Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

domingo, 5 de febrero de 2012

WALLRAFF: La granja del turco



Mi próxima estación fue una casa de labranza en la Baja Sajonia, cerca de la central atómica de Grohnde. La granjera y su hija, fugitivas del Este, explotaban la granja ellas solas y buscaban un bracero. Ya en una ocasión anterior habían empleado a un peón turco y, por consiguiente, sabían cómo hablar con alguien así: "Nos da igual lo que hayas hecho. Aunque te hayas cargado a alguien. Lo principal es que cumplas con tu trabajo. A cambio puedes comer y vivir con nosotras, y también se te dará algún dinero de bolsillo".

Esperé en vano el tal dinero de bolsillo. En cambio tuve que pasarme diez horas diarias rozando ortigas y limpiando zanjas de regadío llenas de lodo.

La granjera me ofreció un viejo coche oxidado que estaba en frente de su casa, o un establo ruinoso y maloliente que hubiera debido compartir con un gato. Acepté la tercera opción: un cuarto en un edificio en construcción, cuyo suelo estaba todavía cubierto de cascotes y que ni siquiera disponía de una puerta que se pudiera cerrar. En la casa de campo había varias habitaciones limpias, calientes y vacías.

Se me mantenía oculto a los vecinos a fin de que nadie pudiera tildar a la finca de "granja del turco". Para mí, la aldea era tabú; no me estaba permitido dejarme ver ni donde el tendero ni en la taberna. Se me tenía como se tiene a un animal útil... y evidentemente para la granjera aquello era un acto de cristiano amor al prójimo.

Tan lejos llegó la mujer en su comprensión hacia mi pertenencia a la "minoría
mahometana", que me prometió unos polluelos para que los criara, ya que mi religión me prohibía comer carne de cerdo.

Günther WALLRAFF, Cabeza de turco, Anagrama, Barcelona, 1987.