Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."
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jueves, 16 de agosto de 2012

BAROJA: Ignacio de Loyola, comedor de caracoles


El hombre pequeño, moreno, seco, que abunda más en Navarra que en el país vasco, podría ser el capsiense; este capsiense, pariente del ibero o berberisco, es un producto africano que vino por Almería (El Algar), que trajo la civilización del cobre, que cruzó España por el lado este y subió por Francia hasta el norte de Europa. Era una raza violenta y apasionada que se caracterizaba en gran parte por ser comedores de caracoles. Se puede seguir todavía el rastro de los capsienses, por la afición o no afición que hay a comer caracoles. En el país vasco no hay afición por ello; donde la hay, ha habido, sin duda, una infiltración de los capsienses.

La raza capsiense era una variante de la del Mediterráneo como la de los ligures, iberos, judíos, fenicios, árabes, etc.

San Ignacio, por su aspecto físico y por su aspecto moral, era de la raza de los capsienses.


Pío BAROJA, Desde el exilio, Caro Raggio, Madrid, 1999.

martes, 15 de mayo de 2012

SEPÚLVEDA: Los ona perdieron a sus dioses


Curiosa raza la de los onas. Lo poco que se sabe de ellos es que hasta la llegada de los europeos vivían de la caza del guanaco y de la recolección de moluscos en las playas. Con huesos de lobo marino y de ballenas fabricaban anzuelos, puntas de flecha y otras herramientas que luego cambiaban a los yaganes o alacalufes por pequeñas embarcaciones que les permitían cruzar el estrecho. Así vivieron durante siglos, hasta que los europeos empezaron a expulsarlos de sus tierras de cacerías, y junto con ellos a sus dioses, que habitaban en la oscuridad de los bosques. Dicen que los dioses de los onas eran gordos, flojos y pacíficos. Una leyenda cuenta que, cuando los europeos les arrebataron los bosques, construyeron una gran barca, una suerte de arca para salvar a sus dioses, pero como no tenían experiencia de constructores navales y sus divinidades eran gordas, la barca naufragó en medio del estrecho. Así, al comenzar el exterminio de indios, los onas no tenían dioses protectores, y los europeos y los criollos los vieron construir pésimas embarcaciones con pieles y cortezas, intentaron rescatar a sus dioses del fondo de la mar, o tal vez quisieron vivir con ellos en su nueva morada.

Luis SEPÚLVEDA, Mundo del fin del mundo, Tusquets, Barcelona, 1994.

martes, 1 de mayo de 2012

CALVINO: Ersilia


En Ersilia, para establecer las relaciones que rigen la vida de la ciudad, los habitantes tienden hilos entre los ángulos de las casas, blancos o negros o grises o blanquinegros según indiquen relaciones de parentesco, intercambio, autoridad, representación. Cuando los hilos son tantos que ya no se puede pasar entre medio, los habitantes se van: se desmontan las casas; quedan sólo los hilos y los soportes de los hilos.

Desde la ladera de un monte, acampados con sus trastos, los prófugos de Ersilia miran la maraña de los hilos tendidos y los palos que se levantan en la llanura.

Y aquello es todavía la ciudad de Ersilia, y ellos no son nada.

Vuelven a edificar Ersilia en otra parte. Tejen con los hilos una figura similar que quisieran más complicada y al mismo tiempo más regular que la otra. Después la abandonan y se trasladan aún más lejos con sus casas.

Viajando así por el territorio de Ersilia encuentras las ruinas de las ciudades abandonadas, sin los muros que no duran, sin los huesos de los muertos que el viento hace rodar: telarañas de relaciones intrincadas que buscan una forma.

Italo CALVINO, Las ciudades invisibles, Minotauro, Barcelona, 1974.

domingo, 8 de abril de 2012

Los gitanos


Un pueblo proscripto y condenado por la opinión y las leyes al oprobio y a la ignominia; un pueblo expulsado de todas las profesiones liberales; privado desde mucho siglos del derecho de adquirirse propiedad y de disponer de sus bienes movibles bajo las mismas formalidades y seguridad que el pueblo que lo detesta; que sometido a un régimen de leyes especiales y severas sabe obedecer y conservar a un tiempo cierta especie de independencia; que han sufrido la persecución por espacio de algunos siglos; que se le acusa de todos los excesos, de todos los crímenes de la barbarie, de todos los vicios de la civilización; y que a pesar del desprecio que inspira, del rencor que se le profesa, de la prevención con que se le trata y se le juzga, resiste sin embargo a este abatimiento, a este oprobio, a estas leyes y, en fin, a todas las causas que deben desunir, disolver y anonadar a las familias y las naciones: este pueblo, pues, por el mero de haber conservado su existencia, merece la atención del observador, y el examen de las causas que han contribuido a su conservación es un problema cuya solución es digna de la Historia.

J.M., Historia de los gitanos, Imprenta de Antonio Bergnes, Barcelona, 1832.

jueves, 5 de abril de 2012

BARLEY: Una oportunidad de investigar


La posición sexual del investigador de campo ha sufrido una revisión radical en consonancia con las transformaciones de las costumbres sexuales de Occidente. Mientras que en la era colonial no estaba bien visto tener a miembros de otras razas —lo mismo que de otra clase social o religión— como pareja sexual, hoy día los límites son mucho menos estrictos. Resulta sorprendente el número de mujeres solas que en otro tiempo podían moverse libremente entre los salvajes, en gran medida debido a que tampoco ellas figuraban en el mapa sexual de los nativos. En la actualidad, no obstante, las cosas han cambiado bastante, y la mujer solitaria puede decirse que se ve obligada a tener relaciones sexuales con la gente objeto de estudio, como parte del nuevo concepto de aceptación. Cualquier mujer no acompañada que regresa sin experiencias tiende a suscitar comentarios de sorpresa y casi de reproche entre sus compañeros. Ha desaprovechado una oportunidad de investigar.

Nigel BARLEY, El antropólogo inocente, Anagrama, Barcelona, 1989.

miércoles, 4 de abril de 2012

BARLEY: El sistema escolar de Camerún


Las escuelas disponen de un increíble aparato burocrático para determinar qué alumnos deben ser expulsados, cuáles pasados al curso siguiente y cuáles obligados a repetir. La cantidad de tiempo invertido en el abstruso cálculo de promedios mediante fórmulas secretas es cuando menos igual al pasado en las aulas. Después de todo esto, el director puede añadir dos puntos más a todo el mundo si las notas le parecen demasiado bajas, o bien aceptar sobornos de un padre para cambiar la calificación de su hijo. También es posible que el gobierno decida que no necesita tantos estudiantes e invalide sus propios exámenes. En ocasiones todo se convierte en una mala farsa. Resulta imposible no sonreír al ver cómo unos gendarmes armados con ametralladoras custodian las preguntas sabiendo que el sobre que las contiene ha sido abierto por un hombre que se las vendió al mejor postor varios días antes.

Nigel BARLEY, El antropólogo inocente, Anagrama, Barcelona, 1989.

domingo, 1 de abril de 2012

BARLEY: Huevos en el país dowayo

Normalmente los dowayos no comen huevos; la idea les resulta algo repulsiva. “¿No sabe de dónde vienen?”, preguntaban. Los huevos no eran para comerlos sino para criar pollos. Así pues, muy amablemente, me traían huevos que habían tenido al sol durante un par de semanas a fin de que satisficiera con ellos mi enfermizo deseo. Comprobar si flotaban no siempre bastaba para identificar los que estaban malos; una vez han rebasado un determinado estado de putrefacción, empiezan a hundirse en el agua igual que los frescos. Mi esperanza de comerme un huevo se vio muchas veces truncada tras ir cascando uno tras otro y oliendo el denso hedor que despedía su interior azul verdoso.

Frente a la imposibilidad de comer productos de la tierra, decidí criar mis propias gallinas. Tampoco este intento tuvo éxito. Algunas las compré y otras me las dieron. Las gallinas dowayas son en general unos animalitos endebles; comérselos es como comerse una reproducción en plástico de un Tiger Moth. No obstante, respondieron a mi tratamiento. Las alimenté con arroz y gachas de avena, cosa que los dowayos, que no les daban nunca de comer, consideraron una enorme extravagancia. Un día empezaron a poner. Yo ya fantaseaba con poder tomar un huevo diario. Mientras estaba sentado en mi choza regocijándome por el festín que me iba a dar, apareció mi ayudante en la puerta con una expresión de orgullo en el rostro: “Patrón -exclamó-, acabo de darme cuenta de que las gallinas estaban poniendo huevos, así que las he matado antes de que perdieran toda la fuerza".

Nigel BARLEY, El antropólogo inocente, Anagrama, Barcelona, 1989.

jueves, 29 de marzo de 2012

BARLEY: Fernando Poo y los bubis


Me hablaron de los bubis de Fernando Poo. Para quienes no han tenido nunca contacto con Fernando Poo, diré que se trata de una isla situada frente a la costa occidental de África; antigua colonia española, forma hoy parte de Guinea Ecuatorial. Empecé a husmear en la bibliografía. Todos los autores mostraban la misma actitud desfavorable respecto de Fernando Poo y los bubis. Los británicos lo despreciaban por ser un lugar “donde es muy probable que a media tarde uno se encuentre a un desaliñado funcionario español todavía en pijama”, y se extendían nostálgicamente en consideraciones sobre el tórrido y fétido ambiente y las numerosas enfermedades a las que ofrecía refugio. Los exploradores alemanes del siglo XIX menospreciaban a los indígenas por degenerados. Mary Kingsley decía de la isla que ofrecía las mismas posibilidades que un montón de carbón. Richard Burton, por lo visto, había dejado pasmado a todo el mundo vendo allí y volviendo vivo. En resumen, una perspectiva deprimente. Por suerte para mí, o eso creí yo entonces, el dictador local inició una política de matanzas de la oposición, utilizando e! término en sentido amplio. Ya no podía ir a Fernando Poo.

Nigel BARLEY, El antropólogo inocente, Anagrama, Barcelona, 1989.

sábado, 24 de marzo de 2012

VOLTAIRE: Nueva Zelanda


Recibimos la noticia del descubrimiento de Nueva Zelanda. Es un país inmenso, inculto, espantoso, poblado por unos cuantos antropófagos que, salvo por esta costumbre de comerse a los hombres, no son peores que nosotros.

VOLTAIRE, Sarcasmos y agudezas, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.

martes, 28 de febrero de 2012

LEWIS: Cumple con tu deber de mujer

El señor Pizarro no era mal parecido. Y debía valer algo si era miembro ejecutivo del Sindicato. Podía ayudarme. Si él quería algo de mí yo estaría dispuesta... sobre todo cuando estuviéramos fuera de la ciudad en locación, o cuando ya lo conociera mejor. Acto seguido fui a arreglarme las uñas y a peinarme y saqué mi mejor vestido del empeño donde lo había llevado Roberto cuando necesitó dinero en un apuro. Era mejor ir bien presentada.

Pero no me esperé que este señor me llevara a un motel ese mismo día y que me forzara como lo hizo el señor Montero. ¿Es que de veras tengo el aspecto de mujer fácil? Traté de luchar con él y cuando ya no pude me volví una piedra. Me controlaba en una forma increíble y no respondí... Este fulano estaba desesperado y encajó su rodilla en mí.

—¡Señor Pizarro, por favor, no me trate así!

—¿Y qué quieres? Soy hombre... o qué... ¿quieres que deje de serlo para que después te burles de mí? ¿Quieres que rebaje mi calidad de hombre? Cumple con tu deber de mujer.


Oscar LEWIS, Los hijos de Sánchez, Mortiz, México, 1965.

martes, 21 de febrero de 2012

LEWIS: La libreta

Yo tengo una libreta en que anoto muchas cosas, como hacía mi padre. Anoto las fechas de nacimiento de cada uno de mis hijos, los números de mis billetes de lotería, lo que gasto en los marranos y lo que gano de su venta.

Oscar LEWIS, Los hijos de Sánchez, Mortiz, México, 1965.

jueves, 9 de febrero de 2012

FREUD: El tabú de la sangre


Para explicar este tabú de la virginidad es posible aducir factores de diversa índole. En la desfloración de la muchacha por regla general se derrama sangre; por eso el primer intento de explicación invoca el horror de los primitivos a la sangre, pues la consideran el asiento de la vida. Múltiples preceptos, que nada tienen que ver con la sexualidad, demuestran la existencia de este tabú de la sangre; es evidente que mantiene estrecha relación con la prohibición de matar y constituye una defensa erigida contra la originaria sed de sangre del hombre primordial, su placer de matar. Esta concepción articula el tabú de la virginidad con el tabú de la menstruación, observado casi sin excepciones. El primitivo no puede mantener exento de representaciones sádicas el enigmático fenómeno del flujo mensual catamenial. Interpreta la menstruación, sobre todo a la primera, como la mordedura de un animal mitológico, acaso como signo de comercio sexual con ese espíritu. Alguno de los informes permite discernir en este espíritu el de un antepasado, y así comprendemos, apuntalándonos en otras intelecciones, que la muchacha menstruante sea tabú como propiedad de ese espíritu ancestral.

Sigmund FREUD, Contribuciones a la psicología del amor, Esplandián Editores, Madrid, 2001.

viernes, 3 de febrero de 2012

MERTENS: Un pueblo indígena busca el aislamiento


El explorador español Diego Cortijo logró fotografiar, el pasado 16 de noviembre, a un grupo de la comunidad indígena aislada mashco-piro. “Fue pura casualidad”. Cortijo, de 27 años, dirigía una expedición arqueológica en la selva peruana de la Sociedad Geográfica Española. De camino a unos yacimientos, el equipo decidió pasar la noche en la cabaña de Nicolás Flores, Shaco, en la región de Manú, al sureste del país. Este indio matsigenka llevaba varios años en contacto con la comunidad nómada.

A la mañana siguiente, “Shaco oyó un ruido. Lo estaban llamando. Nos acercamos al río Madre de Dios y, en la orilla de enfrente, a unos 100 metros, se encontraba un grupo de mashco-piro”, ha recordado Cortijo. En los “pocos minutos” que los indígenas permanecieron “tranquilamente sentados”, el joven explorador logró hacer varias fotografías. “Shaco nos dijo que querían machetes. Los entendía porque su mujer hablaba piro, una lengua similar a la de los mashcos”, ha explicado. Seis días más tarde, una flecha de los indígenas le causó la muerte a Shaco.

“Parece que hay división entre los mashcos sobre el contacto con el exterior. Puede que por eso hayan matado a Shaco. Pero es imposible saberlo con certeza”, asegura el periodista y escritor Scott Wallace. Este autor de The Unconquered (Los no conquistados) explica que los mashco proceden de la misma zona en la que tuvo lugar, en 1894, la masacre que inspiró la película Fitzcarraldo, de Werner Herzog. El cauchero peruano Carlos Fermín Fitzcarraldo reprimió brutalmente a las comunidades indígenas que se oponían a sus actividades comerciales. Los mashcos, según Wallace, se refugiaron entonces en “zonas alejadas y de difícil acceso”. Este reportero gráfico estadounidense asegura que “es muy probable” que algunos grupos de los “centenares” de mashcos que viven en la zona quieran establecer contacto con otras poblaciones. “Pero tienen miedo. Y con razón”.

Marie MERTENS, Un pueblo indígena de Perú lucha por su aislamiento en la selva.

El País, jueves 2 de febrero de 2012.

domingo, 18 de diciembre de 2011

VALDÉS: Los taínos

Cuando los españoles llegaron a la isla de Cuba se encontraron a unos indios, llamados taínos, que lo único que hacían era fumar, comer de lo que les daba la tierra, que se lo regalaba, porque allí todo nacía sato, caía una semilla de cualquier cosa en el suelo, y ¡zas!, aquello crecía desaforada y afortunadamente hacia todos los rumbos, con sus frutos, flores, y demás; pescar, fumar tabaco, y hacer el amor. Hacer el amor y no la guerra, avant la lettre. Los taínos eran los seres más pacíficos del planeta, y si nos ponemos, también fueron hippies antes que los mismos hippies se enteraran de lo que quería decir todo aquel relajo. Los taínos eran muy del relajo, la fumadera, y el buen vivir. Los perros no ladraban, dicen, aprendieron a ladrar con los perros españoles, o sea, con los canes que llevaron los españoles, que sí hacían mucha bulla con el fin de aterrorizar. Los taínos, no es que fueran cobardes, eran –como ya dije y repito– pacíficos. Seres de amor y de paz. Cuando vieron que no podían enfrentarse a lo que se les venía encima se plegaron a las órdenes. Los más conscientes del problema decidieron lanzarse desde las rocas hacia el mar, y romperse la crisma en el oleaje.

Zoé VALDÉS, De los taínos a los cubanos.

Libertad Digital, 14 de diciembre de 2011.

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domingo, 30 de octubre de 2011

CASTILLA DEL PINO: La función de la mujer

La mujer es reprimida, y asimila más o menos perfectamente su aprendizaje en la represión, para que, desde su función «excelsa» de madre (todo lo más, adornada con alguno de los atributos de «la mujer ideal», con que se nos obsequia anualmente), se torne ella en el ejecutor primario de la represión del establishment.

Carlos CASTILLA DEL PINO, Cuatro ensayos sobre la mujer, Alianza, Madrid, 1989.

miércoles, 26 de octubre de 2011

HERODOTO: Los nasamones

Los nasamones, nación muy numerosa, son los comarcanos de los ausquisas, tirando hacia Poniente. Dejando en verano sus ganados a las costas del mar, suben a un territorio que llaman Augila para recoger la cosecha de los dátiles, pues allí hay muchas, muy grandes palmas y todas fructíferas. Van a caza de langostas, las que muelen después de secas al sol, y mezclando aquella harina con leche se la beben. Es allí costumbre tener cada uno muchas mujeres, haciendo que el uso de ellas sea común a todos, pues del mismo modo que los masagetas, plantando delante de la casa su bastón, están con la que quieren. Acostumbran asimismo que cuando un nasamón se casa la primera vez, todos los convidados a la boda conozcan aquella primera noche a la novia, y que cada uno de los que la conocieren la regale con alguna presea traída de su casa. En su modo de jurar y adivinar, juran por aquellos hombres que pasan entre ellos por los más justos y mejores de todos, y en el acto mismo de jurar tocan sus sepulcros; adivinan yendo a las sepulturas de sus antepasados, donde después de hechas sus deprecaciones se ponen a dormir, y se gobiernan por lo que allí ven entre sueños. En sus contratos y promesas usan de la ceremonia de dar el uno de beber al otro con su mano, y tomando mutuamente de él, y si no tienen a punto cosa que beber, tomando del suelo un poco de polvo lo lamen.

HERODOTO, Los nueve libros de la Historia, Edaf, Madrid, 1989.

sábado, 22 de octubre de 2011

HERODOTO: La costumbre, árbitra y déspota de la vida

En cierta ocasión hizo llamar Darío a unos griegos, sus vasallos, que cerca de sí tenía, y habiendo comparecido luego, les hace esta pregunta: ¿cuánto dinero querían por comerse a sus padres al acabar de morir. Respondiéronle luego que por todo el oro del mundo no lo harían. Llama inmediatamente después a unos indios titulados calatias, entre los cuales es uso común comer el cadáver de sus propios padres: estaban allí presentes los griegos, a quienes un intérprete declaraba lo que se decía: venidos los indios, pregunta Darío cuánto querían por permitir que se quemaran los cadáveres de sus padres; y ellos luego le suplican a gritos que no dijera por los dioses tal blasfemia. ¡Tanta es la prevención a favor del uso y de la costumbre! De suerte, que cuando Píndaro hizo a la costumbre árbitra y déspota de la vida, habló a mi juicio como filósofo más que como poeta.

HERODOTO, Los nueve libros de la Historia, Edaf, Madrid, 1989.

jueves, 12 de mayo de 2011

BENJAMÍN DE TUDELA: Drusos

Sidón es una ciudad grande, y en ella hay unos veinte judíos. Cerca de ella, a unas diez millas, se encuentran unas gentes que están en guerra con los habitantes de Sidón; se llaman drusos y son considerados como paganos herejes: no tienen religión. Viven en las altas montañas y en las cavernas de los peñascos, ni tienen rey ni príncipe que domine sobre ellos, llevando una vida solitaria entre montes y peñones. Hasta el monte Hermón llegan sus términos, camino de tres días. Anegados en lujuria, toman a sus hermanas por mujeres y el padre a la hija, y celebran una fiesta anual a la que acuden todos, hombres y mujeres, a comer y beber juntos, y luego cambian sus mujeres cada uno con la de su prójimo. Dicen ellos que el alma al tiempo de salir del cuerpo de un varón bueno, se une al de un niño, que nace al mismo tiempo que sale el alma del cuerpo de aquel; y si fuese un hombre malo, se une ésta al cuerpo de un perro o de un asno: tal es su camino de torpeza y necedad. No hay judíos entre ellos, y sólo acuden allí algunos tintoreros y artesanos, que permanecen ocupados en sus trabajos y negocios, hasta que vuelven a sus casas. Son amigos de los judíos. Ágiles por las montañas y collados, nadie puede, por tal motivo, guerrear con ellos.

Benjamín de Tudela, Libro de los viajes, De La Luna, Madrid, 2001.

sábado, 23 de abril de 2011

INCA GARCILASO: Vivían como fieras

En los siglos antiguos toda esta región de tierra que ves eran unos grandes montes y breñales, y las gentes en aquellos tiempos vivían como fieras y animales brutos, sin religión, ni policía, sin pueblo ni casa, sin cultivar ni sembrar la tierra, sin vestir ni cubrir sus carnes, porque no sabían labrar algodón ni lana para hacer de vestir. Vivían de dos en dos, y de tres en tres, como acertaban a juntarse en las cuevas y resquicios de peñas y cavernas de la tierra; comían como bestias yerbas del campo y raíces de árboles, y la fruta inculta que ellos daban de suyo, y carne humana. Cubrían sus carnes con hojas y cortezas de árboles, y pieles de animales; otros andaban en cueros. En suma, vivían como venados y salvajinas, y aun en las mujeres se habían como los brutos, porque no supieron tenerlas propias y conocidas,

Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios reales.

domingo, 14 de noviembre de 2010

BARLEY: El gato de McTavish

El gato de McTavish, cuyo nombre no ha quedado registrado en el cuento, recordaba mucho a su dueño. Resultado del cruce de un macho salvaje y una hembra doméstica, era grandote, malvado, voraz y lascivo. Algunos testigos afirman que su pellejo tenía un ligero tinte verdoso.

Puesto que la comida que le proporcionaba su dueño era irregular, al gato de McTavish le dio por matar a las gallinas de los vecinos. Cuando éstos trataban de tenderle una emboscada, él daba grandes rodeos. Si ellos trataban de prepararle celadas, él destrozaba las trampas y continuaba llevándose las gallinas. Al final, McTavish no podía seguir haciendo caso omiso de las protestas y reclamaciones, y prometió librarse del gato. Lloroso, resolvió hacerlo con sus propias manos. La batalla fue larga y enconada; el gato despreciaba el veneno y evitaba con facilidad las saetas de la ballesta de McTavish. Además, se desquitaba atormentándolo con llantos nocturnos. Por fin, una tarde sofocante, McTavish lo arrinconó detrás del depósito de agua. A sabiendas de que había llegado su hora, el gato decidió vender cara su vida. Aunque la lucha fue terrible, el resultado no podía ser más que uno. El gato pereció y McTavish se retiró a lamerse las heridas.

No obstante, un empleado de la compañía de electricidad había observado la batalla. Viendo que el gato estaba muerto, le pidió a McTavish que le permitiera comerse los ojos, pues le habían dicho que ello le proporcionaría clarividencia. McTavish, que no era de los que dejan pasar una nueva experiencia, lo permitió. Una cosa llevó a la otra y se apoderó de él un acceso de utilitarismo. La carne de calidad era escasa. Así pues, guisó el gato con curry y curtió el pellejo. No está claro si los que cenaron allí aquella noche sabían lo que se iban a comer antes de hacerlo. Sin embargo, tan grande fue la furia ante el incesto culinario que varios cayeron enfermos y hubo amistades que rompieron para siempre. Los restos del curry permanecieron ominosamente en el frigorífico durante un mes hasta que McTavish los tiró. Los vecinos explicaron que se los había comido un gato salvaje cuyo pellejo tenía un tono verdoso.

Nigel BARLEY, Una plaga de orugas, Anagrama, Barcelona, 1993.