Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

sábado, 31 de marzo de 2012

SZYMBORSKA: Mensaje en una botella

Cuando sacó las redes, el joven pescador encontró entre los peces que se debatían una botella. Muy contento, regresó a tierra y, después de vender lo poco que había pescado, se dirigió a la taberna del puerto. Allí entregó la botella a un viejo pescador, que hacía años que no salía al mar. Éste la abrió y encontró dentro un papel, y en el papel, estas palabras borrosas: "¡Socorro! ¡Estoy aquí! El océano me arrojó a una isla desierta. Estoy en la orilla y espero ayuda. ¡Dense prisa! ¡ESTOY AQUÍ!"

-No tiene fecha. Seguramente es ya demasiado tarde. La botella pudo haber flotado mucho tiempo -dijo el viejo pescador.

-Y el lugar no está indicado. Ni siquiera se sabe en qué océano se encuentra la isla -apuntó el tabernero.

-Ni demasiado tarde ni demasiado lejos. La isla Aquí está en todos lados -dijo el pescador joven, que soñaba con magníficas aventuras.

Los tres hombres comenzaron a discutir, sin ponerse de acuerdo.

Wisława SZYMBORSKA, Mensaje en una botella.

viernes, 30 de marzo de 2012

PROCOPIO: El origen de la desesperación

Los hombres que son tratados injustamente acostumbran a caer en la desesperación.

Procopio de Cesárea, Historia secreta, Gredos, Madrid, 2000.

JAYAM: El pasado es un cadáver que debes sepultar

Dirige la mirada a tu alrededor: no verás sino desolación y angustia.
Tus mejores amigos han muerto y la tristeza es tu sola compañía.
Mas levanta la cabeza y extiende tus manos: coge todo lo que desees
y puedas conseguir. El pasado es un cadáver que debes sepultar.

Omar JAYAM, Rubaiyat, Esplandián Editores, Madrid, 1998.

PUZO: El delito es bueno para América


No pretendo dar lecciones de moral. Intento, únicamente, buscar el por qué de ciertas cosas. Si la delincuencia es buena para América, ¿qué ocurre? ¿Cómo podemos adaptarnos a una sociedad que permite a los fabricantes de cigarrillos introducir el cáncer en la garganta de cien millones de americanos? ¿Cómo podemos adaptarnos a una sociedad que posee los medios para fabricar máquinas purificadoras de la sangre que salvarían la vida de millares de enfermos del riñón, pero prefiere gastar su dinero en nuevos bombarderos? ¿Cómo podemos adaptarnos a una sociedad en la que los industriales venden píldoras deformantes, y luego, para proteger su inversión, hacen lo imposible por evitar la intervención del gobierno? ¿Cómo podemos adaptarnos a una sociedad que recluta hombres para hacer la guerra, y permite, al mismo tiempo, que sus hombres de negocios se beneficien del derramamiento de sangre? ¿Cómo podemos adaptarnos a una sociedad cuyo jefe supremo admite haber mentido a sus compatriotas, y al mundo entero, en una acción que pudo haber provocado una guerra atómica? Estas páginas no son una denuncia, no son un tratado de moral. Tales delitos son inevitables. Pero, a medida que la sociedad se va haciendo más criminal, el ciudadano bien adaptado, por definición, debe hacerse más criminal también. Y ahora vamos a dar el paso final. ¿No es deber de todo americano el vivir tan egoísta y deshonestamente como le sea posible? ¿Qué otra cosa puede hacer para que las ruedas de la industria no se detengan? El hombre de negocios perverso y malintencionado, que lucha por los beneficios con la misma ferocidad que emplea un tiburón para capturar a un hombre caído al mar, ¿ha estado haciendo siempre lo más conveniente? ¿Puede ser cierto que lo que es bueno para la General Motors es bueno para América? ¿Es que la carretera que conduce a la vida feliz está pavimentada con mentiras, robos y estafas? En nuestra sociedad, la respuesta debe ser afirmativa. Y es por ello que el delito es bueno para América. Para los discrepantes existe sólo una alternativa. La de que la sociedad, embozada en los ropajes de la ley, enmascarada por la religión, armada con una autoridad nacida en los comienzos de la historia, es, por sí misma, la gran criminal de la humanidad.

Mario PUZO, Los documentos de El Padrino, Grijalbo, Barcelona, 1973.

jueves, 29 de marzo de 2012

BARLEY: Fernando Poo y los bubis


Me hablaron de los bubis de Fernando Poo. Para quienes no han tenido nunca contacto con Fernando Poo, diré que se trata de una isla situada frente a la costa occidental de África; antigua colonia española, forma hoy parte de Guinea Ecuatorial. Empecé a husmear en la bibliografía. Todos los autores mostraban la misma actitud desfavorable respecto de Fernando Poo y los bubis. Los británicos lo despreciaban por ser un lugar “donde es muy probable que a media tarde uno se encuentre a un desaliñado funcionario español todavía en pijama”, y se extendían nostálgicamente en consideraciones sobre el tórrido y fétido ambiente y las numerosas enfermedades a las que ofrecía refugio. Los exploradores alemanes del siglo XIX menospreciaban a los indígenas por degenerados. Mary Kingsley decía de la isla que ofrecía las mismas posibilidades que un montón de carbón. Richard Burton, por lo visto, había dejado pasmado a todo el mundo vendo allí y volviendo vivo. En resumen, una perspectiva deprimente. Por suerte para mí, o eso creí yo entonces, el dictador local inició una política de matanzas de la oposición, utilizando e! término en sentido amplio. Ya no podía ir a Fernando Poo.

Nigel BARLEY, El antropólogo inocente, Anagrama, Barcelona, 1989.

MORAGÓN: Parte de baja

–¿Qué quieres?

Siempre aquella brusquedad.

–Venía a recoger el parte de baja.

–¿A qué nombre?

Le das tu nombre.

Busca en una carpeta de bordes ennegrecidos. Saca una decena de partes de baja y comienza a pasarlos despacio.

–¿Me repites el apellido?

No consigue encontrarlo.

–¿Quién es tu médico?

Se lo dices.

–No ha entregado todavía las bajas –parece pensar–. Pásate a las diez o a las diez y media.

Falta casi una hora. Has salido de casa sin desayunar, de modo que vas a la cafetería del París. En los ochenta había unos recreativos. Observabas a Emilio jugar continuamente al comecocos y a Jaime, enfrentado a decenas de aviones japoneses que disparaban inútiles proyectiles, dirigirse a un desafortunado portaaviones de la Flota Combinada, el Hiryu quizá, y enviarlo a las profundidades del Pacífico.

Ahora, el París se ha convertido en una sala de tragaperras. La antigua agente de Círculo trabajó aquí durante un tiempo. La estrecha camiseta negra del uniforme le aseguraba el éxito entre algunos clientes, que se empeñaban en conseguir algo más de ella. No les presta atención. Un día sorprendiste una conversación con una amiga. Pensaste que había escogido ese trabajo para poder blandirlo en su currículum de escritora de cuentos. Hablaban de argumentos carverianos. A ti ni siquiera se te ha ocurrido preguntarle por qué ha dejado de ser agente de Círculo. Seguro que esperaba, para adquirirlas, las novedades de narrativa española. Tu agente actual, en cambio, está abonado a la biblioteca de Iker Jiménez.

Pides un café con la leche templada y consigues un periódico. Las páginas están arrugadas y manchadas de café. Lo lees como quien lee un texto sagrado. Despacio. Muy despacio.

Raúl MORAGÓN, La batalla de Bailén, Editorial Almotacén, Córdoba, 2009.

miércoles, 28 de marzo de 2012

CHÉJOV: Evitaba conversar

Los habitantes de la ciudad, con sus conversaciones, opiniones sobre la vida y hasta por sus caras lo irritaban. Poco a poco, la experiencia le enseñó que las personas, mientras uno juegue a las cartas o tome un trago con ellas, parecen gente pacífica, bondadosa y hasta inteligente, pero basta con tocar algún tema que no sea de comida, por ejemplo, de política o de ciencia, para que se metan en disquisiciones inútiles y desplieguen una filosofía tan torpe y malvada que a uno lo único que le queda es o echarse a llorar o irse por donde ha venido. Cuando Stártsev intentaba hablar incluso con personas de talante liberal, por ejemplo, de que, gracias a Dios, la humanidad avanza y que con el tiempo ésta prescindirá de los pasaportes y de la pena de muerte, el hombre se le quedaba mirando y preguntaba con desconfianza: "¿O sea que, entonces, todo el mundo podrá romperle la cabeza a quien le parezca?" Y cuando Stártsev decía en un grupo -durante alguna cena o un té- que hacía falta trabajar, que no se podía vivir sin trabajar, entonces todos se lo tomaban como una alusión personal, se enfadaban y se ponían a discutir agresivos. Por lo demás, la gente no hacía nada, decididamente nada, no se interesaba por nada y por mucho que se esforzara uno, no podía ingeniarse un tema de conversación con ella. Así que Stártsev evitaba conversar.

Antón CHÉJOV, Cuentos completos, Esplandián Editores, Madrid, 1995.

HERVÁS: La rata


Esta noche, algo apareció encima de mi cama. Me despertó un dolor inmenso en la mano derecha, algo me estaba mordiendo con saña. Me moví sobresaltado y lo que fuera que me estaba atacando, también se sobresaltó y salió huyendo. Saqué del cajón de la mesita de noche la linterna e iluminé la cama, el suelo, la pared. La rejilla del aire acondicionado se había movido: de allí procedía el bicho.

Cerré la rejilla y traté de asegurarla, aunque sabía que no podría sellarla hasta el amanecer. De vez en cuando se escuchaba un ruido en el interior del piso: uñas rascando el parqué.

Estuve a punto de volver a la cama y meterme bajo las sábanas, pero finalmente prefería dar una vuelta. Nunca había pensado que pudiera tener problemas con las ratas. Si accedía a la despensa, su voracidad le haría acabar con mis reservas de comida, tan celosamente atesoradas, aunque supongo que sus dientes no podrán nada con las latas. En la cocina comprobé las puertas de los muebles: estaban bien cerradas. Estuve a punto de dejar abierta la puerta del balcón, invitarle a escapar por allí, pero acabé dejándola bien cerrada: sólo podía encontrarme por la mañana que había entrado otro bicho.

Me di una vuelta por el piso, pero no escuché nada. Como mi mano sangraba, saqué el botiquín. Me eché mercromina y me puse un esparadrapo. Por alguna razón, la herida comenzó a dolerme de verás. Temí que la rata me hubiera infectado la enfermedad: aquellos dientes habían roído decenas de cadáveres.

Me acosté y me eché la sábana por encima de la cabeza, como si eso pudiera mantenerme a salvo.

Cuando desperté, tuve una premonición terrible. Recorrí todas las habitaciones, miré las puertas de los armarios de la cocina: todo parecía estar en orden. La botella de agua que tengo en la cocina estaba casi vacía, por lo que fui a llenarla a la bañera.

Allí, flotando muerta, hinchada, había una rata.

Francisco HERVÁS, Maldito baile de muertos, Editoral Almotacén, Córdoba, 2012.

LECKIE: Mi último acto bélico


Por última vez, me volví hacia el enemigo.

A unos cien metros, un proyectil estalló delante de mí.

Giré a la derecha.

Otro proyectil estalló delante.

Volví a girar.

Otro proyectil. Otro. Pero más cerca. Cuatro más. Otro, aún más cerca. Me detuve. Un hecho aterrador quedó claro. ¡Me había situado entre la artillería enemiga y su blanco! Estaban buscando algo, quizás el depósito de municiones que tenía detrás, y movían su fuego en esa dirección.

No había ningún refugio. Avanzar era morir. Sólo podía huir de esa muerte que se acercaba saliendo de la zona de blanco antes de que me alcanzaran.

Me di la vuelta y eché a correr.

Corrí con el calor titilando en oleadas desde el coral, con el sudor engrasando mis articulaciones y el miedo que me secaba la boca, con las bombas explotando detrás de mí, cerca, cada vez más cerca, y el aire lleno de las furiosas voces de la metralla que exigían cobrarse mi vida. Corrí con una imagen en la mente del artillero japonés en lo alto de su risco, acercando cuidadosamente cada ráfaga a mi espalda, persiguiéndome por aquel caliente llano en un monstruoso juego del gato y el ratón, alegre de cada estallido de velocidad causado por una explosión más cercana… y luego, cansado del deporte, alzando el cañón y lanzando un proyectil delante de mí.

Una bomba cayó a mi lado, a unos cinco palmos de distancia, pero no explotó o, al menos, no creo que lo hiciera. En momentos así no puedes estar seguro: con el miedo, el tiempo y el espacio son distintos. Pero allí estaba el proyectil, una masa de dos palmos de rojo ardiente que golpeó el coral con un trueno y luego pareció rebotar en el aire para ir a perderse gimiendo en la bahía.

Entonces el artillero japonés alcanzó su objetivo. El depósito de municiones.

La guerra terminó para mí. Estaba destrozado. Inútil, un cascarón seco. La guerra moderna había podido conmigo. Un gigantesco exprimidor de limones me había secado. Conmoción, calor, sed, tensión… todo había podido conmigo.

Robert LECKIE, Mi casco por almohada, Marlow, Barcelona, 2011.

martes, 27 de marzo de 2012

CRICHTON: Sendos Rolex, voluminosos y macizos

Chris pasó el rato tratando de cruzar una mirada con Kate. A la luz de las velas, sus facciones angulosas -que a pleno sol ofrecían un perfil muy acusado, incluso severo- se atenuaban notablemente. De improviso, la encontraba atractiva.

Pero ella no lo miraba. Tenía puesta toda la atención en sus dos amigos, los agentes de bolsa. Típico, pensó Chris. Dijeran lo que dijesen, las mujeres sólo sentían atracción por los hombres con dinero y poder. Incluso tratándose de un par de sujetos vulgares y desquiciados como aquéllos.

Sin darse cuenta, Chris se concentró en sus relojes. Los dos agentes de bolsa lucían sendos Rolex, voluminosos y macizos, con las cadenas muy holgadas, de modo que colgaban de la muñeca y se deslizaban pesadamente arriba y abajo como pulseras de mujer. Era un signo de indiferencia y riqueza, una informal dejadez que inducía a pensar que vivían en vacaciones permanentes. Ese detalle le molestó.

Cuando uno de ellos empezó a juguetear con su reloj, haciéndolo girar en torno a la muñeca, Chris vio colmada su paciencia. De pronto se levantó, pretextó entre dientes que tenía que volver al yacimiento, y se marchó rue Tourny abajo en dirección al aparcamiento situado en la periferia del barrio antiguo.

Michael CRICHTON, Rescate en el tiempo (1999-1357), Plaza y Janés, Barcelona, 2000.

TEULÉ: Para qué sirve un teléfono

Estoy sola contra el mundo, soy una incomprendida, y mi madre es una verdadera nulidad. Me ha confiscado el teléfono móvil simplemente porque he sobrepasado un poco las horas establecidas en el contrato. Y digo yo, ¿para qué sirve un teléfono si no puedes usarlo para llamar cuando quieras? Estoy harta. Si tuviera un contrato de cincuenta horas, no las habría sobrepasado... En realidad, está celosa porque no tiene a nadie a quien llamar, así que se venga con su hija: "¡Bla-bla-bla, bla-bla-bla...! ¿Por qué te pasas horas hablando por teléfono con Nadège? Ve a verla, vive enfrente." O sea, que no tengo derecho a quedarme en mi habitación, ¿es eso?. ¿Por qué tengo que salir? No quiero ver el sol, esa ridícula estrella. El sol no sirve para nada... Mi madre no se da cuenta del tiempo que necesito para vestirme, peinarme y maquillarme antes de salir. ¡No voy a pasarme la vida delante del espejo, pudiendo telefonear!

Jean TEULÉ, La tienda de los suicidas, Zeta Bolsillo, Barcelona, 2007.

SCHLUMPF: Jednoosobowy


Song-ti tu mò khiung-yong ke chûng-kau tî-tú yû mò khiung-yong ke yi-sṳ. Az isten fogalma azon természetfeletti lényt vagy lényeket jelenti. Châque sujet d'la vie dévthait êt' gouvèrné par un dgieu. Ofte oni distingas inter politeismaj religioj, kiuj konas plurajn diojn, kaj la monoteismaj religioj, kiuj akceptas la ekziston de nur unu dio. Uskonnot voidaan jaotella sen mukaan, kuinka montaa jumalaa tai jumalatarta ne palvovat. En la kosmologio de monoteismaj religioj, politeismaj dioj kun siaj diversaj funkcioj iĝas ofte atributoj de la ununura dio, aŭ malplialte situanta supernaturaj estaĵoj kiel anĝeloj aŭ Sanktuloj. On Cristendōme God is gelīefed tō wesenne se wyrhta ǣghwæs. Kuna Mwari mumwechete, musiki wezvese zwakasikwa, wakarurama zvisina magumo, ane hupenyu husingaperi, achizviratidza muhutatu; Mwari Baba, Mwari Mwanakomana, neMweya Mutsvene. Basantsi su la Biblie a puartin validis resons par crodi inte so esistence. Diu hè aspessu cunsideratu cume u creatore di u mondu. Teologii anu datu assai attributi à e cuncezzione di Diu. A più cumuna hè quella di l'onniscienza, di l'onniputenzia, l'onnipresenzia è l'onnibenevulenza, a simplicità divina, è l'esistenza necessaria. Uzskatu, ka dievs radīja pasauli, taču tālākajā pasaules ritējumā neiejaucas, sauc par deismu. Diu, à volte, hè statu descrittu cume incorpurale, è a surgente di ogni obligazione morala. Duw yw an hanow a nerth dres natur yn lies kryjyans. Quessi atributi sò tutti più o menu ammissi da u ghjudaisimu, u cristianisimu è l'islamu. Was ganz was åndas is de Frag, wea oder wia oder wås Gott eigntli is. Glactar leis go bhfuil Sé uilechumhachtach uilefheasach, is é sin, gur féidir Leis súil a choinneáil ar imeachtaí an tsaoil go léir, A rogha cuma a chur orthu agus A rogha cor a chur i do chinniúint. Dius tamien ten sido cumprendido cumo sendo ancorpóreo, un ser cun personalidade debina, la fuonte de to la oubrigaçon moral. Dyus icha Diyus nisqaqa hatun kamaq, tukuy imappas tukuy runappas tukuy pachappas ruraqnin niyta munan. Die naam van God soos geopenbaar in die Bybel. Iñiq runaqa dyusninta icha dyusninkunata yupaychanmi. Postulan que Dios es justo. Multa religii kredas ke Deo kreis la mondo.

Alain SCHLUMPF, El experimento de Babel, Esplandián Editores, Madrid, 2003.

lunes, 26 de marzo de 2012

VAIN: Luther








Luther is a British crime television series. John Luther, the main character, is a Detective Chief Inspector working for the Serious and Serial Crime Unit. The series was filmed in a ruinous and hurtfully unwholesome London.

http://romantic-ruins.blogspot.com

HARFORD: Unos pocos con mucho que ganar


La extraña lógica de la política racional supone la explotación de los muchos por parte de los pocos, porque unos pocos ciudadanos —cada uno con mucho que ganar— lucharán, harán campaña y presionarán mucho más fuerte que millones de ciudadanos con muy poco que perder.

Tim HARFORD, La lógica oculta de la vida, Temas de Hoy, Barcelona, 2008.

domingo, 25 de marzo de 2012

S.T.T.L. Antonio Tabucchi



Procuremos en todo caso esforzarnos por recorrer nuestro camino con paso sereno. Pero sin renunciar a la obstinación de encender nuestra pequeña cerilla para que brille algo de luz aunque sople el viento. Mientras nos queden cerillas.

Antonio TABUCCHI, La gastritis de Platón, Anagrama, Barcelona, 1999.

LICHTENBERG: Mayoría de votos


El bienestar del muchos países se decide por mayoría de votos, pese a que todo el mundo reconoce que hay más gente mala que buena.

Georg Christoph LICHTENBERG, Aforismos, Edhasa, Barcelona, 2006.

GRANDES: Leer a Verne

Muchas veces, las novelas de Verne también eran el pretexto que me consentía empezar a preguntar sobre lo que no sabía, historia, geografía, física, los sextantes, los globos aerostáticos, los submarinos, las rutas de navegación, las proezas de los descubridores, las rutinas de los laboratorios, el origen asombroso, frenético y cambiante de todos aquellos científicos locos y cuerdos a la vez que acertaban al equivocarse, al cometer largas cadenas de errores que les iban aproximando poco a poco, por caminos insospechados, a los grandes hallazgos de sus vidas. Así, aquellos libros me irían llevando hacia otros libros, otros autores a quienes leería con la misma avidez, porque me descubrían mundos distintos pero igual de fascinantes, que terminaba de explorar haciendo preguntas sobre asuntos cuya existencia había ignorado siempre, a una mujer que siempre sabía cómo contestarme.

Almudena GRANDES, El lector de Julio Verne, Tusquets, Barcelona, 2012.

sábado, 24 de marzo de 2012

VOLTAIRE: Nueva Zelanda


Recibimos la noticia del descubrimiento de Nueva Zelanda. Es un país inmenso, inculto, espantoso, poblado por unos cuantos antropófagos que, salvo por esta costumbre de comerse a los hombres, no son peores que nosotros.

VOLTAIRE, Sarcasmos y agudezas, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.

PIGLIA: La teoría del iceberg de Hemingway


Leo en el Diario de Brecht (9-8-1940). “Sobre la concisión del estilo clásico: si en una página omito lo suficiente, estoy reservando para una sola palabra —por ejemplo, la palabra noche, en la frase — el valor equivalente a lo que he dejado afuera en la imaginación del lector”. Idéntica a la teoría del iceberg de Hemingway: solo que en el caso de Brecht se deja afuera lo que el lector conoce y en el caso de Hemingway se deja afuera lo que el lector no conoce.

En París era una fiesta refiriéndose a uno de sus primeros cuentos, escribe Hemingway: “En una historia muy simple llamada Out of Season (Fuera de temporada) omití el verdadero final en que el viejo se ahorcaba. Lo omití basándome en mi teoría de que se puede omitir cualquier cosa si se sabe qué omitir y que la parte omitida refuerza la historia y hace al lector sentir algo más de lo que ha comprendido”.

El cuento de Walsh Esa mujer pertenece a la primera categoría. Todos los lectores —argentinos— saben que la mujer, a la que nunca se nombra, es Eva Perón. En cambio La siesta del martes de García Márquez pertenece a la segunda. No se narra la escena central —con la mujer que va con su hija al cementerio bajo la mirada acusadora del pueblo— y el lector debe imaginarla. En los dos casos lo que se sustrae define la historia.

Ricardo PIGLIA, La marea baja.

El País, sábado 24 de marzo de 2012.


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LICHTENBERG: Un libro que ningún hombre pudiera leer

Quisiera saber quién me impediría escribir un libro que ningún hombre pudiera leer.

Georg Christoph LICHTENBERG, Aforismos, Edhasa, Barcelona, 2006.

LECKIE: Nueva Bretaña


Era la jungla y no los japoneses nuestro adversario. La hinchazón de mis labios y mis ojos simbolizó el misterio y el veneno de aquella isla terrible. Misteriosa… quizá quiero decir que Nueva Bretaña era maligna, oscura y secretamente maligna, malhechora y enemiga de la humanidad, una adversaria en realidad, que disolvía, corroía, envenenaba, helaba, sorbía, empapaba y atacaba a un hombre con sus brumas veloces y su moho verde y sus incesantes aguaceros, poniéndole zancadillas con sus innumerables raíces y enredaderas, envenenándolo con sus insectos verdes y sus bichos malolientes y las traicioneras cortezas de sus árboles, arrancando el sol de sus huesos y la alegría de su corazón, disolviéndolo… La lluvia, el moho, la humedad sorbían firmemente cada célula como manos diminutas que arrancaran los pétalos de una flor, disolviéndolo, digo, en un informe fluido sin mente como el barro donde los pies caían continuamente en un monótono golpeteo de succión que es el sonido de la nada, el sonido de la jungla donde todo se hace pedazos en hueca armonía con la lluvia.

Nada podía enfrentarse con aquello: una carta que llegara de casa tenía que ser leída y releída y memorizada, pues se hacía pedazos en tu bolsillo en menos de una semana; un par de calcetines no duraban mucho más; un paquete de cigarrillos se empapaba y estropeaba a menos que te lo fumaras en el día; las hojas de las navajas se oxidaban y pegaban; los relojes marcaban el momento de su propio deterioro; la lluvia convertía la comida en basura; los lápices se hinchaban y reventaban; las plumas se atascaban y sus puntas se separaban; los cañones de los fusiles se volvían azules de moho y había que llevarlos colgados boca abajo para protegerlos de la lluvia; las balas se quedaban pegadas en los cargadores y los ametralladores tenían que repasar sus cinturones diariamente, extrayendo, engrasando y reinsertando las balas para impedir que se pegaran a las presillas. Y todo era húmedo y estaba empapado y pegajoso al contacto, exudando ese firme olor a humedad de la jungla, ese olor característico de deterioro que se alza de una vegetación tan exuberante, que crece tan velozmente, que parece correr hacia su descomposición desde el momento mismo de su nacimiento.


Robert LECKIE, Mi casco por almohada, Marlow, Barcelona, 2011.

viernes, 23 de marzo de 2012

PUZO: Don Juan de la Décima Avenida

Mi hermano mayor tenía a los dieciséis años un viejo Ford que utilizaba como ayuda en su carrera de Don Juan de la Décima Avenida. Un día, mi madre le pidió que la acompañara al mercado, situado en la confluencia de la Novena Avenida con la calle Cuarenta, a unos cinco minutos en automóvil. Mi hermano, que tenía otros planes, le dijo que tenía que ir al ferrocarril. El trabajo era una excusa aceptable, incluso para ahorrarse asistir a un entierro. Pero una hora después, al salir mi madre a la puerta de casa, vio a mi hermano dentro del coche acompañado de tres muchachas del barrio, dispuestos los cuatro a dar un paseo. Desgraciadamente, sobre la acera había una piedra de buen tamaño. Mi madre dejó en el suelo el bolso de cuero negro que utilizaba para ir a la compra y cogió la piedra con ambas manos. Ante nuestro miedo y asombro, golpeó con fuerza el guardabarros del automóvil, arrancándolo. Luego tomó su bolso y se dirigió a la Novena Avenida, a hacer la compra.

Mario PUZO, Los documentos de El Padrino, Grijalbo, Barcelona, 1973.

HARRIS: No podrás ser mejor


—¿Ahora? —pregunté, con voz temblorosa e insegura.

—Sí —respondió, y se puso encima de mí.

Un instante después descubrió la verdadera dimensión de mi inexperiencia.

—Deberías habérmelo dicho —me reprendió, aunque con mucha amabilidad. Se retuvo con esfuerzo casi palpable.

—¡Oh, por favor, no pares! —supliqué, y creí que me saltaría la cabeza en pedazos, que ocurriría algo drástico si no lo llevaba hasta el final.

—No tengo ninguna intención de pararme —prometió con decisión—. Sookie… esto te va a doler.

En respuesta elevé el cuerpo. Emitió un sonido incoherente, y entró en mí. Contuve el aliento, me mordí el labio. Ay, ay, ay.

—Querida —dijo Bill. Nadie me había llamado nunca eso—, ¿cómo estás?

Vampiro o no, temblaba con el esfuerzo de contenerse.

—De acuerdo —dije sin mucho sentido. Estaba encima del aguijón, y perdería el valor si no seguíamos—. Ahora —dije, mordiéndole con fuerza el hombro.

Él gimió y jadeó, y comenzó a moverse con fervor. Al principio estuve aturdida, pero comencé a pillarle el truco y colaborar. Él encontró mi reacción muy excitante, y empecé a sentir que nos esperaba algo a la vuelta de la esquina, por así decirlo, algo fuerte y placentero. Dije:

— ¡Oh, por favor, Bill, por favor! —y le clavé las uñas en las caderas, casi ahí, casi ahí, y entonces un pequeño cambio de postura le permitió apretarse incluso más profundamente contra mí, y antes de poder controlarme estaba volando, volando, blanca con rayas doradas. Sentí que Bill apretaba sus dientes contra mi cuello, y dije: "¡Sí!". Noté que sus colmillos me perforaban, pero fue un dolor mínimo, un dolor excitante, y mientras se corría en mi interior le sentí lamer la pequeña herida.

Yacimos sobre la cama un largo tiempo, temblando de vez en cuando con pequeñas réplicas. Nunca olvidaré su sabor y su olor mientras viva, nunca olvidaré la sensación de tenerlo dentro aquella primera vez, mi primera vez, no olvidaré nunca el placer. Al fin Bill se movió para situarse a mi lado, apoyado sobre un codo, y me puso la mano sobre el estómago.

—Soy el primero.

—Sí.

—Oh, Sookie. —Se inclinó para besarme, sus labios recorrieron la línea de mi garganta.

—Desde luego yo no tengo con qué comparar —dije con timidez—, pero ¿ha estado bien para ti? Quiero decir, ¿al menos a la altura de otras mujeres? Mejoraré.

—Podrás coger más experiencia, Sookie, pero no podrás ser mejor—me besó en la mejilla—. Eres maravillosa.

Charlaine HARRIS, Muerto hasta el anochecer, La Factoría de Ideas, Madrid, 2004.

jueves, 22 de marzo de 2012

VOLTAIRE: Mujeres

Un hombre tiene siempre razón cuando admite que se equivoca frente a una mujer.

VOLTAIRE, Sarcasmos y agudezas, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.

LECKIE: Moral

Después de Molly y Sheila, se acabaron los sentimientos. Sólo era caza. ¿Cómo se hace? Cómo lo voy a saber. No soy ningún Casanova, ni esto es un manual amoroso.

La caza es fría, sí; calculadora, por supuesto; un hombre no debe arriesgarse a comprometerse cuando satisface la lujuria. Nunca debe ser romántico. Debe dejar el amor romántico a los poetas no correspondidos que lo inventaron.

En ocasiones la caza terminaba en situaciones extrañas. Como aquella camarera de moral estricta…

—Vosotros, yanquis —jadeaba—, no tenéis moral.

—¿Cómo es eso?

—Ah —decía, mordaz—, sólo hay que echar un vistazo a Hollywood. Basta con leer las noticias de esas estrellas… salen unos con otros, se casan cuatro o cinco veces. Los echarían de Australia. ¡A nosotros aún nos queda algo de moral! —se cubría con la sábana hasta la barbilla—. Vosotros no, yanquis… ¡Todo lo que queréis de una chica es acostaros con ella!

Sólo un necio o alguien que ya no estuviera interesado en la caza le habría señalado la incoherencia de su discurso.

Esa misma noche, de regreso, mis pasos se cruzaron con los de otro marine, más joven que yo, que gruñía mientras trataba de limpiarse las manchas de carmín del cuello de su camisa.

—El problema de estas chicas australianas —se quejaba— es que no tienen moral. Son demasiado fáciles. A ver si hay alguna chica estadounidense que se entregue como lo hacen ellas. No, señor, ni hablar… Ellas todavía tienen moral.

Los descendientes de los fariseos son legión. "Oh, Dios, te doy las gracias por no ser como el resto de los hombres… adúlteros, como también es este australiano y este americano y este…"

Robert LECKIE, Mi casco por almohada, Marlow, Barcelona, 2011.

miércoles, 21 de marzo de 2012

PUZO: Sé que no tardaré en volver a intentarlo

Hoy he recibido una carta del editor rechazando el libro. Me expresa su simpatía, pero no puede aceptarlo... Humillante... el saber que la gente siente compasión de uno... He vaciado los cajones de mi mesa y he colocado todas mis notas en una maleta. Y ahora, a ganarme la vida. Mi resentimiento es tan grande que no me atrevo a expresarlo. Sé que el culpable del fracaso soy yo mismo, pero esto no hace variar mis sentimientos. No quiero escribir, pero sé que no tardaré en volver a intentarlo. Pero no creo que ya nunca pueda volver a sentir amistad por persona alguna. Por bien que me vayan las cosas en el futuro. Y sé que ya no podré volver a tener una buena opinión de mi propia persona..

Mario PUZO, Los documentos de El Padrino, Grijalbo, Barcelona, 1973.

LICHTENBERG: El mundo para él


Una muchacha, ciento cincuenta libros, unos cuantos amigos y una perspectiva de aproximadamente una milla alemana de diámetro: aquello era el mundo para él.

Georg Christoph LICHTENBERG, Aforismos, Edhasa, Barcelona, 2006.

JENOFONTE: Sócrates

Por mi parte, cuando pienso en la sabiduría y nobleza de espíritu de aquel hombre, ni puedo dejar de recordarlo ni, al acordarme de él, puedo dejar de elogiarle. Si alguno de los que aspiran a la virtud tuvo trato alguna vez con alguien más beneficioso que Sócrates, considero que tal hombre debe ser tenido por muy feliz.

JENOFONTE, Apología de Sócrates, Gredos, Madrid, 1993.

martes, 20 de marzo de 2012

VOLTAIRE: Imán

La mayoría de los hombres son como la piedra de imán: tienen un lado que repele y otro que atrae.

VOLTAIRE, Sarcasmos y agudezas, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.

LECKIE: El infierno


Un hombre dice del estallido de la batalla: "Se desencadenó el infierno". La primera vez que lo dice, así es y resulta maravillosamente descriptivo. La enésima vez que lo dice, esas palabras se han gastado tanto que ya no tienen sentido: ha pasado como con todas las buenas frases, se ha convertido en un tópico.

Pero a los cinco minutos de esa primera ráfaga de ametralladora, de la aparición de aquella primera bengala enemiga que inundó el campo de batalla de una extraña luz verdosa y que al morir acentuó el manto envolvente de la noche, a los cinco minutos de todo aquello, se desencadenó el infierno. Todo el mundo disparaba, cada arma se elevaba con una voz resonante, pero no había ninguna orquestación, ninguna hermosa sinfonía macabra, como escriben los decadentes observadores que se quedan en retaguardia. Sólo había cacofonía, sólo había disonancia, sólo había salvajismo, ausencia de ritmo, pérdida de límites, pues cada uno dispara a lo que elige, cuando elige, donde elige. Sólo había explosiones, sonidos, alaridos, gemidos, siseos, estrépitos, temblores, sollozos. Aquello era el infierno.

Robert LECKIE, Mi casco por almohada, Marlow, Barcelona, 2011.

lunes, 19 de marzo de 2012

GRANDES: El maestro

El hijo de Pesetilla sólo había ido a la escuela durante unos años, de pequeño, pero después había empezado a asistir por las tardes a las clases gratuitas que el maestro de antes de la guerra daba en la Casa del Pueblo, hasta que los dos comprendieron a la vez que así no hacía más que perder el tiempo. Desde entonces estudiaba por su cuenta. El maestro le daba libros, hablaba con él, resolvía sus dudas, le ponía a prueba, y todos los años, en junio, le acompañaba a Jaén, donde su alumno se examinaba por libre en el instituto y aprobaba siempre con buena nota. Hasta que se acabó todo, al maestro lo fusilaron en el cementerio de Martos, como a los demás.

Almudena GRANDES, El lector de Julio Verne, Tusquets, Barcelona, 2012.

PUZO: Por qué los escritores se convierten en escritores

Incidentes como el relatado hacen que el sitio en el que el escritor se encuentra más a gusto sea su cuarto de trabajo. Que nadie lo dude, los escritores se convierten en escritores para evitar las frustraciones y las humillaciones del mundo y de la gente.

Mario PUZO, Los documentos de El Padrino, Grijalbo, Barcelona, 1973.

BARKER: Anna L. January, interested in temperance

Osawatomie claims Anna L. January, the author of "Historic Souvenir of Osawatomie, Kansas," "John Brown Battle Grounds," "Calvin Monument," and "Lookout and Park;" also, numerous poems.

Mrs. January is a native of Wilmington, Ohio, coming to Kansas in 1898. She taught school three years and in 1901 married D. A. January of Osawatomie. They have one child, a son of four years. An active worker in the Congress of Mothers and interested in temperance and suffrage work, Mrs. January still finds time to write many short poems.

Nettie Garmer BARKER, Kansas Women in Literature.

domingo, 18 de marzo de 2012

MOTOS: La segunda idea

Cuando me reúno con los guionistas, les digo que desechen siempre la primera idea: es la idea que se le ocurre a todo el mundo. Hay que buscar una segunda idea y trabajar con ella.

Pablo MOTOS, No somos nadie, Punto de Lectura, Madrid, 2007.

PUZO: El grifo que no echa agua

Durante la Segunda Guerra Mundial estuve agregado al ejército británico, y en una ocasión nos encontramos con elementos del ejército soviético en una ciudad del norte de Alemania. Todo parecía indicar que aquella división rusa, formada por hombres de alguna remota provincia asiática, desconocía la existencia de las cañerías de conducción de agua. La vista del agua manando de un grifo les fascinaba. Un ruso cuya cabeza estaba cubierta por un gorro de piel arrancó el grifo y lo clavó en uno de los postes de una cerca. Quedó asombrado al comprobar que no salía agua. Había imaginado que el agua estaba almacenada, o algo sí, en el grifo. Desconocía de un modo absoluto el concepto de las cañerías. Es posible que la cosa haga reír, pero considero que aquel ruso no era estúpido, sino sólo inocente.

Cuando un director, una estrella o un productor toman la pluma, pienso que sucede lo mismo. (Hay excepciones, naturalmente.) Creen que las palabras salen de la pluma. Y, como en el caso del soldado ruso, no es estupidez. Inocencia, simplemente. Desconocen el arte de la novelística.

Mario PUZO, Los documentos de El Padrino, Grijalbo, Barcelona, 1973.

IZAGUIRRE: La maleta de la jueza Mercedes


La jueza Mercedes Alaya es presencia diaria en los medios por ser la instructora del caso de los ERE irregulares de Andalucía. Mantiene su pelo oscuro, sin experimentos juveniles, y con un aspecto que conjuga impecable con implacable. La jueza Merdeces casi siempre presenta el mismo bolso y el mismo trolley presuntamente cargado de los papeles del caso. El bolso es de tamaño normal, color albero, y consigue pasar sin pena ni gloria. La maleta, en cambio, parece más propia de una diva. E incrementa la vergüenza socialista ante su caso de supuesta corrupción administrativa gracias a su tamaño. La jueza la exhibe como si fuera un nuevo mazo justiciero.

Boris IZAGUIRRE, ¡Ay, si los bolsos hablaran!

El País, sábado 17 de marzo de 2012.

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LICHTENBERG: El hombre, un pasatiempo

Apenas considero posible demostrar algún día que somos obra de un Ser Supremo y no más bien que uno muy imperfecto nos construyó para pasar el tiempo.

Georg Christoph LICHTENBERG, Aforismos, Edhasa, Barcelona, 2006.

VOLTAIRE: El sitio de Haarlem


Los españoles, en el asedio de Haarlem, arrojaron a la ciudad la cabeza de uno de los prisioneros. Los habitantes les tiraron once cabezas de españoles, con esta inscripción: Diez cabezas por el pago del diezmo y la número once por intereses. Cuando Haarlem se rindió sin condiciones, los vencedores hicieron ahorcar a todos los magistrados, a todos los pastores protestantes y a más de mil quinientos ciudadanos: esto es tratar a los Países Bajos como habían tratado al Nuevo Mundo. La pluma se le cae a uno de las manos cuando vemos cómo los hombres las gastan con los hombres.

VOLTAIRE, Sarcasmos y agudezas, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.

CHAMFORT: Calumnia

Cuando el arzobispo de Lyon, Montazet, fue a tomar posesión de su sede, una anciana canonesa de..., hermana del cardenal de Tencin, le felicitó por sus éxitos con las mujeres y, entre otros, por el hijo que había tenido con Mme. de Mazarin. El prelado todo lo negó, agregando:

–Madame, sabéis que la calumnia ni siquiera a vos os ha respetado; mi historia con Mme. de Mazarin no es más cierta que la que se os atribuye con el cardenal.

–En tal caso –contestó la canocesa tranquilamente–, el niño será vuestro.

CHAMFORT, Máximas, pensamientos, caracteres y anécdotas, Península, Barcelona, 1999.

sábado, 17 de marzo de 2012

PUZO: Caja herméticamente cerrada

¿Por qué me metí en aquella caja herméticamente cerrada, constituida por la familia, el deber y un trabajo fijo?

Mario PUZO, Los documentos de El Padrino, Grijalbo, Barcelona, 1973.

KING: No habían buscado nada de todo aquello


McCone apareció de pronto en el compartimento de primera clase, con una pistola en la mano. Al ver a Richards, se plantó ante él. Ambos dispararon al mismo tiempo.

El cazador desapareció tras la cortina que separaba primera y segunda clase. Richards cayó sentado al suelo. Se sentía muy cansado, y tenía un gran agujero en el vientre, por el cual se veían los intestinos.

McCone volvió a aparecer en el compartimento, tambaleándose. En la boca lucía una sonrisa. Parecía que le faltaba media cabeza, arrancada del resto por el disparo, pero aun así sonreía. Disparó dos veces. La primera bala se incrustó en la pared por encima de la cabeza de Richards. La segunda fue a dar justo bajo la clavícula de éste.

Richards volvió a disparar. McCone dio un par de pasos tambaleándose, como si estuviera ebrio. La pistola se le escurrió de entre los dedos y de pronto pareció que el tipo se ponía a observar el compacto techo de polietileno blanco del compartimento de primera clase, comparándolo quizá con el de segunda. Por fin, cayó al suelo. El olor a pólvora y a carne quemada era penetrante y vivo, tan característico como el aroma a manzana de las prensas para sidra.

Richards se puso en pie muy lentamente, con una mano sobre el vientre para que no se le salieran los intestinos. Atravesó la segunda clase. Ahora iba mejor, la succión no era tan intensa. Pasó sobre el cuerpo tendido de McCone y cruzó el compartimento de primera. La sangre le salía profusamente de la boca.

Se detuvo a la entrada de la zona de cocina e intentó recogerse los intestinos. Sabía que a éstos no les gustaba nada estar allí fuera. No les gustaba en absoluto. Estaban ensuciándose. Deseó llorar por sus pobres y frágiles intestinos, que no habían buscado nada de todo aquello.

No consiguió recogérselos del todo. Estaban enredados y no había modo.


Stephen KING, El fugitivo, Círculo de Lectores, Barcelona, 1986.

viernes, 16 de marzo de 2012

LICHTENBERG: Corrección estilística


Hume copió tres veces su Historia de Inglaterra antes de enviarla a la imprenta. Se lo confesó a un célebre marqués, que todavía vive, cuando éste le felicitó por la extremada corrección estilística que impera en la obra. Es lo que hay que hacer. Sin esta precaución, ¿cabe esperar acaso que, a menos en lo que a redacción se refiere, haya algo que conduzca a la inmortalidad? Buffon también lo hacía.

Georg Christoph LICHTENBERG, Aforismos, Edhasa, Barcelona, 2006.

CHAMFORT: Qué pueden hacer por mí

¿Qué pueden hacer por mí –decía M...–, los grandes y los príncipes? ¿Pueden devolverme mi juventud o prohibirme mi pensamiento, cuyo ejercicio de todo me consuela?

CHAMFORT, Máximas, pensamientos, caracteres y anécdotas, Península, Barcelona, 1999.

LECKIE: La palabra obscena

Siempre aparecía la palabra obscena. Siempre aquel feo sonido que los hombres de uniforme han convertido en la única base lingüística. Servía de asidero, de guión, de hipérbole, fuera verbo, nombre, modificador, sí, incluso conjunción. Describía la comida, la fatiga, la metafísica. Valía para todo y no significaba nada; siendo una palabra insultante, no se usaba nunca como insulto; siendo burdamente descriptiva del acto sexual, nunca se usaba para describirlo; siendo vil, describía lo mejor; siendo fea, modificaba la belleza; era el nombre y la nomenclatura de la voz del vacío, pero la pronunciaban los capellanes y los capitanes, los suboficiales y el cuerpo médico. Hasta que, finalmente, sólo podías deducir que si alguien que no conociera el idioma oyera nuestras conversaciones, demostraría, como si fuera una tesis, que por el grado e incidencia numérica, esta palabrita debía de ser aquello por lo que luchábamos.

Robert LECKIE, Mi casco por almohada, Marlow, Barcelona, 2011.

CHAMFORT: Los economistas

Los economistas son unos clínicos que poseen un excelente escalpelo y un bisturí mellado, operando de maravilla sobre el muerto y martirizando al vivo.

CHAMFORT, Máximas, pensamientos, caracteres y anécdotas, Península, Barcelona, 1999.

jueves, 15 de marzo de 2012

HERVÁS: El traidor



Al otro lado del campo, surgió un numeroso grupo de celtas que, apresurados, se dirigían hacia él. Se echó al suelo, pues entre ellos había entrevisto a uno de los mercenarios de su padre. ¿De modo que ese había sido el traidor? El joven musitó una maldición en idioma púnico. Quizá, si hubiera tenido un arma, se habría abalanzado sobre él. Pero no tenía ni un simple cuchillo.

Los celtas se detuvieron a unos pasos de él, peligrosamente cerca: los perros parecían haberle husmeado. Alguien llegó a caballo.

-¿Qué les pasa a los perros? ¡Que se estén quietos!

Aquellas palabras dichas en griego sorprendieron al joven.

-¿Qué es lo que buscan esos cerdos celtas? ¡Vámonos! Diles que se den prisa.

-Están buscando una piedra –dijo una vacilante voz con acento celta- La llevaba su jefe.

-¿Una piedra? No me importa. Tenemos que partir. No podemos perder aquí ni un instante más.

LÓPEZ PRIEGO: Ratas como gatos



Disfrutaba de un rato de ocio vespertino con su niña de tres años, cuando, de repente, tuvo que coger a la pequeña y salió corriendo. Tres ratas tan grandes como gatos, saltando de árbol en árbol en la Plaza de la Audiencia, le obligaron a ello. “Eran espectaculares”, comentó este vecino. “Es vergonzoso. Parece que estamos en las Tres Mil Viviendas. ¡Y si fuera que no pagamos impuestos!”.

Nuria LÓPEZ PRIEGO, Ratas como gatos merodean por las plazoletas del casco antiguo.

Diario Jaén, jueves 15 de marzo de 2012.

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KING: El placer de servir


Richards disponía de tres libros de los que no había oído hablar jamás; dos de ellos eran dos clásicos titulados Dios es inglés y No como un extraño, y el tercero era un enorme tomo escrito tres años antes y titulado El placer de servir. Richards hojeó este último y arrugó la nariz. Un chico pobre progresa en la General Atomics. Asciende de limpia-motores a vendedor de ropa. Acude a clases nocturnas (¿con qué?, se preguntó Richards. ¿Con fichas de Monopoly?). Se enamora de una bella muchacha (al parecer, la sífilis todavía no le ha hecho caer la nariz a pedazos) en una orgía en el bloque. Tras presentar unas calificaciones asombrosas, es promocionado a técnico auxiliar. Después, un contrato matrimonial por tres años y...

Richards lanzó el libro a un rincón. Dios es inglés era un poco mejor. Se sirvió un bourbon con hielo y se dispuso a leer.

Cuando oyó la discreta llamada, estaba en la página trescientas y muy enfrascado en la trama. Una de las botellas estaba vacía, y acudió a abrir la puerta con la otra en la mano. Había vuelto el vigilante.

Stephen KING, El fugitivo, Círculo de Lectores, Barcelona, 1986.

miércoles, 14 de marzo de 2012

VERNE: En una isla desierta

Un día yo estaba solo en una yola mala, sin quilla. A diez leguas río abajo de Chantenay cede una borda y se declara una línea de agua. ¡Imposible cegarla! ¡Voy a naufragar! La yola se va a pique y apenas tengo tiempo de lanzarme a un islote de altos y espesos cañaverales con penachos curvados por el viento.

De todos los libros de mi infancia, el Robinson suizo era al que yo tenía más cariño, más que a Robinson Crusoe. Sé que la obra de Daniel de Foe tiene más alcance filosófico. Es el hombre librado a sí mismo, el hombre solo ¡el hombre que halla un día la marca de un pie desnudo en la arena! Pero la obra de Wyss, llena de acontecimientos e incidentes, es más interesante para las cabezas jóvenes. Es la familia, el padre, la madre, los hijos y sus diversas aptitudes. ¡Cuántos años pasé en su isla! ¡Cómo envidié su suerte! De modo que nadie se sorprenderá de que yo haya sentido el impulso irresistible de poner en escena en La isla misteriosa a los Robinsones de la Ciencia, y en Dos años de vacaciones a un pensionado completo de Robinsones.

Mientras tanto, en mi islote no estaban los héroes de Wyss. En mí se encarnaba el héroe de Daniel Defoe. Ya soñaba con construir una cabaña de leños, con fabricar una línea con una caña y procurarme fuego, como los salvajes, frotando dos pedazos de madera seca. ¿Señales...? ¡No, porque las verían muy pronto y me salvarían antes de lo que quería! Antes que nada, tenía que calmarme el hambre. ¿Cómo? Mis provisiones se habían hundido en el naufragio. ¿Cazar algún ave...? ¡No tenía perro ni fusil! ¿Entonces, mariscos? ... ¡No había! Por fin conocía las angustias del abandono, los horrores de la indigencia en una isla desierta, como los habían conocido los Selkirks y personajes de los naufragios célebres que no fueron Robinsones imaginarios! ¡Mi estómago clamaba...!

La cosa no duró sino unas horas, y una vez que bajó la marea sólo tuve que cruzar con el agua en los tobillos para llegar a lo que yo llamaba el continente, es decir, el margen derecho del Loira. Y volví tranquilamente a casa, donde me debí contentar con una cena familiar en vez de la comida a la Crusoe con que había soñado, ¡mariscos crudos, un trozo de pecarí y pan hecho con harina de mandioca!

Así fue aquella navegación tan movida, con viento en contra, vía de agua, barco desmantelado, ¡todo lo que podía desear un náufrago de mi edad!

Julio VERNE, Escritos dispersos, Esplandián Editores, Madrid, 1999.

martes, 13 de marzo de 2012

BARKER: Mrs. Emma Tanner Wood

Mrs. Emma Tanner Wood, a Topeka woman, began newspaper work in 1872. The result of those early years' work was "Spring Showers," a volume of prose. After thirty years of study and experience among the defectives, she wrote "Too Fit For The Unfit," advocating surgery for the feeble-minded. The story of Mrs. Benton, one of the characters, led Mrs. Wood to introduce a law preventing children being sent to the poor house. This was the first law purely in the interest of children ever passed in Kansas. Later, a law preventing traveling hypnotists from using school children as subjects in public exhibitions was drawn up by Mrs. Wood and passed.

Several years ago, a book on hypnotism, far in advance of the public thought, was written and is to be published this year.

Mrs. Wood is seventy years young and as she says: "finds age the very sweetest part of life. It is no small satisfaction to laugh at the follies of others and know that you are past committing them. It is equally delightful to be responsible only to one's self and order one's life as one chooses. Every day is a holy day to me now and the sweetness of common things, grass, flowers, neighborly love, grand-children, and home comforts fill me with satisfaction. To think kindly of all things under the sun (but sin); to speak kindly to all; to do little kindly acts is a greater good to the world at large than we think while we are in the heat of battle."

Nettie Garmer BARKER, Kansas Women in Literature.

CHAMFORT: Me hubierais conseguido

M. de Barbançon, que había sido guapo, poseía un bonito jardín que la duquesa de La Valllière fue a conocer. El propietario, muy viejo y gotoso ya, le dijo que había estado enamorado de ella con locura. La dama le contestó: "Dios mío, ¿por qué no me hablasteis? Me hubierais conseguido, como todos los demás".

CHAMFORT, Máximas, pensamientos, caracteres y anécdotas, Península, Barcelona, 1999.

lunes, 12 de marzo de 2012

RODRÍGUEZ JIMÉNEZ: La ballena blanca


–Sí, como otras ballenas –le dijo el viejo rorcual.

La enorme mole blanca le escuchó en silencio. Estuvo reflexionando durante unos instantes. Después, se giró para que el otro cetáceo pudiera contemplarle el lomo, cubierto de cicatrices, del que sobresalían algunos arpones.

–Han tenido oportunidad de matarme –susurró inseguro. Hacía años que no hablaba con otro cetáceo y casi se le había olvidado hablar–. Me han perseguido por todos los océanos. Sobre todo ese capitán cojo. Ese capitán cojo.

–Tu tiempo ha pasado. Tienes que dejarte capturar.

–¿Capturar? ¡Que me despiecen, que pongan a secar mi carne…! Al menos, ¿podré matar a mi perseguidor?

GARCÍA ABAD: Los 400 euros

De estudiante, la economía le interesaba poco. "Prefiero tus cuentos, -le decía al profesor Otero, que también es novelista- a las letras de cambio que me haces aprender." Sin embargo, en la segunda legislatura sólo ha habido crisis y ésta amenaza con llevárselo por delante.

En el programa electoral había prometido una desgravación de 400 euros para everybody, ricos, pobres y sectores intermedios, para Botín y su jardinero; fue un costoso error que todavía pagamos, un error que no fue compartido por nadie, ni en el Gobierno, ni en el partido, ni en los sindicatos. Su gestación fue como sigue: El presidente llama a su amigo Sebastián, que tras su derrota en las elecciones para alcalde de Madrid estaba en la Universidad pero a quien el presidente seguía consultando.

Zapatero se reúne con David Taguas y Miguel Sebastián y tiene lugar la conversación que transcribo resumidamente y en la que no puedo distinguir precisa y separadamente lo que dicen Taguas y Sebastián. Pero ésta es su esencia.

ZP: Quiero hacer un recorte de impuestos. Dadme ideas.

SEBASTIÁN/TAGUAS: Supongo que quieres hacer una rebaja progresiva; no bajar el tipo, porque si bajas el tipo, a Botín le das unos cuantos miles de euros y a sus empleados muy poquito.

ZP: Sí, sí, tenemos que hacerlo progresivo.

S/T: Sube el mínimo exento.

ZP: Eso no lo entiende nadie. Pensad otra cosa.

Y entonces a Sebastián y Taguas se ponen a ello y se les ocurre dar 400 euros a todos los contribuyentes y para hacerlo progresivo piensan en quitar al segmento alto, pero después estiman que su gestión sería más cara que lo que podría ahorrarse. Zapatero no piensa como los socialdemócratas en términos de clase sino de ciudadanía y le gusta la idea de "devolver a la sociedad" los bienes del Estado. El presidente se lo expresa con toda claridad a una buena amiga que le escucha aterrada: "Voy a devolver dinero a los ciudadanos". Y ella se escandaliza aunque sólo lo exprese tímidamente, pero cuando sale de Moncloa se desfoga con un amigo: "Como si el Estado fuera un logrero, un Leviatán que chupa la sangre a los honrados ciudadanos... Es un discurso del Partido Republicano USA, es una idea neocon".

José GARCÍA ABAD, El Maquiavelo de León, La Esfera de los libros, Madrid, 2010.

domingo, 11 de marzo de 2012

MARTÍN-ARROYO: Una mantis religiosa


Una mantis religiosa que seduce a su presa, la engatusa, juguetea con ella, la deja hablar, explayarse incluso, bromear, sentirse como en casa. Hasta que en silencio y de un tajo limpio, le corta la cabeza. Es la metáfora precisa de cómo la juez Mercedes Alaya abrió los brazos a Javier Guerrero para que durante tres días este le contara sus andanzas y tropelías. Fueron 20 horas míticas, excepcionales y reveladoras en las que el personaje se sintió a gusto y confiado, trufando certezas, mentiras y medias verdades.

Hasta la escena final, en la que con 20 letrados expectantes, la juez, vestida de blanco de pies a cabeza, le dio el auto de prisión al secretario judicial y este al abogado de Guerrero. Por unos instantes, nadie le habló a Guerrero, que ya había entendido que saldría esposado. La juez presenció impertérrita la breve escena y no pronunció palabra. Los abogados animaron al acusado: "Es cuestión de días", le dicen. Entonces ella abandonó la sala sin haberle mirado durante esos escasos minutos.

Javier MARTÍN-ARROYO, Un golfo tierno.

El País, sábado 10 de marzo de 2012.

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CHAMFORT: Insulto

Un francés fue admitido a visitar el gabinete del rey de España. Una vez que llegó a su sillón y a su mesa, exclamó:

-¡Luego, es aquí donde este gran monarca trabaja!

-¡Cómo trabaja! ¿Habéis venido a insultar a Su Majestad?

Y se produjo una gran querella donde al francés le costó mucho esfuerzo hacer comprender al español que no había tenido intención de ofender a la Majestad de su señor.

CHAMFORT, Máximas, pensamientos, caracteres y anécdotas, Península, Barcelona, 1999.

GARCÍA MÁRQUEZ: Ante quien quejarme

Yo era el único colombiano que no tenía un presidente ante quien quejarme.

Gabriel GARCÍA MÁRQUEZ, Noticia de un secuestro, Mondadori, Barcelona, 1996.

DOYLE: Las maldades ocultas que pueden cometerse en estos lugares


Holmes había permanecido todo el viaje sepultado en los periódicos de la mañana, pero en cuanto pasamos los límites de Hampshire los dejó a un lado y se puso a admirar el paisaje. Era un hermoso día de primavera, con un cielo azul claro, salpicado de nubecillas algodonosas que se desplazaban de oeste a este. Lucía un sol muy brillante, a pesar de lo cual el aire tenía un frescor estimulante, que aguzaba la energía humana. Por toda la campiña, hasta las ondulantes colinas de la zona de Aldershot, los tejadillos rojos y grises de las granjas asomaban entre el verde claro del follaje primaveral.

-¡Qué hermoso y lozano se ve todo! -exclamé con el entusiasmo de quien acaba de escapar de las nieblas de Baker Street.

Pero Holmes meneó la cabeza con gran seriedad.

-Ya sabe usted, Watson -dijo-, que una de las maldiciones de una mente como la mía es que tengo que mirarlo todo desde el punto de vista de mi especialidad. Usted mira esas casas dispersas y se siente impresionado por su belleza. Yo las miro, y el único pensamiento que me viene a la cabeza es lo aisladas que están, y la impunidad con que puede cometerse un crimen en ellas.

-¡Cielo santo! -exclamé-. ¿Quién sería capaz de asociar la idea de un crimen con estas preciosas casitas?

-Siempre me han producido un cierto horror. Tengo la convicción, Watson, basada en mi experiencia, de que las callejuelas más sórdidas y miserables de Londres no cuentan con un historial delictivo tan terrible como el de la sonriente y hermosa campiña inglesa.

-¡Me horroriza usted!

-Pero la razón salta a la vista. En la ciudad, la presión de la opinión pública puede lograr lo que la ley es incapaz de conseguir. No hay callejuela tan miserable como para que los gritos de un niño maltratado o los golpes de un marido borracho no despierten la simpatía y la indignación del vecindario; y además, toda la maquinaria de la justicia está siempre tan a mano que basta una palabra de queja para ponerla en marcha, y no hay más que un paso entre el delito y el banquillo. Pero fíjese en esas casas solitarias, cada una en sus propios campos, en su mayor parte llenas de gente pobre e ignorante que sabe muy poco de la ley. Piense en los actos de crueldad infernal, en las maldades ocultas que pueden cometerse en estos lugares, año tras año, sin que nadie se entere.

Arthur Conan DOYLE, Las aventuras de Sherlock Holmes, Esplandián Editores, Madrid, 1996.