Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

sábado, 29 de diciembre de 2012

ROMERO: Muertes paralelas

Sikorski y Kaczyński
 
Władysław Sikorski y Lech Kaczyński
A la tragedia que supuso el asesinato de miles de oficiales de su ejército, se sumó la muerte en accidente áereo de dos presidentes polacos: Władysław Sikorski y Lech Kaczyński. La historia se divierte a veces con estos siniestros paralelismos. ¿Casualidades?

B-24 Liberator en que murió Sikorski
Después de la rendición de Polonia, Sikorski se convirtió en otro de los presidentes sin Estado con residencia en Londres. Cuando a principios de 1943 los alemanes, cínicamente, denunciaron la matanza de oficiales polacos en Katin, Sikorski pidió, temerario, que fuera investigada por la Cruz Roja. En abril de 1943, Stalin rompió relaciones con el Gobierno polaco en el exilio. Sikorski siguió insistiendo en el tema y se fue convirtiendo en un dolor de cabeza para Churchill, que preparaba la invasión de Italia y temía que alemanes y soviéticos pudieran llegar a algún tipo de acuerdo. El 4 de julio de 1943 el avión en que viajaba Sikorski se estrelló cuando despegaba del aeropuerto de Gibraltar. Mucha gente consideró demasiado sospechoso aquel accidente.
Por cierto, si Churchill mantenía alguna duda de que los soviéticos habían asesinado a los oficiales polacos, acabó desechándola cuando, en Yalta, Stalin propuso brindar por la muerte de 10.000 oficiales de Estado Mayor alemanes. El dictador soviético tenía una rara fijación por matar a militares: durante la guerra civil se había mostrado implacable con los oficiales blancos y en los años 30 ordenó ejecutar a Tujachevski y a casi todos los altos mandos del Ejército Rojo.
Tu-154 en que murió Lech Kaczyński
Setenta años después, la URSS ya no existía y Rusia había admitido, por fin, que el NKVD del georgiano Beria había masacrado a los oficiales polacos. El presidente polaco, Lech Kaczyński, iba a visitar el macabro bosque donde habían sido asesinados sus compatriotas. El 10 de abril de 2010 su avión se estrelló cuando trataba de tomar tierra en Esmolensko. En esta ocasión las sospechas recayeron en los servicios secretos rusos.


Zweig y Márai


Stefan Zweig y Sándor Márai, escritores burgueses. Fueron contemporáneos, que no coetáneos. Nacieron en el Imperio Austro-Húngaro, en la fastuosa Cacania, que entonces parecía perenne. Bibliófilos tenaces, el destierro les obligó a renunciar a sus bibliotecas: seis mil volúmenes llegó a tener Márai en su piso de Buda; algunos miles más Zweig en su casa de Salzburgo, además de valiosos documentos autografiados. Ambos se quitaron la vida un 22 de febrero, apenas unos años antes de que se desmoronaran los regímenes que les habían convertido en exiliados: tres años le faltaron al escritor vienés para ver el fin del Reich milenario; por dos años no asistió Márai a la caída del Imperio soviético. Uno era judío, pero se consideraba por encima de todo un europeo; el otro se sentía húngaro "en cuerpo y alma", aunque su familia procedía de la Alta Sajonia.
  Stefan Zweig no luchó en la primera guerra mundial, gracias a “un examen médico benevolente”; tenía la nacionalidad austriaca, pero era un enamorado de la cultura francesa y de la literatura rusa. Acabó sirviendo en una oficina. En los años 20, se convirtió en un escritor de éxito, aunque Baroja, cuya pluma a veces cicateaba, nunca entendió esa fama. “¿Por qué ese Stefan Zweig, por haber hecho algunas cuantas biografías corrientes y vulgares, ha tenido una fama universal tan grande? Eso es algo que no se comprende bien.” No, Zweig no sólo hizo biografías. Escribió novelas cortas maravillosas (Mendel el de los libros, La novela del ajedrez). Marcel Reich-Ranicki, aunque lo considera un libro de entretenimiento juvenil, muestra su agradecimiento a Momentos estelares de la humanidad; el capítulo dedicado a Dostoievski, asegura, le ayudó a mantener la esperanza en el gueto de Varsovia. Algunas biografías suyas son magníficas, la que dedicó a Fouché. Castalión contra Calvino es quizá una de las mejores obras que se han escrito a favor de la tolerancia. Los años 30 fueron difíciles: Strauss tuvo que retirar una ópera cuyo libreto había escrito Zweig, fueron prohibidos sus libros, abandonó Austria, dejó de publicar. "Debo confesar que me resultó más fácil abandonar patria y hogar que dejar de ver la familiar marca de imprenta en mis libros." Se refugió en Francia, en Gran Bretaña. Ni siquiera en este país se sintió seguro. Acabó huyendo a Brasil. Allí terminó de escribir sus memorias, El mundo de ayer. Creía que la vieja Europa había muerto para siempre. "He sido testigo de la más terrible derrota de la razón y del más enfervorizado triunfo de la brutalidad de cuantos caben en la crónica del tiempo." Dejó de tener fe en el futuro. La noche del 22 de febrero de 1942 tomó una dosis letal de veronal. Dejó una nota de suicidio, en que aseguró que no podía seguir soportando la destrucción del hogar espiritual europeo. “Empezar todo de nuevo a los sesenta años requiere poderes especiales, y mi propio poder se ha gastado después de tanto tiempo de vagar sin hogar. Prefiero poner fin a mi vida en el momento adecuado, como un hombre para quien el trabajo cultural ha sido siempre su más pura felicidad y la libertad personal, el más preciado de los bienes de esta tierra. Le envío un saludo a todos mis amigos: Que vivan para ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, que estoy más impaciente, me adelantaré.” Su joven esposa, Charlotte Altmann, le acompañaba.
 
Sándor Márai nació en Kassa, localidad que en 1919, convertida en Košice, pasó a formar parte de Checoslovaquia. Por aquella época él ya vivía en Buda, la ciudad de sus sueños, el centro de su mundo. Comenzó a escribir joven y alcanzó fama temprana. En los años 30, era uno de los escritores húngaros más reconocidos. Cuando comenzó la guerra mundial se sintió desfallecer: “Comienza a oscurecerse el hermoso paisaje que era mi segunda casa, Europa”. Hungría acabó entrando en la guerra del lado de Alemania (después de que unos misteriosos aviones bombardearan Kassa, de nuevo una ciudad magiar). En 1944, los alemanes ocuparon el país. El horror de aquella invasión duró unos pocos meses. Cuando regresó a su piso de Buda después de la huida de los nazis, lo encontró destruido por las bombas; sólo pudo rescatar un libro (El cuidado de los perros en el hogar burgués) y una copia enmarcada de la famosa foto de Tolstói y Gorki en Yásnaya Poliana. Los soviéticos dejaron pronto de ser vistos como liberadores: su llegada supuso "la desaparición completa y la aniquilación total de una forma de vida". Márai trató de seguir viviendo en su país, pero pronto la idea le resultó absurda: comunismo y literatura (literatura burguesa) eran incompatibles. Su obra fue prohibida. “La literatura húngara era grande, más grande que la nación.” Huyó a Italia y, posteriormente, a Estados Unidos. Escribió sus memorias, ¡Tierra, tierra!, en las que describió la invasión y ocupación soviéticas. Se planteó aprender inglés, como ya había hecho Arthur Koestler (Artúr Kösztler) y como años después haría Stephen Vizinczey (István Vizinczey); demasiado viejo, empero, para empezar a redactar en otra lengua, "el único idioma que soy capaz de utilizar para escribir es el húngaro". El exilio le alejó no sólo del mundo que había retratado en sus obras, sino también de los pocos millones de personas que hablaban su lengua materna y que podían leerle. Poco a poco fue olvidado. Márai envejeció solo, rodeado de incomprensión en un país que siempre consideró extranjero. "Yo había sido y seguía siendo un burgués (aunque bajo la forma de una caricatura), y todavía lo soy, un burgués viejo en una patria que me resulta extraña." En política, siguió odiando el bolchevismo hasta el final, y se mostró en contra de la détente: le enfureció que el presidente Carter entregara a los comunistas la Corona de San Esteban. Pasó sus últimos años enfermo. Se suicidó, como Zweig, un 22 de febrero. El fin del régimen comunista sacó del olvido la obra de Márai. Se han rescatado sus novelas, se leen con nostalgia: El último encuentro, Confesiones de un burgués, Divorcio en Buda.


Régulo y Juan II 



Quince siglos separan a Marco Atilio Régulo y Luis II. El primero invadió África, amenazó Cartago y finalmente fue derrotado y hecho prisionero (255 a.C.). Los cartagineses le enviaron a Roma para negociar la paz, que supondría el fin de su cautiverio. Régulo después de pedir perdón avergonzado por haberse dejado derrotar, aconsejó a los senadores que continuaran la guerra. Después, demostrando que la fides romana no era como la poenica, regresó a Cartago. Allí, los cartagineses enfurecidos por el fracaso de su misión, lo mataron. Añaden los historiadores que le infirieron atroces torturas. En una época en que algunos reyes todavía luchaban al frente de sus tropas, Luis II de Francia fue capturado en la batalla de Poitiers (1356). Los ingleses le llevaron a Londres y pidieron a cambio de su libertad la entrega de un tercio del país y el pago de un rescate desorbitado. Para ejecutar el tratado, le dejaron marchar a cambio de que dejara como rehenes a sus hijos, Luis de Anjou y Juan de Berry. Procuró Juan reunir el rescate, tres millones de escudos, pero Francia se hallaba exhausta, empobrecida, despoblada. Cuando más desesperado se encontraba por no poder reunir el rescate, se enteró de que uno de sus hijos había huido: Luis de Anjou se escapó aprovechando el permiso que le habían dado para realizar una peregrinación. Juan II, avergonzado por el comportamiento de su hijo, por este doble ultraje, hizo algo que nadie esperaba: se entregó a los ingleses. Murió en el cautiverio.
 
Algunos autores clásicos ni siquiera mencionan a Régulo. Diodoro se limita a decir que murió en el cautiverio. Polibio le hace víctima de su soberbia, pues rechazó una ventajosa oferta de paz de los cartagineses. Tito Livio, como era de esperar, lo pone de ejemplo de las virtudes romanas. Pocos han pensado en que, si Régulo hubiera permanecido en Roma, le hubieran echado en cara de por vida no ya no haber cumplido su palabra sino la vergonzosa derrota que sufrió frente al espartano Jantipo, el general que comandaba el ejército cartaginés. El romano prefirió un destino eterno. Historiadores imperiales inventaron probablemente las circunstancias de su muerte: Aulo Gelio dice que fue encerrado en un calabozo; Silio Itálico, que murió en un tonel con clavos; Aurelio Víctor añade que lanzaron el barril por una pendiente.
  El cautiverio de Juan II también fue adornado por historiadores posteriores. Se dijo que Luis de Anjou echaba de menos a su esposa, con la que acababa de casarse, y que eso provocó su huida. Algunos critican la mezquindad de Juan II, que simplemente no quería pagar su rescate. Otros, por fin, denunciaron las maquinaciones del Delfín, que quería convertirse en rey e intentaba evitar la ruina del país: convenció a su hermano Luis de que escapara y luego aconsejó a su padre de que debía cumplir la palabra dada a los ingleses. Carlos V, secundado por Bertrand du Guesclin, su fiel bretón, consiguió arrojar a los ingleses de Francia.