Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

martes, 10 de abril de 2012

VIDAL: El chantaje de los orejistas

Había una enorme animación. La verdad es que éramos pocos -media plaza, a lo sumo- pero, eso sí, muy animados.

Los más animados, los jarochistas, que hacían mayoría. Los jarochistas en cuanto vieron al titular de la causa, llamado Jarocho, unos capotazos movidos e irrelevantes, le pegaron la ovación de la tarde. Y luego, por el mismo procedimiento, consiguieron que el presidente le concediera una oreja muy discutible y bastante protestada.

Jarocho, natural de la población madrileña (y cervantina) de Alcalá de Henares, nuevo en esta plaza, puso mucho de su parte, naturalmente. Se traía una toreo parsimonioso merecedor de sinceros parabienes. Templó derechazos y luego dio naturales corriendo bien la mano con la salvedad -nada baladí por cierto- de que se dejaba retrasada la pierna contraria, lo cual no es que ofenda al dogma sino que es ventaja por donde se van el dominio, la ligazón, el canon de parar, templar y mandar. Mató mal, le pidieron la oreja los suyos a grito pelado, el presidente la concedió y a diversos aficionados semejante exceso les supo a sacrilegio.

El vigente reglamento, que es un coladero, debería regular de distinta manera la petición de orejas que, por lo general, se convierte en un vil chantaje y una manifestación de incivilidad. Lo normal es que los orejistas la pidan siempre pase lo que pase; que constituyan una minoría; que esa minoría arme un broncazo sin faltar insultos, con lo cual se finge que la petición de oreja es mayoritaria y el presidente está obligado a concederla.

Jarocho pudo cortar la del sexto y habría servido para salir por la puerta grande. Lo que faltaba. A ese lo recibió a porta gayola pero el novillo no aceptó la larga cambiada y embistió al aire. Volvió Jarocho a realizar el torero despacioso aunque con menor ligazón en los naturales. Demoró la faena, oyó un aviso, mató mal y ya no hubo trofeo que valiera.

Joaquín VIDAL, Un animado final.

El País, lunes 22 de octubre de 2001.


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