Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

sábado, 11 de febrero de 2012

ZAPATO: Zyklon B



Me presento: soy Miriam, la muñeca de Yael. Les cuento nuestra historia.

Como no conozco el calendario, sólo puedo decirles que era de mañana, muy temprano porque aún se escuchaban los trinos aunque el Sol no asomaba ni asomaría en Łódź.

Unos fuertes gritos provenientes de la calle, hicieron asomarse a la ventana a Beca, la mamá de Yael. Las tres estábamos solas ese día ya que el papá había marchado a Varsovia días atrás.

Beca despertó a Yael y la vistió con premura. Yo, que estaba apoyada sobre los piececitos de mi dueña, salté al levantarse ella. Sin tiempo para lavarnos el rostro, bajamos las tres. Las miradas de todos reprimían preguntas, el aire estaba viciado del humo de los escapes de aquellos camiones militares, a los que nos condujeron violentamente. Llegamos a una estación de ferrocarril, sería la primera vez para las tres y la última para dos. Por los cuentos que la abuelita de Yael solía contarle por las noches, los viajes en tren eran muy placenteros. Yo no lo veía así: estaban abarrotados esos vagones sin asientos y sin luces. El viaje era interminable, el olor nauseabundo. Por fin llegamos a un lugar de mucho verde que sobresalía por encima de la fuerte niebla. Descendimos pero no descendieron todos, algunos quedaron en los suelos sucios de aquel vagón.

Sobre el andén, nos hicieron formar. Sentía miedo y Yael me apretujó sobre su pecho y sus latidos vibraban en mí. Separaron a los hombres de las mujeres, nosotras tres seguíamos juntas, sin saber a dónde debíamos ir.

Atravesamos unas rejas y nos hicieron formar nuevamente. Un soldado que llevaba en su gorra la insignia de los piratas, nos separó a las dos de la mano de Beca y nos arrastró hacia donde estaban muchos niños y vimos alejarse a Beca con los ojos borrosos del llanto de mi dueña. Una mujer soldado, con voz dulce nos dijo: No temáis nada, iremos a las duchas y luego se reencontrarán con sus familias. A todos los niños los hicieron desvestirse y en un descuido me separé de Yael. Hacía frío, el lugar olía desagradable. Unos hombres recogieron las ropas y, entre ellas, me arrojaron en un gran recipiente. No volví a ver a Yael.

Entre muchas pertenencias de aquellos seres humanos, aguardo a que Yael venga por mí, intento reconocerla entre esos jóvenes que visitan Treblinka. Dije que no entiendo de calendarios pero me la imagino que ya debe ser como de diecisiete años.

Juan Zapato