Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

lunes, 29 de noviembre de 2010

BORGES: Derrota


"Todo fracaso es una misteriosa victoria."

lunes, 15 de noviembre de 2010

BUKOWSKI

"No hay ninguna razón para amar la vida para alguien que trabaja ocho horas al día, porque es un derrotado."
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"Siento más simpatía por el diablo. Me parece más interesante estar allí abajo ardiendo entre las llamas. Ha perdido su batalla con Dios y le han arrojado abajo."
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"¿Cómo es posible enseñar a alguien a escribir? No consigo entenderlo porque nosotros mismos no sabemos si seremos capaces de escribir."
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"Y cuando me pongo a escribir me gusta sentirme así: sin saber cuál será la próxima frase."
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"Sabía que todavía no estaba maduro para hacer de escritor, no había vivido lo suficiente."
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"Me convertí en escritor no tanto porque creyera que podía ser escritor sino porque todos los escritores que conocía y que eran famosos me parecía que no valían absolutamente nada."

Charles BUKOWSKI, Lo que me gusta es rascarme los sobacos, Anagrama, Barcelona, 1983.

domingo, 14 de noviembre de 2010

GEMCITY: Deep Six

Tommy salió del ascensor. Inmediatamente se dio cuenta de la presencia de una de las nuevas agentes: llevaba la identificación colgada del pecho. Se acercó a ella y miró el trozo de papel plastificado. Simulando no leer bien las letras, cogió sin arrobo la identificación y se la acercó a los ojos. Había tocado la tela de la blusa.
-¡Tommy! -le gritó Lisa.
-No consigo ver el nombre -apuntó él-. Este apellido, es… italiano. ¿Vidal? Yo soy italiano. Quizá nuestros antepasados vinieron en el mismo barco. ¿No resulta curioso?
La chica pareció pensar.
-No. Mi padre es de Ohio...
-Ah, bien –dijo Tommy.
La agente en prácticas cogió los papeles que le entregó Lisa y escapó corriendo por las escaleras.
-Otra de tus conquistas, Tommy -le dijo Lisa-. ¿No te das cuenta de que podía ser tu hija?
-Eso ha dolido, agente.
Ella hizo un sonido con la boca; era imposible adivinar si se trataba de una interjección en hebreo o uno de los ruidos que había ido aprendiendo en los programas de la tele para mejorar su inglés.
-¿Dónde está McEmpollón? -preguntó Tommy.
-Está abajo, con Amy.
Entonces fue cuando Tommy miró la vacía mesa de Tibbs.
-¿Ha llegado el jefe? -preguntó con precaución, pues Tibbs tenía la capacidad de aparecer cuando hablaban de él.
-No, no había llegado esta mañana cuando vine.
-Hm. Tendría que salir a comprar… - musitó Tommy.
-¿Una de tu revistas? - preguntó Ziva.
-Sí. No la tenían ayer. Este mes aparece… Ni siquiera sabes de quién se trata. Traeré también café.
-Un bocadillo para mí -dijo McGregor, que había aparecido por detrás.
-¿Por qué no vas tú mismo, McEmpollón?
-Estamos tratando de desencriptar el portátil del teniente Curtis.
-Seguro que sólo encontraréis fotos…
De pronto, Tommy se calló, pues vio al director salir de su despacho.
-No estamos hablando de tu ordenador, Tommy -apuntó Lisa.
Tommy se abstuvo de replicar, pues el director bajaba las escaleras. Se dieron cuenta de que conservaba una ligera cojera en la pierna izquierda.
-¿Ha llegado Tibbs? -preguntó ásperamente.
-No lo hemos visto esta mañana -respondió McGregor-. He llamado a su móvil, pero no tiene cobertura. ¿Quiere que…?
-Adelante -dijo el director.
McGregor se sentó en su ordenador y comenzó a buscar la localización del móvil de Tibbs. El director le contemplaba por detrás del hombro, echándole el aliento sobre el cuello.
-Nada, lo tiene apagado. ¿Puedo decirle desde donde hizo la última llamada?
-Vamos -ordenó el director.
Tommy y Lisa se habían acercado y miraban la pantalla del ordenador de McGregor.
-La última llamada la hizo anoche, a las once y media. En su casa.
-Quizá sea uno de sus… aniversarios y haya arrojado el teléfono a un bote aceite -dijo Tommy. Lisa le dio un golpe en la cabeza-. Sí, sí. Ya sé que me merezco una colleja.
El director pareció pensar.
-Me ha llamado el secretario. Quiere que investiguemos la desaparición de un marinero. Hace dos noches.
Ellos le miraron. Quizá Tibbs conseguiría sonsacarle que el marinero era sobrino de un congresista o hijo del amigo de algún senador, pues ellos no solían ocuparse de las desapariciones de simples marineros. No.
-Ustedes dos -dijo el director, señalando a Tommy y a Lisa-, vayan a Quantico. Usted, busque a Tibbs.
-Estaba… -comenzó a decir McGregor, pero la mirada del director le detuvo-. Estaba trabajando en un caso, pero supongo que puede esperar.
-Tenemos que parar en el quiosco -anunció Tommy.
La réplica de Lisa sonaba a una maldición del Antiguo Testamento.
***
El coche de Tibbs estaba aparcado en la puerta. La ligera nevada de la noche anterior había sido suficiente para que estuviera completamente blanco. Tibbs había sido precavido y había puesto un cartón en el parabrisas. McGregor se acercó a la puerta y llamó golpeando con los nudillos la madera, pues no había timbre; de todos modos, Tibbs tenía casi siempre cortada la corriente eléctrica. Antes de entrar, intentó telefonear de nuevo, pero la voz femenina que tanto le gustaba le indicó que el teléfono al que llamaba estaba apagado o fuera de cobertura.
Empujó la puerta, que nunca estaba cerrada. Tibbs ni siquiera disponía de una cerradura; tampoco parecía necesitarla. Tardó un poco en acostumbrarse a la oscuridad de la habitación, sólo iluminada por la luz de las farolas de la calle.
Estaba seguro de que Tibbs se encontraba en el sótano. Quizá había estado trabajando hasta tarde y se había quedado dormido. No era algo que hubiera sucedido antes, pero era una explicación. Abrió la puerta del sótano; la oscuridad era total, como tener los ojos cerrados. Trató de buscar el interruptor, pero no recordaba donde se encontraba, por lo que tuvo que iluminarse con la pantalla del móvil. Cuando tropezó por segunda vez en las escaleras, recordó que tenía una linterna en el coche. Incluso una de las reglas de Tibbs señalaba que había que llevar siempre una linterna. No recordaba qué número era, pero sí que era una de las reglas. Al llegar abajo tocó el borde el barco, que estaba casi terminado; pensó divertido que Tommy querría estar allí cuando Tibbs lo sacara del sótano. McGregor creyó notar algo raro en el suelo, un chapoteo, agua, algo viscoso. Bajó el móvil a sus pies y vio algo que no le hubiera gustado ver: una mancha de sangre seca y un cuerpo humano. Aunque sólo podía vislumbrar la parte de atrás de la cabeza, McGregor se dio cuenta en seguida, aliviado, de que no se trataba de Tibbs. Pero eso no explicaba donde demonios estaba.
-Tire la pistola -gritó una voz.
La linterna le cegó.
-Soy agente federal -dijo McGregor.

Thom E. GEMCITY, Deep Six, Seix Barral, Barcelona, 2005.

BARLEY: El gato de McTavish

El gato de McTavish, cuyo nombre no ha quedado registrado en el cuento, recordaba mucho a su dueño. Resultado del cruce de un macho salvaje y una hembra doméstica, era grandote, malvado, voraz y lascivo. Algunos testigos afirman que su pellejo tenía un ligero tinte verdoso.

Puesto que la comida que le proporcionaba su dueño era irregular, al gato de McTavish le dio por matar a las gallinas de los vecinos. Cuando éstos trataban de tenderle una emboscada, él daba grandes rodeos. Si ellos trataban de prepararle celadas, él destrozaba las trampas y continuaba llevándose las gallinas. Al final, McTavish no podía seguir haciendo caso omiso de las protestas y reclamaciones, y prometió librarse del gato. Lloroso, resolvió hacerlo con sus propias manos. La batalla fue larga y enconada; el gato despreciaba el veneno y evitaba con facilidad las saetas de la ballesta de McTavish. Además, se desquitaba atormentándolo con llantos nocturnos. Por fin, una tarde sofocante, McTavish lo arrinconó detrás del depósito de agua. A sabiendas de que había llegado su hora, el gato decidió vender cara su vida. Aunque la lucha fue terrible, el resultado no podía ser más que uno. El gato pereció y McTavish se retiró a lamerse las heridas.

No obstante, un empleado de la compañía de electricidad había observado la batalla. Viendo que el gato estaba muerto, le pidió a McTavish que le permitiera comerse los ojos, pues le habían dicho que ello le proporcionaría clarividencia. McTavish, que no era de los que dejan pasar una nueva experiencia, lo permitió. Una cosa llevó a la otra y se apoderó de él un acceso de utilitarismo. La carne de calidad era escasa. Así pues, guisó el gato con curry y curtió el pellejo. No está claro si los que cenaron allí aquella noche sabían lo que se iban a comer antes de hacerlo. Sin embargo, tan grande fue la furia ante el incesto culinario que varios cayeron enfermos y hubo amistades que rompieron para siempre. Los restos del curry permanecieron ominosamente en el frigorífico durante un mes hasta que McTavish los tiró. Los vecinos explicaron que se los había comido un gato salvaje cuyo pellejo tenía un tono verdoso.

Nigel BARLEY, Una plaga de orugas, Anagrama, Barcelona, 1993.

martes, 9 de noviembre de 2010

BUKOWSKI: Nihilismo

"¿Problema nuclear? No paso toda la noche en vela pensando en él. Mejor dicho, no pienso nunca en él. ¿Por qué? Porque pienso en quién ganará la segunda carrera del martes. Me resulta indiferente, soy indiferente a la destrucción de la raza humana, me da exactamente igual. Si barrieran de la tierra a toda la humanidad, no se perdería nada."

Charles BUKOWSKI, Lo que más me gusta es rascarme los sobacos, Anagrama, Barcelona, 1983.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

YOURCENAR: Dios




"Es verdad, Dios es el pintor del universo. Pero, qué pena que Dios no se haya limitado a pintar paisajes."



Marguerite YOURCENAR, Cuentos orientales, Alfaguara, Madrid, 1993.

lunes, 1 de noviembre de 2010

MILLE: El U-35, torpedeado

"El U-35 caminaba lentamente, en superficie, a la vista de la costa austriaca, y en la torreta montaba su guardia el príncipe Segismundo de Prusia a quien acompañaba, respirando el aire puro de la mañana, el teniente de navío Terra. Era el descanso, la seguridad y el escapar al ambiente cargado de su barco. Los hombres flaneaban por la cubierta, pensando todos en la cama cómoda y el baño tibio que les esperaba en la base de Teodo. De repente, Terra apenas si tuvo voz para mandar meter todo el timón a babor y poner a toda potencia los dos motores. La estela de un torpedo se mostraba claramente a tan escasa distancia que toda maniobra había de ser tardía. El U-35 sería alcanzado fatalmente en la mitad de su eslora. Los dos oficiales miraban el avance del torpedo con la expresión de horror que suele producir la impotencia. Y tan de improviso como apareció, el torpedo pegó un salto extraño fuera del agua y saltando por encima de la cubierta del submarino, con un ruido infernal, pasó por entre el cañón y la torreta y fue a caer al agua por la banda opuesta, llevándose en su cabriola todo lo que encontró por delante. Un segundo torpedo pasó por debajo del U-35, un tercero rozó la popa y, por último, otro que parecía ser también inevitable, como el primero, describió un amplio semicírculo perdonando nuevamente la vida del submarino de Arnauld de la Perière. Como pasa con todos los hombres valientes, éste era mimado por la ciega fortuna. El submarino agresor era el francés Faraday, que hubo que sumergirse a gran profundidad y alejarse mientras comprobaba que la regulación de sus torpedos no era perfecta precisamente."

Mateo MILLE, Historia naval de la Gran Guerra, Inédita Editores, Barcelona, 2010.