Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

sábado, 24 de marzo de 2012

LECKIE: Nueva Bretaña


Era la jungla y no los japoneses nuestro adversario. La hinchazón de mis labios y mis ojos simbolizó el misterio y el veneno de aquella isla terrible. Misteriosa… quizá quiero decir que Nueva Bretaña era maligna, oscura y secretamente maligna, malhechora y enemiga de la humanidad, una adversaria en realidad, que disolvía, corroía, envenenaba, helaba, sorbía, empapaba y atacaba a un hombre con sus brumas veloces y su moho verde y sus incesantes aguaceros, poniéndole zancadillas con sus innumerables raíces y enredaderas, envenenándolo con sus insectos verdes y sus bichos malolientes y las traicioneras cortezas de sus árboles, arrancando el sol de sus huesos y la alegría de su corazón, disolviéndolo… La lluvia, el moho, la humedad sorbían firmemente cada célula como manos diminutas que arrancaran los pétalos de una flor, disolviéndolo, digo, en un informe fluido sin mente como el barro donde los pies caían continuamente en un monótono golpeteo de succión que es el sonido de la nada, el sonido de la jungla donde todo se hace pedazos en hueca armonía con la lluvia.

Nada podía enfrentarse con aquello: una carta que llegara de casa tenía que ser leída y releída y memorizada, pues se hacía pedazos en tu bolsillo en menos de una semana; un par de calcetines no duraban mucho más; un paquete de cigarrillos se empapaba y estropeaba a menos que te lo fumaras en el día; las hojas de las navajas se oxidaban y pegaban; los relojes marcaban el momento de su propio deterioro; la lluvia convertía la comida en basura; los lápices se hinchaban y reventaban; las plumas se atascaban y sus puntas se separaban; los cañones de los fusiles se volvían azules de moho y había que llevarlos colgados boca abajo para protegerlos de la lluvia; las balas se quedaban pegadas en los cargadores y los ametralladores tenían que repasar sus cinturones diariamente, extrayendo, engrasando y reinsertando las balas para impedir que se pegaran a las presillas. Y todo era húmedo y estaba empapado y pegajoso al contacto, exudando ese firme olor a humedad de la jungla, ese olor característico de deterioro que se alza de una vegetación tan exuberante, que crece tan velozmente, que parece correr hacia su descomposición desde el momento mismo de su nacimiento.


Robert LECKIE, Mi casco por almohada, Marlow, Barcelona, 2011.