Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

domingo, 15 de abril de 2012

STEVENSON: El padre Damián


En mi diario hablo de mi estancia en Molokai como una experiencia trituradora. Y mire: eso que vi y sufrí fue un asentamiento purgado, mejorado, hermoseado. Era un lugar bien distinto cuando Damián llegó ahí e hizo su gran renuncia, y esa primera noche durmió bajo un árbol: solo en la pestilencia; y esperando una vida ataviada de llagas y muñones. No se llama a ningún doctor o enfermera a que entre para siempre en las puertas de la gehena; no dicen adiós, no necesitan abandonar la esperanza. Pero Damián cerró con su propia mano las puertas de su sepulcro. Los pasajes de mi diario en Molokai casi son una lista de las fallas del hombre, porque es más bien eso lo que yo buscaba: con sus virtudes, yo y el mundo estábamos bastante familiarizados. Además, yo tenía sospechas del testimonio católico. Todos los hechos transcritos fueron recogidos de labios de protestantes que se habían opuesto, en vida, al padre. Sin embargo, o fui engañado de forma extraña, o ellos construyeron la imagen de un hombre, con toda su debilidad, esencialmente heroico y vivo, con tosca honestidad, generosidad y regocijo. Todas las reformas del lazareto son la prueba de su éxito; son lo que su heroísmo provocó en el reticente y el indiferente. Su papel fue, mediante un acto de impactante martirio, apuntar los ojos de todos los hombres hacia ese desconcertante país. Trajo dinero; trajo (la mejor aportación individual) a las hermanas; trajo supervisión, porque opinión pública e interés público desembarcaron con ese hombre en Kalawao. Si alguna vez un hombre trajo reformas y murió por traerlas, ése fue él.