Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

miércoles, 29 de febrero de 2012

KING: El placer de la lectura

Para mí existen pocos placeres que superen el de sentarme en mi sillón predilecto una noche fría, con una taza de té bien caliente, y oír el aullido del viento mientras leo una buena historia que me puedo pulir de una sola sentada.

Stephen KING, Todo es eventual, Plaza y Janés, Barcelona, 2004.

MOORE: Las mujeres


Soy del parecer a partir de la mera observación de la mujer con la que vivo que cuando Dios se afanaba por crear el mundo, pasó la mejor parte del sexto día ideando el aspecto de la mujer. Nadie puede dejar de notar el toque del artesano en el cenit de su capacidad creativa. Las formas, las curvas, la simetría, todo ello es una obra de arte. La piel es suave y tersa; su cabello, sano y espeso. Conste que no se trata de comentarios salaces, sino de las conclusiones extraídas por el crítico de arte que hay en mí. Las mujeres son asombrosamente bellas.

¿Y qué le pasó a Dios a la hora de hacernos a nosotros? Por lo visto, ya había agotado sus mejores trucos. Para cuando le tocó el turno al hombre, el Señor andaba algo aburridillo y distraído pensando en cosas más placenteras como el descanso del domingo.

Así que los hombres acabamos como los Chevrolet: ensamblados descuidadamente en la cadena de montaje y con averías garantizadas a corto plazo. Es por eso por lo que tratamos de pasar apoltronados el mayor tiempo posible; el ejercicio necesario para recoger lo que vamos consumiendo y desechando podría acarrearnos una afección cardíaca. Nuestros cuerpos fueron hechos para levantar, cargar y lanzar, pero sólo por un tiempo limitado. Y ¿qué puedo decir de ese apéndice extra con que se nos dotó? Vamos a ver. En sus prisas por acabar el engendro, parece que Dios agarro una pieza suelta del taller y nos la pegó sin miramientos. Una chapuza. Si cualquiera de nosotros tomase algo parecido y lo pegara a un árbol o a una farola, veríamos que la cosa no queda muy bien. Pero nadie cuestiona su presencia en el cuerpo masculino. Como una criatura surgida del universo Alien y retocada por Frank Purdue, el órgano sexual masculino es testimonio de que, como en las inundaciones de Bangladesh o los dientes de los ingleses, Dios yerra a discreción.

Michael MOORE, Estúpidos hombres blancos, Ediciones B, Barcelona, 2004.

martes, 28 de febrero de 2012

PORTIS: No tuvo una mano firme que lo guiase

Hasta aquel momento yo no había creído que aquel desfigurado ladrón hubiese sido nunca niño. Supongo que fue cruel con los gatos y, en la iglesia, cuando no estaba dormido, haría ruidos desagradables. En el momento en que necesitó una mano firme que lo guiase, no la tuvo. ¡Una vieja historia!

Charles PORTIS, Valor de ley, Debolsillo, Barcelona, 2011.

LEWIS: Cumple con tu deber de mujer

El señor Pizarro no era mal parecido. Y debía valer algo si era miembro ejecutivo del Sindicato. Podía ayudarme. Si él quería algo de mí yo estaría dispuesta... sobre todo cuando estuviéramos fuera de la ciudad en locación, o cuando ya lo conociera mejor. Acto seguido fui a arreglarme las uñas y a peinarme y saqué mi mejor vestido del empeño donde lo había llevado Roberto cuando necesitó dinero en un apuro. Era mejor ir bien presentada.

Pero no me esperé que este señor me llevara a un motel ese mismo día y que me forzara como lo hizo el señor Montero. ¿Es que de veras tengo el aspecto de mujer fácil? Traté de luchar con él y cuando ya no pude me volví una piedra. Me controlaba en una forma increíble y no respondí... Este fulano estaba desesperado y encajó su rodilla en mí.

—¡Señor Pizarro, por favor, no me trate así!

—¿Y qué quieres? Soy hombre... o qué... ¿quieres que deje de serlo para que después te burles de mí? ¿Quieres que rebaje mi calidad de hombre? Cumple con tu deber de mujer.


Oscar LEWIS, Los hijos de Sánchez, Mortiz, México, 1965.

lunes, 27 de febrero de 2012

PORTIS: Matando una rata

—Despierta —decía—. Despierta, hija.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Cogburn estaba borracho y jugueteaba con el revólver de papá. Señaló hacia algo que había en el suelo, junto a la cortina de separación con la tienda. Miré. Era una gran rata. Estaba allí, agazapada en el suelo, con la cola recta, y comiéndose el grano que salía de un agujero de un saco. Di un respingo, pero Rooster me cubrió la boca con una mano que olía a tabaco e impidió que hiciese el menor ruido.

—Estate callada —me dijo.

Yo busqué con la mirada a Lee y supuse que se habría ido a la cama. Rooster siguió:

—Voy a probar un sistema nuevo. Ahora fíjate.

Se echó hacia delante y habló a la rata en voz baja, diciendo:

—Aquí tengo un mandato judicial que dice que debes dejar de comerte el maíz de Chen Lee inmediatamente. Es un mandato de rata. Un mandato extendido para una rata, y yo estoy cumpliendo legalmente dicho mandato.

Luego alzó la mirada hacia mí y preguntó:

—¿Ha parado de comer?

Yo no contesté. Nunca he perdido el tiempo alentando a los borrachos a hacer tonterías. Rooster siguió:

—A mí no me parece que haya parado.

Sostenía a baja altura el revólver de papá y disparó dos veces sin apuntar. El ruido atronó el pequeño cuarto e hizo que las cortinas se movieran bruscamente. Quedé ensordecida. Había una gran cantidad de humo. Lee se incorporó en su camastro y dijo:

—Si quieres pegar tiros, hazlo fuera.

—Estaba cumpliendo una orden de detención —replicó Rooster.

Charles PORTIS, Valor de ley, Debolsillo, Barcelona, 2011.

SIMON: El principio del fin de las ficciones estándar


Para la HBO, es una victoria importante contraprogramar mundos alternativos, inaccesibles, respecto a las cadenas estándar. Pero, me permito opinar, sería una victoria más profunda aún para la HBO tomar la esencia de la programación de las grandes cadenas e inteligentemente darle la vuelta, de manera que nadie que vea el enfoque por parte de la HBO de la cultura del crimen y de la lucha contra el crimen pueda ver de nuevo series como CSI, NYPD Blue o Law and Order sin conocer todos los puñetazos asestados a dichas series. El que la HBO plante cara a la NBC o la ABC y cree una serie con policías que llegue hasta el verdadero fondo de las cosas mediante el realismo, una buena escritura y una valoración más brutal de la policía, del trabajo de la policía y de la cultura de la droga..., puede que no sea el principio del fin de las ficciones estándar de la industria televisiva, pero será ciertamente el fin del principio para la HBO.

David SIMON et al., The Wire. 10 dosis de la mejor serie de televisión, Errata Naturae, Madrid, 2010.

domingo, 26 de febrero de 2012

TIMBERG: American letters destroyed by academia

One of the things that most angers Wright -who considers himself an artist- is the way literature has been taken over by academia. Two decades after leaving college, he is "now fully convinced that American letters have become thoroughly destroyed by the creative writing farm system."

Scott TIMBERG, Evan Wright: Going where the wild things are.

Los Angeles Times, domingo 5 de abril de 2009.


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MAQUIAVELO: El príncipe


Cuando las ciudades o provincias están acostumbradas a vivir bajo un príncipe, y por la extinción de éste y su linaje queda vacante el gobierno, como por un lado los habitantes estfán habituados a obedecer y por otro no tienen a quién, y no se ponen de acuerdo para elegir a uno de entre ellos, ni saben vivir en libertad, y por último tampoco se deciden a tomar las armas contra el invasor, un príncipe puede fácilmente conquistarlas y retenerlas. En las repúblicas, en cambio, hay más vida, más odio, más ansias de venganza. El recuerdo de su antigua libertad no les concede, no puede concederles un solo momento de reposo. Hasta tal punto que el mejor camino es destruirlas o radicarse en ellas.

Nicolás MAQUIAVELO, El príncipe, Gredos, Madrid, 2011.

ENZENSBERGER: Nuevos motivos por los que los poetas mienten

Porque el instante
en que la palabra feliz
se pronuncia
no es nunca el instante de la felicidad.
Porque los labios del sediento
no hablan de sed.
Porque por boca de la clase obrera
nunca oiréis la palabra clase obrera.
Porque el desesperado
no tiene ganas de decir
"estoy desesperado".
Porque orgasmo y Orgasmo
son incompatibles.
Porque el moribundo, en lugar de decir,
"me estoy muriendo"
no emite más que un ruido sordo
que nos resulta incomprensible.
Porque los vivos
son los que rompen el tímpano de los muertos
con sus terribles noticias.
Porque las palabras acuden siempre demasiado tarde
o demasiado pronto.
Porque de hecho es otro,
siempre otro,
el que habla,
y porque aquél de quien se habla
calla.


Hans Magnus ENZENSBERGER, El hundimiento del Titanic, Anagrama, Barcelona, 1986.

sábado, 25 de febrero de 2012

MOORE: Los blancos son peligrosos


Los blancos me dan un miedo terrible. Puede que resulte difícil de entender visto que soy blanco, pero justamente por eso lo que me digo. Por ejemplo, muchas veces yo mismo me doy miedo. Debe creer en mi palabra: si se ve repentinamente rodeado de blancos, mucho ojo. Podría ocurrir cualquier cosa.

Como blancos se nos ha arrullado con la cantaleta de que estar entre nuestros semejantes es lo más seguro. Desde la cuna se nos ha enseñado que la gente a quien hay que temer es de otro color. Que ellos te harán pupa.

Sin embargo, volviendo la vista atrás, descubro una pauta inconfundible. Todos aquellos que me han perjudicado en la vida eran blancos: el jefe que me despidió, el maestro que me suspendió, el director que me castigó, el chico que me apedreó la cabeza, el otro chico que me disparó con una pistola de aire comprimido, el ejecutivo que no renovó TV Nation, un tipo que me estuvo acosando durante tres años, el contable que dobló mi contribución a Hacienda, el borracho que me atropelló, el ladrón que me robó el radiocasete, el contratista que me cobró de más, la novia que me abandonó, la siguiente novia, que me abandonó aún más deprisa, el piloto del avión que embistió un camión en la pista de aterrizaje (quizás hacía días que no comía), el otro piloto que decidió volar a través de un tornado, el compañero que me afanó unos cheques y se los hizo pagaderos por valor de 16.000 dólares... Todas estas personas eran blancas ¿Coincidencias? Qué va.

Nunca he sido atacado ni desahuciado por un negro, jamás un casero negro me ha estafado el depósito de alquiler (de hecho, nunca he tenido un casero negro), nunca he asistido a una reunión en Hollywood donde el ejecutivo al cargo fuera negro, nunca vi un agente negro en la agencia que me representaba, jamás un negro le ha negado a mi hijo el acceso a la universidad de su elección, tampoco fue un negro quien me vomitó encima en un concierto de Mötley Crüe, nunca me ha detenido un policía negro, jamás me ha intentado engañar un vendedor de coches negro (ni he visto jamás un vendedor de coches negro), ningún negro me ha negado un crédito, ni ha tratado de hundir mi película, ni jamás he oído a un negro decir: "Vamos a cargarnos diez mil puestos de trabajo. ¡Que tenga un buen día!"


Michael MOORE, Estúpidos hombres blancos, Ediciones B, Barcelona, 2004.

viernes, 24 de febrero de 2012

SIMON: Partida de ajedrez


-Un momento. No sabéis jugar al ajedrez, ¿verdad?

-¿Y?

-Nada, tío.Os enseñaré si queréis.

-No, pasa. Estamos en medio de la partida.

-Quiero que me enseñe.

-No podéis jugar a las damas en un tablero de ajedrez.

-De acuerdo.

-Fijaos, es muy sencillo. ¿Veis esto? Es el rey. Es el pez gordo. Si pilláis al rey del otro, ganáis la partida. Pero él también quiere pillaros, así que tenéis que protegerlo. El rey se mueve una casilla en la dirección que quiera, porque es el rey. Así, ¿de acuerdo? Él no es muy fuerte, pero el resto de hijos de puta de su banda le protegen. Y se lo curran tanto, que apenas tiene que hacer nada.

-Como tu tío.

-Sí, como mi tío. ¿Veis esto? Es la reina. Es lista y peligrosa. Se mueve todo lo que quiere y hacia donde quiere. Y es la pieza que hace el curro de verdad.

-Me recuerda a Stringer.

-Y esto de aquí es la torre. Es como un alijo. Se mueve así y así.

-Los alijos no se mueven, tío.

-Venga, tío, piensa. ¿Cuántas veces hemos movido el alijo esta semana? Cada vez que lo hacemos, hemos tenido que mover a la peña para protegerlo.

-Sí, es verdad. ¿Y esos canijos con la cabeza como bolas de billar?

-¿Estos de aquí? Son los peones. Son como soldados. Se mueven así: una casilla hacia delante, menos cuando comen. Entonces se mueven así o así. Son como la primera línea. Están en campo abierto.

-¿Cómo puedes llegar a ser rey?

-No se puede. El rey siempre es el rey, ¿vale? Todos se quedan como son, excepto los peones. Si un peón llega hasta el final del campo contrario, pasa a ser reina. Y como he dicho, la reina no es una coña. Es la que más manda.

-Entonces, si llego hasta el otro extremo, ¿gano?

-Si pillas al rey del otro tío y lo atrapas, ganas.

-Pero si llego al otro lado... soy el jefe.

-No es así. Los peones suelen palmarla fácilmente. Desaparecen de la partida pronto.

-A menos que sea un peón listillo.

David SIMON, The Wire, Temporada 1, Episodio 3 (2002).

jueves, 23 de febrero de 2012

FOWLES: Sé que no tengo eso que no sé lo que es

Sé que no tengo eso —que no sé lo que es— que las muchachas buscan en los hombres. Conozco a tipos como, por ejemplo, Crutchley, que a mí me parecen el colmo de lo vulgar pero a quienes las muchachas aceptan encantadas. Algunas de las chicas del Anexo le miraban siempre de una manera que resultaba repugnante. Me parece que se trata de alguna cosa burda y animal que yo no tengo. Y debo decir que me alegro mucho de no ser así, porque si hubiera mucha gente como yo, el mundo sería mejor.

John FOWLES, El coleccionista, El Aleph, Barcelona, 2002.

miércoles, 22 de febrero de 2012

MOORE: Abandoné mis estudios universitarios


No completé la carrera. Lo confieso: yo, Michael Moore, abandoné mis estudios universitarios. Un día de mi segundo año, estuve conduciendo sin parar por los aparcamientos del campus en Flint, buscando sitio como loco. No lo encontré, y después de circular durante una hora con mi Chevy Impala del 69, grité por la ventana: "¡Estoy harto! ¡Dejo la universidad!" Me fui a casa y les comuniqué mi decisión a mis padres.

-¿Por qué? -preguntaron.

-No pude aparcar -repliqué, agarrando un refresco y preparándome para seguir adelante con mi vida.

Michael MOORE, Estúpidos hombres blancos, Ediciones B, Barcelona, 2004.

SIMON: Me encanta este curro


Me encanta este puto curro. Lo mejor que pudo hacer Rawls por mí fue devolverme a un distrito. Sin estrés, sin competencia. Hago turnos de ocho horas, no me llevo nada conmigo a casa. No, en serio, no podría ser más feliz. Todos esos años dando cabezazos a la pared en Homicidios. ¿Y para qué? La misma puta pensión con el doble de ardor de estómago.

David SIMON, The Wire, Temporada 3, Episodio 9 (2004).

martes, 21 de febrero de 2012

LEWIS: La libreta

Yo tengo una libreta en que anoto muchas cosas, como hacía mi padre. Anoto las fechas de nacimiento de cada uno de mis hijos, los números de mis billetes de lotería, lo que gasto en los marranos y lo que gano de su venta.

Oscar LEWIS, Los hijos de Sánchez, Mortiz, México, 1965.

lunes, 20 de febrero de 2012

MOORE: Analfabetismo funcional


A mí y a muchos otros nos parece que el tuyo es, tristemente, un caso de analfabetismo funcional. No es nada de lo que debas avergonzarte, pues estás bien acompañado (no hay más que contar las erratas de este libro). Millones de americanos tienen un nivel de alfabetización de cuarto de primaria. No es de extrañar que dijeses aquello de "que ningún niño se quede atrás"; ya sabías de qué iba.

Pero déjame preguntarte esto: si te cuesta entender los complejos informes que recibes en calidad de líder del Mundo Cuasi-Libre, ¿cómo podemos llegar a confiarte nuestros secretos militares?

Todos los indicios de analfabetismo son evidentes, y nadie te ha desautorizado por ello. Nos ofreciste la primera prueba cuando se te preguntó por tu libro de la infancia preferido. La oruga hambrienta, respondiste. Desgraciadamente, ese libro no se publicó hasta un año después de que te licenciaras.

Como primera dama, tu madre colaboró activamente con los programas de alfabetización. ¿Cabe pensar que conocía bien la dificultad de educar a un niño que no sabía leer?

Michael MOORE, Estúpidos hombres blancos, Ediciones B, Barcelona, 2004.

MROŻEK: C. de Turco


En un periódico encontré el siguiente anuncio: "Asumo la responsabilidad por cualquier cosa, precios moderados, calle Descuento 6, portal 2.0 desde el patio, planta 4.a, izq."

Me acababa de cortar al afeitarme y buscaba a alguien a quien culpar. Como no estoy casado, no tenía en casa a nadie a mano, y abordar a los transeúntes me daba cosa. Así que fui a la dirección indicada.

En la puerta encontré un rótulo: "C. de Turco" y una inscripción a lápiz: "Llame fuerte o dé una patada en la puerta."

Me recibió un hombrecillo con perilla. Le expuse el asunto.

—Ningún problema —dijo—. De cosas mayores asumo la culpa. Son ciento veinte.

—¿Tan barato?

—¿Usted se extraña? Yo también. Pero no puedo pedir más porque me ha surgido competencia desleal.

—No me diga, pensaba que usted era el único en el sector.

—Qué va, apenas si puedo llegar a fin de mes, y todo por culpa de ellos.

—¿Por culpa de quiénes?

—¿No lo sabe? —y bajó la voz—: Hace tiempo que hubiesen acabado conmigo si no fuera porque conservo aún algunos clientes de los antiguos. Pero cada vez menos, sabe, cada vez menos. Ellos controlan todo el negocio.

—¿Quiénes?

—¿Cómo que quiénes? Los judíos. Y lo peor de todo es que trabajan totalmente gratis.

Tuve una revelación. ¡Por qué no lo había pensado antes! Me di la vuelta y salí corriendo del piso de C. de Turco.

—¡Ciento diez! —exclamaba él asomando el cuerpo por el pasamanos, mientras yo bajaba a toda velocidad la escalera—. ¡Ochenta! Vale, que sean treinta, pero treinta, ¿eh? ¡Más barato, aunque me mate, no puedo!

No, si barato es, todo hay que decirlo, pero que se busque a otro tonto. ¿Para qué iba yo a pagar, cuando en otro lado no cuesta un duro?

Sławomir MROŻEK, La mosca, El Acantilado, Barcelona, 2005.

domingo, 19 de febrero de 2012

ENZENSBERGER: Declaración de pérdidas

Perder el pelo, perder la calma,
¿me explico?, perder el tiempo,
librar una batalla perdida,
perder peso y esplendor, perdón, no importa,
perder puntos, déjame terminar de una vez,
perder la sangre, perder al padre y a la madre,
perder el corazón, hace tiempo perdido
en Heidelberg, y ahora otra vez,
sin parpadear, el encanto de la
novedad, olvídalo, perder los
derechos civiles, me doy cuenta,
perder la cabeza, por favor,
si no puede evitarse,
perder el Paraíso Perdido, y qué más,
el empleo, al Hijo Pródigo,
perder la cara, que le vaya bien,
dos Guerras Mundiales, una muela,
tres kilos de sobrepeso,
perder, perder, y volver a perder, hasta
las ilusiones perdidas hace tanto tiempo,
y qué, no desperdiciemos una palabra más
en la tarea perdida del amor, digo que no,
perder de vista la vista perdida,
la virginidad, qué lástima, las llaves,
qué lástima, perderse en la multitud,
perderse en las ideas, déjame terminar,
perder la mente, el último céntimo,
no importa, termino en un momento,
las causas perdidas, toda sensación de bochorno,
todo, golpe a golpe,
¡ay!, hasta el hilo del relato,
el carnet de conducir, las ganas.

Hans Magnus ENZENSBERGER, El hundimiento del Titanic, Anagrama, Barcelona, 1986.

TASSO: Las costuras



Cada vez que se encontraba con un ángel rubio en el cruce de un faubourg, o con un diablo moreno en un paso de peatones, le miraba a la cara, e inmediatamente después bajaba descaradamente la vista hacia la caída del pecho para luego intentar discernir sus caderas, prisioneras de las costuras de unas bragas que se marcaban debajo de la ropa. Esas costuras, tan poco estéticas para las mujeres coquetas, eran las responsables de despertar la imaginación libidinosa de los hombres. Con el tiempo, se eliminaron las costuras de las bragas, las cuales se volvieron cada vez más minúsculas, y no por estética, para ocultar pliegues visibles, sino más bien porque ¡ya estaba bien de tantas miradas indiscretas!

Valérie TASSO, Paris la nuit, Plaza y Janés, Barcelona, 2004.

sábado, 18 de febrero de 2012

SIMON: Las patrullas son más seguras en West Baltimore


Pero volvamos a Mr. Burns, que ahora estaba metido hasta la coronilla en el sistema educativo público de Baltimore ejerciendo de maestro de enseñanza media en la rama de Ciencias Sociales. Había días, me aseguró Ed, en que un turno de patrulla en el Distrito Oeste resultaba más seguro y más manejable que una clase en la escuela de Hamilton.

David SIMON et al., The Wire. 10 dosis de la mejor serie de televisión, Errata Naturae, Madrid, 2010.

RODRÍGUEZ JIMÉNEZ: El gigante castigado


–Y no le des nada de comer al gigante –dijo el mago.

–¿Qué ha hecho esta vez? –preguntó Sisenando.

El mago no respondió, se limitó a hacerle un gesto con la mano para que abandonara la sala. Cuando se quedó solo, abrió el libro. Comenzó a musitar un conjuro, pero tuvo que pararse porque se dio cuenta de que no lograba concentrarse. ¡El gigante le había dejado huir! Con lo fácil que hubiera sido matar al príncipe. Siempre escapaba. Y se la había llevado.

Mientras tanto, Sisenando se dirigió al sótano donde vivía el gigante.

–Hambre –gruñó el coloso.

–No, lo siento. Otra vez has hecho enfadar al amo.

MILLS: Suerte


Mejor tener suerte que ser bueno.

David MILLS, The Wire, Temporada 4, Episodio 2 (2005).

viernes, 17 de febrero de 2012

RODRÍGUEZ JIMÉNEZ: Accidente


-¿Qué sucedió?

-Fue un accidente. Lo hice sin querer.

-Eso tendrá que decidirlo la comisión, ¿no cree?

-Sí, supongo que sí. Sólo quería decirle que fue un accidente. Cualquiera que me conozca sabe que soy alguien muy cuidadoso. Mire. Mi reloj. Tiene más de diez años.

-Vayamos por partes. Cuente lo que sucedió.

-Realmente no lo sé. Un accidente. Al pasar junto a la mesa me tuve que enganchar con un cable. Se cayó.

-¿Se cayó?

-Sí. Armó un estrépito tremendo. Asustó a todo el mundo.

-¿Se dio cuenta de que se había roto?

-No, desde luego que no. Funcionaba muy bien. Funcionó la siguiente hora.

-¿Cuándo se dio cuenta de que estaba roto?

-Por el golpe se había ido uno de los filos. Ya le he dicho que seguía funcionando.

-Responda la pregunta.

-Cuando lo dejé en el despacho del secretario. Lo vi, vi que se había roto. Un poco.

-Vio que se había roto… ¿y no dijo nada?

-Estaba oscuro. Ni siquiera sé si se había roto antes. Quizá ya estaba roto.

-¿Es eso todo lo que tiene que decir?

-Ya se lo he dicho: fue un accidente.

-Me temo que el asunto está muy claro.

-¡Fue un accidente, demonios!

-No grite, por favor. Asuma lo que le va a suceder. Le daré unos instantes.

-Por favor. Fue un accidente.

-Cállese. Cállese de una vez.

-No es por esto. No lo van a hacer por esto.

-Usted lo ha dicho. Así que cállese.

SIMON: Ser policía


Supongo que no debería haber sido policía. Realmente no.

David SIMON, The Wire, Temporada 3, Episodio 12 (2004).

MONTERROSO: El zorro más sabio


Un día que el Zorro estaba muy aburrido y hasta cierto punto melancólico y sin dinero, decidió convertirse en escritor, cosa a la cual se dedicó inmediatamente, pues odiaba ese tipo de personas que dicen voy a hacer esto o lo otro y nunca lo hacen.

Su primer libro resultó muy bueno, un éxito; todo el mundo lo aplaudió, y pronto fue traducido (a veces no muy bien) a los más diversos idiomas.

El segundo fue todavía mejor que el primero, y varios profesores norteamericanos de lo más granado del mundo académico de aquellos remotos días lo comentaron con entusiasmo y aun escribieron libros sobre los libros que hablaban de los libros del Zorro.

Desde ese momento el Zorro se dio con razón por satisfecho, y pasaron los años y no publicaba otra cosa.

Pero los demás empezaron a murmurar y a repetir “¿Qué pasa con el Zorro?”, y cuando lo encontraban en los cócteles puntualmente se le acercaban a decirle:

-Tiene usted que publicar más.

-Pero si ya he publicado dos libros -respondía él con cansancio.

-Y muy buenos -le contestaban-; por eso mismo tiene usted que publicar otro.

El Zorro no lo decía, pero pensaba: “En realidad lo que éstos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer.”

Y no lo hizo.

Augusto MONTERROSO, La oveja negra y demás fábulas, Alfaguara, Madrid, 1997.

jueves, 16 de febrero de 2012

RODRÍGUEZ JIMÉNEZ: Atraco


–Dámelo –repite el muchacho.

En un instante imagino todo lo que puede suceder: el cuchillo desgarrándome el vientre, sangre, dolor. Su rostro, cubierto de ronchas, está atravesado por una cicatriz horrible.

–¡Vamos! –me grita.

Comienza a temblarle la mano que empuña la navaja. Saco la cartera y arrojó a sus pies los billetes. Debería salir corriendo, pero, por alguna razón, me quedo contemplando como recoge con avidez la comida de unos días, unos gramos en el Polígono, las botellas de whisky que harán que olvide por unas horas su insensata vida.

SIMON: Lo que erais antes es lo que sois de verdad



Está diciendo que el pasado siempre va con nosotros. De donde venimos, lo que vivimos, como lo vivimos: todo eso importa. Bueno, creo que eso es lo que significa. Como al final del libro, ¿sabéis? Barcos y mareas y eso. Claro, uno puede cambiar, ¿cierto? Podéis decir que sois alguien nuevo, podéis daros una nueva historia, pero lo que erais antes es lo que sois de verdad. Y lo que pasó antes es lo que pasó de verdad. Y da igual que un tonto diga que es diferente porque lo único que nos hace diferentes es lo que hacemos o lo que vivimos. Ya sabéis, como todos los libros en su biblioteca. Él aparenta con todos sus libros, pero si sacamos uno del estante, nos damos cuenta de que ninguna página ha sido abierta. Él tiene muchos libros y no ha leído ni uno de ellos. Él era quien era e hizo lo que hizo, y como no estaba listo para admitir la historia, esa mierda le alcanzó. Eso creo, al menos.

David SIMON, The Wire, Temporada 2, Episodio 6 (2003).

miércoles, 15 de febrero de 2012

TASSO: Paris la nuit


La noche sentaba bien a París y sus edificios. El negro siempre sienta bien a cualquiera. La torre Eiffel dejaba de ser durante unas horas un amasijo de chatarra oxidada para convertirse en un punto de luz. El Sena ya no dejaba entrever la porquería verdosa de su superficie; parecía más bien un gran espejo que invitaba a mirarse en él. Los palacios de París -indudablemente de una fabulosa belleza de día- parecían convertirse en escenarios de cuentos orientales.

Hasta Beaubourg era casi aceptable arquitectónicamente hablando, mientras que La Defensa imponía su sombra sobre los distritos limítrofes de la ciudad. Quizá en eso consistía la felicidad: sentir que te pertenece algo hermoso y que tú perteneces a ese algo.

La torre Montparnasse, unos doscientos metros de vanidad, parecía menos pretenciosa en la noche parisina. Sus detractores se volverían seguramente más indulgentes de las diez de la noche en adelante.

Pero en la madrugada, las gárgolas de Notre-Dame parecían transformarse en algo diabólico. ¡Cómo jugaba con nosotros el cerebro cuando la imaginación se ponía a funcionar! Proyectaba nuestros miedos más atroces, dando formas endiabladas a ángeles inocentes esculpidos en las piedras de las catedrales. Mirándolas fijamente, las cabezas de las gárgolas se estiraban para bailar encima de una ciudad cuyos puentes se transformaban de repente en los tentáculos de un pulpo gigantesco que atrapaba a los paseantes nocturnos.

La isla de la Cité, a pesar de todo, seguía flotando tranquilamente sobre el Sena, aislada para siempre del resto de la urbe.

Valérie TASSO, Paris la nuit, Plaza y Janés, Barcelona, 2004.

martes, 14 de febrero de 2012

STENDHAL: Diez años que malgasté


Si hacia 1795 hubiese comentado a alguien mi proyecto de escribir, cualquier hombre sensato me habría dicho que escribiera dos horas todos los días, con o sin inspiración. Estas palabras me hubiesen permitido aprovechar los diez años de mi vida que malgasté totalmente aguardando la inspiración.

Enrique VILA-MATAS, Bartleby y compañía, Anagrama, Barcelona, 2000.

FORSYTH: ¿Por qué ha de haber guerras?

-¿Por qué vives así? ¿Por qué eres un mercenario dedicado a hacer la guerra?

-Yo no hago las guerras: las hace este mundo en que vivimos. Este mundo gobernado por hombres que pretenden ser morales cuando la mayoría de ellos no son sino sucios logreros. Yo lucho en las guerras porque me gusta esa vida; no lo hago sólo por dinero. La mayoría de los mercenarios luchamos por la misma razón: porque gozamos de la vida, nos atrae el peligro y nos embriaga el combate.

-¿Pero por qué ha de haber guerras?

-Porque en este mundo solamente hay dos clases de seres: los rumiantes y los carniceros. Y son estos últimos los que triunfan, porque luchan para conseguirlo y devoran a quienes se les oponen. Los carniceros se convierten en potentados, y los potentados nunca están satisfechos, ya que deben seguir buscando incesantemente mayores cantidades de la moneda que adoran. En el mundo comunista esa moneda se llama poder; poder y poder. En el mundo capitalista, esa moneda es el dinero; dinero y más dinero. En realidad, también el dinero es poder, y si es necesaria una guerra para conseguirlo, no se duda un instante en provocarla. Todo lo demás, ese tan cacareado idealismo, no es mas que una gran farsa.

-Hay quien lucha por idealismo.

-Sí. Algunos lo hacen, pero el noventa y nueve por ciento ellos han sido engañados. ¿Crees que los soldados norteamericanos de Vietnam mueren por la vida, la libertad y la consecución de la felicidad? No, mueren por el índice Dow Jones.

Frederick FORSYTH, Los perros de la guerra, Debolsillo, Barcelona, 2003.

lunes, 13 de febrero de 2012

BURNS: El peligro de Norteamérica


¿Sabes lo que es más peligroso en Norteamérica? Un negro con carné de biblioteca.

Ed BURNS, The Wire, Temporada 2, Episodio 10 (2003).

domingo, 12 de febrero de 2012

LUCAS: La amenaza fantasma


“Los de la Federación son cobardes, la negociación será corta.”
-
“Manten tu concentración aquí y ahora, donde debe estar.”
-
“No toleraré una actuación que nos conduzca a la guerra.”
-
“¿Eso es… legal? Yo lo convertiré en legal.”
-
“Siempre hay un pez más grande.”
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“La capacidad de hablar no te hace inteligente.”
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“Tengo al Senado empantanado con trámites, no tendrán más remedio que aceptar vuestro control del sistema.”
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“El mayor problema de este universo es que nadie ayuda a nadie.”
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“El miedo es el camino hacia el lado oscuro. El miedo lleva a la ira. La ira lleva al odio. El odio… lleva al sufrimiento.”
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“No puedes detener la puesta de los soles.”
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“¡No fui elegida para ver sufrir y morir a mi pueblo!”
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“Es peligroso. Todos lo perciben, ¿por qué tú no?”
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“Ten muy presente… que tu enfoque determina tu realidad. Mantente junto a mí y estarás a salvo.”
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“Aquí se discute la invasión en un comité. Si este órgano no es capaz de actuar, sugiero que se renueve la dirección. Debo presentar una moción de censura… en contra del canciller.”
-
“Ahora tengo claro que la República ya no funciona.”

George LUCAS, La amenaza fantasma (1999).


CORTÁZAR: A ella se la agolpaba el clémiso


Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

Julio CORTÁZAR, Rayuela, Cátedra, Madrid, 2000.

sábado, 11 de febrero de 2012

FORSYTH: Atracar toda una república


Atracar un banco es una vulgaridad. Atracar toda una república creo que tiene cierta elegancia.

Frederick FORSYTH, Los perros de la guerra, Debolsillo, Barcelona, 2003.

ZAPATO: Zyklon B



Me presento: soy Miriam, la muñeca de Yael. Les cuento nuestra historia.

Como no conozco el calendario, sólo puedo decirles que era de mañana, muy temprano porque aún se escuchaban los trinos aunque el Sol no asomaba ni asomaría en Łódź.

Unos fuertes gritos provenientes de la calle, hicieron asomarse a la ventana a Beca, la mamá de Yael. Las tres estábamos solas ese día ya que el papá había marchado a Varsovia días atrás.

Beca despertó a Yael y la vistió con premura. Yo, que estaba apoyada sobre los piececitos de mi dueña, salté al levantarse ella. Sin tiempo para lavarnos el rostro, bajamos las tres. Las miradas de todos reprimían preguntas, el aire estaba viciado del humo de los escapes de aquellos camiones militares, a los que nos condujeron violentamente. Llegamos a una estación de ferrocarril, sería la primera vez para las tres y la última para dos. Por los cuentos que la abuelita de Yael solía contarle por las noches, los viajes en tren eran muy placenteros. Yo no lo veía así: estaban abarrotados esos vagones sin asientos y sin luces. El viaje era interminable, el olor nauseabundo. Por fin llegamos a un lugar de mucho verde que sobresalía por encima de la fuerte niebla. Descendimos pero no descendieron todos, algunos quedaron en los suelos sucios de aquel vagón.

Sobre el andén, nos hicieron formar. Sentía miedo y Yael me apretujó sobre su pecho y sus latidos vibraban en mí. Separaron a los hombres de las mujeres, nosotras tres seguíamos juntas, sin saber a dónde debíamos ir.

Atravesamos unas rejas y nos hicieron formar nuevamente. Un soldado que llevaba en su gorra la insignia de los piratas, nos separó a las dos de la mano de Beca y nos arrastró hacia donde estaban muchos niños y vimos alejarse a Beca con los ojos borrosos del llanto de mi dueña. Una mujer soldado, con voz dulce nos dijo: No temáis nada, iremos a las duchas y luego se reencontrarán con sus familias. A todos los niños los hicieron desvestirse y en un descuido me separé de Yael. Hacía frío, el lugar olía desagradable. Unos hombres recogieron las ropas y, entre ellas, me arrojaron en un gran recipiente. No volví a ver a Yael.

Entre muchas pertenencias de aquellos seres humanos, aguardo a que Yael venga por mí, intento reconocerla entre esos jóvenes que visitan Treblinka. Dije que no entiendo de calendarios pero me la imagino que ya debe ser como de diecisiete años.

Juan Zapato

viernes, 10 de febrero de 2012

WALSER: Hölderlin a los cuarenta

Hölderlin pensó que era oportuno, es decir, prudente, renunciar a su sano juicio a los cuarenta años.

Sólo en los regímenes totalitarios


El acusado causó con su resolución una drástica e injustificada reducción del derecho de defensa y demás derechos afectados anejos al mismo, o con otras palabras, como se dijo ya por el instructor, una laminación de esos derechos, situando la concreta actuación jurisdiccional que protagonizó, y si se admitiera siquiera como discutible, colocando a todo el proceso penal español, teóricamente dotado de las garantías constitucionales y legales propias de un Estado de Derecho contemporáneo, al nivel de sistemas políticos y procesales característicos de tiempos ya superados desde la consagración y aceptación generalizada del proceso penal liberal moderno, admitiendo prácticas que en los tiempos actuales sólo se encuentran en los regímenes totalitarios en los que todo se considera válido para obtener la información que interesa, o se supone que interesa, al Estado, prescindiendo de las mínimas garantías efectivas para los ciudadanos y convirtiendo de esta forma las previsiones constitucionales y legales sobre el particular en meras proclamaciones vacías de contenido. La resolución es injusta, pues, en tanto que arbitrariamente restringe sustancialmente el derecho de defensa de los imputados en prisión, sin razón alguna que pudiera resultar mínimamente aceptable.

Sala de lo Penal, Tribunal Supremo, Sentencia 79/2012, Causa especial 20716/2009.

GARCÍA MÁRQUEZ: El problema era encontrar asuntos sin gérmenes políticos


El problema diario de los periódicos era encontrar asuntos sin gérmenes políticos para entretener a los lectores.

Gabriel GARCÍA MÁRQUEZ, Relato de un náufrago, Tusquets, Barcelona, 1989.

ISHIGURO: El paisaje inglés


La única estampa que realmente me ha quedado grabada de este primer día de viaje no ha sido la imagen de la catedral ni ningún otro de los encantadores rincones de esta ciudad, sino la maravillosa vista del ondulado paisaje inglés que he presenciado esta mañana. Admito que otros países puedan ofrecer paisajes de una espectacularidad mucho más obvia. En enciclopedias y en la revista National Geographic he visto fotografías de paisajes conmovedores de distintos rincones del planeta: cañones y cascadas impresionantes, hermosas y escarpadas montañas, paisajes que he tenido la fortuna de ver en persona. No obstante, me atrevería a asegurarles que el paisaje inglés, como el que he podido contemplar esta mañana, posee una cualidad de la que carecen los paisajes, más impresionantes a primera vista, de otras naciones. A mi juicio, es una cualidad gracias a la cual el paisaje inglés aparece a los ojos de cualquier observador imparcial como el más grato del mundo, y es probable que el término que mejor resuma esta cualidad de la que hablo sea el adjetivo grandioso. Cuando esta mañana he divisado el paisaje que a mis pies ofrecía la colina, he experimentado la rara e inequívoca sensación de encontrarme ante algo grandioso. Designamos a nuestro país con el nombre de Gran Bretaña, hecho que algunos considerarán de poco tacto. Sin embargo, me atrevería a decir que sólo nuestro paisaje ya justifica el empleo de este término altanero.

Kazuo ISHIGURO, Los restos del día, Anagrama, Barcelona, 1992.

jueves, 9 de febrero de 2012

CORTÁZAR: Página asesina

En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.

FREUD: El tabú de la sangre


Para explicar este tabú de la virginidad es posible aducir factores de diversa índole. En la desfloración de la muchacha por regla general se derrama sangre; por eso el primer intento de explicación invoca el horror de los primitivos a la sangre, pues la consideran el asiento de la vida. Múltiples preceptos, que nada tienen que ver con la sexualidad, demuestran la existencia de este tabú de la sangre; es evidente que mantiene estrecha relación con la prohibición de matar y constituye una defensa erigida contra la originaria sed de sangre del hombre primordial, su placer de matar. Esta concepción articula el tabú de la virginidad con el tabú de la menstruación, observado casi sin excepciones. El primitivo no puede mantener exento de representaciones sádicas el enigmático fenómeno del flujo mensual catamenial. Interpreta la menstruación, sobre todo a la primera, como la mordedura de un animal mitológico, acaso como signo de comercio sexual con ese espíritu. Alguno de los informes permite discernir en este espíritu el de un antepasado, y así comprendemos, apuntalándonos en otras intelecciones, que la muchacha menstruante sea tabú como propiedad de ese espíritu ancestral.

Sigmund FREUD, Contribuciones a la psicología del amor, Esplandián Editores, Madrid, 2001.

WALLRAFF: El sentido de la vida

Para mí la vida no significa nada, de veras. Por lo general no tiene ningún sentido. Al principio, cuando tienes catorce o quince años, es decir, cuando se va uno haciendo adulto lentamente y quiere uno una chica y todo eso, y te gustaría estar con ella..., bueno, y lo haces ¿y qué? No, eso no es lo más importante. Vamos, que la vida sólo tiene un sentido cuando quieres alcanzar algo por ti mismo, algo que llevas en tu cabeza, entonces es cuando la vida tiene sentido, si no, no tiene ninguno. Además, entonces tiene uno ganas de hacer algo... pero, si no, en conjunto la vida no tiene ningún sentido. ¿Qué es eso, la vida?

Günther WALLRAFF, Cabeza de turco, Anagrama, Barcelona, 1987.

miércoles, 8 de febrero de 2012

FORSYTH: Mercenario siempre


Considerado en el mejor de los casos como un soldado de alquiler y en el peor como un asesino a sueldo. Lo malo es que una vez que se es mercenario, lo es uno para siempre. No es que no se pueda conseguir un empleo, es que no se es capaz de mantenerlo. El sujetarse a un despacho, volver a los libros de contabilidad y al abono del ferrocarril para regresar a casa, mirar por la ventanilla y comenzar a recordar la selva, las cimbreantes palmeras, los ríos, el olor del sudor y la cordita, el gusto cobrizo del miedo antes del ataque y la salvaje y cruel alegría de permanecer vivo después... eso es lo que hace imposible el trabajo.

Frederick FORSYTH, Los perros de la guerra, Debolsillo, Barcelona, 2003.

MARCO AURELIO: Esa vida ha muerto


Trae a tu mente como ejemplo los tiempos de Vespasiano. Verás que todo es igual. Gente que se casa y cría niños, que enferma y muere, que hace la guerra y fiestas, que se desplaza y cultiva su tierra, que adula y es arrogante, que sospecha y conspira, que desea la muerte de alguien y refunfuña por su presente; gente que se enamora, que atesora, que anhela el consulado y el imperio. Desde luego que la vida de esa gente ya no está en ningún sitio. Vuélvete ahora a los tiempos de Trajano. De nuevo todo es igual. Esa vida ha muerto.

MARCO AURELIO, Meditaciones, Alianza, Madrid, 1985.

martes, 7 de febrero de 2012

SIMMONS: Un tal Charles Dickens


Mi nombre es Wilkie Collins, y supongo, ya que pienso postergar la publicación de este documento hasta por lo menos un siglo y cuarto después de la fecha de mi muerte, que no reconocerán mi nombre. Algunos dicen que soy un jugador empedernido, y los que aseguran tal cosa están en lo cierto; de modo que apuesto, querido lector, a que ni ha leído ni ha oído hablar jamás de ninguno de mis libros ni obras de teatro. Quizás ustedes, británicos o norteamericanos que están en el futuro, dentro de ciento veinticinco años, ni siquiera hablen ya inglés. Quizá vistan como hotentotes, vivan en cuevas iluminadas por gas, viajen por el mundo en globos y se comuniquen mediante pensamientos telegrafiados sin verse entorpecidos por lenguaje hablado o escrito alguno.

Aun así, apuesto toda mi fortuna actual, al día de hoy, y los futuros derechos que devenguen de mis obras y mis novelas, sean cuales sean, a que sí recuerdan el nombre, los libros, las obras y los personajes inventados por mi amigo y antiguo colaborador, un tal Charles Dickens.

Dan SIMMONS, La soledad de Charles Dickens, Roca Editorial, Barcelona, 2009.

WALLRAFF: Limpiando los retretes


La primera tarea que se le asigna a Alí sirve para dejar bien claro desde un principio cuál es su sitio. Algunos de los retretes destinados a los obreros están atascados desde hace más de una semana y la orina llega casi hasta los tobillos.

—Coge un balde, escobilla y bayeta y arréglalo, y además deprisa.

Yo (Alí) me voy al almacén de utensilios y hago que me den, contra recibo, dichos objetos.

—Basta con que firmes con tres cruces —dice el responsable, un alemán que
disfruta de un relativo chollo al frente del almacén de herramientas.

En el contenedor donde se encuentran los retretes el hedor es bestial. El canalón de desagüe de la orina está igualmente atascado por completo. Este trabajo lo vivo como una vejación, pues, en la medida en que la causa —las cañerías atascadas— no es eliminada por un experto, en seguida vuelven a producirse inundaciones. En la obra hay suficientes fontaneros, pero el precio de su hora de trabajo es demasiado alto. Están allí solamente para instalar los lujosos cuartos de baño de los futuros felices propietarios. Tanto los maestros de obra como los capataces disponen de sus propios retretes situados en un contenedor aparte. Están cerrados con llave, el acceso a los mismos está prohibido a los obreros, y las mujeres de la limpieza los mantienen aseados diariamente. Yo (Alí) le digo luego al jefe de la obra que mi tarea carece de sentido y que lo que hay que hacer es mandar allí a los fontaneros.

—Tú aquí no tienes por qué plantear ninguna cuestión, sino hacer lo que se te diga que hagas. Los pensamientos se los dejas mejor a los burros, que tienen la cabeza más grande —me suelta el hombre.

Pues bien, heme aquí haciendo —y sin rechistar— lo que otros innumerables extranjeros se ven forzados a realizar, y además debiendo sentirse contentos de tener trabajo.

Los alemanes que utilizan los retretes mientras yo (Alí) friego los meados con bayetas, esponjas y baldes, a veces hacen algún que otro comentario. Un joven dice amablemente:

—Por fin nos han puesto una mujer de la limpieza.

Dos hombres de unos cuarenta y cinco años conversan así de retrete a retrete:

—¿Qué es lo que huele peor que los meados y la mierda?

—El trabajo —responde uno de ellos.

—No, los turcos.

Günther WALLRAFF, Cabeza de turco, Anagrama, Barcelona, 1987.

lunes, 6 de febrero de 2012

MARCO AURELIO: Les parecerás una bestia


Si sigues tus principios, si no les haces caso, en el espacio de diez días les parecerás una bestia.

MARCO AURELIO, Meditaciones, Alianza, Madrid, 1985.

Los impíos serán castigados y precipitados en las llamas


Juro por la aurora, por la décima noche del mes, por los pares y los nones, que los impíos serán castigados y precipitados en las llamas, en las cuales no podrán morir. Criamos el infierno para castigo de los ángeles rebeldes y para los hombres que tienen corazón y no sienten los estímulos de la virtud, que tienen ojos y no la ven, oídos y no la oyen. Allí castigaré a los impíos, a los que despreciaron su existencia, a los que desobedecieron mis preceptos, a los que no quisieron creer en la unidad de un Dios Omnipotente y a los que se comieron el pan de los pobres. Los tesoros del mundo no podrán redimirlos y su miseria no tendrá fin; los haré quemar en un fuego eterno y renovaré su piel para que se quemen de nuevo; el infierno será su lecho, el fuego su alimento, y en vano pedirán remedio contra el bronce fundido en que serán precipitados y que será su bebida. Si tratan de salir serán golpeados con mazas de hierro y gritarán: "¡Pluguiese a Dios que yo volviese a la tierra, que entonces sería del número de los creyentes!" Preguntarán al que dirige el fuego infernal: "¿Nos librará tu Señor de estos tormentos?" Y les responderá: "Sufriréis por toda la eternidad." Dios preguntará al infierno: "¿Estás lleno?" Y el infierno responderá: "¿No hay más?"

Corán, cap. de la Aurora, de la Persecución, de los Limbos, de la Prueba, de las Mujeres, de la Vaca, de la Gratificación, de la Cosa juzgada.

Jorge Luis BORGES, Adolfo BIOY CASARES, Libro del cielo y del infierno, Emecé, Barcelona, 2002.

domingo, 5 de febrero de 2012

WALLRAFF: La granja del turco



Mi próxima estación fue una casa de labranza en la Baja Sajonia, cerca de la central atómica de Grohnde. La granjera y su hija, fugitivas del Este, explotaban la granja ellas solas y buscaban un bracero. Ya en una ocasión anterior habían empleado a un peón turco y, por consiguiente, sabían cómo hablar con alguien así: "Nos da igual lo que hayas hecho. Aunque te hayas cargado a alguien. Lo principal es que cumplas con tu trabajo. A cambio puedes comer y vivir con nosotras, y también se te dará algún dinero de bolsillo".

Esperé en vano el tal dinero de bolsillo. En cambio tuve que pasarme diez horas diarias rozando ortigas y limpiando zanjas de regadío llenas de lodo.

La granjera me ofreció un viejo coche oxidado que estaba en frente de su casa, o un establo ruinoso y maloliente que hubiera debido compartir con un gato. Acepté la tercera opción: un cuarto en un edificio en construcción, cuyo suelo estaba todavía cubierto de cascotes y que ni siquiera disponía de una puerta que se pudiera cerrar. En la casa de campo había varias habitaciones limpias, calientes y vacías.

Se me mantenía oculto a los vecinos a fin de que nadie pudiera tildar a la finca de "granja del turco". Para mí, la aldea era tabú; no me estaba permitido dejarme ver ni donde el tendero ni en la taberna. Se me tenía como se tiene a un animal útil... y evidentemente para la granjera aquello era un acto de cristiano amor al prójimo.

Tan lejos llegó la mujer en su comprensión hacia mi pertenencia a la "minoría
mahometana", que me prometió unos polluelos para que los criara, ya que mi religión me prohibía comer carne de cerdo.

Günther WALLRAFF, Cabeza de turco, Anagrama, Barcelona, 1987.

sábado, 4 de febrero de 2012

RODRÍGUEZ JIMÉNEZ: El payaso


-¿Cómo se atreve? –le pregunta el director, cuyo bigote parece temblar de rabia.

Fizbo le mira desafiante.

-Sí, me voy.

De pronto, se siente liberado. Quiere decir algo más, pero decide regresar a su camerino. Allí, se arranca la peluca, se quita el maquillaje y poco a poco, debajo del colorete, de los postizos, de la nariz roja de payaso, comienza a surgir un ser humano.

WALLRAFF: Un empresario

Alí se pone en camino con objeto de exigir su dinero al señor Remmert en persona. A fin de asustar un poco a Remmert, Alí, inmediatamente después de concluido el turno en Thyssen, vestido con las ropas de trabajo y con la cara completamente llena de negros tiznajos, se dirige al edificio que alberga las oficinas de la factoría Theo Remmert. En el vestíbulo que da al hueco de la escalera es imposible dejar de ver un ostentoso letrero en la pared, con un grandioso marco, que expresa la filosofía práctica de Theo Remmert, propietario de las fábricas Remmert:

"Hay quien considera al empresario un lobo sarnoso al que cumple matar a palos. Otros, a su vez, opinan que el empresario es una vaca a la que se puede ordeñar ininterrumpidamente. Sólo unos pocos ven en él al hombre que tira del carro."


Günther WALLRAFF, Cabeza de turco, Anagrama, Barcelona, 1987.

SOLAR CUBILLAS: Un estudiante tarambana


Adolf perdió el tiempo ensimismado en su mundo interior, incapaz de cualquier esfuerzo que requiriese constancia, aparentemente sólo interesado en el dibujo, para el que se creía bien dotado. Pero lo que realmente le atraía eran las aventuras de los protagonistas del novelista Karl May, al que admiraba tanto que conservó algunos de sus libros hasta su muerte y cuya lectura recomendaría más tarde a sus generales.

Alois, con 63 años, se debió sentir desesperado cuando se enteró de que su hijo había suspendido y debía repetir curso. Adolf le manifestó su deseo de abandonar la Realschule para dedicarse a los estudios artísticos. Alois pensó que su hijo estaba loco: se negó en redondo a aquella pretensión y le obligó a seguir estudiando el bachillerato.

David SOLAR CUBILLAS, Hitler y Alemania. El horror nazi (1933-1945), Anaya, Madrid, 2011.

viernes, 3 de febrero de 2012

MERTENS: Un pueblo indígena busca el aislamiento


El explorador español Diego Cortijo logró fotografiar, el pasado 16 de noviembre, a un grupo de la comunidad indígena aislada mashco-piro. “Fue pura casualidad”. Cortijo, de 27 años, dirigía una expedición arqueológica en la selva peruana de la Sociedad Geográfica Española. De camino a unos yacimientos, el equipo decidió pasar la noche en la cabaña de Nicolás Flores, Shaco, en la región de Manú, al sureste del país. Este indio matsigenka llevaba varios años en contacto con la comunidad nómada.

A la mañana siguiente, “Shaco oyó un ruido. Lo estaban llamando. Nos acercamos al río Madre de Dios y, en la orilla de enfrente, a unos 100 metros, se encontraba un grupo de mashco-piro”, ha recordado Cortijo. En los “pocos minutos” que los indígenas permanecieron “tranquilamente sentados”, el joven explorador logró hacer varias fotografías. “Shaco nos dijo que querían machetes. Los entendía porque su mujer hablaba piro, una lengua similar a la de los mashcos”, ha explicado. Seis días más tarde, una flecha de los indígenas le causó la muerte a Shaco.

“Parece que hay división entre los mashcos sobre el contacto con el exterior. Puede que por eso hayan matado a Shaco. Pero es imposible saberlo con certeza”, asegura el periodista y escritor Scott Wallace. Este autor de The Unconquered (Los no conquistados) explica que los mashco proceden de la misma zona en la que tuvo lugar, en 1894, la masacre que inspiró la película Fitzcarraldo, de Werner Herzog. El cauchero peruano Carlos Fermín Fitzcarraldo reprimió brutalmente a las comunidades indígenas que se oponían a sus actividades comerciales. Los mashcos, según Wallace, se refugiaron entonces en “zonas alejadas y de difícil acceso”. Este reportero gráfico estadounidense asegura que “es muy probable” que algunos grupos de los “centenares” de mashcos que viven en la zona quieran establecer contacto con otras poblaciones. “Pero tienen miedo. Y con razón”.

Marie MERTENS, Un pueblo indígena de Perú lucha por su aislamiento en la selva.

El País, jueves 2 de febrero de 2012.

BRYSON: Iowa y la geología


La geología es una profesión que varía de un sitio a otro. Iowa, un estado llano y poco interesante estratigráficamente, es en general un medio bastante tranquilo para los geólogos. No hay picos alpinos ni glaciares rechinantes. No hay grandes yacimientos de petróleo y de metales preciosos, ni rastros de un caudal piroclástico. Si eres geólogo y trabajas para el estado de Iowa, buena parte de tu trabajo consistirá en evaluar los planes de control de estiércol que tienen obligación de presentar periódicamente todas las "empresas de confinamiento animal" (criadores de cerdos para el resto de las personas) del estado. En Iowa hay 15 millones de cerdos y, por tanto, muchísimo estiércol que controlar. No lo digo en tono burlesco ni mucho menos -es una tarea vital y progresista, mantiene limpia el agua de Iowa-, pero, aunque se ponga la mejor voluntad del mundo, no es lo mismo que esquivar bombas de lava en el monte Pinatubo oque andar entre las grietas de un glaciar en la capa de hielo de Groenlandia buscando cuarzos antiguos con restos de seres vivos. Así que es fácil imaginar la corriente de emoción que recorrió el Departamento de Recursos Naturales de Iowa cuando, a mediados de los años ochenta, la atención del mundo de la geología se concentró en Manson y en su cráter.

Bill BRYSON, Una breve historia de casi todo, RBA, Barcelona, 2004.

jueves, 2 de febrero de 2012

ZHAO: Comprar zapatos


Dos hermanos ahorraron dinero para comprar un par de zapatos. El hermano mayor los calzaba con frecuencia. El hermano menor no estaba dispuesto a haber gastado en vano su dinero. Aguardaba hasta que su hermano mayor estuviera durmiendo de noche y se ponía los zapatos para salir a pasear. Los zapatos se rompieron de tanto usarlos.

-Nosotros debemos de nuevo sacar dinero para comprar zapatos -dijo el hermano mayor.

-Comprar zapatos puede hacerme perder el sueño -replicó el hermano menor.

ZHAO Nanxing, El libro de la risa.

miércoles, 1 de febrero de 2012

MUTIS: El guardián



Había sido antaño soldado de fortuna, mercenario a sueldo de gobiernos y gentes harto dudosas. Frecuentador de bares en donde se enrolaban voluntarios de guerras coloniales, hombres de armas que sometían a pueblos jóvenes e incultos que creían luchar por su libertad y sólo conseguían una ligera fluctuación en las bulliciosas salas de la bolsa.

Le faltaba un brazo y hablaba correctamente cinco idiomas. Olía a esas plantas dulceamargas de la selva que, cuando se cortan, esparcen un aroma de herida vegetal.

Al llegar no habló con nadie. Fue a refugiarse en un cuarto de los patios interiores. Allí descargó ruidosamente su mochila de soldado, ordenó sus pertenencias, según un orden muy personal, alrededor de su saco de dormir, prendió su pipa y se puso a fumar en silencio. Pasados algunos días alguien le descubrió, mientras se bañaba en el río, un tatuaje debajo de la axila derecha con un número y un sexo de mujer cuidadosamente dibujado. Todos le temían con excepción del dueño, a quien le era indiferente, y del fraile que sentía por él una cierta adusta simpatía. Sus maneras eran bruscas, exactas, medidas y en cierta forma un tanto caballerescas y pasadas de moda.

Desde cuando llegó le fueron confiadas ciertas tareas que suponían una labor de control sobre las entradas y salidas de los demás habitantes de la mansión. Todas las llaves de cuartos, cuadras e instalaciones de beneficio estaban a su cuidado. A él había que acudir cada vez que se necesitaba una herramienta o había que sacar los frutos a vender. Nunca se supo que negara a nadie lo que le solicitaba, pero nadie tomaba algo sin comunicárselo a él, ni siquiera el dueño. De su brazo ausente, de cierta manera rígida de volver a mirar cuando se le hablaba y del timbre de su voz emanaban una autoridad y una fuerza indiscutibles. En el desenlace de los acontecimientos se mantuvo al margen y nadie supo si participó en alguna forma en los preliminares de la tragedia. Se llamaba Paúl y él mismo solía lavar la ropa a la orilla del río con un aire de resignación y una habilidad adquirida con la costumbre, que hubieran enternecido a cualquier mujer. Sus largos ratos de ocio los pasaba tocando en la armónica aires militares. Era incómodo verlo con una sola mano y ayudándose con el muñón arrancar aires marciales al precario instrumento.