. Entré.

Antonia miraba algo en el ordenador, del que salía música de Presuntos Implicados. Los alumnos estaban dibujando, tan concentrados que ninguno de ellos levantó la vista cuando entré. Apunté al proyector que colgaba del techo y disparé. Desde luego, conseguí llamar su atención.

Antonia se dio la vuelta. Su rostro reflejaba sorpresa, miedo. Sí, ella era otra de las favoritas del director.

–¡Atrás! ¡Atrás! –les grité–. Tú no –le dije a Diego–. Coloca esa mesa contra la puerta. ¡Que alguien te ayude!

La idea se me había ocurrido en ese momento. Las puertas se abrían hacía dentro. No tenía que darles facilidades.

–¡Bajad las persianas!

Antonia de pronto debió reconocerme. Nunca me habían hecho mucho caso en aquel sitio. Ni en ningún sitio.

–¿Qué pasa Ricardo? ¿Qué…?

La verdad es que ni yo mismo sé si quería disparar. Esta vez el dedo se movió de manera autónoma. Los perdigones alcanzaron a Antonia y a dos de los alumnos, que comenzaron a gemir. Por el olor que pronto invadió la habitación supuse que alguien se había orinado encima.

–¡No abráis la boca y no volveré a disparar! –les grité.

Aproveché su desconcierto para recargar la escopeta. Alguien empezó a empujar la puerta del aula. Volví a disparar, esta vez al techo.

–¡Dispararé a alguien como la puerta se vuelva a abrir!

La puerta se cerró.

Contemplé a Antonia. Su herida no era grave, ni mucho menos. La mayoría de los perdigones se habían clavado en un cartel que tapaba la pared. Llevaba unos pantalones vaqueros muy ajustados y botas. Siempre se ponían esa ropa para el director.

Me sentí terriblemente cansado. Iba a sentarme en el butacón de Antonia, pero no lo hice por algún motivo. En cambio, me apoyé en el borde de la mesa. Seguía sonando aquella música horrible de Presuntos Implicados. Conté los alumnos que había en la clase: eran ocho. Más Antonia.

–¿Qué estabais dando? –les pregunté.

Aquello pareció desconcertarles, pues no me respondieron. Tuve que repetirles la pregunta y, por fin, Mercedes, muy tímidamente, me dijo que esa era la clase de Alternativa.

Pensé que en ese momento hubieran deseado estar en Religión y, por alguna razón, la idea me resultó graciosa. Comencé a reírme. A veces me pasa, comienzo a reírme solo. Estoy pensando en algo o recuerdo algo divertido que me ha pasado y comienzo a reírme.

El timbrazo del teléfono de Antonia me sacó de mis pensamientos. Abrí el bolso y saqué el móvil. Lo miré. Traté de identificar la sintonía. El número no estaba guardado en la memoria.

–Diga.

Al otro lado de la línea hubo una vacilación, como si hubieran esperado otra voz. Estaba a punto de decirle que Antonia no podía ponerse, y la ocurrencia volvió a resultarme divertida, cuando escuché mi nombre.

–Sí. Soy yo.

–¿Qué has hecho? ¿Están todos bien?

–¿Quién habla?

–Soy Samuel García.

Aquel nombre no me sonaba de nada, por lo que estuve a punto de preguntarle quién demonios era, pero él habló antes:

–¿Qué es lo que quieres?

Me molestó eso, me molesto que me tuteara, que comenzara tuteándome.

–Quiero ver a la consejera.

–¿A la consejera?

–Sí, a la consejera.

Al otro lado de la línea hubo un largo silencio, como si no entendiera lo que estaba diciendo.

–¡Y que no lleve pantalones!

–¿Qué?

–¿Eres sordo? ¡Que se ponga falda! Quiero que se ponga falda.


Ricardo ARROYO, Secuestro, Incógnita Editores, Madrid, 2012.

domingo, 8 de abril de 2012

CERVANTES: Somos señores de los campos


Somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los ríos. Los montes nos ofrecen leña de balde; los árboles, frutas; las viñas, uvas; las huertas, hortaliza; las fuentes, agua; los ríos, peces, y los vedados, caza; sombra, las peñas; aire fresco, las quiebras; y casas, las cuevas. Para nosotros las inclemencias del cielo son oreos, refrigerio las nieves, baños la lluvia, músicas los truenos y hachas los relámpagos. Para nosotros son los duros terreros colchones de blandas plumas: el cuero curtido de nuestros cuerpos nos sirve de arnés impenetrable que nos defiende; a nuestra ligereza no la impiden grillos, ni la detienen barrancos, ni la contrastan paredes; a nuestro ánimo no le tuercen cordeles, ni le menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni le doman potros.

Miguel de CERVANTES, Novelas ejemplares, Esplandián Editores, Madrid, 1997.

Los gitanos


Un pueblo proscripto y condenado por la opinión y las leyes al oprobio y a la ignominia; un pueblo expulsado de todas las profesiones liberales; privado desde mucho siglos del derecho de adquirirse propiedad y de disponer de sus bienes movibles bajo las mismas formalidades y seguridad que el pueblo que lo detesta; que sometido a un régimen de leyes especiales y severas sabe obedecer y conservar a un tiempo cierta especie de independencia; que han sufrido la persecución por espacio de algunos siglos; que se le acusa de todos los excesos, de todos los crímenes de la barbarie, de todos los vicios de la civilización; y que a pesar del desprecio que inspira, del rencor que se le profesa, de la prevención con que se le trata y se le juzga, resiste sin embargo a este abatimiento, a este oprobio, a estas leyes y, en fin, a todas las causas que deben desunir, disolver y anonadar a las familias y las naciones: este pueblo, pues, por el mero de haber conservado su existencia, merece la atención del observador, y el examen de las causas que han contribuido a su conservación es un problema cuya solución es digna de la Historia.

J.M., Historia de los gitanos, Imprenta de Antonio Bergnes, Barcelona, 1832.

sábado, 7 de abril de 2012

FOLLETT: Stephen King


Algunos escritores no soportan que otros vendan un montón de libros. Yo nunca lo he sentido así. Si Stephen King vende más libros que yo es porque es un escritor terroríficamente bueno. Tiene un estilo único, la manera en la que muestra las emociones está muy vívida y es muy convincente. Tiene un conocimiento muy profundo de ellas y de los hombres. Por tanto se merece vender un montón de copias. Pienso que si llego a escribir tan bien, venderé tanto como él.

El País, domingo 2 de marzo de 2008.

KING: El ganador

La muchedumbre gritaba a uno u otro, como si ellos pudiesen oírles. Unos gritaban el nombre de uno de los marchadores, y otros el de su contrincante, pero lo único que se entendía en el griterío era una cantinela de vamos, vamos, vamos. A mí me vapuleaban como si fuera un saco de patatas. Un tipo que estaba a mi lado se orinó encima o se masturbó bajo los pantalones.

Entonces pasaron justo delante de mí. Uno de los marchadores era un chico alto, fuerte y rubio que llevaba la camisa abierta. Una de las suelas de sus zapatos se había despegado, descosido o lo que fuera, y aleteaba con cada uno de sus pasos. El otro muchacho ni siquiera llevaba zapatos, sólo los pies envueltos en unos calcetines que le cubrían los tobillos, el resto de los calcetines se lo había tragado el asfalto, ¿comprendéis? Tenía los pies morados y podían apreciarse los vasos sanguíneos reventados bajo la piel. No creo que fuera consciente de ello desde hacía horas. Quizá después pudieran hacer algo para recuperarlos en algún hospital, no lo sé. Quizá...

Perdió el tipo grande y rubio. Lo vi todo. Acababan de pasar delante de mí y estaban apenas a unos metros. El chico levantó ambos brazos al aire, como si fuera Superman, pero en lugar de echar a volar cayó de bruces y le dieron el pasaporte al cabo de treinta segundos, porque ya llevaba tres avisos. Los dos tenían tres avisos.

A continuación la gente se puso a aplaudir y dar vítores. Gritaban y gritaban, y entonces el chico que había ganado abrió la boca e intentó decir algo, así que enmudecieron unos instantes. El chico había caído de rodillas, como si fuera a rezar, pero sólo estaba llorando. Se arrastró hasta el otro muchacho y hundió el rostro en el pecho del muerto. Empezó a decirle algo, pero no pudimos oírle. Hablaba con el rostro hundido en la camisa del chico rubio. Se dirigía al muerto. Entonces los soldados acudieron y le dijeron que había ganado el premio.

Stephen KING, La larga marcha, Plaza y Janés, Barcelona, 1998.

viernes, 6 de abril de 2012

LICHTENBERG: Secta de judíos



A fin de cuentas, no somos más que una secta de judíos.

Georg Christoph LICHTENBERG, Aforismos, Edhasa, Barcelona, 2006.

1 Corintios 15, 14

Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.

CANER: Satanás fue colocado en la cruz

Una cosa es absolutamente segura para el islam: Jesús no murió en la cruz. Aunque ninguno puede decir con confianza lo que en realidad sucedió, los musulmanes declaran con audacia lo que no sucedió. Las tradiciones musulmanas ofrecen numerosas explicaciones de lo que sucedió en el día de la crucifixión. Las tres más populares son las siguientes: Jesús se escondió mientras uno de sus compañeros murió en su lugar; Dios hizo que Judas Iscariote se asemejara a Jesús y tomara su lugar; Simón de Cirene reemplazó a Jesús antes de la crucifixión.

Quizá la historia más insólita dice que Satanás fue colocado él mismo en la cruz como castigo por su desobediencia.

Ergun Mehmet CANER, Emir Fethi CANER, Desenmascaremos el islam, Editorial Portavoz, Grand Rapids, 2002.

NATALE: Jesús no murió en la cruz


Jesús no murió en la cruz, sino que sobrevivió a la crucifixión gracias a misteriosos personajes y drogas que le permitieron reponerse para regresar a la India. Un suceso donde José de Arimatea tuvo un protagonismo muy destacado.

Tras lograr escapar de la crucifixión y tras dieciséis años de viaje, Jesús llegará a Cachemira. Pasará por Damasco, donde tendrá el peculiar encuentro con Saulo, luego se dirigirá a Andrapo, cerca del mar Negro, de ahí a Nisibis y Babilonia; luego a Afganistán, Taxila en Pakistán y finalmente Srinagar. En todo este largo recorrido irá dejando pistas y recuerdos de él y de los que le acompañaban.

David NATALE, ¿Vivió y murió Jesús en la India?, Robinbook, Barcelona, 2006.

jueves, 5 de abril de 2012

KING: Bloqueo de escritor

Creo que en una o en dos ocasiones me preguntó si estaba trabajando en un libro nuevo y me parece que le respondí... Y una mierda, eso es mentira, ¿vale? Una mentira tan arraigada que ahora incluso me la digo a mí mismo. Por supuesto que me lo preguntó, y yo siempre le decía que sí, que estaba trabajando en un libro nuevo y que iba bien, muy bien. Más de una vez hubiera querido decirle: "No puedo escribir dos párrafos seguidos sin quedarme física y mentalmente paralizado: mi ritmo cardíaco se duplica, luego se triplica, me cuesta respirar y empiezo a jadear; tengo la sensación de que los ojos me van a saltar de sus órbitas y a quedarse colgando sobre mis mejillas. Me siento como un claustrofóbico en un submarino que se hunde. Así es como me va, gracias por preguntar", pero nunca se lo dije. Yo no pido ayuda. Soy incapaz de pedir ayuda.

Stephen KING, Un saco de huesos, Plaza y Janés, Barcelona, 1999.

BARLEY: Una oportunidad de investigar


La posición sexual del investigador de campo ha sufrido una revisión radical en consonancia con las transformaciones de las costumbres sexuales de Occidente. Mientras que en la era colonial no estaba bien visto tener a miembros de otras razas —lo mismo que de otra clase social o religión— como pareja sexual, hoy día los límites son mucho menos estrictos. Resulta sorprendente el número de mujeres solas que en otro tiempo podían moverse libremente entre los salvajes, en gran medida debido a que tampoco ellas figuraban en el mapa sexual de los nativos. En la actualidad, no obstante, las cosas han cambiado bastante, y la mujer solitaria puede decirse que se ve obligada a tener relaciones sexuales con la gente objeto de estudio, como parte del nuevo concepto de aceptación. Cualquier mujer no acompañada que regresa sin experiencias tiende a suscitar comentarios de sorpresa y casi de reproche entre sus compañeros. Ha desaprovechado una oportunidad de investigar.

Nigel BARLEY, El antropólogo inocente, Anagrama, Barcelona, 1989.

miércoles, 4 de abril de 2012

VAIN: Hashima, the abandoned island










An abandoned city in Japan. Nature is coming back, destroying more and more of the concrete buildings. Hashima was known for its undersea coal mines. Mitsubishi bought the island in 1890. In 1960 the population reached about 5,000 inhabitants. Mitsubishi officially announced the closing of the mine in 1974.

http://romantic-ruins.blogspot.com