Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

martes, 3 de abril de 2012

KING: Un saco de huesos


A veces intentaba escribir, y cada vez que lo hacía, me quedaba en blanco. En una ocasión, cuando traté de forzar un par de frases (cualquier frase, siempre que saliera recién horneada de mi propia cabeza), vomité en la papelera. Vomité y vomité hasta que creí morir... y tuve que arrastrarme, literalmente, para alejarme del escritorio y el ordenador, caminando a cuatro patas sobre la gruesa alfombra. Cuando llegué al otro extremo de la habitación, me sentía mejor. Hasta me atreví a mirar la pantalla del ordenador por encima del hombro. Pero no podía acercarme a él. Más tarde, ese mismo día, me aproximé con los ojos cerrados y lo apagué.

Durante aquellos últimos días del verano pensé una y otra vez en Dennison Carville, el profesor de creación literaria que me había puesto en contacto con Harold y que había condenado a dos en uno con sus tímidas alabanzas. En una ocasión Carville dijo algo que no he olvidado, atribuyéndoselo a Thomas Hardy, el novelista y poeta victoriano.

Puede que Hardy lo dijera, pero nunca encontré la cita, ni en Barlett's, ni en la biografía de Hardy que leí entre la publicación de Descenso desde la cima y Amenaza mortal.

Tengo la impresión de que la frase era del propio Carville, pero que se la atribuyó a Hardy para darle más peso. Me avergüenza decir que es un truco que yo mismo uso de vez en cuando.

En cualquier caso, me sorprendí pensando en esta cita muchas veces mientras luchaba contra el pánico que se apoderaba de mi cuerpo y contra mi parálisis cerebral, esa horrorosa sensación de estar encarcelado. Parecía condensar mi desesperación y la creciente certeza de que nunca volvería a escribir (qué tragedia, V. C. Andrews con polla vencido por el bloqueo del escritor). Era una cita que sugería que cualquier esfuerzo que hiciera para superar mi situación sería inútil, incluso si triunfaba.

Según el aguafiestas de Dennison Carville, el aspirante a novelista debía comprender desde el principio que los objetivos de la ficción estaban siempre fuera de su alcance, que su tarea era un ejercicio inútil. "Comparado con el hombre más vulgar que camina por la faz de la tierra y proyecta allí su sombra –dijo supuestamente Hardy–, el más brillante de los personajes de una novela no es más que un saco de huesos." Le entendí, porque así era como me sentía en esos interminables y deprimentes días: como un saco de huesos.

Stephen KING, Un saco de huesos, Plaza y Janés, Barcelona, 1999.