Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

sábado, 20 de febrero de 2016

S.T.T.T. Umberto Eco

Era una hermosa mañana de finales de noviembre. Durante la noche había nevado un poco, pero la fresca capa que cubría el suelo no superaba los tres dedos de espesor. A obscuras, en seguida después de laudes, habíamos oído misa en una aldea del valle. Luego, al despuntar el sol, nos habíamos puesto en camino hacia las montañas.

Umberto ECO, El nombre de la rosa.

viernes, 19 de febrero de 2016

S.T.T.T. Harper Lee

Maycomb era una población antigua, pero cuando yo la conocí por primera vez era, además, una población antigua y fatigada. En los días lluviosos las calles se convertían en un barrizal rojo; la hierba crecía en las aceras, y, en la plaza, el edificio del juzgado parecía desplomarse. De todas maneras, entonces hacía más calor; un perro negro sufría en un día de verano; unas mulas que estaban en los huesos, enganchadas a los carros Hoover, espantaban moscas a la sofocante sombra de las encinas de la plaza. A las nueve de la mañana, los cuellos duros de los hombres perdían su tersura. Las damas se bañaban antes del mediodía, después de la siesta de las tres… y al atardecer estaban ya como pastelillos blandos con incrustaciones de sudor y talco fino.

Entonces la gente se movía despacio. Cruzaba cachazudamente la plaza, entraba y salía de las tiendas con paso calmoso, se tomaba su tiempo para todo. El día tenía veinticuatro horas, pero parecía más largo. Nadie tenía prisa, porque no había adonde ir, nada que comprar, ni dinero con qué comprarlo, ni nada que ver fuera de los limites del condado de Maycomb. Sin embargo, era una época de vago optimismo para algunas personas: al condado de Maycomb se le dijo que no habla de temer a nada, más que a si mismo.

Harper LEE, Matar un ruiseñor.