Jorge Luis BORGES: "Nadie puede leer dos mil libros. Yo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer."

miércoles, 29 de mayo de 2013

SZPILMAN: ¡Allá van a fundirse!


Cuando conseguimos abrirnos paso hasta el tren, los primeros vagones estaban ya llenos. La gente se apiñaba de pie dentro de ellos. Los SS seguían empujando con la culata de sus rifles, a pesar de que desde el interior llegaban fuertes gritos y lamentos por la falta de aire. Además, el olor a cloro hacía que resultara difícil respirar, incluso a cierta distancia de los vagones. ¿Qué habían transportado en ellos para que les hubiera parecido necesario clorarlos tanto? Estábamos hacia la mitad del tren cuando, de repente, oí a alguien gritar: 

—¡Aquí, Szpilman! ¡Aquí! 

Una mano me agarró por el cuello y tiró de mí hacia atrás, fuera del cordón de policía. ¿Quién se atrevía a hacer algo así? No quería que me separaran de mi familia. ¡Quería estar con ellos! 

Lo que veía ahora eran apretadas hileras de policías de espaldas. Me lancé contra ellas, pero no se abrieron. Entre las cabezas de los policías pude ver a nuestra madre y a Regina que, ayudadas por Halina y Henryk, se encaramaban a los vagones, mientras nuestro padre me buscaba con los ojos. 

—¡Papá! —grité. 

Me vio y dio unos pasos en dirección a mí, pero entonces vaciló y se detuvo. Estaba pálido y le temblaban los labios. Esbozó una dolorida sonrisa de impotencia, levantó la mano y me dijo adiós con ella, como si yo estuviera colocado en el lado de la vida y él me saludara ya desde la tumba. Dio media vuelta y se dirigió a los vagones. 

Me lancé de nuevo con todas mis fuerzas contra los hombros de los policías. 

—¡Papá! ¡Henryk! ¡Halina! 

Grité como si estuviera poseído, aterrorizado al pensar que en ese instante crucial no iba a llegar hasta ellos y quedaríamos separados para siempre. 

Uno de los policías se volvió y me miró colérico: 

—¿Qué demonios estás haciendo? ¡Vete, sálvate! 

¿Salvarme? ¿De qué? En una fracción de segundo supe lo que le esperaba a la gente de los vagones de ganado. Estaba aterrorizado. Miré hacia atrás. Vi el recinto abierto, los andenes del ferrocarril y más allá las calles. Impulsado por un invencible miedo animal, corrí hacia las calles, me deslicé entre una columna de trabajadores del Consejo que salía en ese momento y crucé la puerta. 

Cuando pude volver a pensar con claridad me encontraba en una acera, entre edificios. Un SS salía de una de las casas con un policía judío. El alemán tenía un rostro arrogante e impasible; era evidente que el policía se humillaba ante él, le sonreía, se esforzaba por complacerlo. Señalaba hacia el tren que estaba en el Umschlagplatz y decía al alemán, con familiaridad de camarada y en tono sarcástico: 

—¡Allá van a fundirse! 

Miré hacia donde apuntaba. Habían cerrado las puertas de los vagones y el tren estaba poniéndose en marcha, lenta y penosamente. Volví la cara y avancé tambaleante por la calle vacía, llorando en voz alta, perseguido por los gritos apagados de la gente encerrada en los vagones. Sonaban como un gorjeo de pájaros enjaulados destinados a morir. 

Władysław SZPILMAN, El pianista del gueto de Varsovia, Turpial-Amaranto, Madrid, 2001.