Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."
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domingo, 4 de septiembre de 2016

PIÑERA: Arturo

Muchas veces me he preguntado por qué los hombres y mujeres que formaban mi pueblo natal, Cárdenas, no se llamaban todos por el mismo nombre. Por ejemplo, Arturo. Arturo se encuentra con Arturo y le cuenta que Arturo llegó con su hijo Arturo y con su hija Arturo, que su mujer Arturo pronto dará a luz un nuevo Arturo, pero que ella no quiere ser asistida por la partera Arturo sino por la otra partera Arturo que es la partera de su cuñado Arturo madre del precioso niño Arturo cuyo padre Arturo trabaja en la fábrica Arturo... Por supuesto, mi familia formaba parte del clan Arturo.

Virgilio PIÑERA, Arturo

lunes, 3 de noviembre de 2014

El pájaro que nunca se echó a volar

 

El paseante se queda mirando la fachada del viejo bloque. El piso de sus padres. Han cambiado las persianas; ya no son de madera. El zócalo está cubierto de grafitis, estúpidos pintarrajos que afean la pared. Si don Miguel estuviera vivo, no lo permitiría. Pero también el cáncer pudo con él.

De repente, alguien sale al balcón. Enciende un cigarrillo y comienza a fumarlo lentamente. El viandante siente un escalofrío cuando advierte que allí sigue colgada la cerámica que su madre trajo de un viaje a Granada: un pájaro verde y azul que nunca se echó a volar.

País de les meravelles

domingo, 19 de octubre de 2014

No es país para maltratadores


Cuando regresé, Molly le había colocado a la muchacha unas tiritas en la rodilla. Seguía sentada en el mismo sitio en que la había dejado.

–¿No ha podido dormirse?

–No, sheriff, no quería dormirse –respondió Molly.

–¿Y sus padres?

–Su padre ha dicho que no vendrá a recogerla.

Comprendí.

Fui al servicio y me lavé las manos. El chico no se había defendido, por lo que no le golpeé mucho. Sólo lo suficiente para que no olvidara aquella noche jamás. Sus amigos, que cuando llegué estaban riéndose de sus hazañas, se limitaron a mirarme cuando le di la paliza. Nadie dijo nada. Aquella era una lección que no enseñaban en la escuela y, probablemente, tampoco en sus casas. En cualquier caso, tenía los nudillos enrojecidos. Pensé que llegaría el momento en que sería muy viejo para este trabajo. Algún chico algún día me haría frente. 

–Vamos –le dije a la muchacha–. Te llevaré a casa.

Recorrimos las cinco millas en silencio. Quizá debí decirle algo, pero me sentía cansado. La muchacha sólo habló una vez, cuando me indicó que tenía coger el cruce de Falcon Pass para llegar a su casa. 

Las luces estaban apagadas. Sin embargo, cuando paré el coche, la puerta se abrió. En el porche vi dos figuras. La madre echó a correr hacia el coche. Abrió la puerta del acompañante y se llevó a su hija adentro. El padre era diez años más joven que yo, pero parecia un anciano. Tendría que hablar con él. Sería lo más duro de la noche.

domingo, 10 de agosto de 2014

La habitación cerrada

El ruido despierta a Julio. Una voz masculina sale de la habitación contigua a la suya, la habitación cerrada. El niño se limita a echarse las sábanas por encima de la cabeza y trata de dormirse de nuevo. Tiene miedo, pues sabe que está solo en el piso: su madre le avisó de que volvería tarde. El ruido continúa. Julio se da cuenta de que está temblando.

La habitación cerrada siempre ha constituido un enigma para él. Pocas veces se ha atrevido a preguntarle a su madre qué hay allí. Cuando lo ha hecho, ella se ha limitado a decirle que no puede entrar, que está prohibido entrar en esa habitación, que es peligroso. 

En ocasiones, Julio ha tenido que tirar o regalar a sus primos juguetes porque ya no le cogían en el dormitorio. Una vez le preguntó a su madre por qué no podía guardarlos en la habitación cerrada. Bastó la feroz mirada de ella para que Julio adivinara la respuesta. A pesar de que viven en un piso minúsculo, aquella habitación es como si no existiera. 

Sin embargo, su madre pasa las horas allí dentro. Julio sabe que está en la habitación prohibida porque a través del tabique la escucha hablar. Habla durante horas y horas, aunque Julio, por mucho que aplica el oído a la pared, no consigue entender lo que dice. 

El niño sigue oculto debajo de las sábanas por un rato. De pronto escucha de nuevo la voz. Más fuerte. Lastimera. Julio se pregunta quién puede ser. Por fin le vence la curiosidad.

Sale al pasillo y se sorprende de encontrar entreabierta la puerta de la misteriosa habitación. Una luz deslumbrante sale de su interior. Julio duda un instante. Por fin abre la puerta.

El bic naranja

domingo, 29 de junio de 2014

NAUJNAS: La crema de cacao

Adiviritió que había girado un bote para que ella no viera de qué se trataba. Fingió no haberse dado cuenta y regresó a la habitación de estar sin decir nada. Él abrió la botella de vino mientras ella terminaba de preparar los aperivos. Sólo entonces comenzaron a ver la película. Ella, empero, no podía dejar de pensar en aquel bote. No paraba de preguntarse qué contendría. ¿Por qué había intentado él esconderlo? Intentó concentrarse en la película, pero era tan aburrida como casi todas las que a él le gustaban. Ya se había acostumbrado a permanecer horas y horas sentada, soportando el suplicio, fingiendo interés.

–Creo que tengo que ir al servicio –dijo él de pronto. Debía rendir visita al baño regularmente. Demasiado a menudo.

Sin esperar ninguna respuesta, detuvo la imagen, se levantó y salió. Cuando escuchó cerrarse la puerta del baño, ella se incorporó y, después de escuchar los ruidos que él hacía, se dirigió a la cocina. Allí abrió la nevera. Miró el bote. Crema de cacao con avellanas. Estaba medio vacío. Regresó rápidamente al sofá y se echó un largo trago de vino. ¿Eso es lo que él trataba de ocultarle…? ¿Qué más secretos tendría?

Él regresó y reanudó la película.

–Está muy bien, ¿no?

Ella asintió sin decir nada.

Odic NAUJNAS, La crema de cacao.


lunes, 17 de febrero de 2014

Un rajá que se aburre

¡El rajá se aburre!

¡Ah, sí, se aburre el rajá!

¡Se aburre como quizá nunca se aburrió en su vida!

(¡Y Buda sabe si el pobre rajá se aburrió!)

En el patio norte del palacio, la escolta aguarda. Y también aguardan los elefantes del rajá. Porque hoy el rajá debía cazar al jaguar.

Ante yo no sé qué suave gesto del rajá, el intendente comprende: ¡que entre la escolta!; ¡que entren los elefantes!

Muy perezosamente, entra la escolta, llena de contento.

Los elefantes murmuran roncamente, que es la manera, entre los elefantes, de expresar el descontento.

Porque, al contrario del elefante de África, que gusta solamente de la caza de mariposas, el elefante de Asia sólo se apasiona con la caza del jaguar.

Entonces, ¡que vengan las bailarinas!

¡Aquí están las bailarinas! Las bailarinas no impiden que el rajá se aburra.

¡Afuera, afuera las bailarinas! Y las bailarinas se van.

¡Un momento, un momento! Hay entre las bailarinas una nueva pequeña que el rajá no conoce.

-Quédate aquí, pequeña bailarina. ¡Y baila! ¡He aquí que baila, la pequeña bailarina!

¡Oh, su danza!

¡El encanto de su paso, de su actitud, de sus ademanes graves!

¡Oh, los arabescos que sus diminutos pies escriben sobre el ónix de las baldosas! ¡Oh, la gracia casi religiosa de sus manos menudas y lentas! ¡Oh, todo!

Y he aquí que al ritmo de la música ella comienza a desvestirse.

Una a una, cada pieza de su vestido, ágilmente desprendida, vuela a su alrededor.

¡El rajá se enciende!

Y cada vez que una pieza del vestido cae, el rajá, impaciente, ronco, dice:

-¡Más!

Ahora, hela aquí toda desnuda.

Su pequeño cuerpo, joven y fresco, es un encantamiento.

No se sabría decir si es de bronce infinitamente claro o de marfil un poco rosado. ¿Ambas cosas, quizá?

El rajá está parado, y ruge, como loco:

-¡Más!

La pobre pequeña bailarina vacila. ¿Ha olvidada sobre ella una insignificante brizna de tejido? Pero no, está bien desnuda.

El rajá arroja a sus servidores una malvada mirada oscura y ruge nuevamente:

-¡Más!

Ellos lo entendieron.

Los largos cuchillos salen de las vainas. Los servidores levantan, no sin destreza, la piel de la linda pequeña bailarina.

La niña soporta con coraje superior a su edad esta ridícula operación, y pronto aparece ante el rajá como una pieza anatómica escarlata, jadeante y humeante.

Todo el mundo se retira por discreción. ¡Y el rajá no se aburre más!

Alphonse ALLAIS, Un rajá que se aburre.

jueves, 19 de septiembre de 2013

PIÑERA: El infierno

Cuando somos niños, el infierno es nada más que el nombre del diablo puesto en la boca de nuestros padres. Después, esa noción se complica, y entonces nos revolcamos en el lecho, en las interminables noches de la adolescencia, tratando de apagar las llamas que nos queman, ¡las llamas de la imaginación! Más tarde, cuando ya nos miramos en los espejos porque nuestras caras empiezan a parecerse a la del diablo, la noción del infierno se resuelve en un temor intelectual, de manera que para escapar a tanta angustia noz ponemos a describirlo. Ya en la vejez, el infierno se encuentra tan a mano que lo aceptamos como un mal necesario y hasta dejamos ver nuestra ansiedad por sufrirlo. Más tarde aún (y ahora sí estamos en sus llamas), mientras nos quemamos, empezamos a entrever que acaso podríamos aclimatarnos. Pasados mil años, un diablo nos pregunta con cara de circunstancia si sufrimos todavía. Le contestamos que la parte de rutina es mucho mayor que la parte de sufrimiento. Por fin llega el día en que podríamos abandonar el infierno, pero enérgicamente rechazamos tal ofrecimiento, pues ¿quién renuncia a una querida costumbre? 

Virgilio PIÑERA, El infierno.

viernes, 12 de julio de 2013

ROSÁN: Australopithecus australopitheci megantereon

Somos fuertes, ¿a que sí? Sólo los más fuertes lo logran, resolló. Los rugidos se escuchaban ahora más cerca. Sé que lo conseguiremos. No podrán alcanzarnos. Reanudó la carrera. Aproveché que me daba la espalda para coger un palo. Miré hacia atrás, pero la hierba ocultaba a nuestros perseguidores. Comencé a correr hasta alcanzarle. Luego, seguí corriendo y sólo cuando le escuché gritar me di cuenta de que seguía aferrando el palo. Lo dejé caer. El árbol estaba a unos pocos pasos. Los gritos continuaron durante un rato. Sí, es verdad que sólo los más fuertes lo logran.

miércoles, 8 de mayo de 2013

HASSEL: La última noche

Esa noche la tropa cenó compota. Todavía me acuerdo. Porta, de alguna manera, se había hecho con las raciones destinadas a una unidad con problemas estomacales. Hermanito devoró lata tras lata, mientras que el Viejo no dejó de pensar en su mujer. 

—Ella hace unas conservas que nos duran todo el invierno —nos dijo soltando alguna lágrima. 

Al día siguiente, atacaron los rusos: un concierto de órganos de Stalin como no habíamos escuchado nunca y todo un ejército de tanques contra nuestro pobre regimiento. Fue la última vez que estuvimos todos juntos: Porta, el Viejo, Plutón, Pulgarcito. Todavía me acuerdo de esa noche. 

domingo, 28 de abril de 2013

STERNBERG: El empleado de correo

 

En los diez años que había vivido enjaulado detrás de la ventanilla, al fondo de la vasta oficina de correo, el empleado no había recibido una sola queja. 

Recibía, canjeaba, entregaba, anotaba, estampillaba, sellaba, firmaba, contaba y devolvía. Todo lo hacía con una calma perfecta, sin el menor nerviosismo y siempre afable, cortés, sonriendo sin pausa a vecinos, a clientes, a vigilantes, al mundo entero, a todas las cosas, a él mismo... A su día de trabajo. Ante todo, su trabajo, que el empleado juzgaba una tarea muy fastidiosa, pero soportaba gracias a una pequeña obsesión estrictamente personal. 

Porque el empleado, en efecto, hace diez años que comete cada noche, antes de irse, lo que se llama un delito cotidiano: un gesto que se ha vuelto obligatorio, una razón de vivir. 

Todas las noches introduce en su valija un fajo de cartas escogidas al azar. Se las lleva, vuelve cuanto antes a su hogar, arroja las cartas sobre la mesa, las abre con ansiedad y cada noche, desde las nueve hasta el amanecer, las responde, una por una, sin olvidarse de una sola, sin escribir una palabra a la ligera.

Jacques STERNBERG, El empleado de correo.

lunes, 8 de abril de 2013

DENEVI: Polifemo & Cia

 

En todas las historias de amor que conocemos figura un personaje que, porque es feo, no es amado. Ignoramos una historia anterior en la que ese mismo personaje, porque no fue amado, se volvió feo. 

Marco DENEVI, Falsificaciones, Thule Ediciones, Barcelona, 2008.

jueves, 14 de febrero de 2013

ROMERO: Spanish Horror Story

El leve crujir de la viga de la que cuelga su padre le saca de su ensimismamiento. 

—¿Bajarás de ahí alguna vez? 

Su padre no le hace caso. 

—Están por llegar. Sí, ellos, los nuevos inquilinos. Decidimos que esperaríamos a saber algo de ellos. 

La cuerda desaparece. Su padre baja al suelo y trata de hablar. 

—Grrr, grrr. 

—Será mejor que no te vean. ¡Y no digas nada! 

—Grrr, grrr. 

—¿Qué? He dicho que te calles. Vamos, vete al desván. Allí está mamá. 

Se escucha un frenazo en la calle. Alguien prueba llaves en la cerradura. 

—¿No los oyes? Ya han llegado. ¡Vete arriba!


jueves, 7 de febrero de 2013

CUTILLAS PRIETO: Profesión frustrada



Quise ser bibliotecario, pero soy un torpe e indeciso abogado. Me azora hablar en público, y rezuma vulnerabilidad la falta de convicción de mis alegatos, lo que me hace vivir en una eterna petición de disculpas con clientes, jueces y colegas. Los asuntos de instrucción me atemorizan, los de 1ª instancia me desazonan… No hablemos de los penales: ésos ya son el acabóse. El estrés se ha aposentado en mi alma como un huésped indeseable; mi psiquiatra me ha recomendado ansiolíticos y unas vacaciones para sosegarme. Mi mujer se ha empeñado en sanarme con una dieta vegetariana, y únicamente comemos lechuga, tomate y remolacha. Ahora no sólo me queda grande la profesión, sino también la toga….Algunas noches me libero soñando con la penumbra silenciosa de cualquier pequeña biblioteca de pueblo, y con un grueso chuletón al terminar una pacífica jornada laboral….se me hace la boca agua!

Gloria CUTILLAS PRIETO, Profesión frustrada.

martes, 11 de septiembre de 2012

BUKOWSKI: El profesor

–¿Y su licencia, Chinaski?

–No la he traído.

–Da igual. Tiene que empezar ahora mismo.

–Ejem…, ¿qué materia tengo que dar?

–Da igual. Métase en clase de una vez.

Smith me guió por los pasillos. Llegamos a una puerta con un cristal opaco. Al otro lado parecía que había una pelea.

–Adelante –me dijo.

Creí que me iba a acompañar dentro, pero cerró la puerta a mis espaldas.

En el aula había unos cuarenta chicos. Blancos, hispanos y dos o tres negros. El ruido que había escuchado cuando estaba en el pasillo había cesado. Permanecían callados y me miraban. Expectantes. Ochenta ojos fijos en mí. O quizá sólo setenta y nueve. Busque la mesa del profesor, me dirigí a ella, me senté. La silla era cómoda. Miré a los chicos. Seguían contemplándome asombrados. Abrí la cartera y observé la botella de whisky. Tendría que encontrar la manera de echar un lingotazo sin que se dieran cuenta.

¿Qué diablos tenía que hacer ahora?


Charles BUKOWSKI, Erecciones, eyaculaciones,exhibiciones. Relatos de la locura cotidiana, Anagrama, Barcelona, 1978.

lunes, 10 de septiembre de 2012

TRULL i TORNER: Romeo


Palau se excusó y me dijo que otro socio del bufete acudiría a la reunión. El asunto era demasiado complicado y no habíamos conseguido ponernos de acuerdo. Cuando le vi, pensé que se trataba de un pasante. Me estrechó enérgicamente la mano. Cabello castaño y abundante, fibroso, muy moreno. La idea de que utilizaba bronceador me hizo pensar en su cuerpo cubierto de aceite. Sacó los papeles, llenos de anotaciones a mano de Palau, y comenzó a hacerme un resumen de su propuesta. Tenía los dientes perfectamente alineados. La condonación haría innecesaria la fianza, me indicó, creo: no lograba concentrarme. Dejé que hablara y le acabé preguntando si quería tomar una copa. Me dijo que sí (¡me dijo que sí!). Antes de marcharnos, hizo una llamada; tenía que hablar con un cliente. Mientras simulaba escribir en mi agenda, le escuché pedir resueltamente más dinero. Era tan guapo

sábado, 8 de septiembre de 2012

BARCELÓ: Muerte de un oficial

Después de varios minutos de saludos, jaculatorias, intercambio de regalos, el coronel Jordà consiguió que el emir se sentara.

–¡Tevet! Tráenos un té –le gritó a su ayudante.

El asunto que Jordà tenía que tratar con el emir era ciertamente espinoso. Habían pasado ya varias semanas desde la llegada del inefable Romeu, y desde entonces se habían sucedido los problemas: un pelotón de áscaris se había insubordinado –tres ahorcados y veintisiete azotados–; la mitad de los criados habían desaparecido, se habían marchado; Montferrer, el indispensable Montferrer, había pedido el traslado. Una mañana, encontraron excrementos de vaca en la puerta de la residencia de Romeu: había sido cosa de los áscaris, probablemente, pero el coronel Jordà sospechaba que cualquiera de los oficiales podía haber perpetrado el atentado.

–Hace unas semanas llegó un nuevo oficial.

El emir abrió los brazos.

–Sí, mi sobrino me habló de él.

Jordà esperó que el emir dijera algo más, pero el hausa permaneció discretamente callado. Tevet llegó con el té y lo sirvió en silencio. El coronel aprovechó para mirar al emir. Tenía un rostro muy oscuro, negro. Si no fuera por las ropas que llevaba, no habría manera de distinguirlo de otros hausa, pero el emir se ufanaba de descender de un príncipe fatimí y de hablar árabe.

–Querido amigo, tengo que reconocerte que estamos muy descontentos con el capitán Romeu.

El emir, expectante, sorbía el té.

–Me gustaría que le invitaras a cazar.

–¿Qué le invite a cazar?

–Sí, a una partida de caza. Que cace, no sé, un búfalo, un león, lo que sea.

El emir lanzó una mirada confusa al coronel Jordà.

–Desde luego, si al capitán le pasara algo, si sufriera un accidente, tú no serías el culpable, mi querido amigo, no te consideraríamos responsable de su muerte.

lunes, 3 de septiembre de 2012

BIOY CASARES: ¿Puedo ser más exigente que Dios?

El rabino Moisés Leib dio una vez su última moneda a un hombre de mala reputación. Sus discípulos se lo reprocharon. A lo que respondió:

-¿Puedo ser más exigente que Dios, que me dio la moneda a mí?


Adolfo BIOY CASARES, De jardines ajenos, Tusquets, Barcelona, 1997.

viernes, 31 de agosto de 2012

BRECHT: Las guerras balcánicas


Un hombre viejo y enfermo caminaba por el campo. De pronto lo asaltaron cuatro mocetones y le quitaron sus pertenencias. Triste, el anciano prosiguió su camino. Pero en la encrucijada más cercana vio, sorprendido, cómo tres de los ladrones atacaban al cuarto para despojarlo del botín. Durante la trifulca, éste cayó al suelo. Lleno de alegría, el anciano lo recogió y se alejó a toda prisa. Pero en la ciudad más próxima fue detenido y conducido ante el juez. Allí estaban los cuatro mocetones, nuevamente bien avenidos, y lo acusaban.

El juez dictaminó lo siguiente: el anciano debería devolver a los jóvenes el último bien que le quedaba.

-De lo contrario -dijo el sabio y justo magistrado-, esos cuatro individuos podrían sembrar la discordia en el país.


Bertolt BRECHT, Narrativa completa. 1. Relatos. 1913-1927, Alianza, Madrid, 1998.