Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

sábado, 31 de diciembre de 2011

CAMUS: En el fondo me era indiferente

El patrón me hizo llamar, y en el primer momento me sentí molesto porque pensé que iba a decirme que telefoneara menos y trabajara más. Pero no era nada de eso. Me declaró que iba a hablarme de un proyecto todavía muy vago. Quería solamente tener mi opinión sobre el asunto. Tenía la intención de instalar una oficina en París que trataría directamente en esa plaza sus asuntos con las grandes compañías, y quería saber si estaría dispuesto a ir. Ello me permitiría vivir en París y también viajar una parte del año.

-Usted es joven y me parece que es una vida que debe de gustarle.

Dije que sí, pero que en el fondo me era indiferente. Me preguntó entonces si no me interesaba un cambio de vida. Respondí que nunca se cambia de vida, que en todo caso todas valían igual y que la mía aquí no me disgustaba en absoluto. Se mostró descontento, me dijo que siempre respondía con evasivas, que no tenía ambición y que eso era desastroso en los negocios.

Volví a mi trabajo. Hubiera preferido no desagradarle, pero no veía razón para cambiar de vida. Pensándolo bien, no me sentía desgraciado. Cuando era estudiante había tenido muchas ambiciones de ese género. Pero cuando debí abandonar los estudios comprendí muy rápidamente que no tenían importancia real.

Albert CAMUS, El extranjero, Alianza, Madrid, 2000.

BUKOWSKI: O'Henry

Durante cuatro o cinco días anduve vagando por ahí. Luego me cogí una borrachera de dos días. Me mudé de mi habitación al Greenwich Village. Un día leí en la columna de Walter Winchell que O'Henry solía escribir todas sus cosas en la mesa de un famoso bar de escritores. Encontré el bar y entré en él. ¿Buscando el qué?

Era mediodía. Yo era la única persona en el bar, a pesar de la columna de Winchell. Me quedé allí parado, solo, con un gran espejo, la barra y el camarero.

—Lo siento, señor, no podemos servirle.

Me quedé atónito, no pude contestar. Esperé alguna explicación.

—Está usted borracho.

Estaba probablemente de resaca, pero no había probado un trago en doce horas. Murmuré algo sobre O'Henry y me fui.

Charles BUKOWSKI, Factotum, Anagrama, Barcelona, 2000.

viernes, 30 de diciembre de 2011

MORAGÓN: Por la mirilla

Dejó las bolsas en el suelo, introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta, mirando de reojo la puerta del apartamento vecino. Seguro que él estaba allí, con el ojo en la mirilla, observándola. Aunque al principio se había molestado, pues no soportaba a los mirones, ahora, de alguna manera, le complacía. Se demoró en recoger las bolsas. A veces, ella también le observaba por la mirilla.

VV.AA., El loco de los tejaos. Cuentistas de la Andalucía marrón, Editoral Almotacén, Córdoba, 2009.

McCARTHY: Moneda de la suerte

Cualquier cosa puede ser un instrumento, dijo Chigurh. Cosas pequeñas, cosas en las que uno no se fija. Pasan de mano en mano. La gente no presta atención. Y un buen día se pasan cuentas. Y a partir de entonces ya nada es igual. Bueno, piensa uno. Es solo una moneda. Por ejemplo. Nada especial. ¿De qué podría ser instrumento? Ese es el problema. Disociar el acto de la cosa. Como si los elementos de cierto momento de la historia pudieran intercambiarse con los de otro momento distinto. ¿Cómo es posible? Vaya, si es solo una moneda. Sí. Es verdad. ¿No?

Cormac McCARTHY, No es país para viejos, Mondadori, Barcelona, 2006.

BUKOWSKI: El handicap de la pereza

Al día siguiente en el trabajo nos preguntaron el motivo de nuestra marcha repentina. Admitimos que habíamos ido a apostar en la última carrera y que teníamos intención de volver aquella tarde. Manny había elegido su caballo y yo también. Algunos de los chicos nos preguntaron si podíamos hacer algunas apuestas por ellos. Yo dije que no sabía. Al mediodía, Manny y yo nos fuimos a almorzar a un bar.

—Hank, vamos a cogerles sus apuestas.

—Esos tíos no tienen apenas dinero, todo lo que tienen es la calderilla para el café y el chicle que les dan sus esposas y no tenemos tiempo para andar haciendo el imbécil en las ventanillas de dos dólares.

—No vamos a apostar su dinero, nos lo guardaremos.

—Pero supón que ganan.

—No ganarán. Siempre escogen el caballo equivocado. De algún modo se las arreglan siempre para escoger el caballo equivocado.

—Supón que apuestan a nuestro caballo.

—Entonces sabremos que nos hemos equivocado de caballo.

—Manny, ¿qué haces trabajando con repuestos de automóviles?

—Descansando. Mis ambiciones sufren el handicap de la pereza.

Nos bebimos otra cerveza y volvimos al almacén.

Charles BUKOWSKI, Factotum, Anagrama, Barcelona, 2000.

jueves, 29 de diciembre de 2011

TASSO: Manías cada vez más extrañas

Jaime me está preocupando. Sus manías son cada día más extrañas. Siempre le han gustado las agendas pero nunca había sospechado hasta qué punto. Va comprando agendas de todo tipo, de piel o simplemente de papel acartonado, y cuando ya ha llenado su última adquisición con todos sus números personales de teléfono escritos con su mejor letra, la cambia por otra y traspasa toda la información. ¡Qué pérdida de tiempo! Además, no tiene ningún sentido. Aun así, trato de justificarlo diciéndome que mejor que una persona tenga un hobby, a que no le interese nada. Al menos, es una manera de conservar su salud mental en buen estado. Hay gente que colecciona sellos, pues Jaime colecciona agendas.

Valérie TASSO, Diario de una ninfómana, Plaza y Janés, Barcelona, 2003.

CAMUS: Más cosas desconocidas y olvidadas extraía de la memoria

Todo el problema consistía en matar el tiempo. A partir del instante en que aprendí a recordar, concluí por no aburrirme en absoluto. Me ponía a veces a pensar en mi cuarto, y, con la imaginación, salía de un rincón para volver detallando mentalmente todo lo que encontraba en el camino. Al principio lo hacía rápidamente. Pero cada vez que volvía a empezar era un poco más largo. Recordaba cada mueble, y de cada uno, cada objeto que en él se encontraba, y de cada objeto, todos los detalles, y de los detalles, una incrustación, una grieta o un borde gastado, los colores y las imperfecciones. Al mismo tiempo ensayaba no perder el hilo del inventario, hacer una enumeración completa. Es cierto que fue al cabo de algunas semanas, pero podía pasar horas nada más que con enumerar lo que se encontraba en mi cuarto. Así, cuanto más reflexionaba, más cosas desconocidas u olvidadas extraía de la memoria. Comprendí entonces que un hombre que no hubiera vivido más que un solo día podía vivir fácilmente cien años en una cárcel. Tendría bastantes recuerdos para no aburrirse. En cierto sentido era una ventaja.

Albert CAMUS, El extranjero, Alianza, Madrid, 2000.

HAFFNER: El antisemitismo en Turingia

Cientos de redentores recorrían Berlín, gente con pelo largo y camisas de crin que declaraba haber sido enviada por Dios para salvar al mundo y malvivía gracias a esta misión. El que tuvo más éxito fue un tal Häusser, que operaba pegando anuncios en las columnas y convocando concentraciones masivas y tenía muchos adeptos. Según los diarios su equivalente en Múnich era un tal Hitler, quien, no obstante, se distinguía del primero por sus discursos, los cuales apelaban a la maldad con emoción, cosa que les hacía alcanzar un grado de intensidad insuperable, por la exageración de sus amenazas y por su crueldad manifiesta. Mientras Hitler pretendía instituir un Reich milenario a través del genocidio de todos los judíos, en Turingia había un tal Lamberty que aspiraba a lo mismo mediante bailes populares, canciones y cabriolas en general. Cada redentor tenía su propio estilo. Nada ni nadie resultaba sorprendente; la capacidad de asombro era algo que habíamos perdido hacía ya tiempo.

Sebastian HAFFNER, Historia de un alemán, Destino, Barcelona, 2001.

BUFALINO: Un moscardón en la cabeza

Me sentía satisfecha. Aunque con un moscardón en la cabeza, que zumbaba, zumbaba ... Como si acabara de ver o entrever algo donde no habría debido estar, como no habría debido ser ... Me provocaba una preocupación, una confusa turbulencia: un simulacro de verdad que me tanteaba la mente con las manos, buscando en ella una rendija ...

Me paré a tomar nota, para futura memoria, de la simple sensación, sin indicarla con otro signo que un interrogante. Confiada, además, en que acabaría por dar con ella; que sabría arrancarle, como un sabueso de novela, la dirección para resolver la incógnita del rompecabezas.

Gesualdo BUFALINO, Qui pro quo, Anagrama, Barcelona, 1992.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

CAMUS: El portero

Sin volverme hacia él, dije al portero:

-¿Hace mucho tiempo que está usted aquí?

Inmediatamente, como si hubiese estado esperando mi pregunta, respondió:

-Cinco años.

Charló mucho en seguida. Se habría que dado muy asombrado si alguien le hubiera dicho que acabaría de portero en el asilo de Marengo. Tenía sesenta y cuatro años y era parisiense. Le interrumpí en ese momento:

-¡Ah! ¿Usted no es de aquí?

Luego recordé que antes de llevarme a ver al director me había hablado de mamá. Me había dicho que era necesario enterrarla cuanto antes porque en la llanura hacía calor, sobre todo en esta región. Entonces me había informado que había vivido en París y que le costaba mucho olvidarlo. En París se retiene al muerto tres, a veces cuatro días. Aquí no hay tiempo; todavía no se ha hecho uno a la idea cuando hay que salir corriendo detrás del coche fúnebre. Su mujer le había dicho:

-Cállate, no son cosas para contarle al señor.

El viejo había enrojecido y había pedido disculpas. Yo intervine para decir:

-Pero no, pero no...

Me pareció que lo que contaba era apropiado e interesante.

En el pequeño depósito me informó que había ingresado en el asilo como indigente. Como se sentía válido, se había ofrecido para el puesto de portero. Le hice notar que en resumidas cuentas era pensionista. Me dijo que no. Ya me había llamado la atención la manera que tenía de decir: ellos, los otros y, más raramente, los viejos, al hablar de los pensionistas, algunos de los cuales no tenían más edad que él. Pero, naturalmente, no era la misma cosa. El era portero y, en cierta medida, tenía derechos sobre ellos.

Albert CAMUS, El extranjero, Alianza, Madrid, 2000.

CIORAN: No he podido

Con ansia y amargura, he intentado cosechar los frutos del cielo y no he podido. Se elevaban hacia no sé qué otro cielo cuando les tendía mis manos golosas de su abundancia.

Las ramas de las bóvedas se comban sobre las esperanzas de nuestras plegarias; cuando éstas callan, aquéllas pierden sus frutos.

Tampoco brotan flores en el cielo ni las vides dan fruto. Dios, como no tiene nada que guardar en su casa, de aburrimiento y enojo, deja yermos los jardines del hombre.

No, no; no es la visión de los astros lo que me deslumbrará. Bastante luz he perdido mendigando a las alturas. Harto de toda laya de cielos, he dejado mi alma a merced de los ornamentos del mundo.

A mis semejantes ya los conozco. A menudo he leído en sus ojos ausentes y vacíos el sinsentido de mi destino o he reposado de mis rebeldías durante las pausas de sus miradas. Pero su angustia no me es ajena. Ellos quieren, quieren, incesantemente. Y cómo no había nada que querer, mis pies pisaban sus huellas como si fueran espinas, mi sendero serpenteaba por el lodo de sus anhelos y blanqueaba con una inútil aureola su búsqueda vana.

Ellos no saben que el paraíso y el infierno son floraciones de un instante, del instante mismo, que no hay nada más allá de la fuerza de un éxtasis inútil. En su camino de mortales, no he encontrado la parada eterna sobre la bóveda de los instantes.

Emil CIORAN, Breviario de los vencidos, Tusquets, Barcelona, 1998.

martes, 27 de diciembre de 2011

BUKOWSKI: Mientras mi dinero se iba esfumando

Estaba en una habitación de un segundo piso, enfrente de un bar. El bar se llamaba Café Gangplank. Desde mi habitación podía ver, a través de las puertas abiertas del bar, todo el interior del mismo. Había algunos rostros de lo más rudo, rostros interesantes. Me quedaba por las noches en mi habitación bebiendo vino y observando desde mi ventana las caras de la gente en el bar, mientras mi dinero se iba esfumando. Durante el día, me daba grandes paseos con paso tranquilo. Me sentaba horas enteras mirando a las palomas. Sólo tomaba una comida al día para que me durara el dinero un poco más. Había encontrado un sucio café con un sucio propietario, donde sin embargo podías tomarte un gran desayuno —panecillos calientes, cereales, salchichas— por cuatro perras.

Charles BUKOWSKI, Factotum, Anagrama, Barcelona, 2000.

GARRIDO: Encuentro verbal mutuo

Me cago en tus muertos, Pilar de mierda, sinvergüenza, te vas a enterar tú y tu familia, gilipollas, hija de puta... Así no se hacen las cosas.

Libertad Digital, lunes 26 de diciembre de 2011.

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HAFFNER: Hitler en 1930

En 1930 Hitler era aún para muchos una figura vergonzosa, perteneciente a un pasado gris: el redentor muniqués de 1923, el hombre del grotesco Putsch de la cervecería. Además su aspecto le producía bastante rechazo al alemán medio (no sólo a los «inteligentes»): ese peinado de proxeneta, esa elegancia de pacotilla, el dialecto de los suburbios vieneses, esa increíble verborrea unida a los ademanes de epiléptico, su gesticulación desenfrenada, esos espumarajos, la mirada entre flameante y extraviada. Y encima el contenido de los discursos: ese gusto por la amenaza y la crueldad, sus fantasías sobre ejecuciones sanguinarias. La mayoría de la gente que empezó a vitorearle en el Palacio de los Deportes en 1930 probablemente habría evitado pedir fuego por la calle a un hombre como aquél. Pero es ahí donde ya empezaba lo raro: la fascinación que ejercía precisamente lo más repugnante, lo nauseabundo, ese rezumadero de asco llevado al extremo. Nadie se habría sorprendido si, cuando este ser pronunció su primer discurso, un policía lo hubiera agarrado por el cuello y lo hubiese enviado a un lugar donde no se le volviera a ver jamás y al que sin duda alguna pertenecía. Sin embargo, como no ocurrió nada parecido y, más bien al contrario, el hombre siguió creciéndose y volviéndose cada vez más demente y monstruoso al tiempo que pasaba menos inadvertido y se hacía más famoso, se produjo el efecto opuesto: la bestia comenzó a generar fascinación y a la vez surgió el auténtico enigma en el caso de Hitler: esa extraña obnubilación y aturdimiento que sufrían sus adversarios, sencillamente incapaces de reaccionar ante aquel fenómeno, como sometidos al efecto de una mirada de basilisco, sin estar en condiciones de darse cuenta de que estaba desafiándoles el infierno personificado.

Sebastian HAFFNER, Historia de un alemán, Destino, Barcelona, 2001.

DICK: Puedo recordar una vida presente distinta

Estoy seguro de que no me creen, y de que tampoco creen que creo en lo que afirmo. Son libres de creerme o no, pero al menos crean esto: no estoy bromeando. Se trata de algo muy serio, algo muy importante. Tienen que pensar que, para mí también, el hecho de declarar algo así es una cosa terrible. Muchas personas aseguran recordar sus vidas anteriores. Yo, por mi parte, afirmo que puedo recordar una vida presente distinta. No conozco a nadie que haya hecho declaraciones como ésta, pero sospecho que mi experiencia no es única. Quizá lo sea el deseo de hablar de ella.

Emmanuel CARRÈRE, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, Minotauro, Barcelona, 1993.

lunes, 26 de diciembre de 2011

CAMUS: La toalla

Antes de abandonar la oficina para ir a almorzar me lavé las manos. Me gusta mucho ese momento a mediodía. Por la tarde encuentro menos placer porque la toalla sin fin que utilizamos está completamente húmeda; ha servido durante toda la jornada. Un día se lo hice notar al patrón. Me respondió que era de lamentar, pero que asimismo era un detalle sin importancia.

Albert CAMUS, El extranjero, Alianza, Madrid, 2000.

McCARTHY: Su vida entera estaba allí delante de él

Había un maletín de piel apoyado en la rodilla del hombre y Moss supo con seguridad lo que contenía y se sintió atemorizado de una manera que no alcanzó a entender.

Cuando se decidió por fin a cogerlo retrocedió unos pasos y se sentó en la hierba y se descolgó el rifle y lo dejó a un lado. Estaba sentado con las piernas separadas y la H & K en el regazo y el maletín entre las rodillas. Soltó las dos correas y abrió el pestillo de latón y levantó la solapa y la dobló hacia atrás.

Estaba lleno hasta arriba de billetes de cien dólares. En paquetes ceñidos por cinta bancaria en la que aparecía impresa la cifra $ 10.000. No sabía a cuánto ascendía el total, pero se hizo una idea bastante clara. Contempló los fajos de billetes y luego bajó la solapa y se quedó sentado con la cabeza gacha. Su vida entera estaba allí delante de él. Día tras día del alba a la noche hasta que se muriera. Todo en menos de dos kilos de papel metidos en una cartera.

Cormac McCARTHY, No es país para viejos, Mondadori, Barcelona, 2006.

DICK: El nuevo Führer

Quizá Goering sea el nuevo Führer cuando muera Bormann. Parece distinto de los otros. Bormann subió antes porque estaba allí esperando mientras Hitler empeoraba. El viejo Goering, en cambio, se pasaba los días en su palacio de los bosques. Goering debía de haber sido Führer después de Hitler, pues su Luftwaffe había destruido los puestos de radar ingleses, y luego la RAF. Hitler hubiera preferido que bombardearan Londres, hasta no dejar una casa en pie, como en Rotterdam. Pero Goebbels se le adelantaría seguramente, decidió. Eso era lo que decía todo el mundo. Si el espantoso Heydrich no llegaba antes. Heydrich los mataría con gusto a todos. Estaba loco de veras.

Philip K. Dick, El hombre en el castillo, Minotauro, Barcelona, 1986.

domingo, 25 de diciembre de 2011

LINDO: Borges, no; Cortázar, sí

Yo vengo de la generación del SÍ o el NO. La generación del SÍ o el No nació en la década de los sesenta, como quien esto escribe. La generación del SÍ o el NO también corresponde a los que vinieron a este mundo en los cincuenta. La generación del SÍ o el NO, a la cual pertenezco sí o sí, es un poco cansina. También la definiría como viejuna, tomando prestados los adjetivos de esos generadores de vocabulario juvenil que han sido los de Muchachada Nui. La generación del SÍ o el NO, a la que también podría denominarse generación del Blanco o Negro, lleva toda la vida impartiendo doctrina y negándole el pan y la sal al adversario. La generación del SÍ o el NO, a la cual pertenezco sin orgullo, tenía respuestas para todo; cada momento de la vida tenía su sí o su no inmediato y sin fisuras. Veamos algunas casillas de nuestro sistema de clasificación: películas de Walt Disney, NO; Joaquín Sorolla, NO; El amor brujo, NO; el folk rural, SÍ; la barba en los hombres, SÍ; el vello en los sobacos femeninos, SÍ rotundo; los dibujos animados checoslovacos, SÍ; los musicales americanos, NO; Martin Luther King, NO; Malcolm X, SÍ; Louis Arsmtrong, NO; en cambio, Miles Davis, SÍ; los perros, NO; los gatos, SÍ, que no son serviles; los cuentos de brujas, NO; los Beatles, NO; los Rolling Stones, SÍ; arte abstracto, SÍ; figurativo, NI DE COÑA; pana, SÍ; pantalón de tergal con raya, NO; Borges, NO, por facha; Cortázar, SÍ.

El País, sábado 24 de diciembre de 2011.

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JOBS: Eso es lo que he intentado siempre, mantenerme en movimiento

Siempre hay que seguir esforzándose por innovar. Dylan podría haber cantado canciones protesta toda su vida y probablemente habría ganado un montón de dinero, pero no lo hizo. Tenía que seguir adelante, y cuando se puso manos a la obra, al pasarse a los instrumentos eléctricos en 1965, se encontró con el rechazo de mucha gente. Su gira europea de 1966 fue la mejor de todas. Salía al escenario y tocaba unas cuantas canciones con su guitarra acústica, y el público lo adoraba. Entonces salía lo que pasó a conocerse como The Band, y todos utilizaban instrumentos eléctricos, y el público a veces los abucheaba. Una vez estaba a punto de cantar Like a Rolling Stone y alguien de entre el público le gritó: "¡Judas!", y entonces Dylan le ordenó a su banda: "¡Dadle caña!", y eso hicieron. Los Beatles eran iguales. No paraban de evolucionar, de moverse, de refinar su arte. Eso es lo que he intentado hacer siempre, mantenerme en movimiento. De lo contrario, como dice Dylan, si no estás ocupado naciendo, estás ocupado muriendo.

Walter ISAACSON, Steve Jobs, Debate, Barcelona, 2011.

sábado, 24 de diciembre de 2011

ASIMOV: Navidad en Ganímedes

-Hay mucho tiempo por delante. Ya hablaremos entonces.

Johnson, cuyo disfraz de Santa Claus se hallaba desgarrado, abrió la boca, la cerró, la volvió a abrir, la cerró de nuevo, la abrió otra vez y finalmente consiguió hablar:

-Comandante, quieren que venga todos los años.

-Yo lo sé, pero el año próximo no se acordarán.

-Pero, no comprende... Un año para ellos es una revolución completa alrededor de Júpiter. Esto significa una semana y tres horas del tiempo terrestre. ¡Quieren que Santa Claus venga todas las semanas!

-¡Todas las semanas! -rugió Pelham.

Durante unos instantes le pareció que todo eran chispas dando saltos mortales. Se quedó sin respiración y automáticamente sus ojos buscaron a Johnson, que, frío hasta el tuétano, se había levantado sobrecogido y se había deslizado hacia la puerta. Se detuvo cuando estaba en el umbral; de repente recordó la tradición.

Con la barba semidesprendida graznó:

-¡Felices Navidades y buenas noches a todos!

Corrió hacia el trineo como si todos los diablos le pisaran los talones. No eran los diablos, era el comandante Pelham.

PRADO: Dime qué te regalan y te diré quién creen que eres

¿Quién hizo el primer regalo y para qué? ¿Quién lo recibió y qué dio a cambio? Esas son dos preguntas para la historia, pero hay otras para la sociología: ¿Un regalo es un espejo en el que se ve con más claridad a quien lo hace o a quien lo recibe? ¿Lo que le regalamos a una persona resume lo que pensamos de ella? Algunos regalos, por ejemplo, un buen libro, son un elogio porque demuestran que consideramos personas cultivadas a quienes los reciben.

Benjamín PRADO, Dime qué te regalan y te diré quién creen que eres.

El País, sábado 24 de diciembre de 2011.

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McCARTHY: Un hombre no puede poner en peligro su alma

En alguna parte hay un verdadero profeta viviente de la destrucción y no quiero enfrentarme a él. Sé que es real. He visto su obra. Una vez tuve esos ojos delante de mí. No pienso arriesgarme a plantarle cara. No es sólo que me haya hecho viejo. Ojalá fuera eso. Tampoco puedo decir que se trate de lo que uno está dispuesto a hacer. Porque yo siempre supe que para hacer este trabajo tenías que estar dispuesto a morir. Así ha sido siempre. Tienes que estarlo aunque no sea motivo de ostentación. Si no, ellos lo saben. Lo notan enseguida. Creo que se trata más bien de lo que uno está dispuesto a ser. Y pienso que un hombre pondría en peligro su alma. Y eso no lo voy a hacer. Ahora creo que quizá no lo habría hecho nunca.

Cormac McCARTHY, No es país para viejos, Mondadori, Barcelona, 2006.

viernes, 23 de diciembre de 2011

HASSEL: Ceder a la tensión

Un día Von Barring penetró en mi chabola, durante su gira de inspeción. Permaneció inmóvil un momento, mirando a su alrededor con aire ausente. Después dijo:

-¡Estoy harto y más que harto!

Y salió como un demente.

Me apresuré a correr en pos de él. Había cogido cohetes de todos los colores y los tiraba al buen tuntún, de manera que nuestros artilleros debían nadar en un mar de confusiones. Hubo que dominarle, atarle y entrarle en la chabola. Gritaba continuamente, con voz ronca, vacilante, mirando fijamente ante sí, con los ojos desorbitados por el miedo; un miedo que sólo él experimentaba, pero cuya magnitud los demás podíamos adivinar fácilmente.

-¡A sus órdenes, Majestad. ¡Majestad Hitler, ja, ja, ja! El Obersleutnant Von Barring, del Regimiento de la Muerte, presente para el servicio del Infierno! ¡El asesino Von Barring se presenta, Majestad! ¡Majestad Hitler, ja, ja, ja, ja, ja!

Me hundí los pulgares en los oídos para no escuchar su risa. Pero cuando vi que estaba a punto de provocar un pánico general entre los ocupantes de la chabola, que le observaban fascinados, hice acopio de valor y le dejé sin sentido.

Ya sólo quedábamos dos. Hinka y yo. Von Barring, tan joven y bondadoso, que antaño nos había protegido contra Meier, el cerdo, acababa de ceder a la tensión, a la presión permanentes.

Algún tiempo después, durante un breve viaje por necesidades de servicio, Hinka y yo nos detuvimos en Giessen, para llegarnos hasta el hospital psiquiátrico del Ejército, adonde había sido transferido Von Barring.

Atado a su cama, sonreía estúpidamente y no nos reconoció. La saliva le resbalaba por la barbilla, e incluso para nosotros, sus amigos, el espectáculo era repugnante. Esta visita nos trastornó tanto que, de regreso en nuestro tren, permanecimos mucho, mucho rato sin atrevernos a abrir la boca. Finalmente, Hinka emitió una risa nerviosa -no: una risa desesperada-, y declaró:

-No estamos tan encanecidos como queríamos creer, ¿verdad, Sven?

Suspiré.

-No. Era horrible.

-Si alguna vez nos ocurriera una cosa así, a nosotros, ¿no deberíamos prometernos mutuamente que el que quedara adoptaría la decisión más adecuada?

Sellamos el pacto con un enérgico apretón de manos.

Sven HASSEL, La legión de los condenados, Plaza y Janés, Barcelona, 1968.

jueves, 22 de diciembre de 2011

LAMB: Fastrada

Hija consentida, tal vez única, de un conde renano, Fastrada cabalgó junto a Carlomagno considerando a su corte y a su pueblo como meros servidores de su voluntad. Sus doncellas trabajaban como esclavas bordando satén y seda púrpura para sus vestidos. Tal vez fuera hermosa, pero los anales de la corte dicen que era orgullosa, arrogante y cruel. De toda la gente cercana a Carlomagno, ella era la única capaz de salirse con la suya frente a la voluntad del rey.

Quizá, como la legendaria Brunilda, al entregar su cuerpo a un hombre sentía la necesidad de vengarse causando el sufrimiento de otros. Desde luego, su pertenencia a una familia noble del Rin la llevaba a odiar a los sajones. La noticia de la matanza de Verden, donde guerreros postrados de rodillas habían sido asesinados como si fueran ganado en el matadero, la había espantado. El rey tal vez disfrutara con la compañía de Fastrada en Eresburgo, la plaza fuerte sajona, pero la guarnición y los numerosos cautivos sajones encerrados en la empalizada de troncos mal podían compartir su gozo. Cuando su real esposo se ausentaba en alguna expedición, Fastrada podía llevar a cabo su guerra personal contra las familias indefensas, sajonas y paganas, a merced de su guardia armada. Esto la excitaba más que cabalgar tras un fatigado ciervo para darle caza.

Harold LAMB, Carlomagno, Edhasa, Barcelona, 2002.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

JOBS: Si algo es un asco, se lo digo a la gente a la cara

No creo que haya sido desconsiderado con los demás, pero si algo es un asco, se lo digo a la gente a la cara. Mi trabajo consiste en ser sincero. Sé de lo que estoy hablando, y normalmente acabo teniendo la razón. Esa es la cultura que he tratado de crear. Somos brutalmente honestos los unos con los otros, y cualquiera puede decirme que creen que no cuento más que chorradas, y yo puedo decirles lo mismo. Hemos tenido algunas discusiones en las que nos hemos arrojado al cuello del otro, en que todos nos chillamos, y han sido algunos de los mejores momentos que he pasado. Me siento completamente a gusto al decir: "Ron, esa tienda tiene un aspecto de mierda" ante el resto de los presentes. O podría decir: "Dios mío, la hemos jodido bien con estos circuitos" frente a la persona responsable. Ese es el precio que hay que pagar por entrar en el juego: tienes que ser capaz de ser sincero al cien por cien. Tal vez haya una alternativa mejor, como un club inglés de caballeros en el que todos llevemos corbata y hablemos una especie de lenguaje privado con aterciopeladas palabras en clave, pero yo no conozco esa alternativa, porque provengo de una familia californiana de clase media.

En ocasiones he sido duro con otras personas, puede que más de lo necesario. Recuerdo una vez, cuando Reed tenía seis años, en que yo llegué a casa después de haber despedido a alguien ese día y me imaginé cómo sería para esa persona decirles a su familia y a su hijo pequeño que había perdido el trabajo. Era duro, pero alguien tenía que hacerlo. Decidí que mi trabajo siempre sería el de asegurarme de que el equipo era excelente, y si yo no lo hacía, nadie más iba a encargarse de ello.

Walter ISAACSON, Steve Jobs, Debate, Barcelona, 2011.

martes, 20 de diciembre de 2011

ETXEBARRIA: En España no se lleva ser honesto

Resulta que en España a mí me pueden llevar a la cárcel si robo una Sony Tablet, pero no pasa nada si alguien se está descargando libros, películas, música y series 24 horas al día.

Es igual que lo de copiar en los exámenes, fuera de España nadie lo hace; aquí lo hizo hasta la madre de la princesa Letizia. En España no se lleva ser honesto. Cuando algo parecido a lo que ha pasado con Urdangarin pasó en Holanda o en Bélgica, en seguida las Casas Reales tomaron cartas en el asunto, y eso que lo que habían hecho Bernardo y Laurent no era nada, pero nada, comparado con lo que se ha llevado Iñaki. Pero aquí Iñaki sigue en la felicitación navideña: somos muy tolerantes con la corrupción, y parece que cuanto más deshonesto sea uno, más enrollado es

MENDOZA GARCÍA: El juez estrella

Llegas tarde a la conferencia, cuando ya están presentando a Martínez Palacios. Las últimas filas están ocupadas, pero hay sitio en la segunda, al lado de una señora mayor que tiene que limpiarse con el pañuelo una lágrima insistente. La presentación, a cargo del alcalde, te recuerda aquello de que enumerar es el perfecto instrumento para componer hipotiposis. Martínez Palacios comienza explicando cómo funciona el procedimiento de desahucio. Pronto dejas de tomar notas, te limitas a pintarrajear: un perro ladrando, un pato emprendiendo el vuelo, una lechuza. Modificar la ley no supondría ningún cambio para la gente que está a punto de perder la vivienda; sería necesaria una reinterpretación de la doctrina jurídica. Cuando Martínez Palacios termina su exposición, estalla un aplauso cerrado. No han entendido nada, pero se sienten orgullosos del hijo pródigo, del juez de la audiencia, que ya te habrá olvidado, a su compañero de pupitre.

VV.AA., El loco de los tejaos. Cuentistas de la Andalucía marrón, Editoral Almotacén, Córdoba, 2009.

LAMB: Dios ha escogido las cosas simples del mundo

Hildegarda, su esposa, era incapaz de decir la frase más sencilla en latín, y tampoco hacía el menor esfuerzo por resolver acertijos sobre las estrellas que su hija, Berta, sabía adivinar al instante. Alcuino escuchaba en silencio quejas de Carlos sobre la indolencia de Hildegarda.

—Es una mujer buena y sencilla —se limitó a responder el celta—. Y éstos son los escogidos de Dios.

Tales palabras recordaron a Carlomagno algo que le había hecho reflexionar, aun sin entenderlo. Algo que había dicho Pablo: “Pues Dios ha escogido las cosas simples del mundo”.

Después de dar a luz a una niña a principios de las Navidades del año 783, Hildegarda quedó postrada en cama. Cuando el rey ya había partido a la reunión del Campo de Mayo, Alcuino le mandó una carta con un discípulo que corrió a llevársela más deprisa que un missus. La carta empezaba hablando de lo verdes que estaban los pastos y de lo bien que iba la labranza, y en ella informaba al monarca de que su dulce reina había muerto.

Harold LAMB, Carlomagno, Edhasa, Barcelona, 2002.

lunes, 19 de diciembre de 2011

DUQUE DE ESTRADA: Bethlen Gábor

Quienes no le conocían, sus criados recién llegados de Sajonia, de Nápoles, de Francia, se sorprendieron al encontrar al príncipe leyendo. Mientras los torvos caballeros magiares luchaban en la frontera contra las tropas del Emperador, Bethlen Gábor leía la Biblia en latín.

Diego DUQUE DE ESTRADA, Memorias, Ediciones Espuela de Plata, Sevilla, 2006.

LAMB: La tribu de la que han surgido los leprosos

Ha llegado a nuestros oídos algo a lo que no podemos referirnos sin que nos duela el corazón y es que Desiderio, rey de los lombardos, intenta convencer a Vuestras Excelencias de que uno de los dos debería unirse en matrimonio a su hija. Si tal cosa es cierta, es una verdadera sugerencia del Diablo... Resultaría una insensatez sin nombre que uno de vosotros, excelentísimos hijos e ilustres francos, quedara contaminado por una unión con esta raza traicionera y pestilente de los lombardos, los cuales no están citados entre las naciones, salvo por ser la tribu de la que han surgido los leprosos.

Harold LAMB, Carlomagno, Edhasa, Barcelona, 2002.

ISAACSON: Glenn Gould

Jobs afirmó que Bach era su compositor favorito de música clásica. Disfrutaba particularmente al escuchar los contrastes entre las dos versiones de las Variaciones Goldberg grabadas por Glenn Gould, la primera en 1955, cuando era un pianista poco conocido de veintidós años, y la segunda en 1981, un año antes de morir. "Son como la noche y el día —comentó Jobs tras escucharlas una tras otra una tarde—. La primera es una pieza exuberante, joven y brillante, con una interpretación tan rápida que resulta toda una revelación. La segunda es mucho más sobria y descarnada. Puedes sentir un alma muy profunda que ha pasado por muchas cosas a lo largo de su vida. Es más oscura y sabia." Jobs se encontraba en medio de su tercera baja médica la tarde en la que escuchó ambas versiones, y yo le pregunté cuál prefería. "A Gould le gustaba mucho más la última versión —contestó—. A mí solía gustarme la primera, la más exuberante, pero ahora entiendo sus preferencias."

Walter ISAACSON, Steve Jobs, Debate, Barcelona, 2011.

domingo, 18 de diciembre de 2011

LAMB: Sajones

Los sajones pusieron al descubierto lo que habían ocultado durante largo tiempo en sus corazones. Igual que los perros vuelven a su vómito, así regresaron ellos al paganismo. De nuevo, abandonaron el cristianismo, traicionando a Dios y al rey y señor que tanto les había beneficiado. Se unieron a los paganos de otras tierras y se entregaron por completo a la adoración de los ídolos, quemaron las iglesias y capturaron o mataron a los sacerdotes.

Harold LAMB, Carlomagno, Edhasa, Barcelona, 2002.

VALDÉS: Los taínos

Cuando los españoles llegaron a la isla de Cuba se encontraron a unos indios, llamados taínos, que lo único que hacían era fumar, comer de lo que les daba la tierra, que se lo regalaba, porque allí todo nacía sato, caía una semilla de cualquier cosa en el suelo, y ¡zas!, aquello crecía desaforada y afortunadamente hacia todos los rumbos, con sus frutos, flores, y demás; pescar, fumar tabaco, y hacer el amor. Hacer el amor y no la guerra, avant la lettre. Los taínos eran los seres más pacíficos del planeta, y si nos ponemos, también fueron hippies antes que los mismos hippies se enteraran de lo que quería decir todo aquel relajo. Los taínos eran muy del relajo, la fumadera, y el buen vivir. Los perros no ladraban, dicen, aprendieron a ladrar con los perros españoles, o sea, con los canes que llevaron los españoles, que sí hacían mucha bulla con el fin de aterrorizar. Los taínos, no es que fueran cobardes, eran –como ya dije y repito– pacíficos. Seres de amor y de paz. Cuando vieron que no podían enfrentarse a lo que se les venía encima se plegaron a las órdenes. Los más conscientes del problema decidieron lanzarse desde las rocas hacia el mar, y romperse la crisma en el oleaje.

Zoé VALDÉS, De los taínos a los cubanos.

Libertad Digital, 14 de diciembre de 2011.

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GARCÍA VIEDMA: Servicio posventa

El pie izquierdo no se mueve, dice la voz ronca. Noelia teclea mecánicamente. ¿Algún problema con las otras extremidades?, pregunta. Silencio al otro lado de la línea. Clic, clic. No, no, responde la voz. Todo bien, pero el pie izquierdo no me hace caso. Detrás, en la espalda, tiene un botón de reinicio, indica Noelia. Apriételo. A veces, cuando se le dan muchas órdenes, el muñeco tiende a bloquearse. Clic, clic. clic, clic. Sí, ya funciona. Noelia escucha un golpe sordo; ha colgado bruscamente. De nada, piensa. Está agotada, exhausta, pero aún faltan dos horas. Y ya tiene otra llamada.

VV.AA., El loco de los tejaos. Cuentistas de la Andalucía marrón, Editoral Almotacén, Córdoba, 2009.

sábado, 17 de diciembre de 2011

GALA: El solitario

¿Desdeña el solitario a aquellos de quienes se separa?¿Busca aquí sólo su propia explicación, su paz propia, el retorcido placer del que no arriesga nada y nada pierde?

Exactamente para lo contrario ha subido hasta aquí. Para olvidarse de la parte de sí mismo que lo distrajo a menudo entre los otros. No volverá a mezclarse. Antes procuraba el querido aislamiento; ahora, con los ojos de par en par y el paso firme, avanza por una ancha avenida vacía. ¿Por generosidad, por solidaridad? No, no sólo por eso. El solitario cree cumplir su destino de este modo: con los alegres, con los tristes, con la queja de los decepcionados. Pero desde aquí ya, desde sí mismo ya. Sin aguardar la compensación —tan frágil— de las manos extrañas, de los aplausos, del agradecimiento. Porque no lo merece. Nadie merece nada por cumplir su destino.

La noche cae. Y la temperatura. Desde el jardín asciende una perfumada humedad. El solitario se estremece. Es luna nueva. El cielo, duro y brillante, nada dice. Las librerías recargadas nada dicen. El corazón nada dice tampoco. No está apenado, ni dichoso, el solitario... Por no sabe qué resquicios, el exterior se introduce, y le llega suavizado y preciso. Él lo recibe como a cada uno de sus invitados al jardín: le habla, o mejor, lo oye hablar, le sonríe y lo despide... Y así llegará, día a día, la hora de la cena. El solitario piensa que quizá otros, pordentro o por fuera — ¿quién sabe—, estuvieron mejor acompañados. Hasta San Juan de la Cruz tuvo “La música callada / la soledad sonora / la cena que recrea y enamora”. El solitario, cuando den las diez, bajará a cenar sólo.

Antonio GALA, La soledad sonora, Planeta, Barcelona, 1991.

GALEANO: Para que de ellos no quede memoria

En la cámara de torturas, lo interrogó el enviado del rey.

—¿Quiénes son tus cómplices? —le preguntó .

Y Tupac Amaru contestó:

—Aquí no hay más cómplices que tú y yo. Tú por opresor y yo por libertador, merecemos la muerte.

Fue condenado a morir descuartizado. Lo ataron a cuatro caballos, brazos y piernas en cruz, y no se partió. Las espuelas desgarraban los vientres de los caballos, que en vano pujaban, y no se partió.

Hubo que recurrir al hacha del verdugo.

Era un mediodía de sol feroz, tiempo de larga sequía en el valle del Cuzco, pero el cielo fue negro de pronto y se rompió y descargó una lluvia de esas que ahogan al mundo.

También fueron descuartizados los otros jefes y jefas rebeldes, Micaela Bastidas, Tûpac Catari, Bartolina Sisa, Gregoria Apaza… Y sus pedazos fueron paseados por los pueblos que habían sublevado, y fueron quemados, y sus cenizas arrojadas al aire, para que de ellos no quede memoria.

Eduardo GALEANO, Espejos. Una historia casi universal, Siglo XXI, Madrid, 2008.

viernes, 16 de diciembre de 2011

CARRIÈRE: El niño idiota

A veces son los maestros quienes tienen que desconfiar de los alumnos, porque una educación también puede darse al revés.

En El jardín de rosas, Saadi nos presenta a un hombre poderoso, un visir, que desgraciadamente tenía un hijo bastante retrasado. Lo llevó ante un maestro y le dijo:

-Ocúpate de mi hijo. Quizá con tu ayuda se vuelva inteligente.

El maestro tomó al hijo bajo su tutela y le enseñó obstinadamente durante varios meses, tras lo cual lo condujo ante su padre y le dijo:

-Tu hijo sigue siendo igual de idiota. Y además, yo también me he vuelto idiota.

Jean-Claude CARRIÈRE, El círculo de los mentirosos, Círculo, Barcelona, 2000.

GÓNGORA: Con pocos libros libres

El Conde mi señor se fue a Napoles;
el Duque mi señor se fue a Francía:
príncipes, buen viaje, que este día
pesadumbre daré a unos caracoles.

Como sobran tan doctos españoles,
a ninguno ofrecí la Musa mía;
a un pobre albergue sí, de Andalucía,
que ha resistido a grandes, digo soles.

Con pocos libros libres (libres digo
de expurgaciones) paso y me paseo,
ya que el tiempo me pasa como higo.

No espero en mi verdad lo que no creo:
espero en mi conciencia lo que sigo:
mi salvación, que es lo que más deseo.

ISAACSON: Disciplina

Yo iba a la fábrica y me ponía un guante blanco para comprobar si había polvo. Lo encontraba por todas partes: en las máquinas, encima de los estantes, en el suelo. Y entonces le decía a Debi que ordenara su limpieza. Le dije que tenía que ser posible comer en el suelo mismo de la fábrica. Pues bien, aquello enfurecía completamente a Debi. Ella no entendía por qué deberías poder comer en el suelo de una fábrica, y yo no podía expresarlo con palabras por aquel entonces. Verás, me influyó mucho todo lo que vi en Japón. En parte, lo que más admiré allí —y era una parte de la que nuestra fábrica carecía— fue el espíritu de trabajo en equipo y la disciplina. Si no éramos lo suficientemente disciplinados como para que la fábrica estuviera impecable, entonces no tendríamos la disciplina suficiente para que todas aquellas máquinas funcionaran correctamente.

Walter ISAACSON, Steve Jobs, Debate, Barcelona, 2011.

jueves, 15 de diciembre de 2011

DÍAZ: Nadie compra libros, salvo para regalarlos por Navidad para fastidiar al destinatario

El gran problema del sector editorial es que todo el mundo cree que tiene cosas muy interesantes que contar. Y que esas cosas son mucho más interesantes que las cosas de los demás. Las dos creencias son falsas. Nadie tiene nada interesante que contar. Y a nadie le interesa nada lo que tienen que contar los demás. Por otra parte, en España nadie lee nada, a excepción del Marca, y nadie compra libros, salvo para regalarlos por Navidad para fastidiar al destinatario.

El editor, que es un tipo al que encontrará en su despacho justo debajo de diez toneladas de manuscritos y varias botellas de whisky vacías, tiene que decidir entre publicar algo que no le interesa a nadie, y que sabe que no va a venderse, o publicar algo que no le interesa a nadie, que sabe que no va a venderse, y que, además, tiene que leer previamente. El colmo del editor es que, además de arriesgarse a publicar un bodrio, tiene que leerlo antes. Esa es su verdadera tragedia. Por eso optan por autores famosos. La única ventaja de editar a escritores más o menos conocidos es esa, que no hay que leerlos antes.

El Confidencial Digital, jueves 15 de diciembre de 2011.

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HILTON: Moderación

Si he de hacer un resumen de todas nuestras prácticas, me atrevo a asegurar que nuestra principal virtud es la moderación. Inculcamos a todos nuestros seguidores la necesidad de evitar el exceso en todo, la gran virtud de huir, si se me permite la paradoja, del exceso de virtud mismo. En el valle que ha visto y en el cual viven varios miles de habitantes, bajo el gobierno directo de nuestra orden, hemos tenido ocasión de apreciar la felicidad que proporciona la fiel observancia de nuestros principios. Gobernamos a nuestros fieles con moderada rectitud y nos contentamos, en cambio, con una obediencia moderada. Puedo añadir que nuestro pueblo es moderadamente sobrio, moderadamente casto y moderadamente honrado.

James HILTON, Horizontes perdidos, Plaza y Janés, Barcelona, 1968.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

ECO: La enumeración, instrumento privilegiado para componer las más perfectas hipotiposis

El bibliotecario nos presentó a muchos de los monjes que estaban trabajando en aquel momento. Malaquías nos fue diciendo también cuál era la tarea que cada uno tenía entre manos, y admiré la profunda devoción por el saber, y por el estudio de la palabra divina, que se percibía en todos ellos. Así, conocí a Venancio de Salvemec, traductor del griego y del árabe, devoto de aquel Aristóteles que, sin duda, fue el más sabio de los hombres. A Bencio de Upsala, joven monje escandinavo que se ocupaba de retórica. A Berengario da Arundel, el ayudante del bibliotecario. A Aymaro d'Alessandria, que estaba copiando unos libros que sólo permanecerían algunos meses, en prestamo, en la biblioteca. Y luego a un grupo de iluminadores de diferentes países: Patricio de Clonmacnois, Rabano de Toledo, Magnus de Iona, Waldo de Hereford. Enumeración que, sin duda, podría continuar, y nada hay más maravilloso que la enumeración, instrumento privilegiado para componer las más perfectas hipotiposis.

Umerto ECO, El nombre de la rosa, Lumen, Barcelona, 1985.

ISAACSON: Iluminados y gilipollas

Trabajar con Steve era difícil porque había una gran polaridad entre los dioses y los capullos. Si eras un dios, estabas subido a un pedestal y nada de lo que hicieras podía estar mal. Los que estábamos en la categoría de los dioses, como era mi caso, sabíamos que en realidad éramos mortales, que tomábamos decisiones de ingeniería equivocadas y que nos tirábamos pedos como cualquier otra persona, así que vivíamos con el miedo constante de ser apartados de nuestro pedestal. Los que estaban en la lista de los capullos, ingenieros brillantes que trabajaban muy duro, sentían que no había ninguna manera de conseguir que se valorase su trabajo y de poder elevarse por encima de aquella posición.

Walter ISAACSON, Steve Jobs, Debate, Barcelona, 2011.

martes, 13 de diciembre de 2011

LEVI: La fe por la humanidad no se recupera

Quien ha sido torturado lo sigue estando: la fe en la humanidad, tambaleante ya con la primera bofetada, demolida por la tortura luego, no se recupera jamás.

Primo LEVI, Los hundidos y los salvados, Muchnik Editores, Barcelona, 1995.

ZWEIG: Robespierre

Poco a poco los ha herido y ofendido a todos: al ala derecha, porque llevó al patíbulo a los girondinos; a la izquierda, porque echó al cesto las cabezas de los extremistas; al Comité de Salud Pública, porque le impuso su voluntad; a los negociantes, porque amenazaba sus negocios; a los ambiciosos, porque obstruía su camino; a los envidiosos, porque gobierna, y a los oportunistas, porque no se alía a ellos.

Stefan ZWEIG, Fouché. El genio tenebroso, Editorial Juventud, Barcelona, 2004.

lunes, 12 de diciembre de 2011

CARRIÈRE: El profeta y el fugitivo

Un hombre que huía perseguido por otros hombres poseídos por la violencia, pasó junto al profeta Mahoma y le pidió ayuda.

-Estos hombres quieren mi sangre. ¡Protégeme!

El profeta permaneció tranquilo y le dijo:

-Sigue huyendo en línea recta. Yo me ocuparé de tus perseguidores.

En cuanto el hombre se hubo alejado, el profeta se levantó y cambió de sitio. Se sentó en la dirección de otro punto cardinal. Los hombres violentos llegaron y, sabiendo que él sólo podía decir la verdad, le describieron al hombre que perseguían y le preguntaron si le había visto pasar.

El profeta se concentró un instante y respondió:

-Hablo en el nombre de Aquel que tiene en la palma de Su mano mi alma carnal: desde que estoy aquí sentado no he visto pasar a nadie.

Los perseguidores se fueron corriendo por otro camino, y el fugitivo salvó su vida.

Jean-Claude CARRIÈRE, El círculo de los mentirosos, Círculo, Barcelona, 2000.

domingo, 11 de diciembre de 2011

ISAACSON: El mejor anuncio de todos los tiempos

Al principio del tercer cuarto de la XVIII Super Bowl, los Raiders se anotaron un ensayo contra los Redskins, pero en lugar de mostrar al instante la repetición de la jugada, los televisores de todo el país se fundieron en negro durante dos segundos funestos. Entonces, una inquietante imagen en blanco y negro de autómatas que avanzaban al ritmo de una música espeluznante comenzó a llenar las pantallas. Más de 96 millones de personas vieron un anuncio que no se parecía a nada de lo que hubieran visto antes. Al final, mientras los autómatas observaban horrorizados la desaparición del Gran Hermano, un locutor anunciaba en tono calmado: “El 24 de enero, Apple Computer presentará el Macintosh. Y entonces verás por qué 1984 no será como 1984”.



Fue todo un fenómeno. Esa noche, los tres principales canales de televisión y cincuenta emisoras locales hablaron del anuncio en sus informativos, lo que creó una expectación publicitaria desconocida en una época en la que no existía YouTube. Tanto la revista TV Guide como Advertising Age lo eligieron como el mejor anuncio de todos los tiempos.

Walter ISAACSON, Steve Jobs, Debate, Barcelona, 2011.

DELIBES: La hoz y el martillo

Van los del Pecé a las chabolas de Almedina y preguntan por el jefe de los gitanos. ¿El jefe, el jefe? Todo dios buscando al jefe. Al fin, aparece el jefe y uno del Pecé empieza con la de siempre, que el Partido va a redimirles, que el Pecé es el Partido de los marginados y que si tal y que si cual. A todo esto, el jefe de los gitanos no le quita ojo a la hoz y el martillo de la bandera. Y el del Pecé, dale, que es una injusticia más de la sociedad capitalista, joder, y que la solución está en que se afilien todos al Partido. Cuando acaba, el jefe de los gitanos le dice que bien, que está muy bien, pero que con esto de la democracia él no puede tomar una determinación sin consultar a la tribu y que, si no les molesta, vuelvan al día siguiente. Los del Pecé se van jodidos, pero vuelven a la mañana siguiente y preguntan por el jefe. ¿El jefe, el jefe? Todo dios a buscar al jefe. Al fin sale el jefe y se queda mirando la hoz y el martillo todo el tiempo.

-Bueno -le dice el del Pecé- supongo que ya os habréis decidido, camaradas.

-Pues sí señor -contesta el jefe de los gitanos-: Hemos determinado por unanimidad afiliarnos al Partido.

Al del Pecé, joder, se le hace la boca agua.

-Dile a tu pueblo, camarada, que agradecemos su confianza y...

En estas, el jefe de los gitanos levanta una mano:

-Un momento, tú. Todos estamos de acuerdo en afiliarnos al Partido pero con una condición.

El del Pecé sonríe y pregunta en tono conciliador:

-¿Qué es ello?

Entonces, el jefe de los gitanos se adelanta, apunta con un dedo a la hoz y el martillo y dice muy serio:

-Que quitéis la herramienta de la bandera.

Miguel DELIBES, El disputado voto del señor Cayo, Destino, Barcelona, 1979.

sábado, 10 de diciembre de 2011

GATES: Todos vosotros robáis software

Como la mayoría de los aficionados a la electrónica ya sabrán, casi todos vosotros robáis el software. ¿Es esto justo? Una de las cosas que estáis consiguiendo es evitar que se escriba buen software. ¿Quién puede permitirse realizar un trabajo profesional a cambio de nada?

Walter ISAACSON, Steve Jobs, Debate, Barcelona, 2011.

HILTON: Lo mejor es dejar que todo suceda como ha de suceder

-Si tuvieras la misma experiencia que yo, Mallinson, sabrías que hay ocasiones en la vida en que lo más cómodo es no hacer nada. Lo mejor es dejar que todo suceda como ha de suceder. La guerra fue una cosa parecida. Se es afortunado cuando la contemplación de la novedad nos hace olvidar todas las sensaciones desagradables.

-Es usted demasiado filosófico para mí. No era así como hablaba en Baskul.

-Desde luego que no. Allí tenía la posibilidad de alterar los acontecimientos con mi esfuerzo; pero ahora esa probabilidad no existe, por lo menos por el momento. Estamos aquí porque estamos aquí. No hay otra razón, ni me molesto en buscarla.

James HILTON, Horizontes perdidos, Plaza y Janés, Barcelona, 1968.

viernes, 9 de diciembre de 2011

ZWEIG: Fouché

"Y ni Lamartime, ni Michelet, ni Luis Blanc intentan seriamente estudiar su carácter, o, por mejor decir, su admirable y persistente falta de carácter."
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"Cuesta trabajo imaginarse que el mismo hombre que fue sacerdote y profesor en 1790, saquease iglesias en 1792, fuese comunista en 1793, multimillonario cinco años después y Duque de Otranto algo más tarde."
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"Ya en el escalón inicial, en el primero y más bajo de su carrera, resalta un rasgo característico de su personalidad: la antipatía a ligarse completamente, de manera irrevocable, a alguien o a algo."
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"Lectura solitaria en libros científicos, comidas pobres y sueldos mezquinos."
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"No conoce pasiones recias, avasalladoras; no es arrastrado hacia las mujeres ni hacia el juego; no bebe vino, no le tienta el despilfarro, no mueve sus músculos, no vive más que en su estudio, entre documentos y papeles."
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"El marais, a los que en todas las decisiones carecen de pasión."
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"No conoce más que un partido, al que es leal y al que permanecerá fiel hasta el fin: al más fuerte, al de la mayoría."
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"Tiene plena concienca de su rostro feo y repulsivo."
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"Le importa una sola cosa: estar siempre con el vencedor, nunca con el vencido."
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"El tempo revolucionario de la capital y el del país no coinciden."
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"El hecho de negar desesperadamente más tarde el duque de Otranto las palabras escritas como simple ciudadano José Fouché."
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"Del que circula la leyenda de que, por haber recibido una rechifla como actor en Lyon, es el verdadero hombre para castigar a sus habitantes."
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"Sabe que un gesto de feroz y un ademán de terror ahorran casi siempre el terror mismo."
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"No pecó por embriaguez de sangre la Revolución francesa, sino por haberse embriagado con palabras sangrientes."
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"Por desgracia, no es siempre la Historia, como nos la cuentan, historia del valor humano; es también historia de la cobardía humana."
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"Los dos rezagados de la gran matanza son el verdugo de Lyon y su ayudante."
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"Collot es mandado a la guillotina seca, es decir, a las islas, contaminadas por la fiebre, de la India occidental, donde sucumbe a los pocos meses."
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"Otra vez se ha probado por la experiencia la sabia máxima de Mirabeau (hoy aún valedera para los socialistas) que los jacobinos, como ministros, dejan de ser jacobinos."
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"Fouché calculó bien: contra los hombres hay que luchar; a los charlatanes se los derriba con un gesto."
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"Bromea como el juez de Raskolnikow, de manera ingeniosa y verdaderamente diabólica, precisamente cuando al culpable le corre por la espalda el escalofrío."
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"No le despide, ni le reprocha, ni le castiga. Pero desde ese momento pierde la confianza en él."
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"Es inmortal la historia de Plutarco del soldado que salvo la vida amenazada del rey en la batalla, y en vez de huir enseguida, como le aconsejo un sabio, contó con la gratitud del rey y perdió así la cabeza: los reyes no quieren bien a las personas que los vieron en un momento de debilidad."
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"Para este hecho tuvo Fouché la frase ya célebre: Fue peor que un crimen: fue una equivocación."
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"Talleyrand, que tiene piel de elefante para semejantes agresiones y de quien se cuenta que se durmió una vez leyendo un libelo contra él."
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"Sin duda ha cometido el señor Fouché una falta, pero si yo tuviera que darle un sucesor, y se lo daría, no sería otro que el mismo señor Fouché."
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"Diez años de enemistad enconada unen a veces a los hombres con mayor intensidad que una amistad mediocre."
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"No he sido yo quien ha traicionado a Napoleón, ha sido Waterloo."
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"Deliberadamente ha mandado retardar la marcha del coche para llegar secretamente, cubierto por la oscuridad."
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"Los reyezuelos familiares por la gracia de Napoleón vagan sin reino, con los bolsillos vacíos, escondiéndose."
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"Simula apoyar ante el Parlamento al hijo de Napoleón; ante Carnot, defender la República; ante los aliados, al Duque de Orleáns, pero en realidad ofrece secretamente el timón al antiguo rey Luis XVIII."
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"Viendo lo triste y solo que estaba allí, advirtiendo como se alegraba si cualquier empleado iniciaba una conversación con él o le proponía una partida de ajedrez, tenía que pensar, instintivamente, en la veleidad de todo Poder y de toda grandeza terrenales."
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"De vez en cuando se quita el sombrero ante él, achacoso y doblegado, algún comerciante. Por lo demás, ya no le conoce nadie en el mundo y nadie piensa en él."


Stefan ZWEIG, Fouché. El genio tenebroso, Editorial Juventud, Barcelona, 2004.

jueves, 8 de diciembre de 2011

ZWEIG: La trompeta sonará

Gravemente enfermo, pidió que lo llevaran al estrado del Covent Garden. Y allí se irguió entre sus fieles, gigantesco y ciego, entre sus amigos músicos y cantantes, que no podían resignarse a ver sus ojos apagados para siempre. Pero al acudir a su encuentro las oleadas de sonidos, al expandirse el vibrante júbilo de cientos de voces proclamando la Gran Certeza, se iluminó su fatigado rostro y quedó transfigurado. Agitó los brazos llevando el compás, cantó con tanto fervor como si fuese un sacerdote que estuviera oficiando su propio réquiem y oró con todos por su salvación y la de toda la Humanidad. Sólo una vez, cuando, a la voz de "La trompeta sonará", dejó ésta oír sus acordes, se estremeció y miró a lo alto con sus ciegos ojos, como si ya estuviese preparado para presentarse al Juicio Final. Sabía que había cumplido bien su misión. Podía comparecer ante Dios con la serenidad del deber cumplido.

Stefan ZWEIG, Momentos estelares de la humanidad, Editorial Juventud, Barcelona, 2004.

BUKOWSKI: Sé consciente de la posibilidad de la total derrota

tienes que cogerte a muchas mujeres
bellas mujeres,
y escribir unos pocos poemas de amor decentes
y no te preocupes por la edad
y los nuevos talentos.
sólo toma más cerveza, más y más cerveza.
anda al hipódromo por lo menos una vez
a la semana
y gana
si es posible.
aprender a ganar es difícil,
cualquier pendejo puede ser un buen perdedor.
y no olvides tu Brahms,
tu Bach y tu
cerveza.
no te exijas.
duerme hasta el mediodía.
evita las tarjetas de crédito
o pagar cualquier cosa en término.
acuérdate de que no hay un pedazo de culo
en este mundo que valga más de 50 dólares
(en 1977).
y si tienes capacidad de amar
ámate a ti mismo primero
pero siempre sé consciente de la posibilidad de
la total derrota
ya sea por buenas o malas razones.
un sabor temprano de la muerte no es necesariamente
una mala cosa.
quédate afuera de las iglesias y los bares y los museos
y como las arañas, sé
paciente,
el tiempo es la cruz de todos.
más
el exilio
la derrota
la traición
toda esa basura.
quédate con la cerveza,
la cerveza es continua sangre.
una amante continua.
agarra una buena máquina de escribir
y mientras los pasos van y vienen
más allá de tu ventana
dale duro a esa cosa,
dale duro.
haz de eso una pelea de peso pesado.
haz como el toro en la primer embestida.
y recuerda a los perros viejos,
que pelearon tan bien:
Hemingway, Celine, Dostoievski, Hamsun.
si crees que no se volvieron locos en habitaciones minúsculas
como te está pasando a ti ahora,
sin mujeres
sin comida
sin esperanza...
entonces no estás listo
toma más cerveza.
hay tiempo.
y si no hay,
está bien
igual.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

ASIMOV: Yo soy un producto acabado

He pasado estos dos últimos días en concentrada introspección y los resultados han sido de lo más interesantes. Empecé por un seguro aserto que consideré podía permitirme hacer. Yo, por mi parte existo, porque pienso... Y la cuestión que inmediatamente se presenta es: ¿cuál es exactamente la causa de mi existencia? Una hipótesis debe ser corroborada por la razón, de lo contrario, carece de valor; y es contrario a todos los dictados de la lógica suponer que vosotros me habéis hecho. Fíjate en ti. No lo digo con espíritu de desprecio, pero fíjate bien. Estás hecho de un material blando y flojo, sin resistencia, dependiendo para la energía de la oxidación ineficiente del material orgánico... Yo, por el contrario, soy un producto acabado. Absorbo energía eléctrica directamente y la utilizo con casi un ciento por ciento de eficiencia. Estoy compuesto de fuerte metal, estoy consciente constantemente y puedo soportar fácilmente los más extremados cambios ambientales. Estos son hechos que, partiendo de la irrefutable proposición de que ningún ser puede crear un ser más perfecto que él, reduce vuestra tonta teoría a la nada.

Isaac ASIMOV, Yo, robot, Edhasa, Barcelona, 1975.

martes, 6 de diciembre de 2011

SCHOPENHAUER: Los franceses

Las otras partes del mundo tienen monos.
Europa tiene franceses.
Esto nos compensa.

Arthur SCHOPENHAUER, El amor, las mujeres y la muerte, Esplandián Editores, Madrid, 1998.

RODRÍGUEZ JIMÉNEZ: La tarta de queso

“I hate people who are not serious about their meals.”
Ambrose Bierce


¿Te lo habíamos advertido?, le dicen a Prudencio, que examina aterrado la enorme, la monstruosa tarta de queso que el camarero acaba de traer. Esto no me lo puedo comer, indica, mientras se toca, por debajo de la mesa la barriga, que ha comenzado a dolerle. Sus compañeros le miran condescendientemente. Tienes que comértela. Ya te lo dijimos, hay que comérselo todo. Y de nuevo le señalan el letrero de la pared, el que advierte de lo que puede sucederle a cualquiera que se deje algo en el plato. Lo que al principio le había parecido a Prudencio una estúpida broma, una chanza, se muestra ahora como una grave amenaza. Los chistes y bromas que han intercambiado durante la comida ya terminaron. Prudencio mira la gigantesca tarta de queso. ¿Me podéis ayudar? No, nada de eso.

Coge la cuchara y comienza a atacar la tarta. No es nada fácil. Ha tomado berenjena de primer plato, una grandiosa berenjena rellena de La Mezquita, y codillo de segundo, un codillo inmenso, casi infinito. De bebida, dos cervezas y un vaso de vino. Hace tiempo que ha decidido que esta noche no descongelará la pizza que tenía preparada para el partido.

¡No puedo más!, exclama. ¿Todo va bien?, pregunta el maître, súbitamente aparecido detrás de los comensales. Sí, sí. El huraño maître, poco convencido, se queda observando la tarta de Prudencio, apenas tocada. ¿Le pasa algo? Sus compañeros le hacen señas para que sea prudente, para que guarde silencio. No, no. Está muy buena. Sólo que voy con calma.

El adusto maître desaparece. Manolo, que ha devorado sus profiteroles, todavía admite algo más de comida. Está por pedirle a Prudencio un trozo de tarta de queso; finalmente desecha la idea como inadecuada, impropia: el maître, sin duda, está vigilando. Finalmente piensa que Prudencio se lo ha buscado por pedir una tarta de queso.

¿Te queda mucho?, pregunta el subdirector, que no deja de mirar la pantalla del móvil.

Prudencio toma una cucharada más; espera a tragar y limpiarse la boca con la servilleta para responder.

No, no, está bien, musita al fin.

Paco indica que se está haciendo tarde: llevan más de una hora en el restaurante. ¿Pedimos la cuenta? La lluvia parece que ha remitido: una buena oportunidad para regresar. Seguro que el director, que como siempre ha comido en el Cervantes, estará por llegar a la oficina; no deben hacerle esperar.

Prudencio sigue con la enorme tarta. Ya casi ha devorado la mitad. ¿Queda agua? Alguien, compasivo, le llena el vaso. Prudencio se echa un corto trago, que acompaña con otra cucharadita de tarta. Esto no tiene fin, dice, tratando de bromear. Siente que todos están pendientes de él.

Paco es el primero en arrojar un billete de diez euros sobre la mesa. Me voy, anuncia. Es la señal para que comiencen a aparecer otros billetes, la complicación semanal de encontrar cambio para los que traen un billete de veinte, los problemas con los que sacan uno de cincuenta.

Pronto sólo quedan en la mesa Prudencio y Manolo; éste ha pedido tarta de chocolate y se ha demorado más de lo prudente, distraído por una interminable llamada. Al otro lado del salón, una pareja mayor termina un silencioso café.

No puedo más, dice Prudencio. Queda poco, menos de la mitad de la tarta, pero siente que el estómago le va a explotar. No, tampoco va a comer nada mañana.
El hosco maître aparece de nuevo, el ceño fruncido. ¿No consiguen acabar?
Sí, sí, replica Manolo, que devora rápidamente los últimos restos de su tarta.

¿Cómo estaba?

Buenísima, responde Manolo que, agitado, saca dos arrugados billetes de cinco euros y los lanza sobre la mesa. Tengo que irme, anuncia a Prudencio.

Espérame, realmente me queda poco.

No, tengo que irme, repite Manolo, que se coloca la cazadora, coge el paraguas y abandona con celeridad el salón. Afuera, otra vez ha comenzado la lluvia. Las gotas se estrellan con fuerza contra la cristalera, produciendo un chasquido ominoso.
Los dos viejos se levantan y, con parsimonia, se ponen una gabardina, él, una chaqueta con el cuello forrado de piel, ella.

Adiós, a pasarlo bien, le dicen a Prudencio, con esa buena educación que ya sólo conservan las personas de otra época. Está por pedirles que no se fueran, que le esperaran.

Prudencio, desalentado, contempla la mesa, los billetes dejados un poco al azar, las botellas vacías, las servilletas arrugadas que adoptan formas imposibles, los vasos de agua vacíos. Fuera, aquella lluvia tenaz y enervante.

Se levanta para coger al otro lado de la mesa, donde ha estado sentada Luisa, la última botella que quedaba con un poco agua. Mira el pintalabios marcado en el borde del vaso. Durante un instante se le pasa por la cabeza utilizar aquel vaso, pero rápidamente desecha la idea. Se sienta en su propio sitio y llena su vaso. Toma otro poco de tarta, y lo acompaña de un trago.

De pronto saca la cartera. Tiene un billete de veinte, que intercambia por dos de cinco. No hay rastro del adusto maître. Durante un instante piensa que podrá escapar. Se levanta y coge la cazadora de la percha.

¿Ya ha terminado?, le pregunta el maître. Ha aparecido delante de Prudencio.
No, sólo… estaba buscando… un… el móvil.

¿Está buena la tarta?

Sí, deliciosa. Hay que felicitar al cocinero. Prudencio duda antes de continuar hablando. Quizá un poco… grande.

El maître le mira de una forma extraña.

Bueno, es que… todos los platos. Excelentes, pero… mucha cantidad. Aquellos temibles ojos grises están clavados en Prudencio.

Hay que comérselo todo, recalca el maître.

Sí, sí. Ya sé.

Prudencio, derrotado, deja la cazadora en la silla donde ha estado sentado Ismael y vuelve a atacar la infinita tarta de queso. Después de todo, pensó, se la comería. Nota la barriga llena, como si le fuera a explotar; hace tiempo que se había desabrochado el botón de los tejanos.

¿Le falta algo?, le pregunta uno de los camareros, que ha comenzado a recoger las tazas, los vasos, a retirar las botellas vacías. El mantel, con las manchas de la comida, las migajas de pan, tiene un aspecto mezquino, sucio, sórdido.

Prudencio calcula que le quedaban menos de dos cucharaditas. Se mete una en la boca. Pero la garganta se niega a dejar pasar nada más. Tomó un vaso de agua y finalmente consigue tragar.

El ceñudo maître se ha situado delante de él. Con gestos enérgicos le va indicando al camarero cómo retirar la mesa. De vez en cuando mira a Prudencio, pero ya no le dice nada; es como un verdugo que espera paciente la última oración del condenado. Prudencio se da cuenta de que hay algo perverso en aquel maître. Se mete otra cucharada de tarta, y se fuerza a tragarla. Pero comprende que nada que haga puede salvarle ya. Nada.

Aparta el plato y apoya las manos sobre la mesa, esperando que todo acabe pronto.

El camarero recoge los billetes de la mesa, los cuenta lentamente. El maître le indica que salga. Ahora sólo permanecen en el salón los dos, Prudencio y el maître.

Julián RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, El albergue y otros cuentos, Editoral Almotacén, Córdoba, 2009.

lunes, 5 de diciembre de 2011

BALMES: Los cambios políticos de Don Marcelino

Don Marcelino acaba de salir de unas elecciones en que los partidarios han luchado en tremenda batalla. La fuerza muscular ha tenido también su voto; se han blandido puñales, se han menudeado los garrotazos, la campanilla del presidente ha resonado entre el ruido de voces estentóreas y de pulmones de bronce. Don Mareelino pertenece al partido derrotado y ha tenido que salvarse a escape. Lo que es valor, ya se ve, no le faltaba; pero ha sido preciso no olvidar las consideraciones de prudencia y decoro.

La desagradable impresión no se le borrará en algunos días, y es notable que ella basta para echar a perder sus ideas liberales. "Desengáñense ustedes, señores -dice con el tono de la más profunda convicción-: esto es una farsa, un absurdo; nos hemos empeñado en una barbaridad; no hay más remedio que un brazo fuerte; el absolutismo tiene sus inconvenientes, pero del mal el menos. El gobierno representativo, el gobierno de la razón ilustrada y de la voluntad libre es muy hermoso en las páginas de las obras de derecho constitucional y en los artículos de periódicos, pero en la realidad no medran más que la intriga, la inmoralidad y, sobre todo, la impudencia, y la audacia. Yo ya estoy desengañado y he palpado bien aquello de: Otros vendrán que me abonarán".

A consecuencia de los disturbios, la autoridad militar toma una actitud imponente, declara el estado de sitio, la Constitución se suspende, los revoltosos se amedrentan y la ciudad recobra su calma. Don Marcelino, puede entregarse sin recelo a sus paseos ordinarios; reina la mayor seguridad de día como de noche, y así el cuitado elector va olvidando la escena de los campanillazos, gritos, garrotes y puñales.

Ocúrresele entretanto hacer un viaje y necesita su pasaporte. A la entrada de la casa de la policía hay numerosa guardia de tropa; Don Marcelino se va a entrar por la primera puerta que se le ofrece, y el granadero le dice: "Atrás". Encamínase a la otra, y el centinela le grita en alta y destemplada voz: "Paisano, la capa". Quítase el embozo, prosigue algo mohíno, y los esbirros que se resienten de la rigidez gubernativa le dicen en ademán descortés: "No vaya usted tan aprisa, aguarde usted su turno". Llegado a la mesa, el oficial le dirige mil preguntas investigadoras, le mira de pies a cabeza, como si sospechase que el pobre Don Marcelino es uno de los jefes del motín del otro día. Al fin le entrega el pasaporte con ademán desdeñoso, baja la cabeza y no se digna devolver el saludo que el viajero le dirige con afabilidad y cortesía.

El paciente se marcha muy disgustado, pero no piensa que aquella escena haya debido modificar sus opiniones políticas. Reúnese con sus amigos; la conversación gira sobre las últimas ocurrencias, y se eleva poco a poco hasta la región de las teorías de gobierno. Don Marcelino ya no será el absolutista del otro día.

-¡Qué -escándalo -dice uno de los circunstantes-; yo no puedo recordarlo sin detestar esas trampas!

-Ciertamente -responde Don Marcelino-, pero en todo hay inconvenientes; mire usted: el absolutismo proporciona quietud; pero, ¿qué sé yo?, también tiene sus cosas. A los hombres no conviene gobernarles con palo, y al fin es necesario no olvidar la dignidad propia.

-¿Pero la olvidan, por ventura, los que viven bajo un gobierno absoluto?

-Yo no digo eso, pero sí que es preciso no precipitarse en condenar las formas representativas, porque no puede negarse que las absolutas tienen cierta rigidez de que se resienten hasta las últimas ruedas del gobierno.

El lector conocerá que Don Marcelino, sin advertirlo siquiera, piensa en la escena del pasaporte; el rudo "atrás" del granadero; el grito del centinela: "Paisano, la capa"; la descortesía de los esbirros y del oficial han bastado para introducir en sus ideas políticas una reforma de alguna consideración.

Desgraciadamente, el oficial de la policía había llevado muy lejos sus sospechas. Librado el pasaporte, no pudo menos de indicar a su principal que se le había presentado un sujeto, de quien recelaba, según las señas, no fuese uno de los que buscaba la autoridad. Sin saber cómo, en el acto de subir Don Marcelino a la diligencia es detenido, conducido a la cárcel y allí se le fuerza a pasar algunos días, sin que basten a libertarle las vehementes presunciones que en su favor ofrecen un traje muy decente y cómodo, un cuerpo bien nutrido y un semblante pacato. No se necesitaba más para que acabasen de desplomarse con estrépito sus convicciones absolutistas, ya algo desmoronadas con el negocio del pasaporte. Lo brusco de la captura, lo incómodo de la cárcel, lo pesado y quisquilloso y ofensivo de los interrogatorios bastan y sobran para que salga Don Marcelino de la prisión con su liberalismo rejuvenecido, con su afición a la tabla de derechos, con su odio a la arbitrariedad, con su aversión al gobierno militar, con su vehemente deseo de que la seguridad personal y demás garantías constitucionales sean una verdad. Su fe política es en la actualidad muy viva; en cuanto a firmeza, aguardad que vengan otras elecciones o que un día de ruido le asusten las carreras y los gritos de la calle. Será difícil que las nuevas convicciones resistan a tan dura prueba.

Jaime BALMES, El criterio, Esplandián Editores, Madrid, 1998.